Tecnología


¿Cuántas máquinas sueñan hoy tus pesadillas?


Desperté luego de un sueño en el que veía, no sin angustia, cómo tres pájaros negros se acercaban y cobraban la forma de tres enormes cuervos espectrales que venían a pedir algo. En el sueño pensé: necesitaría una App que me diga cómo defenderme, como lo haría un GPS con un conductor desorientado: ¿qué quiere el Otro de mí? Sería realmente muy útil tener en el Smartphone las claves para “orientarte” respecto del deseo del otro, para protegerte o salir corriendo o, en algún caso, seducirlo. Pero, ¿en qué momento pusimos nuestras defensas en manos de la tecnología? Y al mismo tiempo, ¿no resulta por lo menos llamativo que Stephen Hawking, un científico que vive acoplado a una sofisticada máquina a través de la que se comunica como un robot, se oponga al desarrollo de la inteligencia artificial? ¿Es posible que un día las máquinas tecnológicas, robóticas o no, nos manipulen o nos abandonen? ¿Y si hasta pudieran interpretar nuestras pesadillas? Algunas de estas preguntas se pueden responder si usted olvidó su Smartphone y sintió que la angustia existencial es real, ya sea porque quiere tomarse la temperatura o “elegir” el mejor vino según lo recomienda el Dios Google.

Necesitaría una App que me diga cómo defenderme, como lo haría un GPS con un conductor desorientado: ¿qué quiere el Otro de mí?

En el estricto sentido de la palabra, los denominados parletres, según Lacan, abordamos la realidad con aparatos de goce y no con aparatos meramente perceptivos. Aparatos de goce como el lenguaje, por ejemplo. Lo cual quiere decir que hay algo de lo perceptivo que está al servicio de algo más que no se agota en la decodificación de información. No nos engañemos: es con la fantasía como se enmarca la realidad, es decir, la fantasía no se limita a consumar un deseo de forma alucinatoria, al contrario; nuestro deseo está constituido por una fantasía que le proporciona sus coordenadas y que, literalmente, «nos enseña cómo hay que desear». Por fantasía no debemos entender, entonces, cosas como que si me apetece un Malbec 2012 y no puedo obtenerlo en la realidad, fantasearé con beberlo; el problema, más bien, es ¿cómo sé que lo que más me apetece es un Malbec 2012? Pero un paso más allá, no se trata del deseo del sujeto en sí sino del deseo del Otro. La pregunta que está en el origen del deseo no es “¿qué es lo que quiero?” sino “¿qué es lo que los otros quieren de mí? Así, lo fundamental es subrayar la función de la fantasía como un marco no escrito que nos indica cómo hay que entender la letra de la ley y, en tanto tal, cuál es el velo de lo prohibido. En este sentido, la realización de la fantasía es el levantamiento de este velo que deja al descubierto el horror, tal y como sucede en la pesadilla. De ahí que Žižek diga que “la fantasía cumplida tiene el nombre de pesadilla”.

La pregunta que está en el origen del deseo no es “¿qué es lo que quiero?” sino “¿qué es lo que los otros quieren de mí?

Un retrato interesante de esto aparece en la serie Black Mirror, en el episodio “Odio nacional» (Hated in the Nation), donde se nos muestra un escenario futurista en el que la tecnología nos salva de la extinción creando enjambres de abejas drones que continúan con la misión de sus antecesoras: polinizar el mundo para que la vida siga su marcha. Pero es cuando Garrett Scholes (Duncan Pow) toma el control de las abejas y las convierte en sus sicarias particulares cuando llega el momento de darle una lección moral al mundo. Desde la sombra, como un «Mr. Robot del mal», Johnson se convierte así en el titiritero de los internautas, facilitándoles una herramienta para focalizar su odio y decidir el destino de los demás. Las víctimas de las abejas, por lo tanto, ya no son fortuitas; son quienes participan en el juego de la difamación en la web los que deciden quién merece morir. Internet se convierte así en un campo de ejecución y las palabras son las balas. El anonimato al servicio de internet parece hacer del odio constitutivo del hombre un instrumento acerca del cual no se han medido aún las consecuencias. ¿Pero se trata de negarse al avance de las ciencias y llorar por el pasado? Las famosas «turbas iracundas» y los «linchamientos» son prácticas masivas-anónimas que canalizan el odio y la frustración, y son prácticas que existen desde hace mucho. Quizás la angustia no sea la brújula de la ciencia, pero sí lo es de muchos de los sujetos que están detrás o frente a ella. Cuando el resultado de nuestra acción es el opuesto al que teníamos en mente, nosotros, personas comunes, tenemos derecho a decir «¡Dios mío, no es esto lo que tenía en mente!»

El anonimato al servicio de internet parece hacer del odio constitutivo del hombre un instrumento acerca del cual no se han medido aún las consecuencias.

Supongamos entonces que estamos a tiempo de preguntar a nuestro Smarthphone: “Hola, ¿por qué me siento así?”. ¿La respuesta podría calmar nuestra angustia? ¿Podría incluso la reflexión psicoanalítica automatizarse? ¿Y cuál sería el inconveniente de «automatizar la reflexión», lo que es de por sí casi un oxímoron? ¿Es posible “calcular” la respuesta en un para todos desconociendo la clave de interpretación singular de un sujeto? Quizás sirva recordar el apólogo del restaurante chino que cuenta Lacan, donde si el menú está en chino deberemos pedir la traducción a la dueña. Ella es quien traduce. Pero si es la primera vez que van a un restaurante chino, es posible que la traducción no les diga nada y, finalmente, pidan a la dueña que les dé su consejo. En otras palabras, ¿qué es lo que deseo yo de todo eso? Pero, ¿no sería incluso más adecuado, si el corazón lo dice y la cosa se presenta de una forma ventajosa, cosquillear por poco que sea los senos de la dueña? Al fin y al cabo, no es sólo para comer que alguien va a un restaurante chino: es para comer en las dimensiones de lo exótico. Para volver entonces al problema de no saber qué es lo que soñamos, probablemente si yo encontrara una App que me dijera lo que “el Otro quiere de mí”, estaría en una pesadilla/////PACO