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Ahí estaba la chica sexy, cumpliendo con su tarea asignada: enseñarle al nuevo y, para colmo, no comunitario. Se sentaron en el café, bastante cool, al estándar europeo, y después de observar sus respectivas cartas, el muchacho pidió un jugo natural de naranja. Los mozos lo miraron con ojos de Terminator al delicado extranjero probiótico que entraba a esta parte de la Unión Europea y les aguaba la fiesta. Mientras, la chica sexy hablaba sobre prestarle su cuaderno de apuntes, donde tenía todo anotado sobre la Unión Europea. “Ups”, dijo, “está en rumano. Podemos hacer unos encuentros en este mismo café o en la biblioteca y te lo puedo traducir al inglés y explicártelo”. Cuando llegó el jugo natural, al muchacho le supo a rayos. Ella empezó a fungir de buena anfitriona y le dijo al muchacho que no hiciera caso a esa vieja que hablaba “cuchucientos” idiomas de la Unión Europea y era profesora en las dos universidades importantes de Bucarest.

El muchacho le dijo a la chica sexy que la profesora se parecía al Doctor Octopus en versión femenina, y la chica sexy se echó a reír con sus dientes impecables de comercial de pasta de dientes. “¡Esa profesora no se da cuenta que muchos de los productos que consumimos son solo para este lado de Europa! ¿Sabes que el Porche que tengo no podría permitírmelo (uso esa palabra) en España? Porque se necesitan muchos más permisos seguros e impuestos a esto y aquello por emisión de gases. Este auto me lo compré de segunda mano en Alemania, y claro aquí en Rumania están permitidos. En esta zona somos los súbditos colonizados con el cuento de los estándares europeos. ¿Sabes que mi abuela ya no puede vender sus productos lácteos? Pues tiene solo dos opciones: tomarse ella toda la leche o venderla a una empresa acopiadora que le pagará una miseria por litro y que seguro irá a parar a Danone. Ya no existen casi los mercados que venían de los Cárpatos. Ahora solamente tenemos la opción de comprar en supermercados europeos grandes, todo porque entramos a la bendita Unión Europea. Es que esa tía pareciera que se cree que vive en el mismísimo Palacio de Bruselas”, dijo la chica sexy en castellano de España. Al término de la reunión, en la barra, mientras la esperaba de su visita al baño, el muchacho agarró la caja de jugo de naranja y leyó: “Producto hecho para Europa del Este”.

El efecto

En ese sentido The Brussels Effect, de Anu Bradford, finesa-norteamericana y profesora de Derecho en la Universidad de Columbia, plantea que la Unión Europea es percibida como débil militarmente, aunque dice que Bruselas, de facto, se ha apoderado de su efecto con sus estrictos estándares que influencian a nivel mundial. El título del libro viene de los ya conocidos Efecto Delaware, que trata sobre el traslado de capitales a un Estado miembro que ofrece menos regulación, haciendo atractivo invertir en él (lo contrario al Efecto California, que al tener un gran mercado con estrictas regulaciones ambientales hace que establezcan estrictas regulaciones para los otros Estados). Al Efecto Delaware se le ha denominado race to the bottom y al Efecto California, en cambio, race to the top. El libro de Bradford está emparentado con el race to the top, ya que plantea que la Unión Europea, con sus estrictas reglas, domina el mundo en una especie de soft power; contrario al poder militar de los Estados Unidos y a la productividad a gran escala de los chinos, quienes no tienen una buena regulación, a pesar de tener un gran mercado. Todo esto sucede porque las empresas se alinean con Bruselas, es decir, con las regulaciones y los estándares de calidad de Europa.

Pero Bradford se pregunta entonces por qué no hay un Efecto Washington, y se responde que, por alguna razón, los Estados Unidos no están interesados en cumplir el rol de exportar estándares a nivel mundial y ser reguladores de compañías y productos, aunque sus grandes compañías dominen el mundo desde Silicon Valley. ¿Por qué solo la Unión Europea ejerce entonces esa capacidad? La respuesta es su jurisdicción, es decir, el órgano jurisdiccional de la Unión Europea que mediante la Comisión Europea ve y revisa un asunto con un grupo de juristas que estudia cada caso. Es en ese sentido que la jurisdicción es “exportada” e influye en las legislaciones del resto del mundo. Pero para que esta única jurisdicción, la Unión Europea, imponga estándares globales y sea influyente, ¿qué se necesita? 

Uno: el tamaño del mercado, es decir, un mercado suficientemente grande. El ejemplo que pone Bradford es Costa Rica, un país pequeño que, si ofrece estándares estrictos, no recibirá inversiones de nadie porque su mercado es reducido. Por otro lado, los Estados Unidos y China son mercados grandes ¿Y por qué son “afectados”? Porque el tamaño del mercado es determinado por los “ajustes legales” que influencian en los estándares globales. Digamos entonces que si Costa Rica le pone estándares altos a una empresa como Honeywell, esta no invertirá en ese país y se irá a otro que le ofrezca mejores ventajas. Por su lado, China no tiene una legislación sofisticada como la Unión Europea, por lo que sus empresas tendrán que ajustarse a las leyes europeas; los Estados Unidos, mientras tanto, sí tienen una regulación para sus empresas, pero tampoco pueden hacerle frente a Bruselas, por lo que sus empresas seguirán la legislación regulatoria de la Unión Europea. Tal vez un ejemplo sirva para explicarlo. Si la Unión Europea le dice a la empresa estadounidense de juguetes Hasbro que en sus productos hay un componente químico no permitido por la Unión Europea, pues Hasbro se tiene que alinear obligatoriamente a la legislación de la Comisión Europea para vender sus juguetes en Europa, sencillamente porque Europa tiene una legislación que lidera con sus estándares de calidad a nivel mundial. 

Dos: se necesita la capacidad regulatoria, en otras palabras, las instituciones legales (en líneas generales el Poder legislativo, Ejecutivo y Judicial) que permiten manejar el tamaño del mercado y convertirlo en una tangible regulación influyente. Beijing tampoco tiene esa capacidad sofisticada regulatoria para su gran mercado, y aunque Washington sí la tiene, no tiene más influencia a nivel mundial. Si Hasbro le vende una licencia a China para fabricar juguetes y otra a Alemania, en términos legales, los juguetes fabricados tanto en Alemania como en China seguirán los altos estándares de calidad que dicta Bruselas. Pero eso, en realidad, no ocurrirá, porque como es sabido, Hasbro prefiere la mano de obra barata de los chinos. Es por eso por lo que el 67% de sus juguetes se fabrican en China y el resto en los Estados Unidos. Otro ejemplo está en los productos fabricados en China, pero de acuerdo con los estándares requeridos por los países en los que estos productos se comercializarán: sería ingenuo creer que los productos a la venta en Alemania son hechos por manos alemanas. De hecho, basta mirar las etiquetas de los pantalones o las camperas para leer “Made in China” y, más abajo “Producto hecho para Alemania”, es decir, con estándares alemanes que siguen a Bruselas. En términos legales, por lo tanto, China solamente es una maquinaria productiva a veces regulada por sus clientes.

Tres: tener voluntad política para desplegar esa capacidad, vale decir, esa gran maquinaria legal regulatoria. Y esta capacidad pasa por los juristas en Bruselas. Es por eso por lo que no seguimos las regulaciones de los Estados Unidos, que sirvieron como parámetro hasta los años noventa. China, por ejemplo, está en un rol de producción a gran escala de sus productos, y esa sería su política: estar focalizados en producir, mas no en legislar. Los Estados Unidos “decidieron no estar en ese rol”, dice Bradford. Pero también hace hincapié en que el rol de los Estados Unidos es liderar a nivel mundial con sus grandes empresas. Como quien dice: “El que hace o produce, solamente hace y produce”, mientras que “el que critica no tiene la obligación de hacer o producir, porque su rol es criticar”. Podríamos decir que “criticar” significa legislar, y ese es el rol de Unión Europea.

Es por eso por lo que estos requisitos hacen estragos en la abuela de nuestra amiga sexy, aun siendo un pequeño país miembro de la Union Europea, la leche y asi como otros productos como carne de cerdo, ovino, frutas y vegetales, solo lo pueden consumir ellos mismos, mas no comercializarlos, porque estos tres requisitos recaerán en la famosa leche de los cárpatos rumanos, por ejemplo. ¿Y en que se trasunta? En que esa leche deberá “transformarse” (estandarizarse con los requisitos de la Unión Europea) con los componentes y aditivos que dicta Bruselas. Las manzanas rumanas, por ejemplo, son buenas, pero reinan en la Unión Europea las manzanas chilenas o de otros países que tienen el tamaño y el peso que quiere Bruselas. Por un lado, el mecanismo legal europeo ofrece un buen estándar, pero los pequeños productores (¡oh novedad!) están condenados a desaparecer. Y, claro, por eso los jugos en cajas saben a rayos. Las frutas naturales, es decir “bio”, como le denominan en la Unión Europea, entran a precio de diamantes. Así que estos requisitos y su maquinaria político-legal estarían teñidos bajo un halo de prácticas neocolonialistas, dice Bradford.

Los tentáculos de la Unión Europea

De manera que la Doctora Octopus nos encargó estudiar y analizar esos títulos que nos dio. Se trataba de casos que se suscitaron dentro de la Unión Europea, muy parecidos a al ejemplo que usa Bradford sobre General Electric y Honeywell, dos empresas norteamericanas pero reguladas por la Unión Europea. El caso es que la Unión Europea bloqueó la compra de la empresa Honeywell por parte de la General Electric en 43 millones de dólares, aun con la luz verde otorgada por las instituciones norteamericanas antimonopólicas. La adquisición fue prohibida en Europa porque era legalmente imposible permitir que la fusión proceda en un mercado (el estadounidense) y prohibirlo en otro (el europeo). Esta diferencia en los enfoques regulatorios antimonopolio de la Unión Europea y los Estados Unidos se daba en que las autoridades estadounidenses consideraron buena la fusión y, por tanto, procedente. Por el contrario, a la Unión Europea le preocupaba que esto expulsara del mercado a otras empresas, lo que resultaría en un aumento del precio a largo plazo. Por esto, la Unión Europea abrió una investigación que demostró que General Electric ya tenía una posición dominante en los mercados de motores a reacción para aviones comerciales y regionales, mientras que, por su lado, Honeywell es casi único en productos aviónicas y no aviónicas. En consecuencia, la Unión Europea vio que esta fusión excluiría del mercado a posibles competidores. 

Ahora bien, los casos que nos encargó estudiar la profesora Octopus nos hacen ver las bondades de la Unión Europea en materia jurídica y que nos demuestra que ni siquiera las más poderosas empresas privadas, vengan de donde vengan, pueden hacer lo que les parezca ya sea con prácticas de monopolio o que vayan en contra del orden público. La Bradford explica que, esto, la EU lo hace en su afán de su política multilateral, aunque con un tufillo neocolonial. ¿Y esto por qué? Porque la Unión Europea no es poderosa en todas partes, el Efecto Bruselas regula y gobierna solamente en lo que ella llama “inelastic targets”, mas no en “elastic targets”, donde esto último significa los grandes capitales. En otras palabras, si la Unión Europea detecta a algún inversor con malas prácticas (monopólicas o sin estándares ambientales), pues este moverá sus capitales a Hong Kong o New York, de manera que el efecto legislativo de Bruselas solo funciona sobre objetivos que no se “mueven”. “Inelásticos”, por lo tanto, serían los alimentos o las industrias automotrices, tecnológicas o aeronáuticas. Bradford se pregunta en una entrevista: “¿Qué une a un ingeniero de Silicon Valley con un granjero de Camerún? Pues la Unión Europea, que dicta los estándares de calidad. Los Estados Unidos reinan con su poder militar, pero la Unión Europea, con su poder regulatorio, es un poder silencioso”. Un neocolonialismo jurídico. 

El geolocalizador

Hubo una clase, “Legal orders”, y de manera introductoria, nos dio un adelanto lo que la doctora octopus nos hablaría en su clase. Sobre lo que sería el tono del programa. “¿Saben que las bananas en miniatura entran a la Unión Europea en el rubro dulces —dijo “candies”— y las que normalmente conocemos y consumimos, como fruta?” (En otros países los dos tipos de bananas entran en el rubro fruta). Luego nos puso un video de una comedia política británica, Yes, Minister. El tono de sus palabras fue: “Este es el terreno que van a pisar, les paso la voz”. Es por esto por lo que Bradford, sin mirar de reojo a nadie, puede decir y escribir de frente ante un auditorio norteamericano. ¿El efecto Bruselas podría haber sido escrito por alguien más que una abogada de Finlandia ya casada y ciudadana norteamericana, a la cabeza de un departamento de la Facultad de Derecho en la Universidad de Columbia? La brillantez del tema y su desarrollo no están en tela de juicio, mas una cosa es decirlo o escribirlo bajo la influencia de Washington, en los Estados Unidos, y otra en Bruselas o Helsinki. Aquí valdría decir que cada realidad tiene sus estándares: Bruselas coloniza al mundo con su soft power, contrario al poder militar de los Estados Unidos. 

La distensión y libertad que se tienen en el continente americano dan soltura para poder abordar el tema. Y por eso, en la Universidad de Delaware, Bradford dijo sin tapujos: “La Unión Europea no está preocupada en regular la comida sana o las prácticas monopolistas de Google (pues eso ya lo tienen resuelto en Bruselas) sino la migración, el control de quién entra o no, y la libertad de prensa”. Escrito bajo el imperio de Bruselas en una universidad de la Comunidad Europea, en cambio, el mismo paper no hubiera encontrado lugar por una sencilla razón: tal acusación de neocolonialismo (jurídico) no habría sido permitida. Una cosa es bailar con el estándar de la Estatua de la Libertad y otra con la de Konrad Adenauer.

Nuestra posición 

Entonces, ¿qué quería decir con todo esto la doctora Octopus? ¿Que Rumania (y ella desde su cátedra en Derecho Comercial Arbitral Europeo), reciente país incluido a la Unión Europea, podía decir que en ciertas partes del mundo no existía el Derecho? En parte sí. Pero la realidad se encargó de contradecirla. Total, la misma Bradford dice que los países comunitarios están felices cuando en Berlín, Helsinki u en otras capitales europeas todo es un éxito debido a la legislación de la Unión Europea, aunque cuando algo anda mal, le echan toda la culpa a Bruselas. Y por eso la doctora octopus puede subirse a la catedra y hablar de las bondades jurídicas de la UE que coloniza al mundo, aunque no escribir sobre ello. 

¿Estaba estandarizando cuando en los últimos minutos se dirigió al único, en estricto sensu, estudiante extranjero (el otro era un italiano de padres palestinos)? “¿Está seguro usted que no se equivocó de salón de clases? Estas no son las clases de guitarra sino de Arbitraje Comercial en la Unión Europea”. La profesora trataba de ser seria en su comentario y el alumno sudamericano, descolocado, contestó que no, que estaba matriculado en el curso como el único “Non EU student”. “¿De qué país es usted? ¿Qué carrera terminó?”. El alumno contestó con el nombre de un país sudamericano y que había terminado Derecho. “¿Existe el Derecho en ese país?”, dirigió la broma a su bufón, mirándolo (el chico era su amanuense o practicante). Luego se puso seria y preguntó: “¿Sabe usted qué es la Unión Europea?” Y de inmediato se dirigió a una chica vestida de manera sexy: “Hey tú, sí, tú, te voy a dar un trabajo, le vas a enseñar sobre la Unión Europea a ese muchacho, esa será tu labor”, y se echó a reír atronadoramente con su bufón, mientras la chica sexy la miraba entre indignada y halagada. La doctora Octopus de alguna manera pedía que se alineara con lo que dicta Bruselas y sus prácticas neocoloniales jurídicas.

En la conversación del café con la chica sexy, el muchacho del país sudamericano le contó que en su ciudad cosmopolita, producto del turismo, era fácil diferenciar a la distancia a un turista de Europa occidental de otro estadounidense. “Pues el primero se nota muy modosito, salvo excepciones, y anda casi siempre en grupo. El estadounidense, con su clásica chaqueta North Face, en cambio, va suelto de huesos, solitario o en pareja. El europeo en general no deja propina, el norteamericano deja tips generosas siempre. Y lo más saltante: el estadounidense viaja con muy poco plan o nada, va hacia una aventura libre; el europeo pide la lista de los lugares a donde irá y los precios, quiere saber el clima, quiere saber los detalles mínimos de todo y que se le provea sí o sí un plan, como si reclamara un estándar de calidad. El estadounidense confía en su fuerza militar, que lo buscará por cielo mar y tierra si algo le pasa; el europeo confía en sus pasos previos, planificados según la ley”. La doctora Octopus ultravaloró su posición geográfica y la nueva colonización por parte de Bruselas. Quién sabe, capaz esa era su lección////PACO

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