En la tapa de la revista francesa Charlie Hebdo de abril sale una caricatura de Xi Jinping, presidente de la República Popular China, abrazado a un pangolín. Los dos están en la cama, fumando, con expresiones postcoitales, y la ilustración es a todo color. Se supone que el pangolín, animal mamífero asiático, escamoso y trompudo, es el que les traspasó a los humanos el famoso COVID-19. 

Con esta tapa, los escritores de la Charlie Hebdo son considerados, una vez más, rebeldes, irreverentes, terribles, traviesos, denunciantes, cuestionadores, punks, arriesgados y muchas otras cosas. Pero esos son adjetivos viejos, con los que se los etiquetaba antes; la revista viene saliendo, con largas pausas en el medio, desde 1969, y ahora se los sigue usando por costumbre. En Argentina, por ejemplo, la revista Noticias, que con su lema “Entender cambia la vida” no tiene disrupciones, sacó una tapa con el “SuperAlberto”. Sí, el presidente Alberto Fernández caricaturizado como Superman. La reformulación del periodismo que se supone que hizo una revista como la Charlie Hebdo ya está hecha hace rato, ya terminó; de ahí podría decirse que salió nuestra revista Barcelona, practicantes de lo que ellos mismo llaman periodismo satírico. Lo que esta tapa a todo color sí puede darnos es la excusa para decir algo sobre el El colgajo, el libro de Philippe Lançon, sobreviviente del atentado a las redacciones de la revista, que el 7 de noviembre de 2015 dejó doce muertos.

El libro, publicado cuatro años después del atentado, podría entrar en la categoría de crónica, aunque no quede del todo claro una crónica de qué: si del momento terrible en el que los hermanos Kouachi entran a disparar, si de la recomposición de la cara de una persona a la que un balazo le entró en la mandíbula (quienes se lo llevan en la ambulancia se la pasan repitiendo: “¡Esta es una herida de guerra!”), si de los cambios sociales en la Francia donde una bomba puede explotar en cualquier momento o de la vida en general de un periodista que después de ser corresponsal de guerra en lugares de peligro extremo termina sufriendo el accidente a pocas cuadras de su casa, en una oficina a la que llegó andando en bici, con un morral donde llevaba libros y cuadernos. También puede pensarse que Philippe Lançon quiere contarlo todo, sin dejar nada afuera, y que en esta búsqueda se ve obligado a quebrar los límites de la sosa crónica periodística y hacer una collage gigante y posmoderno. 

El libro es un éxito de ventas en toda Europa y gana premios prestigiosos, por lo que hace de un periodista que publicaba en los medios franceses un escritor de fama internacional. Nos cuenta algo que todos queremos saber, nos invita a ver al terrorismo islamista gritar “Allahu Akbar” mientras camina entre los restos de los artistas que acaba de matar, nos muestra al expresidente François Miterrand aprovechando para coquetear con una enfermera en el momento en que va a visitar a una víctima tirada en una cama de un hospital, nos quiere hacer ver el poder de la cirugía plástica que saca un hueso del peroné y lo usa para reconstruir parte de la cara, nos pasea por los pasillos del curioso Hospital de los Inválidos, donde están los restos de Napoleón Bonaparte y donde los militares franceses heridos van a hacer su recuperación. Todo contado en primera persona, en vivo y en directo, por alguien quien conoce de memoria las obras de Kafka, Baudelaire y Proust y vivió en la Cuba de los buenos años socialistas con una novia cubana que le enseñó español, aunque en el momento de pasar meses en el hospital tiene otra novia, una bailarina profesional chilena que dejó su patria gracias a una beca que le financia el sueño de bailar.

Acción, intimidad, tiros, amor, sexo, jazz, referencias literarias, París, textos periodísticos, mails que una persona que trata de recuperarse les manda a sus médicos, alfombras iraquíes hermosas compradas minutos antes de que Irak sea bombardeado, Michel Houellebecq apartándose de todos y de todo en una reunión social de gente importante y la ridiculez de atacar una revista que nadie leía, que vivía gracias a ser un recuerdo de lo que en algún momento había sido porque no paraban de insistir en burlarse de Alá. Sí, este libro lo tiene todo. Y, al igual que El día que apagaron la luz, de Camila Fabbri, novela de no ficción que cuenta el incendio de República Cromañón, nos hace pensar que quienes tienen algo que vale la pena escuchar no son los que se burlan del poder –para eso están los memes–, sino quienes pretenden contarnos, con la voz quebrada, al borde del precipicio, aunque haciendo las galanterías para que su relato quede presentable y se pueda digerir, lo que todos reconocemos como una tragedia de esta época////PACO

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