I
El rictus femenino durante el Mundial representa la cesión de la deseabilidad. Pasa cuando lo masculino, que se define en el anhelo perpetuo de lo femenino, sublima su excedente perpetuo de deseo —en las palabras de la cientista social Catherine Hakim— a través del Mundial. El interés erótico fija sus intereses en otro lado y el capital erótico —la combinación del atractivo físico que genera toda interacción social— inevitablemente se resiente. Entonces las mujeres, como en algunas de las fantasías de Copi, están obligadas a ceder su deseabilidad al vacío. Si en este punto las cosas parecen difíciles, en adelante se vuelven delicadas.
¿Qué buscan las chicas que comentan fútbol racionalmente y por qué terminan encerradas en un rol donde la impostura resulta, además, tan paupérrima y desnaturalizada?
Algunas mujeres eligen recorrer el camino masculino. No es uno que huela bien. La opción es mundializarse por los hombres, y a veces masculinizarse por el Mundial. Son las mujeres que miran y comentan los partidos —todos los partidos—, con mayor o menor candor, con mayor o menor conocimiento, reivindicando (o no) la igualdad de los géneros ante el goce futbolístico. ¿Qué buscan las chicas que comentan fútbol racionalmente —y a veces hasta profesionalmente— y por qué terminan encerradas en un rol donde la impostura resulta, además, tan paupérrima y desnaturalizada? Las máquinas perfectas tienen su sensualidad, por supuesto, ¿pero qué podría tener de interesante esa mímesis perversamente machista? (En el trono de lo poco interesante, de todas forman, están los hombres que repudian el Mundial, los androides feministas dispuestos a cederlo todo sin que nadie se los pida).
Para volver al gentle sex: como ironizó alguien en Twitter, el comentario femenino más genuino es el que se confiesa más interesado por los cuerpos de los futbolistas que por el fútbol. Es comprensible desde la perspectiva masculina. ¿Por qué, si no, se le habría ocurrido a alguien en sus cabales televisar partidos de hockey femenino? Otras mujeres, en cambio, eligen la resistencia. Eligen no ceder. Y refuerzan su capital erótico con altas tasas de interés. Si es en el mundo Occidental, puritano y patriarcal, donde se ha denigrado la belleza y la sexualidad hasta reducirlas a lo peligroso y lo pecaminoso, tal vez estas son las mujeres que marchan con mayores expectativas de verdad. El objetivo es traficar, insertar, hackear y spamear toda la feminidad posible en el corazón viril del Mundial. Reescribir una curaduría de la fascinación. El resto es casuística y los misteriosos laberintos del azar.
II
Primer caso. Aunque a ningún hombre sano le habría interesado verla mientras se jugaba un partido clave del Mundial, durante Sudáfrica 2010 Larissa Riquelme, por ejemplo, tuvo el mérito de distraer y concentrar la atención masculina. ¿Qué pasó después? Nada trascendental, porque Larissa es paraguaya —aunque la modelo mejor pagada de Paraguay, según Wikipedia— y porque su cuerpo tampoco tiene ninguna particularidad sobre los de su clase, excepto —y esto lo vuelve superior a todos los de su clase— el de haber transgredido durante unos segundos el mandato global de fascinación más poderoso posible. Del juego al cuerpo, de la guerra al amor, de lo masculino a lo femenino.
La transgresión durante unos segundos del mandato global de fascinación más poderoso posible: del juego al cuerpo, de la guerra al amor, de lo masculino a lo femenino.
Segundo caso. Andressa Urach empezó el Mundial 2014 con un bodypainting intentando un (en realidad falso) contacto con Cristiano Ronaldo, alguien que por otro lado pasa probablemente cada uno de los días de su vida —sobre todo después del 4 a 0 con Alemania— convencido de que nació en el país equivocado. Eso no le importa a Andressa, que dice que ya se acostó con Ronaldo el año pasado. En realidad, las tetas pintadas de Portugal de Andressa son brasileñas, pero ese tampoco es el problema.
Lo que traicionó a Andressa fue otra cosa. Ansiedad. Miss Bum-Bum, “premio a la mejor cola de Brasil”, puso su feminidad al servicio de las cámaras antes que fuera necesario. Mal timing y ansiedad. Por eso la superó el baile MILF de J-Lo durante la incomprensible inauguración del Mundial. Nada mal para cuarenta y cuatro años en perfecta evolución hacia la primera Dolly Parton latina.
III
Tercer caso. Micaela Schaefer. Alemana. Como otra pieza de precisión mecánico-biológica, se desnuda cada vez que su selección juega. La curiosidad en su Leipzig natal es que Micaela es morocha, pero es un rasgo que en Brasil se diluye rápido. Los intereses de Micaela tampoco terminan de elaborar una identidad sólida: DJ, actriz, modelo, cantante y boxeadora amateur. Aunque se esfuerza por hacer todas estas actividades desnuda, Micaela resulta demasiado parecida al fútbol de su país. Efectiva antes que atractiva, perseverante antes que sensual. Fría y desalmada. Dos palabras que podrían describir por igual la delantera de André Schürrle y Mesut Özil.
Curaduría: la forma en que los objetos se ubican en el espacio para componer una experiencia, el asunto sensual por excelencia.
¿Qué buscan las cámaras del Mundial cuando se demoran los saques o algún jugador se retuerce demasiado tiempo en el suelo? No buscan imbéciles alegres con la cara pintada (los mismos imbéciles que siempre hacen dos gestos: señalar la pantalla donde se ven a sí mismos y buscar el teléfono para la selfie); buscan constatación. Constatación de que no hay nada más intenso que lo que pasa en la cancha. Por eso es imposible ver “exotismo” o “alegría” sino más bien llana imbecilidad en las caras pintadas de los colores de turno. Constatación de la ausencia. Pero esos lapsos en los que la cámara se distrae de la pelota son también los lapsos para los que se preparan las chicas del Mundial.
Vicky Xipolitakis, por ejemplo, no tuvo su oportunidad durante el primer partido de Argentina, así que tuvo que autogestionarse su propio momento. Antes de transformarse en la respetable señora de Daniel Vila, Pamela David también formó parte de esa tradición donde el nacionalismo y la pintura al agua intentan redirigir la libido masculina hacia el verdadero origen. Banalizar o menospreciar ese esfuerzo es también una incapacidad para percibir algo mucho más primitivo y sagrado de lo que parece a primera vista. Educada para hablar tres idiomas, mexicana, modelo y periodista deportiva, Vanessa Huppenkothen simplemente tuvo que hacer su trabajo en cámara durante el partido aburrido de su país contra Brasil para transformarse en una internet sensation. El azar, la suerte y poco que ver en la cancha hicieron el resto.
Hace unos días, en la Hayward Gallery de Londres, se exhibió la muestra Human Factor. La idea era mostrar esculturas humanas ubicadas en lugares fuera de lo común. “If hell is other people, sculpted people occupy a kind of purgatory”, escribió el crítico Adrian Searle. Lo que sin embargo molestaba a Searle era la curaduría: la forma en que los objetos se ubican en el espacio para componer una experiencia, el asunto sensual por excelencia (y que en Buenos Aires está por transformarse en una carrera universitaria). Para Searle, la curaduría de Human Factor era comparable con la cantina de Star Wars donde los alienígenas de distintas galaxias se mezclan entre las mismas paredes. Una estética del eclecticismo puede ser un simple mamarracho. Pero sin dudas hay una estética del artificio y hay una estética del naturalismo. En otra versión, hay hombres fascinados por una pelota de fútbol y hay hombres fascinados por mujeres. El inconveniente es la lucha por el espacio: durante el Mundial la barrera entre las formas de fascinación se impermeabiliza y los objetos de deseo necesitan devorarse mutuamente. “They are like life but not life”, dice Searle. “What’s definitely real is the sense of confrontation”/////PACO