I
La proporción es esta: a menor espacio para las palabras y mayor espacio para las imágenes, mayores probabilidades habrá de encontrar belleza. Y no es simple narcisismo: el narcisismo no tiene mucho que hacer ante la belleza; la belleza es excluyente incluso cuando se trata de narcisismo. La belleza es la belleza física. La belleza más importante de todas, más que la belleza de las palabras y del sonido. Llegó el momento de prestar atención y alentar el giro epicureísta de las redes sociales: cada vez menos palabras, cada vez más imágenes, cada vez más valorización de la belleza por sobre el ingenio. Un hombre camino a la mediana edad debería empezar a acostumbrarse al espectáculo de la belleza. La contemplación del espectáculo: no va a abandonarte nunca. A las mujeres, en cambio, no solo las va a abandonar. También las va a excluir de una manera cruel hasta exiliarlas en un país de animales de compañía y recetas de muffins.

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Facebook, por ejemplo, era aceptable hasta que las personas horribles lo saturaron con su horripilancia (algo que en verano empeora mucho, mucho más). Pero eso, de todos modos, no es otra cosa que estadística: la proporcionalidad es un don, la belleza es una excepcionalidad. Y después está lo que todos están pensando ahora: la fosa séptica del pensamiento contemporáneo. Entonces Facebook empezó a organizarse. Ahora los textos se acortan aunque quienes los escriban insistan en alargarlos y las imágenes se agrandan y mejoran. Es una estrategia sutil pero también elegante. No hay que contarle a nadie feo que es feo: apenas hay que ponerle un espejo delante. Se llama diplomacia. En algún momento, se activa el botón de la dignidad y emerge el pudor. Es sano, es comprensible, es inevitable. Ciertas personas pueden mostrar sus abdominales y sus bikinis en Facebook. Al resto le conviene conformarse con planos del paisaje.

Después está la otra zona: el área de las palabras. Las palabras pueden compensar, es cierto, pero nunca reemplazan. Nunca reemplazan. Twitter viene a ser el espacio de las palabras: tampoco abunda la belleza, ni siquiera la belleza de las palabras. La peor combinación es siempre la falta de belleza en las palabras y la falta de belleza física: existen ejércitos de gordos feos y brutos levantando el mentón en sus selfies, como si eso pudiera disimular el desastre biológico de las proporciones y la armonía. ¿Qué hizo Twitter, entonces? Integró imágenes y videos a las palabras. Así que las imágenes, ahora, están ahí. Para compensar las miserias del lenguaje o dejar ver qué oscuro motivo hay detrás del brillo de las palabras. La tendencia general de todo esto es armonizar. Por eso, desde hace un tiempo, Instagram es el verdadero Olimpo de la subjetividad digital. El espacio que solo habitan los mejores, los bellos, los que tienen derecho a mostrarse. La verdad y la belleza van juntas, siempre, al menos por un tiempo. Y es un espectáculo más valioso que cualquiera en condiciones de ofrecer alguien horrible más allá de su wit.

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II
Antes de pasar a las bikini bridge, hay que recordar que tuvieron una hermanita que murió ahogada al poco de nacer en la incubadora de la condena mediática (donde, por supuesto, no abunda la belleza física). Es una historia triste. La hermanita se llamó thigh gap y proponía el tipo de proeza que ninguna gorda podría disimular jamás: un buen espacio libre entre los muslos, justo por debajo de la vulva. Solamente una chica flaca puede lograr una thigh gap decente: solo una chica flaca y joven, en realidad. Así que las thigh gaps fueron inmediatamente condenadas. Pero no porque no produjeran lo que producen —atracción sexual— sino porque restringían como nunca antes la producción de ese deseo a una franja mínima de la población femenina.

En este caso lo interesante no es ver a las condenados (son chicas, son jóvenes, son flacas, algo más van a inventar) sino ver a los condenadores. Créanme: hay una enorme cantidad de personas físicamente feas, y estoy hablando de personas incapaces de producir ante la mirada ajena otra cosa que un leve ánimo de regurgitación, convencidas de que tras un trabajo intensivo en las redes sociales, por algún motivo, han pasado a ser personas físicamente bellas. Revisen Facebook o Twitter este verano: esas piletas, esos asados, esas fiestas. Miren con atención la suciedad en el pantano estético.

En algún punto —y sería interesante investigar cuál—, un volumen de audiencia suficiente en las redes parece tergiversar en ciertas mentes la autopercepción física. No es una cuestión de fama contemporánea ni exhibicionismo. Esta vez no se trata de los que no pueden tocar un instrumento ni escribir una oración y sin embargo van convencidos por ahí creyendo que son músicos o escritores. Es una cuestión de estricta autopercepción física. Ahí es cuando los feos empiezan a vivir y exponer en público su fantasía siniestra: la de mostrarse como si fueran bellos. ¿Quién les dice que es una fantasía? Por supuesto, muchos gordos y muchas gordas necesitan esa fantasía. Quienes hicieron corta la vida de las thigh gaps deben estar ahí, en ese grupo.

Lean lo siguiente como si fueran las palabras de Marco Antonio durante los funerales de César: se puede levantar el mentón en una selfie y disimular uno de los veinte kilos de sobrepeso. Se pueden acomodar las piernas para disimular dos de los diez kilos de sobrepeso alrededor de una booty. Pero no hay gesto ni ingenio que pueda esconder la fealdad, la gordura, la desidia física, en una thigh gap. Una buena thigh gap es exactamente genética, igual que la verdadera belleza física. Por eso cuando, a pesar de la vana fantasía de belleza, algunas intentan su thigh gap, terminan con una abominable camel toe.

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III
Las bikini bridge son más permisibles en este contexto de abierta beligerancia contra la belleza física real: no exigen condiciones genéticas de belleza sino voluntad. Al menos la suficiente como para no comer como un cochino y lograr mantener un abdomen plano y un pubis atractivo. El hueco entre la parte de abajo de la bikini y el pubis, ese vacío sexy entre los huesos de la cadera cruzados por la fina tela, eso es el bikini bridge. En Facebook ya vi varios este verano y en Instagram… Allá tienen un valle fértil de bikini bridges.

Tal vez las thigh gap sí eran demasiado. Todo lo que implique condiciones eugenésicas específicas suele terminar… mal. Pero antes de que una horda de adictas a las harinas y a la cerveza y a las sitcoms, antes de que todo ese bestiario lleno de wit y estrías y pelos de gatos y autoconmiseración adiposa salga a condenar también las bikini bridge porque estigmatizan los cuerpos reales, ¿alguien podría mencionar que la aceptación y la voluntad construyen una relación más positiva con la belleza? Es la fealdad la que debe ser resistida, no la belleza. Más allá de los discursos de inclusión de la fealdad en el mundo, el efecto erótico que tiene sobre un hombre una gorda, por simpática que sea, es exactamente el mismo efecto erótico que tiene sobre una mujer un gordo simpático, por simpático que sea. Ese efecto es exactamente el mismo que antes de Twitter y toda internet.

¿Qué es lo más importante de una selfie? Que la persona retratada sea físicamente bella. ¿Qué es lo más importante de una booty? Que el culo retratado sea físicamente bello. ¿Qué es lo más importante de una bikini bridge? Que el abdomen retratado sea físicamente bello. No importa la autoestima que almacenen en la conciencia, ni cuántos followers les digan al paso que son geniales y qué tanto cine de Disney hayan consumido hasta convencerse de que lo  importante va por dentro. Hagan la prueba: sáquense una selfie, una booty o una bikini bridge y miren el resultado con sensatez. Si el primer impulso es borrar e intentar de nuevo, van a saber que están fuera de juego. No se culpen: la horripilancia es común, la belleza es excepcional. Yo no me culpo. Hay otras áreas donde la belleza puede construirse y merecerse. Pero tampoco se desanimen cuando descubran que incluso esas otras formas de belleza exigen voluntad. De hecho, yo también voy a dejar mi hueco. Voy a tomarme vacaciones hasta febrero y mirar el paisaje ////PACO