taringa

Por Nicolás Mavrakis

I
El affaire Taringa implica repetir que la «piratería» no es una cuestión del orden de lo jurídico sino de lo hermenéutico. ¿Por qué? Porque las redes de sociabilización y libre circulación e intercambio de bienes digitales son —digámoslo en estos términos— una práctica indivisible «del estado actual y las posibilidades técnicas del mundo». Por lo tanto, desconocer esa situación —y lo que es peor, perseguirla y atacarla con una ley inicua— habla más de las limitadas competencias cognitivas de los denunciantes, que de un nuevo «debate» sobre las posibilidades de existencia de la propiedad privada en internet.

De la capacidad de readaptación e innovación comercial de las empresas que todavía insisten en declararse únicas poseedoras de ciertos capitales culturales, por supuesto, nadie espera más que la inminente invitación a su funeral.

Sin embargo…
Oh, las viudas embarazadas

II
Hay otra cosa en esa interpelación urgente de Taringa a «todos los que participamos de internet y las redes sociales» que invita a repensar algunas categorías de la «piratería». Los (por ahora) propietarios legalmente hegemónicos de aquello que circula en internet han fiscalizado con alegría a través de la IIPA que desde 2011 Taringa «con más de 6.000.000 de usuarios» y siendo «el quinto más popular sitio cerrado de links del mundo», borra diariamente el 31.94% de los links subidos por sus usuarios.

«Afortunadamente —dice también el informe de la IIPA— Taringa responde positivamente a los avisos para dar de baja links, luego de importantes cruces con la industria discográfica».

¿Cuál es entonces el «verdadero» rol de Taringa en el mapa de la «piratería»? ¿Y cuál es el ejercicio de ese rol al momento de recortar selectivamente aquello que linkean y bajan «todos los que participamos de internet y las redes sociales»?

¿En qué parte de ese «todos» debería incluirse el 31.94% que sube y ve inmediatamente eliminados todos los días sus links?

III
La interpelación de Taringa al «colectivo internet» es estrictamente estratégica y, en ese sentido, sin dudas, efectiva. Y «el estado actual y las posibilidades técnicas del mundo», por supuesto, impide bajo cualquier punto de vista la simpatía con los denunciantes.

No hay dudas de que, en el conflicto, Taringa debe prevalecer y prevalecerá. Elementalmente, porque lo empuja el zeitgeist de una época. Y nadie ignora cuál es el penoso rol reaccionario de quienes se oponen a su época.

Lo que el affaire Taringa obliga a repensar, en cambio, es hasta qué punto la dinámica social del intercambio digital distribuye roles con principios «mutantes» y jerarquías «ambiguas» en la era de los nativos digitales. En pocas palabras: repensar el escaso margen para la asignación de roles únicos y sostenibles (como el de la víctima o el victimario, y también el del censor) en un campo de tensiones legales y sociales que se desintegra cada vez más rápido.

IV
«La muerte de las formas contemporáneas del orden social debería alegrar más que conturbar el espíritu. Lo pavoroso, sin embargo, es que el mundo que fenece no deja tras de sí un heredero sino una viuda embarazada. Entre la muerte de uno y el nacimiento del otro habrá de fluir mucha agua, habrá de discurrir una larga noche de desolación y caos», dijo Aleksandr Ivanovich Herzen.

Era 1868 en Rusia, la world wide web era una fantasía ridícula y los zares dormían cada noche convencidos de que nada en el mundo dejaría de resultarles propio////PACO