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Este verano se evidenció un viraje en la percepción de Cambiemos. Los escándalos mediáticos, judiciales y administrativos todavía están lejos de ser heridas de muerte, pero está claro que la alianza del PRO, la UCR y Lilita Carrió dejó de ser percibida como una prístina fuerza libre de corrupción, incapacidades y, sobre todo, intereses económicos nacionales e internacionales que direccionan sus políticas. El efecto “sí se puede” salvó al Presidente Macri de una severa complicación con los Panamá Papers. Recién había entrado a la Casa Rosada, tenía una imagen positiva alta y el escándalo internacional, si bien pudo tocarlo, no lo dañó. Nada que un fuerte blindaje mediático, acompañado de unos meses de apariciones públicas con custodia y mínima presencia en actos no pudieran morigerar. La tormenta pasó hasta hace pocos días, en que un acuerdo entre el gobierno y los ex contratistas del Correo Argentino revelaron insólitos beneficios para el grupo económico conducido por el padre del Presidente de la Nación, beneficios mega millonarios como nunca se habían visto en la política argentina. Este segundo escándalo lo encuentra a Macri dañado por un año de gobierno en que aplicó los poco populares tarifazos que generaron malestar más allá de los círculos opositores tradicionales, y rompió varias de sus promesas de campaña.

Ese contraste entre el Mauricio golpeado y que exhibe la inoperancia de sus ministros y el Mauricio que se toma vacaciones una y otra vez es la muestra de que existen dos Mauricio Macri.

Sin embargo, Macri no se comporta como un equilibrista en la cuerda floja sino que mantiene su imagen canchera, la misma que pudimos ver en los debates con sus opositores en 2015, un Macri que se esfuerza en el artificio de decir “acá no pasa nada, seguimos siendo los buenos de la película”. El chaleco antibalas del couching todavía sirve. Ese contraste entre el Mauricio golpeado y el Mauricio que se toma vacaciones una y otra vez, que se saca fotos bien cuidadas con pobres, el que aparece sin corbata y relajado en una conferencia de prensa, que define como errores inocentes al acatamiento de las sugerencias del FMI -como en el caso de los cambios en los incrementos jubilatorios- y que exhibe la inoperancia de sus ministros con total impunidad es la muestra de que existen dos Mauricio Macri, que parecen querer convivir por un tiempo largo entre nosotros. Uno preocupado, siempre a puertas cerradas, en reuniones con ministros, que algunas crónicas palaciegas inclusive muestran desesperado, y otro Mauricio ante las cámaras de televisión, que se exhibe como un CEO que regresa de vacaciones y tiene su trabajo asegurado pase lo que pase, y que habla a los ciudadanos como a empleados y se tensiona ante el esfuerzo de parecerse a aquello que alguna vez le permitió ganar su lugar actual.

Hay un profundo contraste entre los discursos de los funcionarios cuando eran oposición y los dichos actuales. ¿Jamás pensaron que realmente iban a tener que gobernar?

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Uno de los aspectos que demuestran la debilidad del gobierno es que no hay plan. Hay un profundo contraste entre los discursos de los funcionarios cuando eran oposición y los dichos actuales. Se nota que, en principio, jamás pensaron que realmente iban a tener que gobernar. Un caso paradigmático es el de Laura Alonso, la directora de la Oficina Anticorrupción, que justificó el uso del helicóptero presidencial para que la familia Macri regrese de sus vacaciones en el extranjero mientras que, durante el gobierno anterior, criticó el mismo uso que le dio la entonces presidenta Cristina Fernández de Kirchner al extinto Tango 01. Casos como este se repiten a diario en las redes sociales, donde ante cada declaración se sube algún tuit viejo del mismo funcionario diciendo lo contrario dos años antes. La ausencia de una línea de comportamiento se evidencia con sólo verificar el uso de los transportes presidenciales. Al principio de su gestión, Macri aseguró que sólo usaría aviones privados y líneas aéreas comunes para realizar los viajes oficiales -y para esto vendió el mítico Tango 01-. Sólo un año después licitó la compra de un nuevo avión presidencial. Es como si el ánimo demagógico de uno de los Mauricio se debilitara ante el otro Mauricio, acostumbrado a ser un playboy millonario, cansado de interpretar el papel del estadista austero y responsable.

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Sin plan, entonces, las medidas de gobierno de los ministros caminan por líneas paralelas, corren en sentidos contrarios o se cruzan en cortocircuito. Mientras el ministro de Energía dispone subas permanentes de tarifas eléctricas que triplican la facturación y difunde un delirante instructivo de ahorro dándole un nuevo sentido al popular término “Argenzuela”, desde el área de Economía intentan bajar los precios al contado de los electrodomésticos, invitando a las capas medias-altas y altas a consumir mucho más, precisamente aquellas a quienes menos les importa (y por lo tanto más descuidan) el consumo de energía. En este contexto, la idea del ministro de Medio Ambiente de comprar ómnibus urbanos eléctricos para la capital porteña es, sin dudas, parte clave del delirio de este jardín con senderos que se bifurcan.

Los dos Mauricio surfean entre la confusión de sus propias medidas y la negación de la existencia de cualquier problema en su administración.

En términos macroeconómicos, el macrismo propone una apertura de mercado, una desregulación de la economía e importaciones indiscriminadas precisamente cuando el país exige mayor industrialización y las potencias económicas del mundo experimentan un proceso de cierre de fronteras e importaciones. Las medidas de apoyo al sector agropecuario se concentran en la exención de impuestos a la exportación de soja mientras la soja experimenta una caída abrupta del precio internacional y el negocio agropecuario comienza a focalizarse en producciones más rentables que la cartera de Agricultura parece desconocer. Ya no se trata sólo de contradicciones entre el Cambiemos de la campaña electoral y el que gobierna, sino de líneas opuestas dentro de la propia administración, lo que intensifica la sensación de orfandad. Los dos Mauricio, entonces, surfean entre la confusión de sus propias medidas y la negación de la existencia de cualquier problema en su administración.

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Hay también dos Mauricio cuando se trata de la última dictadura militar. El primero aparece en las entrevistas rechazando cualquier tipo de interés en el tema e ignorando datos básicos, un negacionista encubierto tras un discurso pragmático que contrapone el conocimiento y el análisis del pasado con las soluciones de los problemas del presente. En definitiva, hace vacío con el tema, como si nunca hubiera ocurrido, como si se trataría de la Vuelta de Obligado, de la Generación del 80, un asunto de profesores de historia. El otro Mauricio es el que fogonea los temas de DDHH para oponerse al kirchnerismo. Desde funcionarios que siguen cuestionando los emblemáticos 30 mil o negando el terrorismo de Estado 76-83 sin ningún tipo de represalias más que alguna llamada por teléfono en privado, hasta un César Milani condenado por la Justicia y cuya foto se pegó en cada portal de noticias existente. Mientras el kirchnerismo utilizaba la dictadura y los DDHH para posicionarse ante sus propios votantes y marcar la cancha simbólica a opositores, el macrismo hace exactamente lo mismo, pero en una versión espejada. El gobierno de Cambiemos no sabe exactamente a quién representa: es una alianza pragmática que trata de nadar en su vacío político sin ahogarse. Pero los dos Mauricio saben, sin embargo, que fueron votados por oposición al kirchnerismo, y así gobernarán durante cuatro u ocho años.

El kirchnerismo utilizaba la dictadura y los DDHH para posicionarse ante sus propios votantes, el macrismo hace exactamente lo mismo pero en una versión espejada.

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Cuando Cambiemos llegó al poder, probablemente el único “cambio” del que estaban realmente convencidos era el comunicacional. Teorías, formas y esquemas importados del primer mundo y aplicados a la política, presentados como una novedad en un país que no había visto de cerca las campañas de Obama. La soberbia y la grandilocuencia de los agentes comunicacionales de Cambiemos generó inclusive los primeros roces con los medios tradicionales, que criticaron el abuso de Snapchat, la falta de voceros y fuentes en off, y otras tradiciones a las que el periodismo estaba acostumbrado y que Marcos Peña Braun y su Secretaría de Comunicación Estratégica consideraban parte de un pasado. Hasta La Política Online denunciaba el año pasado que el gobierno quería «financiar teléfonos celulares en 12 cuotas sin interés» con el fin de que la mayor parte de los argentinos estuviera conectada a las redes sociales, el supuesto punto fuerte de la comunicación macrista. Pero entonces llego el otro Mauricio y las cuotas sin interés se eliminaron, se multiplicaron las operaciones de prensa en Clarín, La Nación y otros medios amigos, sumados a una insólita conferencia de prensa en la Casa Rosada justo en el momento en que la popularidad del gobierno ardía, al unirse los aumentos de la nafta, los peajes y los servicios con los escándalos de la ley de ART, la baja en las jubilaciones y los favoritismos a Franco Macri en el acuerdo del Correo Argentino. El Mauricio renovador que confía en «el mejor equipo de los últimos cincuenta años» desaparece en los momentos en que más debería demostrar solidez y capacidad. Aquel “gobierno de cercanía” que Marcos Peña Braun y sus muchachos de la Secretaría de Comunicación Estratégica pregonaban unos meses atrás se convirtió en un soliloquio dedicado a “la prensa”, ese constructo en el que conviven oficialistas pagos, oficialistas gratuitos y opositores un poco desesperados por meter toda la data de un año en una sola pregunta: en fin, la fauna histórica de los medios de comunicación. El presidente se borró de los “timbreos” de campaña y tomó protagonismo la figura de Carrió, una Ziggy Stardust de los medios tradicionales.

En un gobierno sin plan pero con votos, el único gobernante es la opinión pública.

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Los dos Mauricio se turnan también para gobernar. Uno es el Mauricio eficiente, el CEO, el jefe, el que sabe lo que quiere y lo consigue, el privilegiado, el que conoce lo que quieren los argentinos. Ese Mauricio es el que aplica sus políticas sin titubear, trae malas noticias sin tapujos y anuncia las buenas nuevas como si festejara un cumpleaños. Es el que repite “reparación histórica a los jubilados”, el que sonríe ante las preguntas incómodas, el que habla con tranquilidad y paciencia, explicando medidas de gobierno como un padre explica a sus hijos que deben ir a la escuela y estudiar mucho. Pero es un Mauricio que sabe lo que es mejor para el país, que lo hace por nuestro bien. Y después está el otro Mauricio, el que se equivoca, el que pide disculpas, el que acepta sus errores, el que da marcha atrás. En un gobierno sin plan pero con votos, el único gobernante es la opinión pública, y el segundo Mauricio aparece cuando esa opinión es desfavorable y borra con el codo lo que firmó con la mano. Los dos Mauricio, en este caso, exhiben sus miserias junto con sus fortalezas, algo ideal para el miembro para un grupo de autoayuda, interesante para la literatura y excitante para una pareja, pero muy poco valorable para un votante y nada para un gobernante.

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El macrismo enfrenta finalmente un comienzo de año difícil: intenta mantener las apariencias, el control, la mesura, se define a sí mismo como “el gobierno de los buenos”, pero por otro lado no tiene plan, no tiene coherencia, está asediado por responder a los intereses que lo financian, que lo acorralan y lo presionan. Y ve como inevitable una reducción de votos en su próxima campaña. Cristina se asoma como candidata en la provincia de Buenos Aires, lo mismo que Sergio Massa, y el principal distrito electoral tiene a una María Eugenia Vidal que no parece estar en su mejor momento, con una imagen personal intacta pero como parte clave de un gobierno devaluado, sin referentes ni figuras de peso en competencia. El plan que activó Marcos Peña Braun de desactivar las instituciones satélite y fortalecer al PRO como partido dio pocos resultados. ¿Cómo llevar adelante un partido que niega las principales tácticas y estrategias de los partidos? ¿Cómo eludir las contradicciones de los dos Mauricio cuando ese doblamiento está en cada uno de sus militantes? La dualidad de Cambiemos está lejos de aquel “doble comando” que se practicó en el primer gobierno de Cristina, cuando Néstor Kirchner desde sus oficinas en Puerto Madero contradecía las órdenes de la nueva Jefa que no era tal. Más que un gobierno bicéfalo, Cambiemos es un gobierno bífido, dos lenguas que pican a la misma víctima, que desdoblan el mismo discurso, que muestran fotos en color y su negativo, que es imposible de revelar porque su trastienda está justo enfrente de nosotros//////PACO