¿Cómo fue que pasamos de Perón autorizando la fabricación de un automóvil hecho por el estado argentino -un coche 99% hecho en Córdoba, con motor Porsche- a militar la pobreza cool de la ciudad de los 15 minutos (vagar solo, subido a una bicicleta, hasta donde alcancen las piernas) para los pudientes? ¿Y cómo pasamos de eso a militar la pobreza rancia del quedate en casa (aunque ya no le tengas miedo al virus) que te tiramos 70 usd cada tanto?

El auto Justicialista tenía su versión sport cabriolet y en el paroxismo de la celebración del consumo, IAME (Industrias Aeronáuticas y Mecánicas del Estado) producía un modelo Grand Sport con motor de 8 cilindros en V en formato roadster. Un auto sin techo y sin la posibilidad de ponerle techo. El preferido por los ingleses para manejar con guantes de cuero y boina en ese clima espantoso que tienen y por las francesas maduras para pasear en la Cote D’ Azur con anteojos Jackie y un foulard de Hermes.

El arte de la elegancia en el carmaking. Eso fabricaba el Estado argentino auspiciado por Perón.

Un Justicialista roadster interpela, a través del rugido de su motor V8, un fantasma del que no se habla: por qué el peronismo dejó de ser una fuerza irrefrenable de ascenso social. Por qué se ha transformado en un paramédico fanático que recoge heridos y se niega a usar un arma en el frente, como el Desmond Doss que Mel Gibson narra en Hacksaw Ridge, un puritano que no ofrece futuro, solo supervivencia, live to see another day.

La diégesis de Alberto Fernandez vuelve como una noria sobre el asistencialismo como fin último de toda acción política. La pandemia le vino justo como para que con metáforas y filminas hiciera sentir a los argentinos que nos iba a evacuar de nuestro Dunkerke. Pero atrás del velo heróico, este gobierno es un gobierno con una pésima alineación de incentivos, pegado a una agenda que interpreta mal al Papa Francisco.

Porque hay un Bergoglio que es el que va en su primera salida fuera del Vaticano a la isla de Lampedusa y pone el cuerpo por los migrantes que mueren tratando de llegar a Europa; hay un Bergoglio que escribe la encíclica Fratelli Tutti donde vuelve a preguntarnos “¿Dónde está mi hermano?”. Y hay después una traducción falopa de Juan Grabois que mete todo dentro del territorio del asistencialismo pobrista. Hay después una peligrosísima romantizacion de la pobreza como valor moral, quizás basada en una lectura franciscana de las estructuras del Estado latinoamericano.

El gobierno de Alberto no es que se enamoró de la cuarentena. Se enamoró de la pobreza que trajo la cuarentena. Un error brutal. De la pobreza hay que huir, como huyen los migrantes que conmueven al Papa. No hay que celebrarla como medalla virtuosa. Esa fantasía por parte del peronismo sobre el pobre bueno, sumiso, agradecido con lo que le da el patrón Estado se parece a la fantasía del troskismo argentino y su sueño del obrero propio. Si la politicocracia hiciera volar un drone registraría que en los barrios alejados de la mano de Dios  se habla de otra cosa. Se piensa para adelante. Y paradójicamente, el ascenso social para el objeto de deseo del peronismo no implica más Estado, si no menos Estado. Para una clase media peronista, hacer pie en la escalera del ascenso social significa sacar a los hijos de la escuela pública y mandarlos a la privada parroquial; significa dejar las madrugones en el hospital y hacerse una resonancia de meniscos en la prepaga que desreguló vía obra social; significa manejar 7 horas a Atlántida, Uruguay o 24 horas a Camboriu. Eso es ascenso social. A ese discurso ha renunciado este peronismo en nombre de un igualitarismo franciscano. Y lo que es peor, ha renunciado en la gestión. Todo el eros está puesto en repartir fiat money, un papel moneda que bien podría imprimir la Casa de La Moneda para la nación o kioscos El Jevi para la municipalidad de Tordillo. Se distribuye una riqueza que no hay en forma de esperanza que no llega.

Ese error 502 bad gateway permite que la clase media antiperonista no mire a través del vaso medio vacío sino que directamente mire a través del vidrio roto y no registre que su lifestyle de vacaciones pagas, aguinaldo, cobertura de salud y educación es 100% peronista. Insólitamente se entregó una bandera del peronismo al antiperonismo por acción y omisión. ¿Por qué a un gobierno peronista que va rumbo al 60% de pobreza y un 25% de desocupación no le preocupa el progreso? ¿Por qué el ministro Daniel Arroyo celebra las changas en lugar del trabajo registrado? ¿Por qué abandonar políticamente pero también culturalmente y doctrinariamente la idea fuerza de movilidad social ascendente que fue además lo que distinguió a la Argentina de todo el resto de países de América Latina, una región donde si naciste pobre te morís pobre.

Ese lapsus sin duda se enraiza en la necesidad de Alberto de hablarle a Cristina en lugar de hablarle a la gente. Alberto y su gabinete son como los hijos de Julio Iglesias que solo lo recuerdan como una mano que les acariciaba la cabeza, una vez por año, en los cumpleaños. Así pierden de vista al consorcio y solo buscan la aprobación, cálida si es posible, de la presidenta del consorcio.

El único que se luce en el poder Ejecutivo es Gabriel Katopodis, una máquina de trabajar y de interpelar a los sectores que, a través de la creación de infraestructura, mejoran su calidad de vida de un día para el otro. El único en el Ejecutivo que entiende que así como la Argentina no se puede ni se debe conducir contra el peronismo tampoco debe hacerlo contra el sector privado. Puede tirar paredes en el Poder Legislativo con Sergio Massa, otro talento de clase media de San Martín que de chico jugaba al tenis con remeras Lacoste tan amarillas como las pelotas Penn que destapaba cada temporada.

Es momento de darse cuenta que es menester una agenda de progreso basada en la liberación de las fuerzas productivas y no de su tutela en nombre del asistencialismo romántico. Siempre puede pensarse un post-peronismo porque se puede estimar que es un estadio a ser superado, a modernizar, a adelgazar en liturgia. Parece contraintuitivo pero es momento de rechazar la tentación de reforzar la jaula de alambre del asistencialismo.

Uno de los grandes logros del peronismo ha sido incorporar a los trabajadores a la arena política y el otro es ofrecer una movilidad social ascendente, una alegría del progreso; esa cosa que se hacía en los barrios de invitar alguien a tu casa para mostrarle que habías terminado el quincho y mirá la heladera nueva que le puse, tira hielos, che!, ja ja. Regalar el destino de ser la ola que levanta todos los barcos y regalarselo a una oposición lela que lo traduce en conceptos rancios como aspiracional, meritocracia, enseñar a pescar, sería un error 10 en la escala Emmanuel Mas / Nicolas Otamendi.

Por eso: que el verano nos encuentre con las ventanillas bajas, el viento norte entrando, anteojos de sol low cost y la banda de sonido de Guardians of the Galaxy sonando al palo justo en la parte que cantan: From rags on up to riches 15 minutes you can fly.

Vamos. Para arriba////PACO

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