Por @SantiagoDieser
Hay personas que pasan por el mundo sin dejar ni siquiera una huella. No fue el caso de Ian Kevin Curtis. Esta semana se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento del vocalista inglés, histriónico frontman de la banda Joy Division, quien a pesar de haber desaparecido físicamente a una temprana edad, dejó un legado insoslayable en la música que luego surgió desde Europa y muchas otras partes del mundo.
Ian nació el 15 de julio de 1956 en Manchester. Su vida fue contada por muchos desde distintos y diversos puntos de vista: poeta, machista, depresivo, incomprendido, adicto, nazi, pionero, infiel, cobarde, héroe y un gran puñado de etcéteras. La película «Control» de Anton Corbijn, estrenada en 2007 y basada en el libro Touching from a distance de Deborah Curtis, la despechada exmujer de Ian, ayudó para que los peores criterios acerca del lider de Joy Division vean la luz en estos últimos años. Claro, Deborah contó varios detalles interesantes e íntimos sobre su esposo, pero no desaprovechó ninguna oportunidad para victimizarse. El libro (versión castellanizada) se puede conseguir en algunas rockerías de la Capital Federal, a precios elevados.
Más allá de todos los conceptos que rodean a su persona, Ian Curtis es indiscutido por su obra. Poéticamente encendió la luz a una etapa de letras extremadamente oscuras (¿ejemplos? Love will tear us apart -el amor nos desgarrará-), musicalmente buscó sonidos que acompañaran dicha oscuridad, centrándose en la palabra pero sin perder la energía que caracterizaba a la época, y de la mano de su fría y particular voz, encabezó el movimiento post-punk de los años 80. Joy Division, transformado en New Order tras la desaparición de Ian, se convirtió en una banda de culto a pesar de contar con apenas dos discos de estudio («Unknown Pleasures» y «Closer») y algunos EP´s. También desde lo escénico, con sus poses, movimientos y desenfrenados bailes epilépticos (enfermedad que él mismo sufría), Ian marcó un camino: muchos han tratado de imitarlo desde entonces (bandas como Human Tetris e Interpol, por citar algunos casos).
Ian Curtis debería haber cumplido 57 años esta semana y la principal incógnita pasa por saber qué hubiera sido de su obra musical en caso de seguir con vida: ¿bajo qué estilo se escudaría este poeta maldito en los 2000? ¿Sonarían como The Killers al interpretar Shadowplay? ¿O como The Distillers al versionar No Love Lost? ¿Qué tal como los Smashing Pumpkins haciendo un extraño cover de Transmission? Estas preguntas jamás podrán responderse, pero sirven para evidenciar y reafirmar el enorme y variado legado que Ian y sus compañeros de Joy Division han dejado en la música contemporánea, que actualmente goza de una marcada devoción por la corta y potente obra de la banda de Manchester.
Cuando el 18 de mayo de 1980, con apenas 23 años, Ian Kevin Curtis se quitó la vida ahorcándose en su propia cocina, dejó -además de su mencionado legado- una mujer despechada, una hija hermosa, shows cancelados, amantes, amigos, discos por grabar, drogas por consumir y, por sobre todas las cosas, letras como la siguiente:
«Hasta el centro de la ciudad,
donde todas las calles confluyen,
esperando por tí.
Hasta las profundidades del océano,
donde todas las esperanzas se han hundido,
buscándote.
Me desplacé a través del silencio
sin moverme, esperando por tí.
En una habitación sin ventanas,
en una esquina, encontré la verdad.»