Siempre creí que los taxistas y los peluqueros eran la mejor fuente de datos sobre la opinión pública en la Argentina y tal vez en el mundo. Hasta que un amigo me sorprende con una curiosidad estadística. “Para ser taxista o peluquero es condición excluyente ser facho”. Y justo cuando creía contar con alguna certeza, surgieron nuevamente las dudas. Por supuesto, todo investigador que se precie sabe que el ojo del observador altera el objeto de estudio. Por lo tanto, las preguntas podrían multiplicarse. ¿Y si la opinión de los tacheros y los peluqueros estuviera sesgada por una subjetividad fascista? Pero, ¿y si la curiosidad estadística de mi amigo careciera también del rigor que él le atribuye? Desde hace varios días entre mis fuentes venía tomando consistencia que, tal vez, había sido una mala idea ceder el manejo del país a los criterios empresariales. A la luz de los resultados, el Estado estaba más empobrecido y era cada vez más ineficiente, como si los mismos gerentes que lograban éxitos en las empresas no cesaran de cometer errores gruesos en la gestión pública. Contradictoriamente, algunos empresarios arrepentidos expresan que, por mucho menos que eso, despedirían a sus empleados. Pero estos CEOs, sin embargo, siguen ahí. Aunque si son tan inútiles, ¿cómo llegaron a cargos tan altos en las empresas multinacionales? ¿Será que las empresas están llenas de gerentes inútiles? ¿Será real la hipereficiencia de la gestión privada? ¿ O será tal vez que el facho argentino encontró un nuevo “otro” para usar como chivo expiatorio?


¿Será que las empresas están llenas de gerentes inútiles? ¿Será real la hipereficiencia de la gestión privada?

La empresa tiene como objetivo acumular riqueza a costa de maximizar ganancias. Lo cual implica gastar lo menos posible -si es preciso de manera non santa–  evadiendo incluso impuestos, pagando sueldos a veces en negro y apañando en muchos casos condiciones de trabajo deficitarias (es decir, que impliquen alguna “erogación evitable”). Por otra parte, los CEOs devenidos funcionarios públicos repiten como clones, casi como animalitos entrenados, la receta mágica de la felicidad y el éxito: transparencia, eficiencia, competitividad, etcétera. Son los gerentes diciendo “gerenteses”, que aplicadas al Estado no parecen propiciar más que una catástrofe tras otra. A la luz de los hechos, esto al menos ya no requiere mayores argumentaciones. Y los resultados de mis fuentes consultadas son inapelables, entre los taxistas especialmente. Ahora bien, este discurso, este “evangelio CEO”, ¿es producto una horda de vikingos, algo pasado de moda? Con teorías económicas que no solo fracasaron en nuestro país y que provocaron el mayor endeudamiento de la historia en el menor período de tiempo, ¿cuál se supone que es la brújula estratégica? Como dice mi coiffeur (Lito prefiere que le digan así), “¡Aquí hay laucha en la galleta!”.


Los números duros del INDEC indican que la deuda externa se disparó de U$S 22.048 millones hasta los U$S 245.000 millones en 15 meses.

Los números duros del INDEC indican que la deuda externa se disparó de U$S 22.048 millones hasta los U$S 245.000 millones en 15 meses, la tasa de desempleo subió al 9,2% en el primer trimestre de este año y sigue aumentando. Por otra parte, para el Observatorio Social de la Deuda la Universidad Católica Argentina la pobreza aumentó al 32,9% y en casi un año se registraron 1.500.000 nuevos pobres. Y si sobre lo llovido podía esperarse también lo mojado, se hizo público el peor negocio de la historia: un préstamo que no tomaría ni el más inexperto aspirante a CEO. La colocación de bonos de deuda por unos 2.750 millones de dólares a cien años de plazo bajo condiciones leoninas. ¡Una tasa del 7,125% anual no es joda! O sí, una joda de 196.000.000 de dólares por año. O sea que al cabo de 15 años, quienes compren esta deuda van a recibir todo el capital invertido. Un gran negocio, ¿pero para quién? La horda de los CEOs reconoció que el dinero va a ser usado para financiar el gasto público (no operativo) y pagar deuda externa. ¿Pero es esto lo que hacen en sus propias empresas? Si fuera así, estarían juntando los portarretratos del escritorio en una caja, como en la tele. Recientemente, en Córdoba, con un taxista nos preguntábamos algo. Si ya nadie se la roba, ¿dónde está la guita de la Argentina? «¡No da para más, es un escándalo!», me dijo el tachero cordobés. ¿Pero hasta dónde esta reflexión era o no un arranque “facho”? Y después de todo, ¿qué significa hoy ser un facho? ¿Otro «significante vacío»? Ya en 1944 el término se había extendido tanto en su uso que el ensayista George Orwell escribió: «Parecería que, tal como se usa, la palabra «fascismo» ha quedado casi totalmente desprovista de sentido. En las conversaciones, por supuesto, se usa casi más ampliamente que en prensa. La he oído aplicada a granjeros, tenderos, al Crédito Social, al castigo corporal, a la caza del zorro, a las corridas de toros, al Comité 1922, al Comité 1941, a Kipling, a Gandhi, a Chiang Kai-Shek, a la homosexualidad, a las transmisiones de Priestley, a los albergues juveniles, a la astrología, a las mujeres, a los perros y a no sé cuántas cosas más».


Algunos empresarios arrepentidos expresan que, por mucho menos que eso, despedirían a sus empleados. Pero estos CEOs, sin embargo, siguen ahí.

Pero, en realidad, todos sabemos qué es un «facho» en Argentina. Alguien que vota a la derecha, que odia y responsabiliza de todos los males a los negros, a los pobres y a los inmigrantes, alguien que detesta el feminismo por las razones equivocadas y, por sobre todas las cosas, alguien  propenso al uso de la violencia del Estado al mismo tiempo que asume con naturalidad y agrado “la cadena de mandos” y su imagen de obediencia. Ese estereotipo de autoridad tal vez coincide con el de un CEO: empresarios devenidos en políticos con impecables camisas sin corbata, capaces de aplicar “el orden” y que explican “el derrame” y “el tarifazo” y también la necesidad de endeudamiento y los ajustes con argumentos que enaltecen la cultura «fascistoide». Sobran las imágenes: la baja indiscriminada de las pensiones por discapacidad, la reducción de prestaciones a jubilados, cierto festejo de la represión policial en las protestas laborales al grito más o menos mediático de que “hay que matarlos a todos”. En tal caso, lo que surge de las más recientes encuestas directas a taxistas es que el facho mismo ya no está dispuesto a tolerar el deterioro. ¿Serán estos políticos CEOs unos necios inoperantes a la espera del próximo desastre? ¿O se trata de una impostura, de una mentira flagrante? Tal vez la lógica del «ensayo-y-error» de los principiantes podría ser un plan orquestado desde los «think tanks», donde grupos de personas se dedican a “pensar” cómo manipular la opinión pública. Un peluquero que le corta a la mayoría de los funcionarios CEOs me aseguró que escuchó sobre estos grupos y que existen incluso «call centers» donde “hay pibes trabajando de trolls ”. Pero volviendo al componente presuntamente facho de todo peluquero (y taxista, según mi amigo), este perceptible giro «anti CEO», ¿será a su vez un brote facho buscando otro estereotipo requerido por la masa? ¿Un nuevo chivo expiatorio? O tal vez se deba a la enorme diferencia entre lo que dicen y prometen los funcionarios CEOs frente a la potente realidad. La pregunta sigue revotando en mi cabeza: los CEO, ¿son o se hacen?/////PACO