Sin presumir, estoy excepcionalmente dotado para hacer de una vida que tendría todo para ser feliz un verdadero infierno, y no voy a dejar que nadie hable a la ligera de este infierno: es real, terriblemente real.

Yoga, Emmanuel Carrère

David Foster Wallace dijo que la ficción lo hacía sentirse humano y acompañado, como en medio de una conversación profunda y significativa con otra consciencia. A esta reflexión sumó otra, que luego de su muerte se hizo muy popular, donde afirmaba que la tarea de la mejor narrativa era relajar al inquieto e inquietar al relajado. 

En el caso de Ingrid Sarchman, autora de la novela “Respiración ovárica o el fin de los intentos”, publicada por Milena Caserola, se trata de una clara maniobra de inquietud literaria, donde la protagonista de la historia nos conduce por un laberinto de preguntas en relación a los discursos hegemónicos sobre qué se hace hoy con el dolor. 

Se trata de la historia de un clásico desamor, de un abandono, de una no correspondencia sentimental, que sufre una mujer que pertenece a la generación híbrida, ni nativa digital ni analógica, sino adolescente cuando cambia el siglo; cuando todo cambia. Esa posición generacional sirve de anzuelo para convertir al personaje en un articulador refractario de las soluciones mágicas que se encuentran disponibles en el mercado actual con el fin de detener el sufrimiento. Un personaje que, a partir de su necesidad de creer que algo la puede salvar, devuelve al lector una serie de interrogantes sobre la obsesión occidental por consumir filosofías de la felicidad humana que tienden a rechazar el dolor.

La protagonista lleva un año saliendo con R., del que se siente enamorada y sobre quien afirma: “Apenas si a veces hablaba de mis viejos y mi hermana, porque curiosamente, hablábamos mucho de nuestras infancias. Era un lugar donde yo no tenía edad”. La relación se ve interrumpida por el deseo de R. de buscar otro horizontes, de formar una familia como la que la protagonista -separada, con dos hijos y a mitad de sus cuarenta- ya tiene. A partir del dolor que le provoca esa interrupción en la correspondencia amorosa, comienza un raid desesperado por encontrar un amortiguador para esa oscuridad emocional que la arrastró hacia el consumo de pastillas. El tarot, la astrología, la Bio Neuro Emoción, las constelaciones familiares y la respiración ovárica aparecen como posibles salvavidas ante la angustia tanática de la mujer. “Vine porque ya probé con la terapia tradicional y siento que voy en círculos, que no llego a ningún lado”, dice compungida, y las narraciones voluntaristas de estos salvadores espirituales salivan como el perro de Pavlov.

En una época donde el yo prevalece sobre el nosotros, donde la experiencia personal y la voluntad del sujeto están sobrevaloradas, los discursos de autoayuda, que pregonan el poder individual de cambiar el orden de las cosas, encuentran un lugar preponderante. Se le atribuyen al sujeto una batería de poderes mágicos que tendrían la capacidad de transformar su mundo -y no “el mundo”-, de suprimir su dolor interior con solo desearlo. 

Dice Julia Kristeva: “es la capacidad de psiquizar, si se me permite el neologismo, la que está en crisis: la aptitud de expresar en palabras la excitación, la angustia, el trauma. De representar aquello por el medio que sea (…) pero, sobre todo, de nombrarlo. Sin esta modulación, el espacio interior se vuelve más estrecho, se deshace, y la pulsión se vuelve contra la persona-fuente”. 

Esta reflexión rescata, pese a los embates que las terapias alternativas han dirigido contra la tradición psicoanalítica, el poder de la palabra y de la indagación del inconsciente como resistencia al marketing de la velocidad, la soluciones inmediatas y la supuesta suficiencia de la intencionalidad como motor de cambio. Lo que el inconsciente freudiano manifiesta, con sus representaciones de cosas y las inscripciones semióticas de los afectos, es tributario del lenguaje, por lo que una de las grandes curiosidades de la novela, que refleja una gran habilidad narrativa de Sarchman, es convertir a esta protagonista en una mujer sin voz. Con un registro que no construye valoraciones morales sobre los discursos impartidos, la protagonista es un receptáculo de sucesivos mandatos ordenadores y performativos, que recibe con humildad gracias a una ferviente fe. 

La religión, como acto de fe y como ilusión, tiene su correlato en el formato discursivo de estas terapias en tanto sería una construcción carente de realidad pero que expresa la realidad del deseo de los sujetos que la profesan. El hecho paradojal es el cuestionamiento contemporáneo de la religión, de ciertos sectores sociales, como una adhesión obsoleta e infantil, en tanto los discursos terapéuticos, edificados en un formato similar, atraviesan su mejor momento de fama.

Respiración ovárica o el fin de los intentos, primera novela de Ingrid Sarchman.

“Cuando la gente deja de lado la religión tradicional de su infancia, les falta un sistema de valores y ansían tener dogmas. En realidad, quieren tener mandamientos, que les digan cómo deben vivir sus vidas”, dice Camille Paglia. Algo de ese alivio se cuela actualmente en las narraciones sobre qué es amor y qué no lo es, sobre si se puede sufrir en un vínculo, por ejemplo, que tan bien performan en las redes sociales. Y “Respiración ovárica…” funciona como un colador de esas frases hechas a la medida de un bistró palermitano, del estilo “Te mereces lo que deseas”, que desconocen las complejidades sociales, políticas y culturales de los individuos, y que favorecen la atomización de seres humanos cada más aislados y culpabilizados por sus sufrimientos.

“¿Sabe lo qué es resetear una máquina? Bueno, nosotros somos como máquinas, es necesario resetearnos, borrar las sentencias viejas, impuestas, y escribir nuevas”, dice el terapeuta de Bio Neuro Emoción. “Tenés que aprender a unir el corazón y la cabeza con la voluntad”, afirma la tarotista. Como si la felicidad por sí sola fuera capaz de protegernos de los resultados de la locura del lucro o, como dice Sara Ahmed en “La promesa de la felicidad”: la libertad para ser felices restringe la libertad humana si no se es libre para no ser feliz. 

Si nos preguntamos en quién podemos confiar hoy en día, ante la ausencia de autoridades tradicionales, ya que una gran porción de la población mundial dejó de identificarse con líderes de la Iglesia o del Estado, aparecen figuras como el gurú o el asesor espiritual. La autora de “Angustia”, Renata Salecl, agrega: “Este tipo de individuos, llenos de dudas y ansiedad son, paradójicamente, ciudadanos ideales para la sociedad neoliberal. Porque cuando estás constantemente enfocado en vos mismo, en lo que hiciste o no, cuando estás tan concentrado tratando de mejorar, estás muy lejos de herir al sistema y más proclive a perpetuar el mismo consumo que te plantea la sociedad”. 

En el curso de respiración ovárica la docente invita a las participantes a acercarse a un negocio cercano donde comercializan sus productos: “Nos pasa una dirección donde venden la copa menstrual con descuento si mencionamos el curso y aconseja comprar, en el mismo lugar, un espejo especial para verse “por dentro”. 

Decía la poeta Adrianne Rich que en toda mujer sucedía, en algún momento de su vida, una pulsión, el tumulto interior de la mujer rebelde. Esa explosión finalmente le ocurre a la protagonista de “Respiración ovárica o el fin de los intentos”, con un final sorprendente que nos devuelve la fe, otro tipo de fe, en la resistencia a la monetarización del sufrimiento humano. Se trata de una historia que busca la vía del medio: nos sumerge en las preguntas por la búsqueda de la libertad espiritual pero también nos interroga sobre la cárcel de la locura y el dolor. Como afirma Ursula K Le Guin en “La mano izquierda de la oscuridad”: descubrir qué preguntas no tienen respuesta y no darles respuesta, esa es la habilidad más necesaria en tiempos convulsos y oscuros./////PACO.

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