Psi


La insistencia en clasificar a Eros

1

Hay un concepto que viene delineándose en la época, uno entre varios, y es el de “responsabilidad afectiva”. Se lo escucha más bien como una idea que intenta restituir aquello que el otro no da (ya sea porque no puede o porque no quiere). En la era del “no compromiso afectivo”, este concepto viene a inscribir algo importante: “seamos responsables de los afectos, de une y del otre”.

Una amiga y colega, que además es música, tiene un tema que dice: “No me va a llamar, está todo mal, otra vez me va a cagar”. Me sirvo de su canción para hacer eco de muchas voces que creyendo que conceptos como el de responsabilidad afectiva los aliviará del supuesto dolor que podría proporcionarles el otre, se abanderan en nombrarlo como una “ética”. Hay una verdad en juego para escuchar: el agujero simbólico que se produce frente a la ausencia del otro cuando no da sus razones, cuando no pone palabras, cuando desaparece, deja abierta la posibilidad en un sujeto de la desesperación, la decepción y/o la desilusión; que, dicho sea de paso, son tres afectos distintos.

¿De quién es la responsabilidad afectiva?

En muchas de las lecturas que fui recopilando en el último tiempo se habla de responsabilidad afectiva como una ética que propone un acuerdo entre dos que barajan las posibilidades de las llamadas relaciones abiertas y/o no monógamas. Luciana Peker dice: “Puede ser que las relaciones sean fugaces, casuales, efímeras. Pero eso no quita que no se deba respetar a la otra persona: eso plantea la responsabilidad afectiva”. Y estamos de acuerdo con eso, si es que lo que sustenta la responsabilidad afectiva está en relación al respeto, propio y del otre.

Es interesante observar cómo resuena esto en la neurosis, por un lado, a muches les genera alivio, es como pensar “bien, no me va a cagar tanto, tenemos un acuerdo hecho”; en la vertiente opuesta se subrayan otro tipo de frases: “cagué, no puedo hacer nada, no quiere mi libertad, me quiere atar”. Cagar-cagué-cagarse, el objeto anal siempre haciendo de las suyas: reteniendo o expulsando.

Entonces, la pregunta insiste: ¿de quién es la responsabilidad afectiva si de un lado se produce un intento de abrazar dicho acuerdo (retener) y del otro lado lo que aflora es la pretensión de huir del mismo (expulsar)? ¿no es un “más de lo mismo” dentro de las llamadas relaciones sexo afectivas?

Entiendo que la época busca nombres y significantes que intenten institucionalizar las nuevas configuraciones de vínculos en el terreno de Eros (llámese vínculos sexo afectivos, sexo virtuales, amorosos, etc). Sin embargo, hay cuestiones de las que la neurosis sabe un poco más: cuando el encandilamiento se produce, pareciera que ya nada más importa. En muchos casos, el sujeto queda enceguecido por la pasión enviciada y comandada por la pulsión, que no olvidemos, es acéfala. Y eso que pulsa por querer saber (mirar, hablar, etc) de él/ ella no se lleva bien con lo voluntarioso. Es casi como intentar hacer una dieta estricta: comienza el lunes y termina el jueves; no puedo simplemente decir “ya está, lo/la borré de todos lados, no le escribo más” porque de algún modo, eso retorna.

Pensemos en ese concepto acerca de la responsabilidad afectiva y partamos del principio: ¿Qué es la responsabilidad?

La responsabilidad es un concepto de alta complejidad porque se delinea en distintas fronteras del sujeto humano y como ya sabemos el sujeto humano es “enroscado” per se. A fines didácticos podemos pensar al sujeto humano en dos dimensiones: el sujeto autónomo, que es el sujeto del derecho (un ciudadano, por ejemplo) que tendrá que responder a distintas circunstancias de la vida desde su responsabilidad jurídica (pensémosla aquí como una variante de la responsabilidad moral). Por supuesto que en materia de Derecho esto es muchísimo más amplio, existen distintos tipos de clasificaciones de la responsabilidad, pero eso no nos compete en este escrito.

Otra dimensión del sujeto humano es el sujeto del inconsciente, sujetado a significantes, a palabras, que lo constituyen y que dan cuenta de una ética. Este sujeto cuenta con una responsabilidad que es subjetiva, bien distinta a la culpa. La responsabilidad subjetiva la podemos definir de este modo “es la que se configura a partir de la noción de sujeto del inconsciente; sujeto no autónomo que, por definición no es dueño de su voluntad e intención (rasgos que definen al sujeto llamado autónomo del discurso jurídico)” (Salomone, 2010, p. 2).

Esta responsabilidad, la subjetiva, se diferencia de la responsabilidad moral y de la responsabilidad jurídica. No se tratará entonces de lo moralmente correcto o de las costumbres de la época, en este sentido ya nos advirtió Freud que hay una responsabilidad que atañe al sujeto en relación con aquello que desconoce de sí mismo.

No es muy difícil caer en ese agujero simbólico que comentaba al principio, que no es el propio, sino el propuesto por el otro. En este punto es importante poder pensar que tampoco son lo mismo. Hay diferencias.

Si pensamos en un “agujero propio” podríamos decir que es estructural, desde que nacemos hay algo que queda perdido por haber entrado al lenguaje. El propio agujero, donde es el sujeto quien tiene la posibilidad de poner palabras, puede bien ser un punto de vacío por donde relanzar el deseo una y otra vez en esta existencia.

Une paciente me dijo un día, al intentar asumir con gran dolor que alguien ya no respondía sus mensajes de whatsapp: “No message is a message” significando que “si no hay mensaje, ese es el mensaje”. ¿Pero qué quiere decir esto para cada quién? Que el mensaje no tenga contenido genera justamente que el sujeto rellene con las palabras que le aporta su propia fantasía.

El no poner palabras realiza fantasmaticamente en el sujeto la posibilidad de rellenar desde la fantasía la respuesta al “¿qué pasó?” (en términos lacanianos rápidamente nos deslizamos hacia la pregunta “¿qué me quiere?” ó “¿qué quiere el Otro de mí?”). Muchas veces los sujetos para alinearse a un lugar más cool, más “progre” y no molestar al otre, ni siquiera preguntan: “che, ¿qué te paso?”.

La propuesta que nos trae el otro siempre mantiene para el sujeto ese supuesto de que «en algún lugar se sabe», de que «hay garantías», de que “el mensaje tiene un contenido”. Quizás el otro sepa mejor que yo por qué propone este agujero, esta desaparición, esta ausencia. De ese lado, quedamos perdidos, sin horizonte posible al que arribar. Quedamos perdidos porque esa propuesta no tiene coordenadas, no tiene palabras. Que el sujeto se encuentre tan pasivamente sin las palabras del otro conduce entonces a un des-borde.

La diferencia sustancial está allí, en el borde. De mi propio “agujero” puedo ir conociendo algunos retazos (para que haya un agujero tiene que haber un borde, sino no hay configuración de un agujero), de qué está hecho, qué sustancia lo arma, etc. Puedo incluso pensar, en el mejor de los casos, cómo podría ser ese borde, como elijo que sea ese borde, qué cosas me hacen borde, etc. Líneas que pueden trabajarse en un análisis.

“Me bloqueó”, “me dejó de hablar”, “venía todo bien y de pronto se fue”, algunos de los ejemplos clínicos más escuchados en la era de los cuerpos pornográficos (en el sentido que propone Silvia Ons). De esta manera, siguiendo con la línea del mensaje que no llega: ¿quién es el que demora? ¿El otre con su mensaje que se hace esperar o el sujeto a la espera de un mensaje que no llega? ¿Cómo es posible otorgarle tanto poder al mensaje demorado del otre y, aún más, al mensaje que no llega?

¿Cuál es el lugar para el sujeto en esa propuesta del otro? ¿Como recibir -y no- ese rechazo extremadamente visceral, que no tiene forma de lazo posible?

Si en el Otro se sostiene que hay garantías, que hay un mensaje que dice “algo” por más que no tenga contenido, la creencia supondría que solo ese otro podrá decirme por qué me rechazo, por qué me dejó sin palabras, sólo el Otro podría darme una explicación de su repentina ausencia.

Y, sin embargo, ¿es realmente así? Si lo pensamos un poco más, ¿no hay en el sujeto una dignidad que siempre se eleva al nivel del significante? ¿qué palabras puede el sujeto producir para ponerle borde a ese agujero -que ahora sí, hablamos del propio-? ¿qué punto de mi ha tocado el otro con su destrato, con su manera imperativa de dejarme sin sus palabras? Y aunque no es posible nombrar todo, si es posible poner palabras a los finales, cerrar una relación por más cortita que haya sido. 

Quedar atrapado en ese malestar que produce esperar el mensaje que no llega, o que siempre es demorado, como si fuera un orgasmo que no llega a su punto de climax, produce un tipo de satisfacción que va creciendo y escala con cada espera demorada. Eso es a puro goce y esta versión del goce rechaza al otro en su diferencia, no tiene mediación.

En este punto es que digo, la llamada “ética de la responsabilidad afectiva” no nos salvará de absolutamente nada ¿o sí?; serán nuevos códigos que se delinean en nombre de una institución más progre: la “pareja abierta” o la “pareja no monógama”, o las “relaciones sexo afectivas”, etc.

Como correlato se escuchan los nombres que los sujetos intentan ponerle a sus diversos modos vinculares: “chongo/a”, “relación abierta”, “exchongo/a”, “relación sexo afectiva”, “relación sexo virtual”, etc.

Si bien, como dijimos antes, la época precisa nombres para las nuevas formas de relacionarse con otres, queda claro que también necesita de la responsabilidad, pero más bien subjetiva, esa que nos interpela y atraviesa como un rayo, parafraseando a Lacan: ¿Has actuado conforme al deseo que te habita? Aquí ya se puede entrever cómo se desliza el concepto de responsabilidad subjetiva hacia la noción lacaniana de deseo, tanto uno como otro están sujetados al inconciente.

Clasificar en el campo de lo que concierne a Eros solo puede producir una mayor angustia, un mayor aplastamiento del sujeto; que solo se produce entre significantes y que no tiene uno solo que pueda nombrarlo por completo. Entonces me pregunto, ¿por qué es tan necesario clasificarlo? ¿Y si mejor hablamos del deseo?////PACO

Si llegaste hasta acá esperamos que te haya gustado lo que leíste. A diferencia de los grandes medios, en #PACO apostamos por mantenernos independientes. No recibimos dinero ni publicidad de ninguna organización pública o privada. Nuestra única fuente de ingresos son ustedes, los lectores. Este es nuestro modelo. Si querés apoyarnos, te invitamos a suscribirte con la opción que más te convenga. Poco para vos, mucho para nosotros.