¿Cuál es el lugar que tiene el deseo en los sujetos de la época? ¿de qué modo se transita ese espacio para habitar esta existencia? ¿Existe un lugar para ello?  

La época

En la era actual se ha configurado una nueva masa. Byung-Chul Han la denomina “enjambre digital” dando título a uno de sus libros (“El enjambre digital”, 2019). Esta masa está conformada por personas aisladas sin miras de una unión, incapaces de la realización de una acción común, se destruye el silencio por la hipercomunicación y solo se percibe un ruido sin coherencia, que distancia los cuerpos.

Es una masa que se arma y se deshace con la misma velocidad que se constituyó, ya no identificada a un ideal, sino empujada por algunas ideas pasionales e intereses personales que circulan en el nuevo entramado llamado “red”, donde los algoritmos digitales dominan.  Ya no estamos en la era de la Biopolítica (en el sentido de Foucault) como un gran control poblacional desde el estado, sino que nos dirigimos a una época de la Psicopolítica Digital, esto es, el poder interviniendo en los procesos psicológicos inconscientes.

Esto produce que no sea necesaria una clase dominante ni un soberano, que someta y ejerza el poder, sino que parafraseando a Byung-Chul Han cada uno se explota a sí mismo y sostiene la creencia de que vive en libertad. De esta manera el sujeto de la época aparece como víctima de un poder que no reconoce (ya que es inconsciente) y es actor eficiente en la promoción y sostenimiento del sistema con su consecuente explotación.

El filósofo surcoreano en su libro “Sobre el poder” (2019) afirma que: “La sociedad del rendimiento está dominada en su totalidad por el verbo modal “poder”, en contraposición de la sociedad de la disciplina, que formula prohibiciones y utiliza el verbo deber”. Describe un fenómeno de la época como “no poder, poder”, donde los sujetos ya no se inscriben en el deber de la ley, que atraviesa a todes por igual e induce algunas prohibiciones, sino que todo se figura como es posible.

Se “libre y feliz” se muestra como una imposición que realiza una coerción desde adentro y desde afuera. Frente a las vicisitudes que producen que muchas veces no se pueda, el sujeto neoliberal se deprime, se “quema”, sosteniéndose en el ideal de que si no logro el “éxito” es porque no pudo lo suficiente (no le puse suficientes “ganas”). Es claro que esta forma de organización de lo social que se sostiene en la libertad de “poderlo todo” deja entre tinieblas las desigualdades estructurales del sistema basadas en la lucha clases (entre otros elementos que no abordaremos aquí).

El sujeto se hace responsable de su propio fracaso (responsable en términos morales), se repliega, se avergüenza y no cuestiona ni a la sociedad, ni a su estructura produciéndose así una autoagresividad. De esta manera no se convierte en revolucionario, que podría llegar a ser, a modo de ejemplo, un movimiento de armado de comunidad, sino en un depresivo.

El “no poder, poder” tiene su ápice en la insolvencia física que se compensa con un exceso de actividad, donde el sujeto se quiebra sobre sí mismo sobre agotado, deprimido, “quemado”.

Sin miras de sostener Teorías Conspirativas (o Conspiranoias) podríamos decir que este filósofo se adelantó al Covid-19 y su correlato: el Aislamiento (o Cuarentena). Los medios tecnológicos han potenciado las capacidades de los sujetos de poder intervenir en la realidad cambiando sustancialmente las formas tradicionales de trabajo ya que las tecnologías de la época tienen la habilidad de transformar todo el tiempo en tiempo de trabajo, por sus características de movilidad y transportabilidad, donde cada uno lleva su puesto de laboral a cuestas como un campamento. Este rasgo se ha visto exacerbado en estos últimos meses de aislamiento, y en un mundo donde ¿el teletrabajo ha llegado para quedarse?

No nos interesa cuestionar la practicidad o no del mismo; sin embargo, es necesario decir que los espacios de circulación se han visto invadidos por esta sobreexigencia y ya no es claramente separable el espacio íntimo del espacio laboral. Es común escuchar parejas en el consultorio que refieren que ambos partenaires se encuentran trabajando desde la cama o desde el living, espacios habitualmente utilizados con otros fines. Donde antes circulaba la posibilidad de lo lúdico, ahora circula el rendimiento. Donde antes existía espacio, quizás como vacío, para dar lugar al deseo, ahora existe una suerte de tapón de aquel vacío relleno del cansancio y rendimiento, nadie tiene ganas de nada cuando recién se baja de la montaña rusa tecnológica que es un sin tiempo ni corte. 

Estas características de la época se condensan en lo que Byung-Chul Han nomina como “el infierno de lo igual”: lo que nos iguala y nos conduce es la categoría de consumidores. El sujeto narcisista de la actualidad está abocado al imperativo del “éxito” en los términos que el sistema le ofrece, le es difícil pensar realizarse desde un deseo propio. En “La agonía del eros” Byung-Chul Han lo explica: “Así la sociedad el consumo aspira a eliminar la alteridad atópica, a favor de diferencias consumibles, heterotópicas. (…) Todo es aplanado para convertirse en objeto de consumo”. Se intenta quitar lo que subyace en el lazo a los otros: lo doloroso, lo difícil, lo que no fluye; positivizando al amor como mera satisfacción y acto de consumo en sí mismo.

En este sentido, entendemos que negar la alteridad atópica estructural subraya la necesidad de que el otro sea despojado de su diferencia, quedando degradado a la condición de espejo que confirma y es utilizado para la confirmación de la existencia del propio Yo. Es el puro goce de lo “Uno”, “Infierno de lo igual”, modalidad de vivenciar la alteridad como un suceso apocalíptico, que rompe la homeostasis del Yo.

No habrá que olvidar, parafraseando a Han, que es el Eros aquello que puede restituir al otro en su alteridad atópica, descubrirlo en su diferencia para ubicarlo por fuera del consumo y de la violencia de la repetición.

El lugar del deseo en los sujetos de la época

Estos sujetos epocales parecen haber olvidado el lugar fundamental de la falta en la estructura psíquica. Para continuar pensando en la época, el sujeto y el deseo, será necesario retomar algunas definiciones del deseo que nos aporta Lacan a lo largo de su enseñanza. 

A fines de los `50 Lacan ubica que “el deseo es el deseo del otro”, retoma a Hegel y a su antropogénesis, a partir de sus diálogos con Kójeve. Que el deseo es el deseo del otro implica varias cuestiones, por un lado: no se desea desde el Yo, el deseo no puede ser pensado a pura conciencia y no se lo define a partir de “querer una cosa”, no es definido a partir de su objeto porque no se desea una cosa. Esto es, uno no desea un objeto, sino algo que ya está mediatizado por el Otro y por eso tiene una pata fuerte puesta en el orden simbólico. 

Que el deseo tenga una “pata fuerte” en el orden simbólico quiere decir que, como dice Lacan (1960): “Es en cuanto Otro como el hombre desea”, esto es, en primer lugar, el deseo del hombre está estructurado por el gran Otro “descentrado” que es el orden simbólico. En su libro “Como leer a Lacan” (2008) Zizek lo explica: “lo que deseo está predeterminado por el gran Otro, el espacio simbólico que habito”. 

Decir que el deseo es el deseo del Otro es subrayar la importancia de que el deseo humano tiene que ser pensado primero en relación a sus condiciones y coordenadas y no solamente a través de sus objetos.

Lacan dirá que el objeto de deseo más propiamente humano es el reconocimiento mismo y que el deseo humano es un deseo antiadaptativo, dice que el deseo es deseo de Otra cosa. Porque siempre el deseo es otra cosa, es metonímico, por estructura el deseo es insatisfecho para el ser humano (en los animales no pasa esto). Por eso podemos decir que la realización del deseo no consiste en satisfacerlo sino en reproducirlo como tal.

Esto marca la idea de inadecuación esencial para el humano porque desde que entramos al lenguaje el deseo no tiene un objeto adecuado. Hay una “sed identificatoria” en el ser humano que no la tiene el animal. Donde el animal aprende, el hombre repite. Parafraseando a Kojève diríamos que el hombre se alimenta de deseos como el animal se alimenta de cosas reales.

Así es como decimos que el deseo humano difiere del animal porque no se dirige hacia un objeto real, dado, sino que se dirige sobre otro deseo.

El deseo tomado en tanto deseo, antes de su satisfacción, solo es una nada revelada, un vacío irreal. Por ser la revelación de un vacío es esencialmente otra cosa que la cosa deseada. El deseo que conduce hasta otro deseo creará entonces una condición distinta a la del animal, propiamente del sujeto, como decíamos, es un deseo que se dirige sobre otro deseo.

A su vez, Lacan dirá que el deseo es inarticulable, raramente se encuentran todas las palabras de ese deseo, porque el deseo es el deseo del otro. Cuando hablamos de sujeto deseante no hablamos de “un buen tipo” porque el deseo sea en sí algo bueno, hay deseos parricidas, de muerte, etc. La neurosis nace justamente para defenderse de muchos de estos deseos. La posición del sujeto es no saber de su deseo y, además, en general, no querer saberlo.

Sin embargo, hay formaciones del inconsciente que lo sacan a la luz y donde uno no se reconoce tan fácilmente, ya que como dijimos, no hay en el inconsciente alguien que diga “Yo deseo” porque apenas decimos “Yo deseo” lo transformamos en un anhelo o pedido. El deseo no es la vivencia de las ganas, no es un “muchacho feliz”. Aunque pueda serlo.

Si el deseo es inarticulable y metonímico tendremos como resultado que el deseo “está entre líneas”, es un intervalo, es efecto de lo que decimos, como resto de eso que decimos.

Así agregamos algo más: el deseo no es articulable pero sí está articulado, se encuentra articulado entre significantes y se hospeda en esos “entre”, en esos intervalos. Por eso también es tan complejo para uno mismo encontrarse con el deseo.

El deseo y la alteridad

Decir que el deseo es el deseo del otro es un modo de destacar la alteridad del deseo que nunca puede ser reconocido como propio, habrá que ver y esclarecer para cada quien cuáles son las condiciones que a ese sujeto lo producen sujetado a un modo de desear. La propuesta de un análisis es justamente producir ese efecto del sujeto deseante, donde, como ven, hablamos de condiciones y coordenadas, no de objetos.

Podemos entonces observar lo complejo que resulta para los sujetos de la época el sostenimiento del deseo, ya que este se constituye en el campo del Otro, se destaca la alteridad del deseo, tal como decíamos en las líneas anteriores.

Existe un empuje en lo social a responder por el deseo desde el Yo, consideramos que eso es estructuralmente imposible. La vivencia del deseo es muchas veces la experiencia de la ruptura de la homeostasis yoica, del “infierno de lo igual”. Donde la virtualidad intenta reunir de manera compulsiva negando las diferencias atópicas, el eros puede restituir al otro en su alteridad en una distancia justa para volver a relanzar el deseo.

El psicoanálisis, de la mano de Lacan, propone “No hay Otro del Otro”, esto es, el garante no tiene garantía. No es solo un aforismo, es la ética misma del Psicoanálisis. Lo interesante es que va a contrapelo de la época (entendida tal como la definimos con Byung-Chul Han); si en la época encontramos una alienación sostenida en el Psicopoder (concepto que opone una salida para los sujetos a través del deseo), los analistas decimos otra cosa: vaciemos de sentido, revisemos la singularidad, escuchemos el significante, preguntamos e interrogamos a ese deseo que a cada uno lo habita, porque el deseo nace desde que nacemos y es indestructible.  En definitiva, apelamos a una orientación sostenida en una falta constitutiva, atópica////PACO

  • Lic. M. Florencia González – Psicoanalista – Docente UBA – Investigadora UBACyT.
  • Lic. Ramiro Gimeno – Psicoanalista – Becario Honorario del Centro de Salud Mental N.º 1 “Dr. Hugo Rosarios”.

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