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Ayer finalmente sucedió el famoso primer debate televisivo presidencial de la historia argentina, y el resultado es un gran meh para los millones de televidentes que representan los redondos 50 puntos de rating que anunciaron tuvo la transmisión. Para los que no prestaron mucha atención, batallaron, el gobernador de Buenos Aires Daniel Scioli, saliente de su cargo para dejarlo en manos de María Eugenia Vidal -candidata del PRO- y por el otro a Mauricio Macri, dos veces intendente de CABA que la dejará en manos de su fiel ladero Horacio Rodríguez Larreta. Aunque Scioli ganó la primera vuelta por tres puntos, perder la provincia que gobierna sumado al ánimo derrotista que invadió al FPV después de la elección hizo que llegue a la pelea como retador, contra un Macri que se comportó como defensor de un título que todavía no tiene, una inversión de roles que legitimó al intendente de CABA, quien se mostró canchero y relajado ante un Scioli tenso y hasta indignado la mayor parte del tiempo.

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¿Qué lo hace correr a Scioli detrás de Macri? No sólo compite por el protagonismo en la campaña sino contra el propio gobierno que lo respalda muy tibiamente y a veces hasta le juega en contra.

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¿Qué lo hace correr a Scioli detrás de Macri? No sólo compite por el protagonismo en la campaña sino contra el propio gobierno que lo respalda muy tibiamente y a veces hasta le juega en contra. El estado de “interna permanente” le dio a Macri mucho más espacio para la chicana, y lo hizo valer varias -demasiadas- veces en el debate. Daniel pudo meter apenas alguna como “ si no solucionaste el tema de los trapitos ¿vos te pensás que la gente va a creer que vas a solucionar el narcotráfico?” (poniendo en agenda el tema de la eficiencia, punto débil del PRO que sin embargo no aprovechó debidamente). Macri, a su vez, lo chicaneaba con Aníbal Fernández, con la saliente Cristina Kirchner, con Milagro Sala, citando los nombres que enfurecen no sólo a opositores, sino a quienes de algún modo están agotados de la galería de personajes que el kirchnerismo mantuvo al frente estos años. Mientras Scioli se encerraba en un discurso anti neoliberal, Macri ampliaba el campo y hacía guiños permanentes al votante massista.

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Macri, a su vez, lo chicaneaba con Aníbal Fernández, con la saliente Cristina Kirchner, con Milagro Sala, citando los nombres que más enfurecen no sólo a opositores.

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Scioli confirmó que toda la campaña del FPV es un «votá en defensa propia», una especie de «mantengamos el empate». Y Macri la contrapone con su transformación orientalista, con esa imagen de gestor al que la política le aburre y un discurso inspirador de «volvamos a dialogar» que seduce a todos los televidentes, principal target al que están dirigidos los debates televisivos. Macri le hablaba a Scioli, se dirigía a él personalmente como si estuvieran discutiendo de política en el quincho de La Ñata después de un partido de futsal (algo que obviamente hicieron muchas veces). Todo el tiempo le decía «Daniel, te desconozco», dejando entrever alguna clase de relación íntima que en el FPV despierta más sospechas que certezas. Scioli hacía como que esto no sucedía, y mientras Macri hablaba en segunda persona, Scioli continuaba seteado en un discurso más abstracto, más propio del político de carrera que del desenfadado bon vivant con conciencia social al que remite la imagen de Macri.

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Scioli continuaba seteado en un discurso más abstracto, más propio del político de carrera que del desenfadado bon vivant con conciencia social al que remite la imagen de Macri.

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No es cierto a mi entender que el público quería escuchar propuestas de gobierno, como muchos buscaron instalar, sino ver quién gana en una pelea mano a mano, que lamentablemente estuvo contenida por una moderación que simulaba un relato republicano e institucional, pero que en realidad le quitaba atractivo a una batalla que habría sido más jugosa si se liberaba a las fieras en el circo televisivo. En ese caso Macri habría estado mejor preparado: una mezcla de tono socarrón con liviandad se contraponía a un Scioli que lucía severo y pedía “responsabilidad” a sus votantes. En ese sentido, me recordó al debate entre Ray Patterson y Homero Simpson.

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Macri no pudo rebatir su afección por las políticas neoliberales, su ánimo privatizador y ajustista. A pesar de que lo negó varias veces, la sensación que dejó Scioli es que eso va a suceder indefectiblemente.

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Los candidatos no pudieron desprenderse de dos espadas de Damocles que penden sobre sus cabezas. Macri no pudo rebatir su afección por las políticas neoliberales, su ánimo privatizador y ajustista. A pesar de que lo negó varias veces, la sensación que dejó Scioli es que eso va a suceder indefectiblemente, sin importar cuánto lo niegue. En ese sentido, los mejores momentos de Scioli aparecieron cuando pidió “responsabilidad” a los votantes y llamó a analizar a conciencia el voto, lo cual en ese sentido no es muy creíble, cuando todos saben que Scioli fue no mucho tiempo atrás el motonauta que defendía a Carlos Menem en los programas televisivos. A su vez, el candidato del FPV no pudo soltar al entorno presidencial ni su cercanía a lo más duro del kirchnerismo. Mientras Macri le decía “parecés un panelista de 678” Scioli insistía en que “detrás del cambio que proponen hay devaluación”. En su retórica personal, Macri tampoco morigeró las frases de autoayuda que tan bien le salen y tanto irritan a sus opositores, mientras que Scioli se aferró a una retórica filo-kirchnerista con más llegada a un estudiante universitario que a la gente común que dice representar. No es de extrañar entonces que, inmediatamente después del debate, ambas facciones salieran por las redes sociales y programas de entrevistas a decir que ganaron el debate, lo que no sólo aparece como una estrategia de campaña sino también como una verdadera convicción de ambos bandos, que en el debate vieron exactamente lo que querían ver.

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Macri no puso en tela de juicio el rol del kirchnerismo en el caso AMIA o la muerte de Nisman. Scioli pudo haber atacado con las obras no terminadas o retrasadas en BA o las 240 causas en las que Macri está procesado.

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Hubo temas no tocados. Macri no puso en tela de juicio el rol del kirchnerismo en el caso AMIA o la muerte de Nisman. Scioli pudo haber atacado con las obras no terminadas o retrasadas en BA o las 240 causas en las que Macri está procesado. Hubo una moderación tácita de ambos candidatos que desinfló la contienda y flexibilizó la tensión necesaria para mostrar que verdaderamente hay dos modelos enfrentados. Por momentos el debate pasó por un estadío de repetición de cifras muy dudosas que seguramente Chequeado.com demostrará mañana que son falsas o exageradas, en el cual la atención televisiva fue mínima y en Twitter se pedía por favor que termine de una vez.

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Desde el principio se hizo presente en Scioli la famosa “Campaña del miedo”, que finalmente fue columna vertebral de toda la estrategia del debate: Scioli usó los mismos argumentos contra Macri que se repiten en las redes sociales. Si esto fueran los 80s, donde la información corría más lento, tal vez no sea una mala táctica, pero los votantes llegan cansados al debate presidencial después de dos semanas de bombardeo en redes sociales, conversaciones, televisión. Nadie quiere escuchar de un candidato a presidente los mismos argumentos que escucha de un vecino o un cuñado. Más que mostrarse razonable, Scioli se mostró, nuevamente, repetidor de un discurso que contradice inclusive a un sector de sus votantes, aquellos que pueden ver en él una opción de cambio real.

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Fue llamativo el discurso que mantuvo Scioli casi todo el tiempo, en el cual no hizo lugar para sí mismo sino que llenó su propio discurso de Macri.

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Fue llamativo el discurso que mantuvo Scioli casi todo el tiempo, en el cual no hizo lugar para sí mismo sino que llenó su propio discurso de Macri. Habló más de él que sobre sus propias ideas y experiencias de gestión -las cuales están más atadas a “la inviable” provincia de Buenos Aires que a las de un gobierno nacional del que intentaba mostrarse a distancia-. Macri, a su vez, usó todo el tiempo para hablar de sí mismo y sólo se referenció a Scioli para recriminarle su cercanía al gobierno. Al final, el debate giró entre lo que iba a hacer Macri o no en caso de ganar, lo que pone a un candidato describiendo un país aún imaginario y a otro candidato criticando a un país real que todos conocimos en estos doce años. Scioli no mostró “el otro país” que dice representar sino que describió su propia versión del país de Macri, poniéndose el traje de opositor a un gobierno que no existe y, en el proceso, lo legitimó como tal.

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Al igual que en el debate anterior, nada de peso se ha resuelto y sólo se reafirmó una tendencia que ya se sentía en el ambiente.

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Todos esperábamos una contienda donde pase algo, una afección que tenemos los argentinos de esperar que en cierto punto la cosa política nos sorprenda. Muchos imaginábamos que después de anoche la imagen de alguno de los candidatos podía cambiar y hacer al ballotage más interesante. Queda una semana para que los votantes pongan los sobres en las urnas y si nos atenemos a lo que pasó esta noche, una vez más lo que pensamos el lunes es lo mismo a lo que pensábamos el sábado. Al igual que en el debate anterior -aunque este haya estado un poco más picante- nada de peso se ha resuelto y sólo se reafirmó una tendencia que ya se sentía en el ambiente: un Mauricio Macri que viene con viento a favor contra un Daniel Scioli que todavía lucha con fuerza por hacer una buena elección y disputarle voto a voto al PRO. ¿Ganará, entonces, el pedido de responsabilidad, la trayectoria el político propiamente dicho, la solidez del oficialismo sumado al aire fresco del candidato renovador, o preferirán a la delgadez de un candidato que promete bien, habla coucheado e ilumina las gastadas zonas oscuras de un gobierno que carga tras de sí doce años de errores que lo debilitan y aciertos que no parecen ser suficientes para imponerse por sí mismos?//////////PACO