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«Lo hizo otra vez» es la frase que, hace varios días, va de boca en boca, de link a link y de tuit a retuit para referirse al artista inglés que planeó Dismaland; un parque artístico/paródico en Somerset, al oeste costero de Reino Unido.

Banksy, que tendría unos 36 años, nació en Bristol (Inglaterra) y sus posibles nombres podrían ser Robin Gunningham, Robert Banks o; el que mejor le queda a fines prácticos para este juego de Robin Hood artístico, Robin Banx (que suena algo así como robbing banks, robando bancos).

¿Qué es lo que hizo «otra vez»? ¿Por qué es noticia? ¿Por invitar a reflexionar con una mirada crítica– bendita condición prostituida con ganas- sobre la sociedad? Un bemusement park (la unión de la confusión y el entretenimiento) a la orden del día que se tornó noticia mundial.

Banksy definió a Dismaland como: «Un parque temático familiar para anarquistas principiantes» en cuya entrada puede leerse un cartel que ironiza: «La vida no siempre es un cuento de hadas» y otro que dice «No es arte al menos que tenga la posibilidad de ser un desastre».

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También está la boletería ¿cínica? en la que los visitantes pagarán tres libras (alrededor de cincuenta pesos argentinos) para acceder al lúgubre espacio; aunque los niños de menos de cinco años entran gratis y si necesitan dinero para juguetes se les facilitarán créditos a una tasa de interés del 5.000%; no sea cosa que no quede clara la «gracia» de la usura.

Además se contemplan promociones y pases para un parque de 10 mil metros cuadrados, con 18 atracciones, que tendrá una amplia demanda desde que se desparramó el rumor de la autoría de Banksy (hace unas semanas los vecinos empezaron a dudar de que se tratara del set para una película de Hollywood como se les había informado. Una deliciosa inception de ironía: No era Hollywood era ¡Banksy!).

El parque contará con eventos musicales de Run the Jewels, Sleaford Mods, Massive Attack, Pussy Riot y la humorista Katherine Ryan (confirmados hasta el momento en la apretada agenda de cinco semanas en las que estará abierto Dismaland). Además de obras del propio artista y la crème de Damian Hirst, Jenny Holzer, Jeff Gilette Polly Morgan, Josh Keyes, Mike Ross, David Shrigley, Bäst y Espo junto con «presencias conocidas» que firmaron «contratos de confidencialidad» hasta que el parque abra sus puertas.

Banksy siempre atento a captar la mirada de medios, fanáticos y detractores – sin por ello renunciar a su vanguardia artística claramente influenciada por Blek le Rat (el parisino Xavier Prou)– eligió un símbolo clásico, icónico, casi de cliché para hacer su señalamiento social: el formato de parque Disney.

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Ya a comienzos de los setenta Ariel Dorfman y Armand Mattelart propondrían «su manual de descolonización» para comprender que «Sería falso afirmar que Walt Disney es un mero comerciante» y mediante un encantador humor teórico de época- vigente- brindar las «Instrucciones para ser expulsado del Club Disneyland»; un club que se presenta como apolítico pero que es reproductor de hábitos, estilos de vida, consumos e ideologías imperialistas.

La “parodia reflexiva” del formato Disney (no es a Walt ¿hace falta aclararlo?) no es novedad; basta recordar (por citar un ejemplo masivo) el gran capítulo de South Park (2010) en el que el jefe M. Mouse fuerza a los Jonas Brothers a usar el anillo de castidad; o si navegamos un poco es evidente la moda artística de parodiar el oxímoron de pureza ideológica de los productos Disney.

Banksy, en su difundida última visita a la franja de Gaza (donde filmó un pequeño documental), afirmó: «La gente en Internet solo mira gatitos» lo que lo llevó a hacer un grafitti de un felino con moño rosa en un barrio devastado por los bombardeos. Pero incluso en Gaza no pudo escapar al mercado que se desvive por tener algunas de sus piezas. Su obra de la diosa griega Níobe, en una puerta que había quedado en pie, fue quitada, vendida por migajas para terminar siendo subastada (muchos, si pudieran arrancarían las paredes donde Banksy pintó sus graffitis, aunque también están quienes los vandalizan asegurando que se “vendió”).

Las preguntas son (¿son?): ¿podrá escaparle al mercado Diamaland?; ¿debe hacerlo ante esa propuesta de «anarquismo para principiantes»?; ¿De qué anarquismo hablamos?. Faure fue generoso al plantear que «Cualquiera que niegue la autoridad y luche contra ella es un anarquista» pero Banksy realmente ¿cuestiona el poder?; ¿de qué poder hablamos?. La retórica tiene su trabajo ahí y las ganas de ver el vaso medio lleno o medio vacío dividen al mundo del arte.

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Lo que es evidente es el humor negro contemporáneo- el mejor de todos- en un parque con una parca conduciendo los autitos chocadores, un estanque con un bote de refugiados tratando de cruzar el lago, una camioneta antidisturbios de la policía integrada a una fuente, una orca saliendo de un inodoro, guardias de seguridad con la tristeza de un empleo mal pago pintada en el semblante, Cenicienta caída de su carroza atosigada por paparazzis al mejor estilo Lady Di, issues ecológicos y el show montado para consumir la propia ideología de Banksy mordiéndose la cola. Esto no es un graffiti, es mucho más. Es otro nivel de exposición que roza la idea de pertenecer no perteneciendo.

El artista, como todo grafittero y provocador, es fuerte reivindicador de recuperar espacios urbanos. En ese caso usó las instalaciones de Tropicana (antiguo centro recreacional que se supone Banksy visitaba de niño) para construir esta distopía llamada Diamaland.

¿Qué pasará cuando cierre sus puertas el próximo 17 de septiembre? Probablemente el espacio será consumido como «Conozca el ex emplazamiento del famoso artista Banksy. Visitas guiadas» y la rueda del consumo del arte que «vende» volverá a funcionar. El artista intentará seguir en la vanguardia para escaparle a aquello de lo que quiere distanciarse.

Las críticas a Bansky serán anecdóticas y, con éxito, carezcan de sentido o al mejor estilo de Baudelaire se concluya que “el arte es prostitución” y pasemos a otra muestra.///PACO