Me duele. Me duelen los muertos, me duelen los vivos. Me duele la falsa empatía. Me duelen la información tergiversada, las redes sociales difundiendo fotos falsas y pegatinas que llaman a compartir lo políticamente correcto como si se tratara de una remera del Ché Guevara. Una guerra es dolorosa. Una matanza, el terrorismo, el odio y la distancia duelen. Pero el desconocimiento arde.

Mi familia vive hace 15 años en Israel. La más cercana: mis padres, mi hermana. Mi historia personal no viene al caso y que hayan emigrado no fue por sionismo ni mucho menos, sino por la tremenda recesión del año 2000 que expulsó a muchos argentinos al exterior. Yo era chica y la verdad es que no entendía mucho. La primera vez que hubo un atentado, apenas se fueron, sentí algo inexplicable. Terror. Impotencia. Miedo. Con el tiempo aprendí a inmunizarme. Evito los diarios respecto a ese tema, me informo buscando yo sola la información. Si no, no puedo vivir. Aprendí a inmunizarme pero a veces no puedo. Siempre sufrí por un conflicto del cuál me fui interiorizando: leí y miré películas y hasta fui en la facultad a un curso llamado “Conflicto Palestina-Israelí”. Mi compañero de banco era un chico irakí. Sus padres, ex embajadores, vivían en Irak. Los hijos habían quedado en Argentina por seguridad y porque la vida en Irak carece de toda libertad. Él era musulmán, yo era judía. El profesor nos quería separar porque no entendía. Nos hicimos muy amigos. Estábamos, estamos, en la misma situación.

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Cuando terminó el curso empezó la guerra de Irak. Él había perdido comunicación con su familia y estaba desesperado. Nunca había visto a una persona en ese estado. Quería tomarse un avión a Europa y llegar por algún recoveco a Bagdad, pero era imposible traspasar las fronteras. En un conflicto anterior, había perdido comunicación durante 6 meses con sus padres. No sabía si estaban vivos o muertos. En esta ocasión, pasaron dos semanas hasta que le pudieron dar una señal de vida.

En ese momento casi no existía Internet. Las redes sociales, ni hablar. De todos modos, no había comunicación posible. Hoy las redes mezclan información con odio, mentira y basura. Ya bastante dura es la realidad como para teñirla de más. Mi estrategia es la misma, trato de evitar lo que me hace mal. La guerra nunca se puede entender y menos defender o justificar. Conociendo del tema, habiendo ido tantas veces a Israel y a la frontera con Gaza, intento no participar, no contar lo que siento, lo que pienso. Y cuando no resisto, el feedback es un horror. ¿Por qué? Porque detrás de una pantalla cualquiera dice cualquier cosa.

Mis papás viven muy cerca de Gaza y sospecho que si yo tengo miedo, ellos lo tienen de una manera de desde acá ni siquiera yo termino de comprender. No puedo hacer nada. El otro día cuando tuiteé algo al respecto, alguien me dijo que quería dar lástima. En realidad, lástima me dan los palestinos y los israelíes. Nosotros, los que podemos sentarnos a teorizar sobre lo que pasa en Asia (donde quedan Palestina e Israel) estamos del otro lado del río. El único acto de respeto es desear que haya, ya, paz //////PACO

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