Conozco a alguien que tuvo un muy buen dosmildieciséis: una mesa de Necochea de salud, dinero y amor. Mucho, desbordante. Pero con cierto termómetro social, y al tanto del clima de época, relativiza sus (¿sus?) logros y le baja el tono a su gran dosmildieciséis. No se trata de un gesto noble. Es más bien la aceptación de una consigna más pragmática que idealista: que el individualismo metodológico o cierta realización personal pueden quedar muy opacadas ante lo empírico de –y hay que decirlo con total claridad– semejante año de mierda. Circula por ahí –y por ahí es en las redes sociales, donde la dimensión apocalíptica del año se tramita con chistes y ocurrencias a fuerza de RT porque precisamente no se tramita– la idea de que “es muy de kirchnerista cool decir que este fue un año horrible”. Jugar es otra de las formas que toma la evasión y por eso la consigna “Me at the beginning of 2016 VS. me at the end of 2016” se repitió hasta anularse.

Jugar es otra de las formas que toma la evasión y por eso la consigna “Me at the beginning of 2016 VS. me at the end of 2016” se repitió hasta anularse.

Los balances son tan discutibles como la relatividad de medir la existencia con el calendario gregoriano y, además, es claro que la llegada de diciembre, el mes tabú, no hizo más que reforzar la sensación de inseguridad. Sin embargo, contra el argumento localista de que se trata del último llanto “kuka” que se resiste al cambio se alzan voces como la de Madonna (a quien la pompa de haber sido premiada como la Mujer del Año en 2016 en  los Billboard  tampoco le alcanzó y usó Twitter para exorcizar el año) o The New Yorker, que tras el triunfo de Donald Trump se animó a plantear desde su editorial “2016: Worst year ever?” El desafío para la lectura o el balance local es –sí, una vez más– evitar el planteo agrietado. Y operar con la mirada el siguiente recorrido: del ombligo a la realidad. Y fijar ahí. Cuarenta y ocho horas antes de que terminara su año, Macri hizo el balance desde arriba e institucionalizó el consenso que circulaba desde abajo: aceptó que “ha sido un año duro” –y prometió flores: “2017 será un año mejor para todos”. Pero la incógnita es más profunda y radica en la cosmovisión. ¿Puede el entusiasmo individual resolver la recesión y la debacle de cada uno de los indicadores económicos? ¿Qué mensaje le da lo público a lo privado cuando se anuncian 400 despidos un 29 de diciembre? ¿Logrará el emprendedurismo llenar el vacío material y simbólico que deja un Estado que se retira del escenario político y social? ¿Cómo encontrar un nuevo espesor?

¿Logrará el emprendedurismo llenar el vacío material y simbólico que deja un Estado que se retira del escenario político y social? ¿Cómo encontrar un nuevo espesor?

Según el INDEC, el segundo semestre fue peor que el primero. El nivel de actividad se desplomó 4,7% en octubre. En noviembre la industria cayó un 4,1% y la construcción se hundió un 9,4%. En diciembre, según CAME, las ventas navideñas medidas en cantidades cayeron 2,1% frente a 2015. No tan lejos de aquel slogan vaciador e idiotizante que rezaba “Todo Negativo”, y del que se valió el kirchnerismo para apuntalar su política mediática, crece hoy  el brote verde del entusiasmo acrítico. Mientras se repite aquello de que tocar fondo es necesario para revertir la tendencia, surge la pregunta acerca del valor en sí de conservar el optimismo. Dosmildieciséis también demostró que los economistas son hábiles en el uso brutal de la metáfora: “Dejamos el auto preparado y la ruta pavimentada”, dijo Prat Gay horas después de que atacaran a piedrazos la camioneta en la que viajaba el Presidente y cerró su año. Y el nuestro.

“Dejamos el auto preparado y la ruta pavimentada”, dijo Prat Gay y cerró su año.

Brindemos. Pensemos. Dosmildieciséis fue también duro en términos de Thánatos. ¿Qué hacer ante el vacío de los pesos pesados? No se trata de ellos, se trata de nosotros. Quien no haya sentido la muerte de David Bowie, George Michael, Prince, Muhammad Ali o Leonard Cohen puede haber leído en la desaparición de Fidel Castro el verdadero punto final del corto siglo XX. Mientras escribo esto, Charly está internado. Hubo, además, 301 desastres naturales. Y atentados en todos los continentes que se multiplican al ritmo frenético de la deforestación terrorista. ¿Cómo conjurar la muerte? Queda a gusto de cada paladar: quien no pueda recorrer la distancia que hay entre su ombligo y la realidad seguramente podrá mirar al cielo y preguntar “¿y ahora qué?”. También los astrólogos advierten que en dosmildieciséis fue intensa la retrogradación de los planetas.  No retrogradan siempre, hay años que sí y otros que no. Bueno, este año lo hicieron todos menos Venus, el más inofensivo. ¿Caprichoso? Claro, como la muerte. Brindemos. Pensemos. Y, ante todo, evitemos el tango. Por eso, dosmildicieséis, besito en la frente y send nudes/////////PACO