A diferencia del comienzo del 2013, cuando la única noticia resonante en Francia fue la invasión por parte de su ejército a Mali, en este inicio de año los casos más comentados en ese país son dos: el affaire Hollande y el affaire Dieudonné.

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François Hollande es el mismo líder progresista que, caso Strauss-Kahn de por medio, había llegado con todo el apoyo del socialismo para arreglar los descalabros que había dejado su sucesor, el derechoso Nicolas Sarkozy, tanto en la economía como en la política. También es el mismo que en nombre de la libertad el año pasado había mandado tropas a Mali para hacerse de uranio, recurso fundamental para un país dependiente de la energía nuclear como Francia. Por estos días, el hombre que había llegado en medio de la crisis para darle a Francia nuevos bríos morales y rescatarla de esa imagen berlusconiana herencia de Sarkozy, se encuentra envuelto en un escándalo de infidelidad muy similar al que había protagonizado el mismo Sarkozy con Carla Bruni. Esta vez, la tercera en discordia en el matrimonio presidencial es una actriz, Julie Gayet, según reveló el semanario Closer, y las imágenes del romance llenan las tapas de todas las revistas de chimentos del país y las páginas de política local de todos los diarios. Tras la noticia, la actual mujer de Hollande, Valérie Trierweiler, sufrió una crisis nerviosa y tuvo que ser hospitalizada para una cura de sueño, y aunque su marido no haya ido a visitarla, aparentemente ella se muestra dispuesta a perdonarlo. Por su parte, Ségolène Royal, la ex de Hollande y madre de sus hijos, visitó esta semana a Trierweiler y nadie sabe a ciencia cierta qué insidiosa charla puede haber sucedido entre ambas mujeres. Además, Gayet se quedó sin un trabajo que había obtenido en el Ministerio de Cultura y ahora dice que va a demandar a Closer por unos cincuenta mil euros, con lo que el escándalo se prolongará indefinidamente.

La pregunta es cuánto aumentará la imagen positiva de Hollande con esta “gran Sarkozy” en un país civilizado, avanzado y primermundista como Francia. Se especula que esta movida bananera puede tener mucho éxito entre los franceses y devolverle a Hollande el brillo perdido.

FRANCOIS HOLLANDE INVESTITURE PRESIDENTIELLE 2012

La otra noticia que conmueve a Francia en este inicio del 2014 es el affaire Dieudonné, bajo el cual, al igual que en aquel célebre affaire Dreyfus de hace más de un siglo, se agita el fantasma del antisemitismo. Dieudonné M´bala M´bala es un cómico francés acusado de antisemita, cuyo espectáculo “El muro” acaba de ser prohibido, a pedido de Manuel Valls, ministro francés del Interior, por el Consejo de Estado, el más alto tribunal administrativo francés. Es la primera vez en la historia que este tribunal prohibe la actuación individual de un humorista en nombre del orden público y el respeto a la dignidad humana.

Dieudonné ya arrastra toda una historia de provocación. En sus inicios como comediante formó un dúo exitoso junto a un cómico llamado Élie Semoun. Juntos, el negro y el judío ya se reían del racismo, el catolicismo y el islamismo con gran beneplácito del establishment cultural francés. Hacia mediados de los noventa, la pareja era la cumbre de la civilización laica e ilustrada iniciada en 1789. Luego el tandem se disolvió y cada uno siguió su camino. Dieudó, como le dicen sus fans, empezó con sus unipersonales y coló algunas participaciones en películas. Se lo puede ver, por ejemplo, junto a Gérard Depardieu y Monica Bellucci en Astérix y Obélix: Misión Cleopatra, del 2002. Pero un buen día de 2003, en plena ofensiva de la OTAN contra el mundo islámico, el humorista se presentó en vivo en la televisión pública francesa disfrazado con un sombrero de judío ortodoxo con tirabuzones a modo de rulos y el rostro cubierto por un pasamontañas. Convocó a los jóvenes de las banlieues a “unirse al eje del bien, el eje estadounidense-sionista” y terminó su número con un saludo nazi al grito de “¡IsraHeil!” dejando al conductor del programa estupefacto y escandalizado.

Desde entonces no hizo más que profundizar su camino, enfrentando juicios, pagando multas, flirteando con el Frente Nacional, pidiéndole a Le Pen que fuera el padrino de una de sus hijas y montando sus espectáculos en trailers cuando se quedó sin teatros. La puesta en escena de todos sus shows es más bien austera, siguiendo la tradición del stand-up: se trata de él vestido de negro con un telón de fondo también negro y algún que otro mueble o taburete, hablando, gesticulando y moviéndose por el escenario. La obra se sostiene en su palabra, en su lengua filosa, en su francés rápido e histriónico y, por supuesto, en una escenificación teñida de cinismo que le permite burlarse de todo, de lo sagrado y de lo profano, de un modo que puede resultar muy pero muy ofensivo. Sus dardos son ecuménicos, van hacia todos lados y hacia todas las culturas; la política, la religión, los estereotipos raciales, las mujeres, la historia son abordados en un movimiento retórico irreverente y mordaz al que no estamos acostumbrados y cuya gracia muchas veces reside únicamente en animársele a temas semiprohibidos. Para que se entienda: su parodia no se detiene ante nada. En “Depot de bilain”, de 2006, entre otras cosas, imita a Nuestro Señor Jesucristo clavado en la Cruz y luego mantiene un diálogo irónico con un imaginario musulmán llamado Rachid. Sus chistes sobre judíos no son los chistes políticamente correctos sobre la culpa, las madres o la comida; son acerca del Holocausto, la cámara de gas y los campos de concentración; son sobre el uso y abuso de la victimización y las justificaciones de la política israelí. Al lado de un monólogó de Dieudonné, cualquier sketch de Capusotto pasa a ocupar el lugar soso de la corrección política; con Dieudonné jodiendo sobre los nazis o haciendo “la quenelle” -una especie de saludo nazi satírico que tocó su pico de fama cuando fue utilizado hace poco por Nicolas Anelka para festejar un gol al West Ham-, Micky Vainilla se convierte en algo complaciente y tranquilizador. Lo cual no quiere decir que lo del francés sea más gracioso o artísticamente mejor que lo del argentino.

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En el país que inventó la separación de la Iglesia y el Estado y declaró los derechos universales del hombre hace dos siglos y medio hay algunas cosas que son sagradas a nivel cuasi religioso, que son tabú en todo el sentido de la palabra. El Holocausto judío y el nazismo como representación del mal absoluto son dos de esas cosas. Diedonné lo sabe y hace caja con eso. En un video en YouTube se lo puede ver bailando y cantando algo así como «shoah-na-na-ná» con un ritmo pretendidamente hebreo. Después del baile, llovieron críticas desde todos lados, se ventilaron datos sobre las deudas del humorista con el fisco francés y la venta por anticipado de las entradas para “El muro” se sumaron de a miles. El periodista Patrik Cohen fue uno de los que empezaron con el reclamo para que el espectáculo se prohibiese. Dieudonné dobló la apuesta: “Cuando le escucho hablar, me digo: ‘Patrick Cohen… La cámara de gas… ¡Qué pena!”, dijo. Entonces intervino el gobierno de Hollande y lo censuró.

Pero Dieudonné es un tipo bien asesorado legalmente, cambió algunas cosas de su show y le puso un nuevo título, «Asu Zoa», que quiere decir «la cara del elefante» en un dialecto de Camerún, país de origen de su padre. Según explicó, este nuevo show se inspira en mitos africanos ancestrales, de los que podrá mofarse libremente sin que nadie proteste ni se pregunte por los límites de la libertad de expresión. Mientras tanto, esta semana en la plaza de La Bastilla, en París, hubo dos manifestaciones enfrentadas, una de los seguidores de Dieudonné y otra de partidarios del Estado de Israel. El choque terminó con 50 personas detenidas por alterar el orden público y manifestarse sin permiso.

En el tratamiento del affaire Dieudonné en los medios franceses sobrevuela una sutil acusación contra el cómico. Siempre es presentado como mitad francés, mitad camerunés, lo cual es cierto (sólo parcialmente, porque al igual que los árabes empobrecidos de las banlieues, Dieudó es un ciudadano francés pleno) pero no deja de ser una forma velada de decir que es negro y extranjero. En nuestro país, dentro del poco interés que el caso Dieudó logró generar, el mismo progresismo vernáculo con base en las redacciones que hace unos meses sostenía en contra de Cecilia Pando que #TodosSomosBarcelona se mostró muy dispuesto a bancar la censura al cómico “porque con eso no se jode”. Esta actitud de doble estándar dictada por el manual de escritura periodística del INADI es algo que el mismo Dieudonné ya observó hace un tiempo, cuando preguntó en buen francés: “¿Por qué cuando se hace una caricatura de Mahoma no es racismo sino libertad de expresión pero cuando se dice algo de la política sionista del Estado de Israel es racismo y antisemitismo?”.

A diferencia de la guerra en Mali de 2013, un hecho de política internacional delicado que fue tratado con gravedad y discreción, los dos affaires franceses de principios de 2014 funcionan insertos en la sociedad del espectáculo y demuestran idéntica vocación por el escándalo, siguiendo la ecuación sencilla y trillada de que a mayor exposición, mayor éxito. La transgresión como medio para ocupar un lugar en la opinión pública. Como bien lo supo entre nosotros León Ferrari, el escándalo genera publicidad con costos bajos y sin esfuerzos mentales exacerbados, y es siempre una buena oportunidad para llevar agua para el propio molino. Hollande y Dieudó parecen comprender esto muy bien //////PACO