Fútbol


Empate hegemónico en el fútbol argentino

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Hace un tiempo, Kiko Llaneras publicó un interesante artículo en Jot Down intentando entender las claves del bipartidismo absoluto en la liga española. El análisis es entretenido y se vale de algunas herramientas estadísticas bien simples para llegar a la conclusión de que la peor liga Europea lo es, justamente, por una marcada pérdida de competitividad a lo largo de los últimos diez años.

Este proceso de gentrificación sin precedentes del fútbol, sin embargo, no es patrimonio de la liga BBVA, sino que se da al nivel de otras competiciones nacionales top europeas, con quizás la única excepción de la Premier League, paradójicamente, porque fue Inglaterra el país que empujó estas transformaciones durante el thatcherismo a través de la Football Spectators Act de 1989.

Más allá de esto, existen varios vectores a partir de los cuales es posible entender las transformaciones que en las últimas décadas se introdujeron en el fútbol mundial y que explican la reconfiguración casi total del juego desde una práctica deportiva signada por la construcción precapitalista de identidades mágicas a un ámbito moderno y eficaz de prácticas económicas de alto impacto, integradas al mercado global.

No es interesante, realmente, impugnar estos cambios.

La supervivencia del fútbol, aún a pesar de cierto llanto romántico seductor, solo podía estar garantizada al nivel macro por la concentración de recursos en ciertos pocos clubes de elite mundial capaces de construir un intenso star-system que justifique la reducción de espacio en los estadios y la suba en el precio de las entradas y los bienes y servicios asociados.

En cualquier caso, lo que en Europa surge bajo la forma de una crisis de competitividad al interior de las ligas nacionales –que eventualmente también puede ser leído como un epifenómeno de la tansnacionalización de las instituciones políticas– en el tercer mundo tiene efectos similares aunque inversos.

Crisis de hegemonía

Existe un sentido común que afirma que la liga argentina se ha vuelto más competitiva. No vale la pena darle muchas vueltas a este asunto asi que: sí, es cierto, se volvió más competitiva. En el siguiente hermoso chart que preparé con muchísimo entusiasmo se nota:

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El chart muestra la cantidad de puntos obtenidos por Boca (en azul) y River (en rojo) entre el Apertura ’91 y el Clausura ’13. En verde se muestra la performances del “mejor tercero”, es decir, del equipo distinto de Boca y River que hizo más puntos en cada uno de los campeonatos. Las líneas ilustran las medias móviles para hacer más clara la tendencia que subyace a los números.

¿Qué pasa acá? Mientras durante buena parte de los últimos 20 años Boca y River sostuvieron cierto claro domino, a partir de la temporada 2007/2008 se nota una crisis relativa de los dos equipos mayoritarios y una emergencia del “mejor tercero” como actor relevante en la batalla futbolística.

Desde este punto de vista, efectivamente, nuestra liga parecería haberse vuelto más “competitiva”. Esto es, que hay una mayor cantidad de equipos en condiciones de disputar la masa de puntos en juego cada torneo.

¿Es esto bueno? Se tiende a pensar que sí. La competitividad, teóricamente, caracterizaría a una liga más equitativa y tendería a asegurar una pelea hasta la última fecha por parte de tres, cuatro o cinco equipos con chance de salir campeones. Esto garantiza intensas emociones hasta el final y un mejor espectáculo.

Otro dato soporta esta lectura: mientras que en los 35 campeonatos disputados entre el Apertura ’91 y el Apertura ’08 hubo apenas 11 los equipos que ocuparon, de manera alternativa, la posición de “mejor tercero” (CASLA, NOB, Vélez, Independiente, Colón, Rosario Central, GELP, Racing, Talleres, Estudiantes y Lanús), en los 9 torneos que se jugaron entre el Clausura ’09 y el Clausura ’13 fueron 7 (Vélez, Banfield, AAAJ, Estudiantes, Racing, Arsenal y San Lorenzo).

A la vez, mientras que Boca y River ganaron el 57% de los torneos disputados entre el 91 y el 2008, solo ganaron el 10% de los campeonatos del Clausura ’09 a la fecha.

Resulta claro, entonces, que el torneo argentino de fútbol es un torneo con crisis de hegemonía.

En paralelo a este proceso de surgimiento sostenido de nuevos clubes con capacidad de disputar el campeonato en igualdad de condiciones, sucede otra cosa, también palpable desde el sentido común: el campeón del fútbol argentino, cada vez más, lo es con una menor cantidad de puntos.

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El caso último es San Lorenzo, que se coronó con apenas 33 puntos, una marca solo obtenida 19 años antes, en el Apertura ’93, aunque en ese campeonato, a diferencia de éste último, la tabla de posiciones fue encabezada por 5 equipos de los denominados “grandes” –River, Vélez, Racing, Boca e Independiente–, ninguno de los cuáles, excepto Vélez, estuvo en posición de pelear la punta del torneo Final.

Esta baja en la cantidad de puntos que el campeón debe cosechar para coronarse también resulta lógica. Si la liga es más disputada, naturalmente la cantidad de puntos disponibles, que es siempre constante, será repartido de forma más equitativa.

La patria transferida

Ahora, ¿qué dice el chart que mostramos acerca de la relación entre los clubes que históricamente lideraron la liga y el “mejor tercero” en el caso de una de las ligas testigo del primer mundo?

El primer chart que presenta el artículo “La liga de fútbol en datos. La desigualdad y la excelencia” muestra la evolución entre las temporadas 80/81 y 12/13 de la cantidad de puntos obtenidos por el Real Madrid, el Barcelona y el otro equipo mejor clasificado distinto de éstos dos. Este es el resultado.

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Es notorio como, a partir de la temporada 07/08, la hegemonía del Barcelona y del Real Madrid se vuelve virtualmente excluyente. Aún más, desde la temporada 92/93 solo cinco equipos ganaron la liga española. Lo mismo sucede en Alemania y en Italia. En Argentina, en cambio, fueron 12 los equipos campeones en los últimos diez años.

¿Es posible que las dos curvas estén vinculadas?

Según el informe para 2013 de la consultora alemana Euroamericas Sport Marketing (ESM), Argentina vendió en el último año un total de 1945 jugadores por 275 millones de dólares. Estos números convierten a nuestro país en el principal exportador de jugadores del mundo, seguido por Brasil (1224 jugadores), México (533 jugadores), Colombia (512 jugadores), Paraguay (464 jugadores) y Uruguay (398 jugadores).

El mismo informe afirma que las ligas más importadoras son, naturalmente, las cinco grandes europeas, con España a la cabeza, seguida por la Premier League, la Bundesliga, el Calcio y la Ligue 1 francesa. Entre todas concentraron el 82,5% de los futbolistas argentinos transferidos.

Nuestro lugar de liderazgo en este ranking es relativamente nuevo. Hasta 2009, exactamente, la primer posición la ocupaba Brasil, líder histórico en el escalafón de la venta . Hoy, sin embargo, la Argentina es la gran usina de elaboración de materias primas para los mercados industrializados del primer mundo futbolístico. En los últimos 5 años, de hecho, Argentina incrementó en un 800% el volumen de jugadores exportados.

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Este fenómeno tiene algunos elementos claves. La crisis económica de los clubes es uno de ellos. Gerardo Molina, titular de ESM, estimó que las transferencias al futbol internacional “se han convertido en el motor financiero de los clubes argentinos, la mayoría con deudas millonarias. Se mueven en el corto plazo: si tienen una oferta de un club extranjero, no la desaprovechan, porque no saben si años después ese jugador valdrá lo mismo.”

El otro elemento es que, en 2013 vs 2012 se registró un aumento del 22% en la exportación de jugadores cada vez más jóvenes y a más alto costo de venta. “En los últimos cinco años, notamos que la mayoría de los transferidos no llega a la primera división argentina, son menores de edad salidos de las inferiores.”

La patria transferida deja como saldo otro dato que huele a deshonra: en 2013 la primera división de fútbol cayó al puesto 3 de ligas más valiosas de la región, siendo superada por México (hashtag vergüenza). Esto significa que si quisiésemos comprar a todos los jugadores que juegan en la máxima categoría nacional deberíamos desembolsar 549 millones verdes, mientras que para el equivalente azteca necesitaríamos 620 millones y 839 millones para el brasileirao.

Las ligas más valiosas del mundo son, a la vez, las menos competitivas: Inglaterra (3.611 millones de u$s); España (2.593 millones); Alemania (2.381 millones), Italia (2.174 millones) y Francia (1.709 millones).

¿Garpa ser competitivos?

Existe una certeza: la progresiva competitividad en las ligas sudamericanas es, a la vez, la tendencia hacia la construcción de una hegemonía excluyente en los torneos del primer mundo. Y otra más: nuestra competitividad es “a la baja”, porque cada vez más nuestros mejores jugadores emigran sin haber debutado en primera y porque cada vez más todos los clubes, grandes y chicos, patinan en un engrudo más o menos parecido de fútbol poco vistoso.

En cambio, la consolidación de grandes franquicias globales que dejan afuera a todos los otros equipos que compiten en los torneos europeos es un fenómeno que se da “a la alza”, es decir, subiendo cada vez más la vara de la calidad futbolística, reteniendo a los mejores jugadores de todo el mundo en unas redes institucionales cada vez más agresivas que compiten por el share del mercado con fuertes inyecciones de guita y recursos.

Kiko Llaneras lo pone de esta manera, también en tono apesadumbrado: “el resultado es que tenemos unos colosos europeos que se baten en una fabulosa competición supranacional, pero que entre duelo y duelo regresan a sus dominios a pasearse aburridos.”

Hay elementos externos e internos que posibilitan esta transformación a gran escala del deporte más popular y lucrativo del mundo. Externo puede ser, por ejemplo, la sanción de la sentencia Bosman en 1996. Interno, y acá hablo del fútbol argentino, es sin lugar a dudas que la crisis de la hegemonía de los clubes grandes del país es a la vez una crisis de orgullo. Ni Boca ni River están en condiciones de sostener, con su solo prestigio, a los mejores jugadores argentinos jugando dentro de nuestras perforadas fronteras deportivas.

Esto, indudablemente, va en contra de cierto discurso angustiante y caviar. Si poéticamente alguna vez entendimos que el fútbol argentino era grande por su capacidad de seducir a los jóvenes futbolistas con la gloria, la pasión por los colores y cierta mística barrial, y que eso era suficiente para que los futuros cracks argentinos quisieran hacer grande nuestros clubes, hoy eso no funciona más así. El deporte más popular del mundo es menos una pasión febril que un negocio multimillonario y, en este contexto, parecería necesario pensarlo antes como una industria.

El alza en la posición de los clubes chicos es, necesariamente, la condición espiritual de posibilidad de la decadencia del fútbol argentino. Decadencia que se da bajo la forma de la “competitividad” pero que no es otra cosa que una forma trivial en la que validamos nuestra posición subordinada en el mercado mundial.

El discurso de la “federalización” resulta el escenario que habilita la deriva errática del fútbol nacional. El leitmotiv del programa Fútbol Para Todos, que efectivamente rompió el monopolio de los clubes grandes en la repartición de la torta de los derechos de televisación –a la vez que expandió esa torta, de 600 millones de $ en 2009 a 1410 millones en 2014– es, en realidad, un contexto inmejorable para la desarticulación del torneo argentino. En efecto, el empoderamiento de los clubes chicos profundizó la crisis de hegemonía, que se tradujo a la vez en una impecable crisis de deuda en el sistema de sociedades civiles sin fines de lucro: en el último año, el pasivo de todas las instituciones de primera división + Independiente creció en un 47,7% (a 2.444 millones de $) y los balances para el 2013 mostraron una pérdida neta total de 154 millones de $. Crisis de deuda que, a la vez, aceita el mecanismo de venta de nuestro patrimonio futbolístico al extranjero.

Este es el mecanismo que, en definitiva, termina alimentando el círculo vicioso de venta de jugadores jóvenes y cortoplacismo, que a la vez construye el liderazgo global de las grandes franquicias deportivas de las capitales futbolísticas.

Entiendo que si la Argentina quiere adaptarse al mercado mundial del fútbol en una posición no subordinada debería deshacer absolutamente todo lo que vino haciendo en los últimos años: volver a empoderar a los clubes grandes para que se encuentren en posición de seducir a los futuros cracks con guita y la posibilidad de pelear cosas importantes fronteras afuera, camino que se le parece más al adoptado por Brasil (y ahí está el caso testigo de Neymar).

Esto no es otra cosa que intentar avanzar en un camino industrializador y desarrollista: proteger nuestro mercado y proteger las zonas estratégicas de la economía deportiva para vender recursos afuera con alto valor agregado (es decir, convertir a los pibes en cracks en nuestra liga antes de venderlos, en lugar de regalárselos, con 13 o 14 años, al Barcelona o al Inter de Milán). Esto significa dejar de volverse competitivo fronteras adentro para empezar a ser competitivo en el mercado internacional.///PACO