Metía los pies en un platón con agua caliente una vez llegaba del trabajo. Eso cuenta algunas veces. Mi papá suele repetir las historias. Que caminaba todo el día y llegaba a casa con ampollas en los pies, entonces, mi mamá le calentaba agua y la ponía en un platón para que él pudiera aliviar el dolor.

Mi papá caminaba porque trabajaba en Salvat editores como cobrador. Salvat era una editorial española que había llegado a Colombia en 1956. En el año 75 innovó en Bogotá con un sistema de venta puerta a puerta en el que vendían enciclopedias a crédito de 12 meses.

Para tener el registro, dividían la ciudad en zonas: 1, 2, 3, 4… hasta la 30. Así, repartían el terreno a vendedores y cobradores. Los primeros tocaban la puerta de alguien y lo convencían de que la lectura, la educación y el conocimiento eran importantes para progresar, ese alguien compraba una enciclopedia y luego, era visitado, mes a mes, por el cobrador de la zona que recogía la cuota de la enciclopedia.

En Salvat se empezaba desde abajo. Quienes entraban a trabajar ahí en la cadena de ventas tenían que empezar como cobradores, después de eso podían ascender: director de cobranzas, director regional de cobranzas, vendedor, director de ventas, director regional de ventas y director regional de oficina. Mi papá entró en el 81 como cobrador, cobraba en el centro de la ciudad y en chapinero —un barrio clásico bogotano que está entre el norte y el centro de la ciudad—, y solo les cobraba a unos clientes especiales: los médicos.

Por esa época mi papá tenía 22 años, estaba recién casado, esperaba su primer hijo y caminaba todo el día hasta que le salían ampollas en los pies. Vivía en el barrio Quirigua, al occidente de la ciudad, en un monoambiente en arriendo. Dice que cobraba 30 clientes por día, debía caminar más 40 calles.

Bogotá está organizada como la ciudad de La Plata: con números. Hay calles, hay carreras, hay diagonales y todas están numeradas. Mi papá lo explica claro: “en Bogotá uno no se pierde, desde que sepa contar del 1 al 200”. Si usted está en el centro, por ejemplo, en la calle 22 con 7ª, y debe ir a chapinero, a la calle 45 con 7ª, tiene que caminar 23 cuadras. Se habrá desplazado entonces del edificio Colpatria —el más alto de la ciudad— hasta la Pontificia Universidad Javeriana —jesuita, privada y una de las mejores del país—. Ahí, en esa universidad, queda el Hospital San Ignacio y en ese hospital mi papá hacía algunos de sus cobros.

La Universidad para mi papá era algo lejano, no era una posibilidad, no lo fue lo fue para él, y sabía que no lo iba a ser para su hijo. La Universidad es grande: 18 hectáreas, más de 2000 metros cuadrados llenos de edificios, cafeterías, parqueaderos, gimnasio, canchas de fútbol, tennis, volleyball. Un miniciudad hecha para educar a los hijos de los estratos altos del país.

En Colombia estamos clasificados por estratos socioeconómicos. Algo que se pensó de modo catastral, enfocado en el cemento, en el hierro, en el adobe y devino en definiciones sociales. Esto empezó porque el cobro de los servicios públicos depende de a qué grupos socioeconómico se pertenece. A los pobres se les cobra menos, a los ricos más. Sin embargo, hasta 1994, la empresa (privada) que suministraba el servicio público era la encargada de determinar si alguien era pobre o rico. Entonces, el Estado, por medio de la Ley 142 de 1994, quiso unificar. Categorizar, poner números, marcar.

Cada ciudad se divide en estratos del 1 al 6. 1, 2 y 3 reciben subsidios para los servicios públicos. Los estratos 5 y el 6 pagan de más para financiar esos subsidios y el 4, que es intermedio, se financia solito. Esta categorización depende del material del inmueble en el que se vive. Adobe, concreto, tierra, ladrillo: estrato bajo. Paredes lisas, buenos acabados, rejas: estrato alto. Entonces uno allá es pobre o rico, como en todo el mundo, pero tiene certificado. No es algo que esté en la cédula o en la puerta de la casa, solo sale en los recibos de los servicios públicos y en los impuestos, pero parece tatuado en la frente, esa categorización está en el aire.

Se sabe que en la calle 122, cerca de la autopista norte, las construcciones son de acabados perfectos. Las calles van aumentando y el estrato también. Norte sinónimo de ricos, y su oposición, Sur sinónimo de pobres. En Colombia todo tiene números. Pareciera un Gran Juego de la Oca con avances, retrocesos, castigos, sufrimientos y la promesa de llegar a un lugar en donde todo va a estar concluido, donde todas esas casillas sumadas habrán valido la pena.

Mi papá sumó varias casillas. Cobró muchos clientes, hasta que fue director de cobranzas. Ahí hizo que su grupo cobrara muchos clientes, hasta que lo enviaron a ser director regional de cobranza. En el 83, con mi hermano de un año, mis padres empezaron a vivir en varias ciudades de Colombia: San Juan de Pasto, Cartagena, Pereira, Armenia. Mi papá cambiaba de ciudad y ascendía de cargo. En el año 86 volvió a San Juan de Pasto y llegó al último escalón: director regional de oficina.

En esa ciudad nací yo, en el 88, y nos quedamos poco tiempo, ya para el 94 estábamos volviendo a Bogotá. Salvat enfrentaba una crisis, tenía más deudas que ganancias y había empezado a cerrar oficinas y a liquidar a sus vendedores. De su primer Juego de la Oca completado, mi papá sacó un departamento en Bogotá en estrato 3 y capital para armar un negocio propio.

Intentó con un emprendimiento de colchones, no fue como esperaba y volvió a los libros, a la cobranza. Esta vez en sociedad con un amigo. Lo mismo: venta, puerta a puerta, enciclopedia, educación, conocimiento, progreso, crédito, cobro. Pero ya no caminaba, todo lo dirigía desde una oficina. En este juego, las casillas que completaba eran cosas: un auto, un televisor, equipo de sonido, colección de CD’s, otro televisor, viajes.

Hasta que se sintió estanco, y una noche jugando billar le dijo al amigo que no iba más, que quería su propia empresa. Mi papá se fue a hacer su negocio y con el amigo no volvió a hablar. Su propia empresa era lo mismo: venta, puerta a puerta, enciclopedia, educación, conocimiento, progreso, crédito, cobro. En esta nueva Oca, con una sola cosa, completó algunas casillas: una casa, con buenos acabados, de dos pisos, rejas, en estrato cinco, al norte de la ciudad. Además, su hijo mayor, mi hermano, entró a una Universidad privada.

No sé cuántos juegos pasaron. Estábamos en el estrato cinco y yo estaba por terminar el colegio. Nos pusieron a buscar en diferentes universidades la carrera que queríamos hacer. Yo escogí Periodismo, busqué en diferentes Universidades privadas, mi asesor vocacional solo me dio un consejo: que les preguntara a mis padres si podían pagar alguna de las Universidades que yo había escogido.

Mi papá dice que recuerda cuando se lo pregunté. Ahí no sabía de sus largas caminatas como cobrador antes de que yo llegara a la familia. Había seleccionado la Universidad del Externado de Colombia, liberal, y la Pontificia Universidad Javeriana, jesuita, privada… Los exámenes de admisión en las dos Universidades coincidían en horario, fui a la del primer horario: La Javeriana. Pasé y ahí estudié.

En Colombia salimos muy jóvenes del colegio. Yo empecé la universidad a los 16. Estaba a mediados del primer año y la Oca no salió bien. Mi papá quebró y yo tuve que parar la Universidad. A mi hermano le faltaba un año para graduarse y mí 4. Nos fuimos a trabajar con mi papá en lo mismo: venta, puerta a puerta, enciclopedia, educación, conocimiento, progreso, crédito, cobro. Dos años de eso.

Volví a la Universidad, aunque mi papá no estaba del todo estable económicamente, con esfuerzo pagaba mi matrícula y yo trabajaba en una Pizzería en el norte de la ciudad para tener para pagar los viajes de bus y las copias de lectura de las materias. Pocas veces me sentía cómoda en esa Universidad. Al parecer me había saltado muchas casillas de la Oca. Ni mi jardín infantil ni mi colegio fueron bilingües. No estudié con el método Montessori o con la Pedagogía Activa. Mi adolescencia no estuvo llena de Cortázar o García Márquez. No sabía cómo ir vestida a la Universidad y me avergonzaba atender a mis compañeros de clase en la pizzería. Me marcaba el estrato 3, pero habitaba el 5.

Los grados en Bogotá son al estilo estadounidense. Toga, birrete, salón grande, diploma de mano del Decano, foto. El día que me gradué tenía unos tacones verdes, altos, incómodos. Me puse una faja, común en Colombia, como un corsé debajo del vestido que se usa para ajustar el cuerpo. El vestido era negro. El tramo que caminé por la alfombra roja para subir las escaleras de la tarima y recibir el diploma, solo pude pensar en que no quería caerme.  No quería que se notara que la faja me apretaba, que los zapatos me quedaban grandes.

Sonreí de prisa para la foto, tenía exceso de maquillaje, tenía que tapar que había llorado toda la tarde. Mi papá no pudo ir a mi grado. Una bronquitis lo tenía en cama. Algo similar le dio en el grado de mi hermano, como algo psicosomático. Como un miedo a que la Oca se volviera a dar vuelta.////PACO