Ciencia


El correlato neural de la conciencia

El pasado 23 de junio se saldó una apuesta de veinticinco años. La historia es así: en junio de 1998, el filósofo australiano David Chalmers y el neurocientífico estadounidense Cristof Koch, dos de las principales figuras en el ámbito de las investigaciones sobre la conciencia, se encontraban en la ciudad alemana de Bremen asistiendo a un congreso. A la salida de una de las jornadas se reunieron en un bar, conversaron hasta la madrugada y, en un contrapunto entre el optimismo de Koch y el pesimismo de Chalmers, surgió la apuesta: Koch propuso que dentro de los próximos veinticinco años la ciencia develaría el misterio de la conciencia, mientras que Chalmers aceptó la apuesta jugando en contra de esa posibilidad. El botín: una caja de vinos de alta gama.

Los años pasaron y los protagonistas llegaron a olvidar los términos exactos de la apuesta. La precisión de los mismos era particularmente importante por lo siguiente: puesto en las categorías de una famosa clasificación de Chalmers, está el “problema fácil” de la conciencia y el “problema difícil”. Lo que Chalmers llama el problema difícil es encontrar la explicación (con la connotación técnica que conlleva el término en filosofía de la ciencia) de cómo algo material (el sistema nervioso) da lugar a algo que no solo es aparentemente inmaterial (la conciencia) sino que también está imbricado indisociablemente con la sintiencia, con una propiedad subjetiva intrínseca. En palabras de Chalmers: “por qué el cerebro no sigue simplemente procesando información a oscuras, sin necesidad de esa iluminación interna”. Este problema, el verdaderamente inextricable, estaba fuera de discusión. La apuesta versaba sobre el problema “fácil” de la conciencia: encontrar sus correlatos neurales. Pero dicho objetivo, puesto en esos términos, es demasiado vago, ya que no hay un acuerdo taxativo respecto de qué se consideraría haber encontrado el correlato neural de la conciencia (NCC, por neural correlate of consciousness). Allí es que fue importante la entrada de Per Snaprud.

Snaprud es un periodista científico sueco que, conversando con Chalmers en Budapest en abril de 2018 y comentándole éste sobre el olvido de los términos exactos de su apuesta con Koch, recordó que había entrevistado a Chalmers en Bremen el día siguiente al de la apuesta, nuevamente en el congreso. En una publicación de junio de ese mismo 2018 Snaprud cuenta que volvió a su casa, se puso a revolver viejos armarios y encontró un cassette cuya “etiqueta desteñida” decía: Entrevista a David Chalmers. “Busqué aún más, encontré una casetera y puse play”. En la grabación Chalmers contaba que se habían ido del bar a las seis de la mañana y no había llegado a dormir.

Snaprud escucha la grabación: “Su voz, pese a que no había dormido, suena alerta. Los recuerdos empiezan a emerger: el cielo estaba nublado, Chalmers llevaba una campera de cuero y el pelo hasta los hombros.”. Finalmente, en la entrevista Chalmers contaba sobre la apuesta y detallaba lo acordado: considerarían develado el correlato neural de la conciencia a los fines de la apuesta si se lograba identificar un pequeño conjunto de neuronas caracterizado por una pequeña lista de propiedades intrínsecas. “Creo que dijimos menos de diez neuronas”, agregaba. Las propiedades intrínsecas podían ser, por ejemplo, el patrón de activación eléctrica de una neurona o los genes que regulan la producción de varios neurotransmisores. Snaprud se lo envió a Chalmers, que respondió extático por el hallazgo y se lo reenvió a Koch.

A partir de allí comenzó un intercambio entre Chalmers y Koch en que el primero decía que la apuesta venía muy bien para sí, sobre todo dado que Koch en los años que siguieron a Bremen se encolumnó en la IIT (Integrated Information Theory). La IIT es una de las dos principales teorías actuales sobre la conciencia, junto con la GWT (Global Workspace Theory). A opinión de Chalmers, por su propia arquitectura, la IIT era la menos promisoria para lograr el objetivo específico de la apuesta. Koch replicó que el avance que se había logrado era importante y defendió que aún faltaban cinco años para que se cumpliese el plazo de la apuesta y que estaban muy cerca, mucho más que la GWT. Luego comenzó un cruce de corte legal: Chalmers consideraba que la categoría central de la IIT, phi, no cumplía con las condiciones de la apuesta: “phi es una propiedad de red de un grupo de neuronas, por lo que no es una propiedad intrínseca de neuronas específicas.”. Koch respondió que era cierto, que no había ninguna propiedad “mágica” intrínseca a cierto grupo particular de neuronas, pero que hay factores intrínsecos, como los genes, que pueden dar forma a la conectividad de una manera que dificulta distinguir entre propiedades intrínsecas y extrínsecas.

Se fijó una reunión de Skype arbitrada por Snaprud.

—Repasemos lo que dijimos en Bremen— abrió Koch, e intentó hacer foco en la cantidad de neuronas que darían por cumplido el objetivo, cuando ese no era el punto de controversia. Snaprud apunta que Chalmers se reía.

La situación, tal cual surge del relato, resulta infantil y entrañable. Deseo de ganar, trucos y retórica, olvidando el prestigio, olvidando la magnitud del tema. Chalmers retomó su punto:

—Creo bastante crucial para la visión original de Christof que sería un tipo especial de neurona, con algunas propiedades especiales. Y eso es lo que me parece improbable.

—Bueno, eso simplemente no lo sabemos, Dave. Esto es lo que hace nuestro instituto, y acabamos de recibir ciento veinte millones de dólares para hacer aún más.— ¡Increíble! Pataleando como un niño. Y por eso nuevamente entrañable.

—OK, pero ‘no lo sabemos’ no te alcanza. Realmente, a los efectos de esta apuesta, tendrías que descubrirlo para 2023. Y eso parece improbable.

Snaprud narra: “Koch se queda mirando a la nada por un momento, asiente y luego sonríe”.

—Concuerdo, es improbable porque las redes son extremadamente complejas. ¡Pero mucho puede pasar en cinco años!

Luego coincidieron en que ambos deseaban que la razón estuviese del lado de Koch, ya que ese avance, pese a que no terminaría con el problema difícil de la conciencia, resolvería muchos asuntos prácticos, principalmente clínicos, y quizá abriría nuevas posibilidades para abordar el problema difícil.

Se despidieron animadamente, recordando el vencimiento del plazo: 20 de junio de 2023.

En los años siguientes el asunto cayó bajo el paraguas de un proyecto de la Templeton World Charity Foundation titulado adversarial collaboration, que consiste en financiar estudios de gran escala para comparar teorías sobre un mismo fenómeno, evaluando el grado de acierto de las predicciones de cada teoría para esa batería de experimentos en particular. Representantes de cada teoría deben acordar los términos del estudio y el mismo es llevado adelante por investigadores independientes, desvinculados de los grupos de investigación en pugna. El primer estudio del proyecto fue precisamente una competencia entre la IIT y la GWT.

En cuanto a la apuesta, pese a que Koch adhiere particularmente a la IIT, un resultado exitoso de la GWT también significaba la derrota de Chalmers, que ganaría en el caso de que los experimentos no respaldaran de forma contundente a ninguna de las dos teorías.

Durante los años 2018 y 2019 se diseñó el estudio y se ultimaron detalles, pero la toma de datos se demoró largamente por la pandemia del coronavirus, y, como si todo hubiese aportado adrede a la intriga de la apuesta, los resultados finales quedaron fijados para los primeros días de junio de 2023, unos días antes del cumplimiento de los veinticinco años de la apuesta de Bremen.

Los experimentos consistieron en la ejecución de determinadas tareas bajo el escaneo de una resonancia magnética funcional, magnetoencefalografía o, en el caso de pacientes epilépticos que estaban en preparación para someterse a una cirugía cerebral, se consiguieron voluntarios que realizaron las pruebas con implantes insertados directamente en su tejido cerebral.

Las dos teorías habían hecho predicciones diferentes sobre lo que arrojarían los resultados. A trazo grueso, había dos ejes principales: primero, la localización, en que la IIT esperaba una mayor activación de las zonas posteriores del cerebro, mientras la GWT esperaba lo propio de la corteza prefrontal; segundo, la variable temporal, en que la IIT apostaba por una señal continua y la GWT por ráfagas intermitentes.

Los resultados llegaron. Algunos experimentos parecen refrendar una teoría, otros a la rival. Las zonas de activación varían, así como la constancia de la señal. Se proyectaron diferentes gráficos e imágenes salpicadas en rojo y verde: rojo cuando las predicciones habían fallado, verde cuando habían acertado. Con cierta reticencia, y sosteniendo desde ambos lados que los resultados dan indicios que apoyan su propuesta, las partes aceptaron que no podía leerse un resultado concluyente en favor de ninguna. Ya era junio de 2023, Chalmers había ganado.

Para saldar la apuesta se organizó un evento el 23 de junio en la Asociación para el Estudio Científico de la Conciencia de la Universidad de Nueva York, con el título 25 Years of Consciousness. En las fotos que se publicaron sobre la jornada se puede ver una imagen de Koch, que parece estar ingresando por primera vez en el escenario, cargando la caja de vinos hacia un Chalmers que lo espera, micrófono en mano, como interrumpido en medio de su exposición, sorprendido y riéndose.

El primer elemento pregnante de la imagen es la vestimenta contraria entre ambos. Koch vistiendo extremadamente colorido, con un pantalón rojo tirando a rosado y un buzo de colores similares alternado con blancos y naranjas, y Chalmers todo de negro, campera de cuero, como contaba Snaprud veinticinco años atrás. En ese contraste, que resulta demasiado marcado, arquetípico, caricaturesco, escolar, emerge cierta clasicidad, cierta armonía sin ambigüedades de película comercial. La oposición de las vestimentas le da a todo un aire de fábula, al estilo la hormiga y la cigarra, reversionada en un el neurocientífico y el filósofo, con las ilustraciones con el filósofo todo de negro, taciturno, pesimista, escéptico, y el neurocientífico alegre, conociendo como una máquina sus propios neurotransmisores, por encima de las vacilaciones de las humanidades, que, pese a que toda la pintura inicial del cuento lo marca como el seguro ganador, apuesta equivocadamente, pecando de optimista, por creer demasiado en una noción del progreso inconscientemente panliberal. Incluso, en esa caricatura, podría verse como que apuesta erradamente por su debilidad con la bebida, mientras que al filósofo, versado en la vida bohemia, un par de cervezas no lo ablandan de una posición rigurosa.

Dentro de esa fábula, es también simpática cierta asimetría de la apuesta: Koch apostaba contra el tiempo, Chalmers a favor del tiempo. La apuesta de Chalmers consistía en la mera omisión, podría haber apostado e irse a tomar sol a las Bahamas por veinticinco años mientras Koch trabajaba a contrarreloj con sus parvas de dólares de Silicon Valley, con maquinaria megasofisticada, voluntarios, laboratorios, descendiendo de a poco en la locura. Hay algo de meme cómico, de que el oficio antiquísimo del filósofo, sin moverse siquiera, diciendo “no” y prendiéndose un cigarro, le gana al atribulado científico contemporáneo. Un embrace tradition.

Más interesante es la caricatura por ser absolutamente falsa, por ser Koch y Chalmers tipos que se mueven en los mismos círculos académicos y en los mismos temas de investigación, siendo Chalmers alguien que sabe mucho más de neurofisiología que de Derrida. Sin embargo, la diferencia que antes llevamos al extremo, efectivamente opera, de modo más sutil, más técnico, aun en puntos muy especializados de un campo.

Luego, que el objeto de la apuesta sea el vino da en la fibra exacta de una dialéctica más íntima, que es la de escepticismo y dionisismo, escepticismo y vitalismo. Ante la imposibilidad del conocimiento, el lanzamiento hacia la estetización, la frivolidad, la embriaguez. El vino que compró Koch, de marca Madeira, es un vino de alta gama de unas islas portuguesas, las islas Madeira. La anécdota que hace a la particularidad de este vino es simpática: al comienzo, mediados del siglo XIX, hacían un vino de método bastante tradicional, hasta que una vez un cargamento que habían enviado tuvo problemas de aduana y volvió a las islas. Cuando tomaron el vino que volvió notaron que era muy diferente, a lo que descubrieron que las altas temperaturas de las bodegas de los barcos y el movimiento al que el vino era sometido lo modificaban fuertemente. A la clientela de las islas le gustó mucho la tanda que había vuelto en ese cargamento y entonces lo oficializaron, lanzando el vino da rhoda, que se mandaba a pasear unos días por el mar y volvía a las islas. Luego abandonaron esa solución, vagamente cavernícola, y desarrollaron métodos de movimiento y calor que no fueran tan costosos, confeccionando habitaciones conocidas como “estufas”. La entrada de Wikipedia de los vinos Madeira también dice: “Madeira era uno de los vinos favoritos de Thomas Jefferson, y se utilizó para brindar por la Declaración de Independencia. También se dice que George Washington, Alexander Hamilton, Benjamin Franklin y John Adams apreciaron las cualidades de Madeira”. La caja que llevó Koch se conservaba desde 1978.

Por último, respecto de la apuesta en sí, hay dos capas. Tiene la siguiente ironía: la apuesta es algo cotidiano, apostamos sobre cuestiones deportivas, personales, electorales, pero siempre la apuesta tiene ese aire prosaico, material, descontracturado. Acá se usa eso mismo para el gran misterio del conocimiento humano, y ese es el chiste tácito. La asimetría es absurda y encantadora. Pero en segundo lugar hay algo profundamente melancólico que subyace a lo cómico, como si la risa reprimiera una angustia o un vacío. Tiene algo de broma triste, de camaradería ante lo imposible. Son vidas enteras dedicadas a un tema que quizá no tenga solución, que quizá es inasequible por naturaleza. Y ahí pasan los años. En ese sentido muchas veces es más melancólica la vida del científico equivocado que la del artista, por más maldito que sea. El artista, el poeta, que se jacta de la futilidad y la hace una ética, en realidad se asienta en una futilidad tramposa, que en su propia lógica tiene una ganancia. En cambio, dedicar una vida de energía intelectual a proyectos que sí persiguen una idea de verdad, más o menos nebulosa, más o menos explicitada, y con todos los espejismos que corresponde esperar de esa palabra, y hacerlo equivocando, simplemente equivocando, eso es todo pérdida. Por ejemplo, hay una línea de estudio que sostiene que la conciencia no puede explicarse desde la biología y que solo podría explicarse desde la cuántica. Es una hipótesis improbable, o al menos minoritaria por el momento, pero ante la inaprehensibilidad del fenómeno, seduce. Alguien puede dedicarle la vida a ese intento y que al final no, no sea por la cuántica, no tenga absolutamente nada que ver. Hay un manuscrito de Frege, antes de morir, en que justamente asienta eso, dando por equivocado el propósito intelectual de su vida. Simplemente dice así: “me he visto obligado a abandonar la opinión de que la aritmética sea una rama de la lógica y por lo tanto que todo en la aritmética puede ser probado lógicamente”. Qué tristeza.

Por lo pronto, la apuesta se actualizó. La propuso Koch en el evento: doble o nada, por un correlato neural de la conciencia para 2048. Chalmers la aceptó: “Espero perder, pero sospecho que voy a ganar”. Para ese momento Chalmers tendrá 82 años, Koch 92.////PACO