Este 8 de marzo a las a las 10:54:25 pm hora Buenos Aires se produjo un eclipse de Sol. Este fenómeno sucede cuando la Luna pasa entre el Sol y la Tierra y genera un cono de sombra que oscurece el cielo durante varios minutos. Este espectáculo pudo apreciarse en Sumatra, Borneo, Sulawesi y otros puntos del Pacífico, mientras que en el norte de Australia y el sureste de Asia sólo se vio de forma parcial. Resulta significativo (al menos desde lo simbólico) que la Luna haya opacado al Sol a última hora del Día Internacional de la Mujer. ¿Por qué? Desde tiempos inmemoriales el Sol es considerado el principio masculino por excelencia. El astro rey portador de la luz que permite la vida. La Luna, por el contrario, es el principio femenino que expresa la naturaleza anímica y emocional interna. La sustancia sobre la que el principio solar opera. El músico, escritor y astrólogo esotérico Dane Rudhyar en El ciclo de las lunaciones (Editorial Sirio 1987) dice que la mente primitiva asoció rápidamente los fenómenos lunares con el ciclo mensual de las funciones generativas de la mujer; esto correlacionó el comportamiento misterioso de la Luna con el desconcertante comportamiento de las mujeres.

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Este 8 de marzo a las a las 10:54:25 pm hora Buenos Aires se produjo un eclipse de Sol.

Opacar al Sol como principio masculino, ocultar su brillo o iluminarse con brillo ajeno podrían pensarse, entonces, como manifestaciones energéticas de lo inconsciente femenino. Del mismo modo, podría pensarse que la ponderación de la mujer como diosa también genera una sombra. Las adoradoras de la Luna son mujeres conectadas con el hecho de ser mujer por sobre todas las cosas. Son quienes se enaltecen en las funciones diferenciales del cuerpo y en la conexión de su ciclo menstrual con el ritmo de la madre naturaleza. Para estas mujeres la maternidad es la consumación de la corporalidad. Su género es “especial”. Esta especialidad exacerba los atributos femeninos para convertirlos en algo sublime. La analista junguiana y astróloga inglesa Lis Greene, en Los Luminares (Urano, 1993) dice que bajo el hechizo de la Luna uno se ve reducido al nivel de bestia. Nos vemos reducidos a nuestra naturaleza corporal por ese poder instintivo que hemos dejado de lado en nuestro heroico ascenso hacia el Sol. Con frecuencia en estas mujeres hay una gran cólera hacia los hombres, debida a un amor no correspondido por su padre, o bien la sensación de que su madre era demasiado poderosa y le negó toda potencia. Quizá intentemos tomar prestado el poder del arquetipo para compensar lo que vivimos como una carencia personal. El problema está en que el poder arquetípico es un fraude, porque no es nuestro. De ahí que la mujer que esté inconscientemente identificada con la diosa lunar pueda ser, sin que ella se de cuenta, profundamente voraz y destructiva. ¿Porque no es lo sublime, acaso, una forma de poder?

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La ponderación de la mujer como diosa también genera una sombra.

Existen múltiples posicionamientos frente a la cuestión del género. Por un lado hay mujeres que asumen que ser mujer no es la mejor opción que les podría haber tocado y que por el simple hecho de serlo su partido está un par de sets abajo, y por esto luchan por ocupar un espacio social destacado renunciando a cualquier indicio que se asocie con la conciencia de la debilidad. Es así como se produce un desplazamiento de la identificación del principio femenino con el masculino. En otro extremo están las mujeres que promueven la equivalencia de la mujer con respecto al hombre. Lo particular es que en función de esta igualdad, al menos la mayor parte de las veces, lo que se promueve es legislaciones proteccionistas que acentúan las diferencias. Rudhyar dice que es significativo que, desde la visión de la Tierra, el disco de la luna y el disco del sol tienen casi el mismo tamaño en nuestro cielo. Esta coincidencia es posible gracias a que la gran diferencia de masa real de los dos cuerpos celestes está casi compensada por la diferencia de sus distancias relativas a la tierra. Esto, precisamente, es lo que posibilita los eclipses. Es un hecho que la Luna y el Sol se ven casi de la misma medida, pero esto es sólo una ilusión cósmica.

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Hay mujeres que asumen que ser mujer no es la mejor opción que les podría haber tocado y que por el simple hecho de serlo su partido está un par de sets abajo.

¿Es la mirada cosmogónica machista? Al parecer, fue la mirada geocéntrica primitiva la que igualó los cuerpos celestes. El lugar desde donde se observa determina la apreciación del hecho. Un eclipse es, fundamentalmente, un “aspecto”. La astrología entiende por esto una relación angular entre dos cuerpos. Podemos imaginarlo como tres personajes alineados que, al mismo tiempo, se enfrentan. Lo relevante para la conciencia polar es que ver enfrente a un otro implica que no está de mi lado y esto puede resultar insoportable para una estructura identificada con los principios lunares. No es necesario recordar que la Luna es un satélite de la Tierra. Para la conciencia, toda identidad que sea satélite de otra se ve forzada a replantearse su independencia. La cosmogonía solilunar no es machista, pero otorga roles específicos a cada luminaria. En este sentido, la igualdad no resulta posible. Fácticamente, para ser iguales tenemos que ser la misma cosa. La pregunta es: ¿Cuál es la posibilidad real de que dos cuerpos celestes estén demasiado próximos sin que esto implique una coalición o una relación orbital? La respuesta es la distancia. La distancia implica diferenciación. Es este alejamiento el que genera la noción de polaridad. La polaridad, para la astrología, es una oposición de 180°.  Es imposible pensar en dos cosas sin que la dicotomía se traslade a una lucha de partes.

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¿Es la mirada cosmogónica machista? Al parecer, fue la mirada geocéntrica primitiva la que igualó los cuerpos celestes.

La polaridad implica un conflicto de poder. Desde el punto de vista simbólico, no resulta casual que este eclipse suceda en Malasia. En la Trilogía Malaya (Alfaguara, 1997), Anthony Burguess describe a la perfección la tremenda complejidad de la apropiación inglesa de esas tierras y sus consecuencias: “Por un momento Syed Omar se dabatió atrapado en una angustiosa indecisión que nada tenía de placentera. Al igual que el resto del país, su occidentalización no daba para tanto… A un lado yacía Maimunah, su esposa, al otro, Zainab, también su esposa. Por su parte, él se encontraba emparedado entre la parda carne femenina”. Demasiado juntos, demasiado separados, encima, abajo, al lado, no existe un lugar desde donde posicionarse que no sea en el que uno se encuentra. Mujeres y hombres formamos parte de una constitución polar que es inconcebible sin la concepción de un eje, y en tanto no se modifiqué la mirada que los define no será posible elaborar el gran cuadro en el que ambos se encuentran. La cosmovisión celeste muestra un complejo entramado en el que cada organismo es una totalidad en si misma, en la que lo femenino es solo un aspecto más/////PACO