Entrevista a Jorge Daniel Boimvaser


«El Informador Público era un carnaval de periodistas»

“Es muy duro mi libro, ¿no?”. La voz del otro lado del teléfono es la de un periodista veterano, el autor del polémico Historia secreta de El Informador Público (1988): Jorge Daniel Boimvaser. El libro exponía ni más ni menos que las intimidades y las internas periodísticas, ideológicas y económicas del semanario El Informador Público, que supo intervenir en la opinión pública y en la arena política argentina a mediados de los años ’80. En una nota de Osvaldo Aguirre para Socompa, Boimvaser revela: “¿Sabés los libros que se hicieron sobre Amalita Fortabat y que ella compró para que no los editaran? Se hacía uno por año, era un clásico. (…) Los medios no pagaban bien y entonces algunos periodistas chantajeaban”. La historia de este semanario nos sitúa en una época en la que la información se rastreaba en la calle, al calor de los acontecimientos.

Boimvaser dice que después de que salió el libro, la relación con Jesús Iglesias Rouco, periodista español y director de El Informador Público, «quedó para el orto». Cuenta que Rouco quiso hacer que le den una paliza, sin éxito, y que cuando el español se volvió a Madrid ya no supo nada más de él. Boimvaser también escribió A brillar mi amor, un libro sobre el fenómeno de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota. Después de la conversación, me quedo pensando que Boimvaser tiene, como mínimo, mucha labia. Algo en su tono me hace pensar en el estereotipo del porteño canchero y provocador que se las sabe todas.

No quedan muchos protagonistas vivos de aquella aventura periodística. Según Boimvaser, una de las personas que financió el proyecto fue Egidio Gerizoli, “un industrial e historiador italiano”. En sus páginas escribieron Eduardo Víctor Tuculet, Mario Daniel Gómez Cravero, Carlos Tórtora, Guillermo Cherashny, Luis María Castellanos, Víctor Lapegna, Facundo Marull, entre otros. La mayoría están muertos. Los que están vivos, prefieren no hablar.

¿Cómo llegás a El Informador Público?

Empecemos por el principio. Yo entro a trabajar al diario La Prensa, cuya figura máxima era Jesús Iglesias Rouco. Era lo que hoy es Lanata en Canal 13, pero en el periodismo gráfico. Un tipo que venía de España, donde lo habían captado plagiando notas ajenas, prácticamente le sacaron tarjeta roja y se vino a la Argentina. Y empieza a trabajar en La Prensa, antes de Malvinas. Y en el ’83, ’84, el secretario de él no lo soportaba, porque tenía un carácter de mierda, y me dice: “Mirá, vos que manejás buena información, ¿querés que le diga al gallego que tengo remplazante? Porque no quiero seguir”. Le digo: “Mirá, que tenga carácter de mierda… Yo no me voy a casar con él, me encantaría laburar con él. Y si lo tengo que mandar al carajo, lo mando al carajo”. A ver, yo venía del PRT-ERP, del ’72 al ’77. ¿A qué le podía tener miedo? Entonces empecé a laburar. En esa época, mediados de los ‘80, no había revistas de información, de investigación, y los diarios publicaban los cables de Télam y de otras agencias de noticias. Le daban un sesgo, La Nación más ruralista, La Prensa de otra forma… El inicio de Clarín fue después de la Segunda Guerra Mundial, se llamaba Clarinada. Roberto Noble era nazi, era partidario de Hitler y todo eso. Entonces la derecha periodística era: La Nación, la oligarquía; La Prensa, la derecha política si querés, y la clase popular-media leía Clarín. Y yo me pongo a trabajar con Iglesias Rouco, como no había lugar donde publicar informaciones medio pesadas, todo el mundo se las mandaba a él. Previa llegada del material, había un organismo que se llamaba la Fiscalía Nacional de Investigaciones Administrativas. El fiscal Molinas, que era un tipo muy decente, investigaba delitos en el Estado. Entonces yo recibía carpetas, las tenía que leer, le decía a Rouco “esto sirve, esto no sirve, esto es excepcional”. Empezamos a hacer un método de trabajo en el cual podíamos hacer cuatro notas por día, pero él hacía las notas principales y yo, que era el segundo, hacía las notas menos principales. En ese momento, vos no podías sacar una revista que se distribuyera en los quioscos si no era aprobada por la Sociedad Argentina de Distribuidores de Diarios y Revistas, un organismo que se había creado porque el director de ese organismo, que se llamaba Ángel Peco, el “Cholo” Peco, era archienemigo de Perón. Entonces vos querías sacar una revista properonista y la Sociedad no te dejaba. No te la distribuía, les decía a los canillas “la revista de Fulano no se puede distribuir”. ¿Entonces qué hacías? Te la metías en el orto o te parabas en Florida y Corrientes a venderla de mano en mano. Y el que lo manejaba, el “Cholo” Peco murió y lo sucedió su hijo, que como suele pasar con los hijos de los tipos grandes, los tipos que son cerebro, el hijo es medio boludo. Hay una cuestión psicológica, te tapa la fama de tu viejo y te piden que vos seas mejor que tu viejo, igual o mejor. Salvo los Leuco, que son pelotudos padre e hijo. Hay una genética de pelotudo. El que manejaba la Sociedad de Distribuidores se llamaba Taboada, creo que la sigue manejando. Te estoy hablando de mediados de los ‘80. Y Taboada le dice a Rouco: “Mirá Jesús, vos tenés una cantidad de lectores que se los estás regalando a La Prensa, hacé un periódico vos que lleve tu firma, tu dirección, tus notas”. Sí, pero hacer un periódico era difícil, por las cuotas de papel, Néstor Kirchner tenía razón (y yo no soy kirchnerista), Papel Prensa te daba papel con la bendición de la Sociedad de Distribuidores, sino no podías hacer. O lo hacías en lo que yo llamaba el “pulp fiction”, el papel que se volvía amarillo enseguida. Entonces creo que fue la primera experiencia de marketing periodístico que se hizo. Lo que dijo Taboada lo conozco porque yo participaba en esas reuniones. Era comienzo de la democracia, todos los partidos tenían sus internas. Entonces, si vos contás la interna de la UCeDé, la interna del peronismo, la interna de los radicales, la interna de la izquierda, la interna de la derecha, tenés una fracción de público que te va a seguir y la suma de las fracciones de público te va a dar un nivel de ventas muy aceptable.

Un público masivo, sobre todo en la era pre-Internet que la información iba directo al papel.

Exactamente.

¿Cómo era el trabajo en la redacción de El Informador Público?

Había tres o cuatro periodistas que le cambiaban el estilo a las notas, porque en El Informador Público escribía Bonelli, escribieron un montón de personajes anónimos.

¿Sin firmar?

Sin firmar porque no tenían autorización de sus diarios para firmar. Como la SIDE tenía un departamento para distinguir de quién era la escritura, lo que hizo Rouco, a sugerencia de los distribuidores, fue poner una mesa que te modifique el estilo de escritura.

Normalizaban el estilo del medio.

Hacían que fuera otro. Vos publicás un poema de Borges y no tenés que decir que es de Borges. Pero ahí la cuestión era que nadie se diera cuenta quién podía ser el autor de la nota. ¿Por qué era esto? Porque Iglesias Rouco llegó a un acuerdo con Clarín, que en ese momento lo manejaba Rendo, no Magnetto. Magnetto estaba de atrás, como se dice en las carreras de turf, estaba a la expectativa de que Rendo se cayera. Entonces, ¿qué hacían? Las notas de economía jodidas, el tipo de notas que Clarín no podía publicar, se las daban a El Informador. Y había un grupito de Clarín donde estaban Bonelli, Cáccamo, un gran tipo que murió, Edgar Mainhard, Alcadio Oña, que sigue estando, y otros más. Ellos mandaban su material y dentro de la redacción lo cocinaban. Es decir, decían lo mismo pero con otros términos.

Para que no se detectara el estilo de ellos.

Claro. El resto de los periodistas estábamos en la calle, porque no había Internet, no había WhatsApp, te tenías que encontrar con tu fuente. Estábamos todos en la calle. Después de Iglesias Rouco, que era el director, estaban los tres editores. Dos de ellos eran rosarinos: Luis María Castellanos y Victor Lapegna. Víctor Lapegna pasó del Partido Comunista Revolucionario a Guardia de Hierro. Mirá qué saltos que hacían estos hijos de puta.

(A la mitad de la frase, se corta la llamada. A los pocos minutos, Boimvaser me vuelve a atender y continúa)

Dentro de la UCeDé había tres líneas: la de Alsogaray, la de Héctor Siracusano y la de Adelina de Viola. Se peleaban entre ellos, entonces vos sumabas. La suma de todas las partes te daba la suma de todos los miedos. En la primera edición, que salió en octubre del ’86 con muy poca publicidad, vendió como 60 mil ejemplares.

Una locura.

Sí, es lo mismo que yo te diga ahora medio millón de ejemplares. La gente hacía cola, esperaba el distribuidor del miércoles a última hora, el vespertino, en los quioscos, porque cuando al gobierno no le convenía una nota, mandaba a comprar todos. Vos lo podías reimprimir en 24 horas, pero ya llegaba el fin de semana y no tenía el efecto que tenía cuando salía inicialmente.

Corrían el eje unos días.

Claro. Entonces estábamos todos afuera. Y era un carnaval de periodistas todos diferentes, de diferente tendencia. Y después empezó el auge. Ah, hubo otro fenómeno que fue un poquito anterior. Hubo una huelga en La Prensa. Y La Prensa era el primero en ventas en los ’80. Pero más que nada por los clasificados, si vos necesitabas personal calificado para algún trabajo, lo buscabas ahí, y si vos necesitabas un operario para metalúrgico lo buscabas en Crónica o alguno de esos. En el momento que se produce la huelga en La Prensa, quien agarra el comando de Clarín es papá Magnetto. Vos ibas a la sede de Clarín y te daban los clasificados gratis. Cuando La Prensa volvió a salir, ya el diario te cobraba todo, pero ya estaba impuesto Clarín. Y Magnetto lo que necesitaba era un medio alternativo donde publicar cosas que no podía publicar en Clarín. La cuestión era muy simple. A ver, yo publico en El Informador que Fulano consume travestis VIP. Fulano se enoja con eso y Magnetto le decía “Bueno, si tu empresa pone avisos yo te defiendo y ataco al medio que te jodió”. Es chantaje.

Guerra informativa.

Sí. Hubo muchos anónimos que daban información, por ejemplo, Tuny Kollmann, Raúl Kollmann, era nuestro informante de una parte de la izquierda.

¿A cambio de guita?

No, a Kollmann nunca se le pagó, lo suyo era una cuestión política de favorecer a su sector. Después estaba Carlos Manfroni, que venía de la revista Cabildo, la ultraderecha católica, la derecha clerical. Tiempo después, en el año 2003, elecciones en CABA, que ganó Ibarra, fue el compañero de fórmula de Patricia Bullrich. Iban de un lado a otro. Ahí sí hubo mucha guita. Pero volviendo a El Informador, nos importaba quién tenía las mejores notas, te leían en las radios, te llamaban.

Se replicaba la información.

Yo gracias a eso conseguí varios trabajos en Rosario, con Evaristo Monti, Carlitos Vilarrodona. Tenías una apertura laboral muy grande. Yo era corresponsal de Evaristo Monti. Evaristo Monti era lo máximo que había. Y nunca te ponía una censura, nunca te decía “de esto no se habla, de esto sí”.

Uno se hacía visible firmando en El Informador.

Firmabas sin seudónimo y te conocían, tenías un superávit sobre el anónimo. Y eso caminó bien hasta el ’88, que empiezan a caer juicios por calumnias e injurias. Y el procesado en calumnias e injurias no era el director del medio, era el secretario de redacción o el jefe de redacción. Me empecé a comer unos juicios terribles por pelotudeces que decían otros.

Porque eras el que ponía la cara.

Exactamente, yo ponía la firma verdadera.

Sobre todo porque me imagino que en esa época no se hacía el chequeo de la información como hoy en día. Lo que llegaba se publicaba.

Sí, se publicaba. Lo único que censuró Iglesias Rouco, y esto nunca lo conté, y ahora sí lo podés poner hasta en mi boca si lo vas a escribir, era que había casi una prostitución legalizada, cosa que me parece bien, porque si una mina quiere laburar por su cuenta la ley no le puede impedir que cobre si ella está de acuerdo.

Hoy en día está bastante en debate eso justamente, si está bien que el que quiera o la que quiera elegir ese laburo y no está en contra de su voluntad lo pueda hacer.

Exactamente, no es un proxenetismo, es una decisión personal. El que quiso manejar algo que era muy desconocido, que era el mundo de los travestis, era [Periodista]. Pero fue lo único que me censuró Iglesias Rouco diciendo “no nos metamos con ese tema porque la sociedad todavía no lo tiene bien claro”.

Claro, no estaba en agenda todavía.

[Periodista], que conoce bien ese ambiente, casado legalmente, un espectacular hombre de familia, pero un re putazo que se chupaba las pijas que había por todos lados. Entonces, salvo eso, Jesús me permitía todo. Es más, yo levanté la sección deportes/fútbol, porque nosotros salíamos el miércoles a la noche y no podíamos comentar un partido que había sucedido el domingo anterior. Ya perdía vigencia. Perdía vigencia porque el partido del domingo anterior salía en la revista Goles, en El Gráfico y el suplemento deportivo de Clarín.

Ya estaba comentadísimo para el miércoles.

Salvo que descubrías algún hecho medio turbio, lo podías publicar, pero ya no corría eso.

Alguna cuestión excepcional.

Y yo me empecé a enojar con Iglesias Rouco porque yo le digo “Jesús, para ser duro yo no tengo problema, pero para ser mentiroso sí que tengo problema. Inventar historias no quiero”. Y menos ir a Tribunales y tener que pagar abogados para que me defiendan de calumnias e injurias. En ese ínterin aparece el gerente de una casa editorial, de Peña Lillo, y me hace una propuesta. Porque nosotros teníamos un promedio de ventas ponele de 60 o 70 mil ejemplares las dos primeras semanas de cada mes, y las dos segundas semanas, que la gente andaba con menos guita, bajaba a 40, 50 mil.

Y eso en época de hiperinflación.

En época de hiperinflación. Pero nadie podía salir a la calle del mundo político sin saber qué decía El Informador. Fue un fenómeno. El tipo que yo lo quise hacer laburar sin firmar en el diario y se negó fue Horacio Verbitsky. Porque yo tenía una relación con la hermana de él, tuve la oportunidad de hablar con él y me dijo “no, yo trabajo para Página/12 y no me gusta lo que ustedes hacen”. Entonces el gerente de Peña Lillo me dice: “Ruso, vos hacé un cálculo nada más: si ustedes venden 60 mil ejemplares todas las semanas y vos sos una de las –no me gusta el término porque no me lo creo, pero al final era así– estrellitas del medio, si vos sacás un libro, entonces como mínimo el 50% que compra El Informador va a comprar el libro. Tenés 30 mil ejemplares vendidos antes de salir”. Y ahí fue cuando me largué a hacerlo. Con mucha bronca, porque yo en ese momento amaba el periodismo pero no me gustaban los chantajes, las extorsiones. Yo te soy sincero, que alguien me diera guita porque quería que le dé un poco de manija es una cosa, pero lo que te decía antes, que yo diga “Fulano es travesti” cuando no tiene nada que ver y que me paguen por eso, eso no. Eso no lo quise hacer. Y el libro sale en diciembre del ’88.

Te gustaba el periodismo pero no los periodistas.

No me gusta la mentira, no importa el periodista, sino la mentira. Estar en contra de la mentira. Tener un mínimo de principios, porque vos no podés escribir y darle a la gente material sin principios. Un poquito tenés que tener. Así que esa fue la historia. Otra de las ideas que era muy brillante de Rouco fue hacer firmar notas de opinión a tipos que no firmaban en ningún lado y eran científicos, como por ejemplo…

¿Klimovsky, puede ser?

Gregorio Klimovsky, uno de los más grandes epistemólogos del mundo y nadie le pedía una nota. A él le interesaba escribir, él tenía una idea para escribir y la escribía donde le den lugar. Clarín no le daba lugar, La Nación tampoco. Después escribía colaboraciones Ernesto Giudici, que era un alto dirigente del Comité Central del Partido Comunista. Y eso era lo que le daba cierto atractivo al diario, pero después empezaron a llegar los juicios por calumnias e injurias. Hoy una calumnia e injuria, aunque los artículos del Código Penal están derogados, te lo hacen por daños y perjuicios y te sale como mínimo 300 mil mangos si lo perdés. Cuando el juez te dice “muéstreme la prueba” y vos no la tenés, ya lo perdiste. Esa fue más o menos la historia que yo recuerdo de El Informador.

Jorge Asís también escribió en El Informador Público.

Él era colaborador. A él lo echaron de Clarín. Jorge Asís fue el único que le ganó la guerra a Magnetto, porque escribió un libro en el ’83 que se llamaba Diario de la Argentina, que contaba la intimidad de Clarín. Jorge siempre me dice “Ruso, vos copiaste la idea del libro mío y te hiciste popular por eso”. Era columnista. Donde él iba, Magnetto pedía que no labure. Lo quería sacar de circulación y no pudo hacerlo.


***

Boimvaser interrumpe la conversación porque llegó un amigo suyo a visitarlo. Me comenta que si se acuerda algo más, me avisa. Se despide con una frase rimada: “Lo que sé, te lo cuento. Lo que no, no lo invento”. Al otro día, me manda un mensaje de voz por WhatsApp: “Un recuerdo tristemente inolvidable. Hay una comunidad gay en el judaísmo a la que la Comunidad Homosexual Argentina no dejó entrar porque decían que eso era solamente para no judíos. El que hizo el trámite y lo bocharon fue Herman Schiller, que publicaba de interna judía en El Informador Público. Y uno de los que no quiso que estuviera es [Periodista]. Si te sirve, todo tuyo. Y si me querés mencionar, no tengo problema”. Para cerrar, me aconseja: “Si tenés ligereza para escribir, no rapidez, ligereza, alargando un poco los temas, creo que casi podés tener el libro de cómo se hacía periodismo en los ’80-’90. Abrazo de gol”////PACO

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