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El cementerio de Grytviken tiene sesenta y cuatro tumbas que atestiguan el paso y la muerte de un puñado de hombres en las coordenadas 54°16′53″S 36°30′29″O del territorio nacional. Algunas corresponden, incluso, a los primeros cazadores de lobos marinos que operaban antes de que la Compañía Argentina de Pesca, con Larsen a la cabeza, fundara la estación ballenera.
El cementerio se encuentra sobre la costa sur de la caleta Vago. La primera descripción del cementerio la encontramos en el libro Antártica de Otto Nordenskjold, el capitán de la famosa expedición de 1902 que llevó a José María Sobral a pasar dos inviernos entre los hielos y a Larsen a proyectar la estación ballenera. La descripción es breve, pero poética: “Una serie de tumbas de balleneros en el lado sur de la bahía. Era un lugar muy bonito, con un poco de césped cerca de un arroyo ondulante, que cae, con una fuerza de blanco lanudo, por el lado de la montaña. Unos trozos de madera clavados en la tierra marcan las tumbas, y en tres de ellos se encuentran inscripciones que siguen siendo legibles”.
Una descripción similar realizó el explorador alemán Wilhelm Filchner, condecorado por Hitler con el Premio Nacional de las Artes y Ciencias Alemanas, cuando en su diario de la Segunda Expedición Antártica Alemana, To the Sixth Continent, ubica al cementerio de Grytviken “al pie de una pendiente extremadamente pantanosa. En él encontramos tres pequeñas tablas de madera sujetas a postes cortos. Marcaban tres tumbas viejas y medio olvidadas”.
Ambos resaltan la belleza romántica del paisaje bucólico, entre la humedad del césped y la vigorosidad de las montañas, en contraste con la melancólica imagen de las tumbas de madera, pequeñas marcas que recordaban el fugaz paso de los hombres por este mundo, lentamente borradas por los salados y helados vientos del mar. Recordemos que eran hombres decimonónicos con apenas un pie pisando el siglo XX, hombres empujados por las emociones y el imperialismo que atravesó su tiempo. Sin embargo, donde Nordenskjold y Filchner solo encontraron un rincón abandonado y olvidado por dios, que inspiró una pequeña descripción vagamente poética, Larsen vio la posibilidad de una isla, de un pueblo y de un negocio.
Tras la fundación de la estación ballenera por parte de la Compañía Argentina de Pesca, la tierra debajo del pequeño cementerio empezó a nutrirse de los hombres que explotaron y doblegaron los recursos que la naturaleza fría e indiferente del Atlántico Sur ofrecía.
La página WildIsland reúne los nombres y las tumbas de todos los que están enterrados en el cementerio de Grytviken. La información que brinda el sitio es bastante pormenorizada: el nombre del difunto, su fecha de nacimiento y muerte, edad al morir, un número de registro, un código de referencia dentro del cementerio, una pequeña foto de la tumba y, si la historia lo amerita, un pequeño texto que narra algún detalle de la vida del fallecido o las causas de su muerte.
La mayoría de las tumbas son un pequeño bloque de piedra blanco, con apenas el nombre y las palabras en noruego født (nació) y død (murió). El recorrido puede ser macabro, tal vez morboso, pero en la historia de los muertos descansa la historia del pequeño pueblo abandonado.
La Ley de Ciudadanía dice en su Título 1°- De los argentinos: Art. 1° Son argentinos: “todos los individuos nacidos, ó que nazcan en el territorio de la República Argentina, sea cual fuere la nacionalidad de sus padres”. Con eso en mente ¿qué pasa con los que murieron y fueron enterrados bajo ese mismo suelo, como aquellos que descansan en Grytviken? ¿Qué lectura hacer de los extranjeros que vivieron y murieron en nuestras orillas más lejanas?
Las fichas que voy leyendo son frías, apenas datos puestos en orden, serializados. Cada tumba vale lo mismo que la siguiente. La página no ofrece una lectura, una jerarquización, una interpretación. Pero su material es rico, parece la fuente para una literatura que espera ser escrita, un material que yace enterrado bajo la nieve del sur. Veamos qué sale de la cripta.
La primera tumba que me aparece es la de un tal Granholt, Trygve, nacido un 31 de marzo de 1913 en Noruega y fallecido en Grytviken en 1931. Tenía solo dieciocho años. Tallado en la piedra se puede leer en mayúsculas “elsket og savnet” que en Noruego significa algo como “amado y extrañado”. ¿Cómo murió Trygve y quiénes fueron aquellos que lo amaron y extrañaron? ¿Estaban ahí con él? ¿Qué pensó cuando estaba por morir tan joven y tan lejos de su tierra natal? Serán cosas que nunca sabremos y que solo podemos imaginar, pero que estas pequeñas tumbas insinúan.
Sigo leyendo.
Nueve de las tumbas corresponden a los caídos por una epidemia de tifus desatada en 1912.
Otras nueve son anónimas.
La tumba de un tal Karl Andersen que nació en Noruega y murió en Grytviken en 1941 se destaca por ser grande y blanca, con la leyenda en noruego “Fra Kamerater” que significa “De sus camaradas”. Otra vez las mismas preguntas. ¿Quiénes fueron los camaradas de Karl?
Me detengo en una tumba blanca con una gran cruz de piedra. Pertenece a un tal William Barlas, un magistrado inglés que murió en una avalancha. Una muerte digna, seductora para esas latitudes y esa época de la historia. La página ofrece una pequeña biografía en las que se destaca su larga trayectoria al servicio de la corona británica en sus territorios de ultramar. La página subraya que su memoria sigue viva en algunos accidentes geográficos de la zona que fueron nombrados en su honor.
Hay un noruego que se resbaló de un precipicio.
Otro que fue profundamente extrañado (“Dypt Savnet”).
Hay uno que murió el 14 de febrero de 1935 y era recordado por su prometida.
También un tuberculoso.
Aparece un hombre llamado Gunnar Johanssen Langaas que fue asesinado por la cola de una ballena.
En definitiva, las muertes posibles de los hombres de aventura de la primera mitad del siglo XX.
Sigo.
Freno en la ficha de un tal Karl Gustavsen Heed. La página hace una precisión interesante: “El Registro de Defunciones nos dice que Heed era un observador meteorológico. También ofrece un nombre alternativo ‘Carlos Gustavo’”. Lo interesante, sin embargo, es la hipótesis que arroja el escritor anónimo de estas fichas: “Como era meteorólogo, lo más probable es que haya estado trabajando en la estación meteorológica de los argentinos, por lo que pudo haber sido conocido por este nombre por ser más pronunciable para sus compañeros”. Es la primera mención a la presencia argentina en la isla. Me entusiasmo.
Hay dos tumbas famosas que se destacan del resto, tanto por su forma como por su lugar en la historia.
La primera es la de Ernest Shackleton, el famoso explorador polar irlandés que en 1909 alcanzó el punto más austral logrado por el hombre hasta ese momento. De nuevo en expedición, Shackleton murió en Grytviken en 1922 y fue enterrado allí por pedido de su esposa luego de que su cuerpo fuera trasladado a Montevideo. La leyenda cuenta que la noche en que murió, su doctor, Alexander Macklin, le había indicado que debía dejar el alcohol. Su tumba es la más imponente de todo el cementerio, un monolito de piedra maciza, alto como un hombre, tallada con su nombre y la sencilla descripción en inglés de “Explorador”. Sobre las inscripciones, una enorme estrella. Frente a la tumba, Macklin escribió en su diario: “Pienso que esto es como fue el propio ‘Jefe’, solo en una isla lejos de la civilización, rodeado de mares tormentosos y tempestuosos y muy cerca de una de sus grandes hazañas”.
La tumba de Shackleton desentona en el cementerio. Es vanidosa y pretenciosa. Su esfuerzo por desmarcarse de las sencillas tumbas que la acompañan en el descanso permanente es palpable. Cementerio viene del griego κοιμητήριον, que significa «dormitorio». Hay algo democrático en el cementerio de Grytviken. Hombres de distintos momentos históricos, latitudes, clases sociales o fama se reúnen para yacer por siempre bajo sus modestas tumbas bajo el viento helado. Por eso mismo, la tumba de Shackleton se vuelve chistosa, a contrapelo, como un intento obsceno de volver a jerarquizar el único espacio donde todos son iguales, de seguir insistiendo en la vida.
La dejo atrás.
Finalmente llego a la tumba que estaba buscando. La de Félix Artuso, el único héroe de la Guerra de Malvinas en morir y ser enterrado en la Isla San Pedro. La entrada está acompañada por una pequeña descripción de la trágica confusión, que según los ingleses, le costó la vida en el submarino ARA Santa Fe el 26 de abril de 1982 cuando maniobraba para despejar el puerto de Grytviken bajo la vigilancia de un soldado británico. Cristian Artuso, su hijo mayor, cuenta las palabras que su padre le dijo la última vez que lo vio, el 19 de abril de 1982: “»Hijo, me voy a la guerra. Tomá mi espada. Sé que no voy a volver». Félix Artuso fue declarado «Héroe Nacional» y condecorado con la medalla «La Nación Argentina al Muerto en Combate».
La tumba de Artuso es modesta. Una cruz blanca con su nombre y su fecha de muerte sobre un rectángulo blanco lleno de piedritas. Una corona de flores permanente que sus familiares hicieron llegar y una placa en conmemoración por los veinticinco años de su muerte que enviaron sus compañeros de armas son los sencillos adornos que señalan el sepulcro del héroe.
Sigo y encuentro lo que quería comprobar. Más de cincuenta años operó en Grytviken la Compañía Argentina de Pesca. ¿Cómo era posible que el único argentino en dejar su cuerpo en la isla haya sido nuestro héroe Artuso? Al menos el único del que estaba al tanto. Pero allí estaba la tumba de un tal Luis Salvini y de Miguel Bartolo Perak. Ambas corresponden a las genéricas tumbas blancas del cementerio, con las fechas de nacimiento y muerte en noruego. La tumba de Salvini está partida en tres pedazos. La página no da ninguna precisión sobre la muerte de los argentinos. Solo precisa que Salvini tenía treinta y dos años y Perak apenas veintidós. Ambos fallecieron con unos meses de distancia en 1946.
En facebook encuentro un posteo de 2016 de la página “Operación Malvinas. Para no olvidar”. En el mismo precisan apenas la causa de la muerte y el oficio de los compatriotas. Perak habría fallecido por un paro cardíaco y era camarero de buque. Por su lado, Salvini murió por una gangrena y shock postoperatorio. Era marinero. Las preguntas están ahí. ¿Qué hacían en Grytviken esos hombres? ¿Qué hechos trágicos llevaron a la gangrena y la operación de Salvini? ¿Qué habrán pensado al ver por última vez los rayos del sol en los bordes de la patria? ¿Qué lugar les cabe en la historia argentina? Solo queda imaginarlo. Las incógnitas de Perak y Salvini pueden ser el material frío e incompleto que las coordenadas de Grytviken son capaces de ofrecer para una literatura de las islas argentinas. Es solo un comienzo. Una invitación. El escenario y las fechas están, solo falta la voluntad.
Me queda una última tumba y siento que hay algo pendiente. Se trata del sepulcro de un lituano llamado Miguel Gobis. La página tiene un pequeño apartado: “el Registro de Defunciones nos dice que cometió suicidio”. Puedo terminar. Apareció el único personaje que faltaba////PACO
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