Por Paula Giménez y Juan Manuel Garrido
1.
Está la muerte. Irónica, bolsa de huesos, tiene una hoz y con ella todo el poder que quiere y desea pero no necesita. Trabaja de matar, de buscar a las víctimas cuando llega la hora, confiesa que a veces se equivoca y toca antes. Al tocar antes, a algunos le toca después. A ella la siguen dos nenes, una rubia amargada y uno pelotudo. Los dos son chiquitos con padres ausentes, ella lo odia pero debe cuidarlo, él se caga encima y no sabe bien dónde tiene los pies. La muerte y los dos pibitos comparten capítulos medio psicóticos que si los mirás fijo un rato la pupila un poco se dilata. Ya no hay sutilezas y dulzura, la era de la ironía abarca a los pibes desde los siete. Mientras se hacen la leche te tiran un chiste que te descoloca. Tu hija con diez te boludea y vos sin saber bien cómo defenderte. Eso está muy bien, el bullying a los padres merece reconocimiento.
II.
Figura y fondo coexisten en planos bien separados. Los valores de línea modulan en contraste constantemente, el trazo negro alrededor de cada personaje es directamente grosero. Las paletas son reducidas y nada amigables. Tengo la sensación de estar viendo un producto sin terminar, quizás sucio.
3.
Ositos cariñosos hay, pero para cuando se te está desarrollando la masa encefálica. Menos amigovios y más mundos paralelos.
IV.
Se ven apuestas fuertes. Todas las dimensiones están rotas: la ‘cámara’ es arbitraria, los personajes entran y salen de plano sin ningún indicio de continuidad espacial o temporal, la profundidad es imperceptible porque casi no hay sombras, los personajes flotan o se empastan. La sutileza del movimiento de los personajes oscila entre bailarina clásica y horda de vikingos. Animar es dar vida y lo desagradable, parte necesaria.
5.
Crecí con Dumbo, Bambi y El Rey León. Cumplí años sabiendo que la vida iba a ser una mierda, llena de muerte, dolor y algún que otro momento grato. También me contaron que si todo al final sale bien, sólo se trata de una película. Que los animales no hablan y que siempre pero siempre la protagonista termina feliz y el malo paga sus culpas. Nunca me dijeron que, en realidad, al príncipe de Cenicienta le caben las lentejuelas, ni que Blancanieves es merquera y cambia petes por tragos en un boliche. Nadie nos contó que ser buena gente iba a traerte más boludeo que actos copados ni tampoco que a tu mamá le sale bárbara la poligamia. Vidas oscuras, mascotas muertas, gente en la calle y una pelota que gira en cubos, rellenando el plástico negro que utilizan en la fábrica de Mickey Mouse.
VI.
Qué es verdadero y qué falso empieza en jaque, como en cualquier ficción; así se construye una lógica ajena a la realidad. Nada nos indica realmente qué sentir, qué está bien y qué está mal; así queda objetada la moral. Entonces, la estética. Nos encontramos de frente con la definición de “lo feo”, siendo la belleza un concepto tácito, asumido. Quizás el gran acierto sea admitir que el espectador, no importa de qué edad, trae consigo esa idea ya construida. Lo feo pertenece al mundo del arte (o del diseño) tanto como lo bello. La época nos marca la franja de lo políticamente correcto según y a pesar del arte. Según, Disney; a pesar, Cartoon Network.
7.
Disney, el dueño indiscutible del adoctrinamiento infantil, hoy pierde peso frente a los pibes que diseñan dibujos mientras se fuman algo con efectos secundarios inmediatos. No hay estándares ni sexo, sólo ambigüedad y chistes ácidos.
VIII.
Lógica, moral, estética. Cómo un dibujo animado puede cuestionar todos nuestros conceptos filosóficos. Paletas reducidas pero llenas de acentos, sonido más incomprensible que icónico y música anempática, convivencia de formas geométricas y manchas accidentales, movimientos toscos y perfectos. El caos que crean desde el absurdo es en realidad un mundo lleno de posibilidades que siguen a la perfección el recorrido de nuestro desorden. El imaginario ahora es irregular, imperfecto, caprichoso, y así percibimos el afuera.
9.
Pero la construcción de estereotipos se retroalimenta de los circuitos cerebrales más extraños y la cadencia de cada uno de los estímulos se anticipa a la historia que te toca. Las reglas se arman solas. Y si todo lo manejamos a través de ellas para mantenernos adentro y no afuera, en los bordes y no en los suburbios, estos dibujos recrean impecables nuestro laberinto de lo imposible y es así como nos permiten romper esquemas antiquísimos sin necesidad de grandes revoluciones. Nadie elige ni decide, pero si luego de crecer con historias tan huérfanas de clichés, los pibes no salen más piolas que nosotros, ya no tendremos más remedio que entregarnos a la invasión zombie que amenaza hace años con comernos los ojos ////PACO