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Por Clara Iribarne

I
A los 27 años ya estás demasiado grande para irte de viaje con tus padres. Punto. No importan todos los aspectos positivos que acompañen la iniciativa ni las excusas que me repita para asegurarme de que fue una buena decisión: que me invitaron, que voy a salir del país, que voy a dormir en hoteles buenos, que voy a ahorrar plata para otro viaje… No, ninguna razón le hace frente al hecho de que a partir de cierta edad ya estás demasiado grande para viajar con tus padres.  De esto me di cuenta el primer día de mis últimas vacaciones, cuando quise salir a recorrer Santiago de Cuba y, por una razón o por otra, avanzar se hacía imposible: siempre estábamos en la misma esquina. Claro, es que mi mamá quería aprenderse hasta el último detalle del mapa de la ciudad antes de dar el primer paso y mi papá decidió que ya era momento de explotar sus dotes de fotógrafo (bastante ocultas durante todo el año) y dedicarse a retratar cada segundo, cada paso, cada adoquín de las calles de Cuba. Lo peor es que un día, desayunando en uno de esos hoteles que jamás habría podido pagar, un tipo alemán se acercó a la mesa de mis papás (yo ya me había ido) para pedirles algún dato sobre mí. No sé si quiero saber demasiado de lo que se habló, pero lo que sí sé es que cuando le dijeron que yo tenía 27 años el tipo se sorprendió y dijo algo así como que ya era demasiado grande para viajar con ellos y que estaba en una edad en la que “había que disfrutar”.  No sé qué fue lo más triste: a) que alguien que no me conoce en lo más mínimo me venga a dar instrucciones de cómo disfrutar la vida, b) que un tipo que está interesado en mí se acerque a pedirle información a mis viejos, c) que tenga que venir un extranjero a confirmarme lo que me suponía antes de salir de Argentina: que a los 27 años ya estás demasiado grande para irte de viaje con tus padres.

II
Cuando caminás por las calles de las ciudades más turísticas de Cuba te sentís una especie de dólar humano. No importa que seas argentino y que te sientas portador de un supuesto plus: “Vengo de la tierra del Che y asumo que voy a tener algún tipo de complicidad con los cubanos”. No, para nada: si no sos cubano, sos turista y por lo tanto venís de aquel mundo capitalista donde todo se paga.  Eso nos lo dejó muy en claro una cubana cuando mi papá, fiel a  su nuevo espíritu de fotógrafo,  le quiso sacar una foto a una flor: “En tu país todo se paga, así que acá pagás también”.  Por lo tanto, toda persona que se te acerque a hablar probablemente te termine mangueando unos dólares, y cuando en los halls de los hoteles ves a un extranjero ya entrado en años y con un estado físico cuestionable, abrazando a una chica cubana de veintipico, no pensás en eso de que “para el amor no hay edad”.  Además los cubanos son todos buenos músicos, (creo que no escuché a ninguno malo) así que en cada esquina vas a tener asegurada una banda que toca por una colaboración, pero que suena bien sí o sí. El tema es que apenas llegás escuchar “Compay Segundo”, “Comandante Che Guevara” o “La vida es un carnaval” es algo totalmente mágico, pero con el correr de los días descubrís que los hits del repertorio no varían, y empezás a perder la paciencia.

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III
Yo pensaba que uno viajaba a Cuba porque simpatizaba con Fidel y la Revolución, fue después cuando me enteré que tenía las mejores playas del Caribe, los all inclusive con shows nocturnos y el hotel en el cual se hospedaron Rita Hayworth, Frank Sinatra y Walt Disney.  Ahí empecé a entender un poco más por qué me cruzaba con argentinos que decían cosas como: “Es una vergüenza lo que Fidel hizo con este país”. También fue después cuando me percaté que la Revolución era parte del atractivo turístico y en todos los puestos podías conseguir la remera del Che, el bolsito del Che, el cuadrito del Che, el reloj del Che, la gorra guerrillera del Che y así.

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IV
Viajar a Cuba es una experiencia diferente. Cómo será de diferente que allá Mi familia es un dibujo (la de Germán Krauss y Dibu) es todo un éxito.  Eso me lo contó un pibe cubano que conocí en la calle y con el que me fui a tomar una cerveza (al final de la salida me mangueó un par de dólares, pero eso no viene al caso). Yo le empecé a hablar de todo eso que ves en Cuba: que no hay gente en situación de calle, que todos tienen comida, educación y salud;  él me dijo “no importa cuánto alimentes a un pájaro, si no lo dejás volar estás matando su esencia” (sic). Después se me acercó al oído (porque, según lo que me dijo, “en Cuba las paredes escuchan”), y me confesó en voz baja: “Yo no lo quiero a Fidel”. Es cierto que hay de esos, pero también hay de los que dicen todo lo contrario. Viajar a Cuba es una experiencia diferente: un país en el que todos tienen comida, educación y salud es, de por sí, diferente. Y si bien hay momentos en los que los mismos tres hits revolucionarios te saturan los oídos, es el único país que conozco que no te satura los ojos con publicidad. Así que, aun teniendo 27 años y viajando con tus padres, conocer el último rincón comunista de América vale la pena.///PACO