A veces suena un poco naif y a la vez es el lugar común de toda crítica a la historia contemporánea, pero, como es de esperar, este artículo no narra otra cosa que las adaptaciones sociales al capitalismo o post capitalismo o capitalismo ahistórico. En octubre del año pasado Esteban Hernández, periodista y abogado radicado en Madrid, publicó por la editorial española Clave intelectual un ensayo testimonial titulado El fin de la clase media. El libro pone sobre la mesa algunos aspectos claves para pensar “la clase media”. El objetivo del texto es bucear por fuera de la esfera económica e intentar dar con el santo grial clasemediero a partir de una serie de entrevistas a trabajadores de distintas áreas, ideologías y disciplinas que, pese a las distancias entre uno y otro, tienen la enorme particularidad de formar parte de ese grupo llamado “clase media”. En palabras del autor: “El proyecto surge a partir de distintos encuentros con pequeños empresarios, profesionales y trabajadores no cualificados, que perciben una situación laboral muy difícil, que no logran explicarse. Al mismo tiempo, por mi trabajo, me entrevisté con gente del mundo de la gran empresa y de las escuelas de negocios, que ofrecían lecturas sobre el futuro que no encajaban con las preocupaciones que me habían expuesto los del primer grupo. De modo que fui tirando del hilo…” La publicación de este libro es una buena excusa para pensar cuál es la bibliografía publicada en los últimos años sobre la clase media como problema económico, político y cultural de un nuevo modelo de estado que propone la deriva económica del siglo XXI: el estado de emergencia.
Lo que consideramos “clase media” en realidad no es una clase social, sino más bien un conjunto de prácticas y valores vinculados a la ética del progreso del capitalismo.
El achique del estado en general propone tres medidas: 1) Disminución de presupuesto en educación, cultura y salud 2) Aumento impositivo y 3) disminución o cancelamiento de subsidios destinados a ayuda social y a las pequeñas empresas. Las tres medidas golpean en mayor o menor medida en todas las esferas de la sociedad, pero en particular y con mayor intensidad a la clase media. Esa clase que, según Esteban Hernández, responde más al orden de lo cultural más que de lo económico ya que lo que consideramos “clase media” en realidad no es una clase social, sino más bien un conjunto de prácticas y valores vinculados a la ética del progreso del capitalismo del temprano siglo XX. La clase media, ese enunciado tan fuerte del mercado y la política es en realidad un instrumento teórico que permite agrupar un sector de la sociedad que, pese a que tiene diferentes ingresos, ideologías y formas de vida; mantiene un mismo tipo de consumo: el de los bienes culturales, la educación y la fe en el progreso como motor económico. En este sentido es un agente conservador, tradicional que sin una serie determinada de demandas que requiere para existir, no sobrevive frente a la marea de cambios y, directamente, desaparece.
Massimo Gaggi, periodista especializado en las consecuencias políticas y socioeconómicas de la globalización y Eduardo Narduzzi, gurú de las nuevas tecnologías en las sociedad y en la economía; escribieron el libro Le fine del ceto medio e la nascita della società low cost publicado en el año 2006 y traducido en el mismo año por Cuqui Weller para la editorial española Lengua de Trapo como El fin de la clase media y el nacimiento de la sociedad de bajo coste. En ese libro, los autores, establecen tres factores que dan nacimiento a la clase media. El factor económico: la clase media como el resultado de la industrialización que produjo un nuevo sector de trabajadores no especializados que producían objetos que ellos mismos podían llegar a consumir. Una clase que concretamente, debido a su papel fundamental en el ciclo del consumo, empezó a creer en la posibilidad de crecer como clase. Esto es muy importante y es algo sobre que lo vamos a volver en este artículo, el ascenso social, el nacimiento de lo aspiracional. Lo que en Cuqui Weller llama, en la introducción, como “la era de las expectativas crecientes” es el pathos de la clase media. Es, al mismo tiempo, la espinaca de Popeye y la criptonita de Súperman. El segundo factor es el factor político. Con la profundización de la industrialización la clase media se convirtió en una especie de maya elástica encargada de contener el empuje -político, discursivo, mediático y traccionador- del proletariado.
Convirtiéndose así en el “deseo” electoral de la clase política. Esto es, en el enfoque estratégico del ejercicio de la política en los estados modernos: “la clase para la que trabajar”. Ejercicio que derivó a su vez en un modelo de estado costoso, controversial, un modelo de estado pensado para la clase media: el estado de bienestar. Este modelo selló el pacto entre la clase media y el estado. Un contrato que solo el avance de la tecnología y el mercado podría destruir y es, de hecho, lo que ahora está pasando. El estado de bienestar le dio a la clase media los argumentos de clase, el poder para enraizarse en un nuevo modelo económico y la clase media le dio al estado el tercer factor: la institucionalidad. El nuevo estado inmerso en una nueva fase del capitalismo de la producción en masa, encontró en la clase media la institucionalidad como para sostenerse económica y democráticamente. La clase media dio al estado moderno las garantías para la consolidación de la nueva fase histórica del capitalismo y ésta se convirtió en el motor de una nueva sociedad tecnócrata y consumista. Este matrimonio de más de trescientos años en occidente con sus idas y venidas, con épocas fructíferas, con guerras y con desiertos recorridos a la par; está cambiando sus cláusulas por imposición del mercado. Las reglas del consumo se dispararon lejos de la zona de confort de la clase media y así es que este sector, que hasta hace veinte o treinta años era el símbolo de la autoconciencia productiva, vive en la actualidad en una crisis interna de identidad y externa de representatividad.
Las reglas del consumo se dispararon lejos de la zona de confort de la clase media y así vive en la actualidad en una crisis interna de identidad y externa de representatividad.
La fase actual del capitalismo es una fase en la que se borran, se diluyen los límites. Aquellas ideas, conceptos, emblemas paradigmáticos de sobre los que se rigieron las leyes de la productividad y el consumo están mutando como un virus. Nosotros, así como la comunidad científica frente a un virus, sólo podemos esperar las nuevas mutaciones para pensar en qué vacunas tenemos a nuestro alcance. Cómo desarrollarlas, qué “atacar” o “afectar”. El consumidor ideal está cambiando. Según Massimo Gaggi y Eduardo Narduzzi: “La economía material se ha hecho también inmaterial y actúa en un contexto globalizado donde la demanda es más importante que la oferta. La clase de los productores –con límites bien definidos y capaz de identificar un sistema común de intereses y valores que hay que defender– se diluye cada vez más en el universo indiferenciado de los consumidores”. El nuevo sistema de intercambio propuesto por el consumo globalizado genera un relativismo –nunca se termina de entender qué es lo que se está ofreciendo ni quién es el “consumidor ideal” para cada determinada oferta– en el que los valores del discurso clasemediero quedan afuera. Aquella coraza de valores conservadores y estables sobre los que se rigen los principios “aspiracionales” o “ascensoriales” de la clase media ya no aplican frente a este nuevo esquema mercantil. Todos los factores que hicieron posible la creación de la clase media –los beneficios del estado de bienestar, la institucionalidad democrática y el poder político–, se difuminan. Más fácil: en los últimos siglos el mercado produjo objetos orientados al consumo de la clase media; en la actualidad los bienes de consumo son “interclasistas”. El mercado dejó de lado a la clase media, ya no la necesita. Es un costoso problema mantenerla, pero sobre todo es mirar al pasado.
Esteban Hernández en su libro El fin de la clase media relata este desfasaje que sufren los agentes trabajadores de la clase media por medio de entrevistas a diferentes profesionales que explican cómo es que se encuentran “alienados” en este nuevo mundo. En diferentes rubros y profesiones los trabajadores especializados demuestran el mismo malestar. Se sienten parte de otro mundo. Un mundo en el que la seguridad económica dependía de factores ya obsoletos. El principal debate se da en torno a lo público y lo privado. El estado ya no da la seguridad económica que en otro tiempo. El estado se convirtió en otra empresa privada más. Por eso lo que en otro tiempo era el debate sobre lo público y lo privado ahora es el debate sobre el trabajo autónomo frente al de en relación de dependencia: seguridad versus productividad, estabilidad versus riesgo, tasas bajas de ingresos versus ganancias altas. En esta zona de autoconciencia productiva y económica es donde se manifiesta el principal síntoma de que el mercado laboral está cambiando. ¿Cómo es que se pueden conseguir más beneficios?, ¿Cómo mantener el trabajo?, ¿Cómo ser competitivo?, ¿Cuáles son las transformaciones que el campo jurídico, empresarial, cultural, económico, educacional? Y, finalmente, ¿Cuáles son las nuevas reglas que el mundo de los negocios impone? El espíritu clasemediero parece diezmado por un mundo que se afianzó en el mercado y los dejó lado. Un comerciante de una pequeña tienda de ultramarinos da el siguiente testimonio: “Gano mucho menos que hace tres años. Y no he cerrado porque me queda poco para jubilarme. Pero echas un vistazo a las cuentas de antes de la crisis y vendíamos el doble de lo que ahora vendemos”. Lo que los diferentes personajes del libro de Esteban Hernández llaman como “crisis” no es otra crisis más de las tantas que la clase media fue motor para solventar. Pero esta “crisis” es particular, ya que es la destinada a eliminarlos como clase.
El historiador Ezequiel Adamovsky, investigador y docente de la Universidad Nacional de Buenos Aires, publicó en el 2009 por editorial Planeta un monumental estudio de más de quinientas páginas llamado Historia de la clase media argentina: apogeo y decadencia de una ilusión,1919-2003. En este extenso estudio Adamovsky reconstruye los lineamientos del surgimiento de “los sectores medios” –Adamovsky no utiliza el término “clase media” o lo utiliza entre comillas ya que considera a la clase media una clase teórica, mental, pero no “real” como las proletarias o altas– en la industrialización tardía argentina y formula algunas hipótesis en torno al papel determinante que tuvieron estos sectores en el desarrollo político, social y cultural a lo largo de los diferentes periodos históricos del turbulento siglo XX y del no menos turbulento inicio del siglo XXI argentino.
En cuanto al surgimiento de la clase, o sector, Adamovsky recurre a los mismos tres puntos que plantean los italianos Massimo Gaggi y Eduardo Narduzzi (podemos recordarlos, el factor económico que hizo que la clase media fuera la clase más adaptada a la economía de producción en serie, el factor político que le brindó al estado la seguridad social de las clases obreras anestesiadas y el factor institucional que le permitió al estado la gobernabilidad), pero agrega un elemento histórico determinante dentro de esta tríada: la dicotomía civilización/barbarie. El postulado sarmientino de la Argentina (también aplica a Latinoamérica) dividida entre lo civilizado y lo barbárico, los que buscan imitar los modelos ilustrados europeístas y norteamericanos y los que representan lo “local”, lo telúrico y lo bajo. Así es que la clase media desde su surgimiento o autoconciencia (Adamovsky sitúa este momento en 1919 luego de la semana trágica en la que murieron cientos de obreros atrincherados en los talleres textiles Vasena producto de enfrentamientos con grupos nacionalistas) tuvo la función política de dividir la sociedad y enfrentarla.
El tamiz civilización y barbarie actúa sobre la autoconciencia de la clase media y construye una identidad definitiva a partir de la llegada, en la década del cuarenta, del peronismo al poder.
El tamiz civilización y barbarie actúa sobre la autoconciencia de la clase media y construye una identidad definitiva a partir de la llegada, en la década del cuarenta, del peronismo al poder. El análisis histórico de Adamovsky toma un giro cuando aparece el peronismo. Este es un eje interesante para pensar la clase media porque hasta ahora la lectura que venimos haciendo de los eventos o las condiciones para que se manifieste responden a una economía liberal. En cambio con una economía populista de corte intervencionista la clase media además de ser, específicamente, el motor de democrático-productivo también es el paradigma de la oposición al estado. Si bien la productividad de la clase media sigue siendo un pilar de la economía y el consumo, desde punto de vista institucional los sectores medios pierden la “exclusividad intelectual”: el estado permite el acceso a educación universitaria a las clases bajas al mismo tiempo que, con una serie de leyes y diversos alentamientos a la clase obrera o trabajadora, cuestiona la cultura letrada. El estado populista rompe el contrato liberal que tenía con la clase media y otorga a las clases trabajadoras los mismos beneficios institucionales. Esta ruptura desencadena la configuración de las clases medias enfrentadas al estado benefactor justicialista: ser clase media implicaba ser opuesto a “clase trabajadora”. En estos términos el fantasma de la compleja problemática de civilización/barbarie es nuevamente mente invocado y de un modo más comprometido, ubicándose la clase media, obviamente, del lado de la civilización y las clases trabajadoras del lado barbárico. A partir de este momento, dictadura del 1976 incluida, la clase media asumió la posición antiperonista y antiproletariado que la caracterizaría hasta la crisis del 2001 que la acercó empáticamente a las clases trabajadoras durante el horizonte solidario y ordenador de la primavera duhaldista. Pero con la vuelta del populismo en el 2003 con el kirchnerismo en el poder por más de 10 años la clase media repitió el movimiento primero filiatorio y luego reaccionario frente a las propuestas políticas de un estado que puso un foco especial en el consenso aspiracional de las clases trabajadoras.
El periodista político Martín Rodríguez, que se hizo reconocido allá por el 2006 durante el auge de los blogs políticos con su ya clásico revolución-tinta-limón, editó en octubre del 2014 Orden y progresismo (Planeta), una recopilación de artículos publicados en diversos medios sobre “la década kirchnerista”. En la primera parte del libro hace un especial foco sobre el trabajo político que hizo el kirchnerismo, específicamente durante el mandato de Néstor Kirchner (2003-2007), sobre la clase media y su derivado posmoderno: el progresismo. En el capítulo destinado a retratar escenas de la clase media muestra diversas situaciones de clase frente al nuevo horizonte político de la presencia estatal y deja entrever una sutil hipótesis: la clase media, su gusto, su discurso, su plataforma ideológica, sus vicios y sus virtudes se ven representadas por el Grupo Clarín. Veamos. El kirchnerismo como movimiento populista y revisionista siempre supo que la clase media fue el talón de Aquiles del proyecto político peronista durante los mandatos de Perón. La estructura del sistema peronista permitía el asenso de las clases trabajadoras a los sectores medios pero una vez en esa nueva posición también se le volvían en contra del modelo y de este modo a medida que el proyecto se mantenía en el tiempo las clases que apoyaban el mandato iban gradualmente ubicándose en la vereda de enfrente. Por eso es Martín Rodríguez sugiere que el kirchnerismo intentó de antemano divisar la secreta fuente de poder de la clase media argentina para atacarla y debilitarla.
En este nuevo mundo coweneano la economía mundial es traccionada por “súpermaquinas” encargadas de reemplazar la clase media.
De este modo el kirchnerismo divisó el relato de pertenencia y el motor discursivo/ideológico de la clase media en los productos –cine, radio, televisión, diarios, revistas, etc.–del Grupo Clarín. En el capítulo llamado “Volver” –en referencia al canal de cine nacional del recuerdo del Grupo Clarín– Martín Rodríguez propone: “Volver es la caja de Pandora de donde salen los fantasmas, se levantan de su tumba comercial y simbólica y ponen en pantalla un antiguo contrato social. Pero eso es el cine nacional: una gran narración del Estado y del estado de la sociedad” y más adelante “Volver también dice (…) qué fue, qué es y qué quiso ser el Grupo Clarín todos estos años”. Martín Rodríguez detecta un nuevo tipo de fisura entre el estado y la clase media. Una sutil batalla de cartas documentos entre abogados de una pareja intentando divorciarse sin ceder nada y pidiendo todo. “La clase media es el Grupo Clarín” significa que la batalla del estado populista contra la clase media debe darse en otro plano, en un plano discursivo, en el plano de la construcción del sentido, ya que, el estado populista, no puede permitir que el mercado intervenga, como cuando los Estado Unidos intervienen un país en nombre de la “paz”, porque ese también sería el fin del estado populista.
Tayler Cowen –catedrático de economía en la universidad de George Manson en el estado de Virginia y columnista The New York Times–, es un economista bastante particular ya sea por el tono profético con el que plantea sus hipótesis como en la forma abiertamente distendida e histriónica que tiene de vivir. Cowen publicó en el año 2013 el libro Average is Over (traducido por Antoni Bosch editor como Se acabó la clase media, cómo prosperar en un mundo digital en noviembre del 2014) donde, el economista fanático de Julio Cortázar, genera un puente entre lo que nosotros conocemos como ciencia ficción y la nueva economía de mercado. En este nuevo mundo coweneano la economía mundial es traccionada por “súpermaquinas” encargadas de reemplazar la clase media. Con estadísticas basadas en el freno del crecimiento económico en Estados Unidos y España hace un dibujo de cómo será la nueva economía de consumo y servicios que se aproxima y cómo es que quedará estructurada la sociedad sin la clase media.
El gran factor determinante es la tecnologización de la sociedad que para la clase media es un arma de doble filo porque, por un lado, sobre dimensiona la estructura de consumo haciendo que los cada vez más finos y específicos productos de línea blanca sean exclusivos de las clases más acaudaladas aumentando así la brecha de capacidades, posibilidades y formación; y por otro lado porque la tecnologización de la industria vuelve obsoleta a la mano de obra calificada. Resumido en números sería del siguiente modo: un 15% de personas inmensamente ricas (compuesto por una aristocracia de bienes capitales y una burguesía tecnócrata) y un 85% con economías sin movilidad ascendente y en el mejor de los casos estancada (profesionales especializados, universitarios, clases trabajadoras). Pero Tayler Cowen no ve este mundo con ojos pesimistas. Estima que el crecimiento de personas ricas hará que requieran de más cantidad de personas para atenderlas por lo tanto habrá un gran abanico de profesiones encargadas de brindar servicios concebidos como experiencias. Y en lo que respecta a la división del trabajo esta era de la “híper meritocracia” cuenta con estas “súpermáquinas” que serán las encargadas de realizar la división del trabajo. Serán capaces de seleccionar con asombrosa exactitud si una persona está capacitada o no para un empleo y a su vez dividirán las clases sociales en directivos o en asistentes encargados del mantenimiento de las súpermáquinas.
Por otro lado los racionalistas Massimo Gaggi y Eduardo Narduzzi resuelven el futuro en estamentos sociales bien definidos: en la cima de la pirámide económica una nueva aristocracia que es la que se vio beneficiada con el giro innovador, ese nuevo capital intelectual que esta nueva fase del capitalismo tanto premia desde la aparición de Zuckerberg y monstruoso modelo de negocios “sociales” llamado Facebook: la innovación informática. Luego una elite de tecnócratas hacia la que se orientan la mayoría de los bienes de consumo de lujo. Estos podrían definirse como los “viejos ricos” las clases altas que consiguieron adaptarse al nuevo modelo por acceso a la información, educación y bienes. No sería muy común que asciendan a la clase de aristócratas de la informática pero sí que bajen a la sección siguiente de la pirámide: una sociedad masificada de renta media-baja a la que van dirigidos todos los productos de “bajo coste” por cadenas como Wall-Mart con segundas, terceras y cuartas marcas que acercarán a esta segunda fase de consumidores imitaciones sofisticadas de los productos lujosos y caros que consumen las clases que están más arriba en la pirámide. En la base de la pirámide una clase proletarizada que consume sólo bienes de primera necesidad y vivirá gracias el modelo de servicios sociales de los países del “tercer mundo” que se aplicarán en todas las políticas estatales//////PACO