En la noche del domingo se celebró la entrega de los premios Martín Fierro en el Hotel Hilton, el reconocimiento de APTA (ex APTRA: ya no les interesa lo que pasa en la radio) a los programas de la pantalla chica argentina. En mi carrera errante por el periodismo, me tocó hacer desde algunas notas para Infama, cuando todavía lo conducía Santiago del Moro, hasta estar presente en la promoción internacional que hizo Netflix hace algo más de un mes. Observé y fui parte en varias instancias de la carnicería que se produce cuando los periodistas necesitan un título de la celebrity a la que están persiguiendo.

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El afán de la primicia logra una suerte de animalización del periodista que solo puede compararse al fervor que producen las cosas gratuitas.

El afán de la primicia logra una suerte de animalización del periodista que solo puede compararse al fervor que producen las cosas gratuitas. Y, muchas veces, además de la necesidad de cumplir con las responsabilidades laborales, ese afán está ligado directamente a la vanidad de la profesión. Zoe Barnes, la periodista que se acuesta con Frank Underwood en la primera temporada de House of cards es un ejemplo de dónde debería estar, en un mundo idílico, el límite ético en la competencia profesional. Aunque el personaje haya sido criticado por ser una esterotipación de las periodistas mujeres con ambición desmedida, es cierto que al menos una de las ganadoras de ayer encaja en ese estereotipo.

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Algunos periodistas mantienen un código de compañerismo fraternal, casi naive; otros se impacientan.

La alfombra roja tenía como horario de inicio las 19:15. Fotógrafos, cronistas y movileros estábamos ubicados en el mismo espacio, sin división por categorías, lo cual hubiera facilitado el orden y la circulación de los asistentes. Es fácil imaginar que, cuando llegan los famosos del momento como Lali Espósito o Victoria Xipolitakis (junto a José Ottavis), se genera mucha convulsión. Algunos periodistas mantienen un código de compañerismo fraternal, casi naive, mientras que otros se impacientan: un fotógrafo le pegó en la cabeza a una cronista del diario Clarín para que le hiciera lugar.

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El demonio de los media, que hace correr a artistas, periodistas, escritores, patrones y demás, [no] debe entenderse como el signo de la preminencia de la obsesión por el Otro.

Según Gilles Lipovetsky en El imperio de lo efímero, “el demonio de los media, que hace correr a artistas, periodistas, escritores, patrones y demás, [no] debe entenderse como el signo de la preminencia de la obsesión por el Otro, sino más como autopublicidad, goce narcisista de aparecer en la pantalla, ser visto por el mayor número de personas, deseo de ser amado y agradar, más que de ser respetado y estimado por sus obras”. Palabras que ilustran desde el spoiler que hizo Jorge Rial de los ganadores, una movida que debe responder a cuestiones que ni están en el interés de esta nota, hasta la ferocidad que se vivió en la alfombra roja entre fotógrafos y cronistas de renombre. Más adelante, Lipovetsky cita al periodista y escritor francés Patrick Poivre d’Arvor, quien declaró en un importante medio de su país que “necesito ser amado.”

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Patrick Poivre d’Arvor declaró en un importante medio de su país que “necesito ser amado.”

Finalizada la alfombra roja, los acreditados debíamos dirigirnos a la Sala de Prensa del evento, un espacio en el subsuelo del Hilton donde podíamos cenar (había risotto de hongos, carne y postres varios) y ver la transmisión de los premios. Para la entrega del Martín Fierro de oro, la última de las «estatuillas», nos dieron pase al salón donde se estaba llevando a cabo la ceremonia. A los pocos minutos anunciaron como ganador a Jorge Lanata y pudimos escuchar sus palabras en vivo: «La vida es tan loca que este martes pasado abría mi programa hablando del fracaso y ahora estoy acá, recibiendo el Martín Fierro de Oro. Yo le quiero dejar un mensaje a los que recién empiezan: piensen en hacer una carrera, no un éxito. Y un último deseo, se lo dedico a Cristina, que lo mira por tevé»//////PACO