Para Jorge Luis Valdés
I
Empecemos por el origen. La causa primaria de las cosas. Empecemos por cómo algo se dio a ser. Por qué se dio de esa forma particular y se convirtió en lo que es. La música de Los Beatles llegó a mí a través del líquido. Hay alguna poesía en eso —el líquido, el agua, el origen de la vida— pero no es más que la mera constatación de lo real. Y lo real es ajeno a la poesía. Yo flotaba en líquido amniótico cuando escuché a Los Beatles por primera vez. Yo era un pequeño compendio celular de vida por nacer cuando mi padre acercó un grabador al abdomen de mi madre con música de Los Beatles. Yo debo pertenecer a la tercera o cuarta generación a la que la música de Los Beatles se le aparece en medio de la placidez amniótica como preview de los lenguajes formales al otro lado del cordón umbilical.
Debo pertenecer a la tercera o cuarta generación a la que la música de Los Beatles se le aparece en medio de la placidez amniótica como preview de los lenguajes formales al otro lado del cordón umbilical.
No era que la música me calmara. Era que mi padre era fanático de Los Beatles. Aprendió a tocar la guitarra a los seis —una guitarra criolla perdida en el fondo de un armario: consiguió cuerdas y alguien le enseñó los rudimentos de la música folklórica— y cuando aparecieron Los Beatles abandonó el folklore —y toda esa bosta, diría él—, encontró cuerdas de acero y empezó a sacar de oído, una por una, las canciones. Conocí a Los Beatles antes de nacer porque mi padre escuchaba eso y podía hacérmelo escuchar y conocer a mí. Traspaso de una cultura: el objetivo del mandato patriarcal. Aún así, no lo veo como un habitus social sino como una predisposición genética. Esa música y la predisposición al goce de esa música estaban inoculados antes de nacer. Y aunque soy incapaz de ejecutar cualquier instrumento —la música suele considerarse el arte más elevado y es probable que sea así— soy perfectamente capaz de identificar una canción de Los Beatles en apenas cuatro notas. Aunque mis oídos y mi cerebro y mi piel estén atravesados por todos los ruidos y conflictos imaginables. Una habilidad innata (del latín innātus, nacer en).
II
En el clasicismo de Los Beatles hay un factor estético importante. Un buen parámetro con el que se puede medir la relevancia musical —y estética en general— de todo el resto. Si alguien dice que una canción es buena, la comparo con Blackbird. Si alguien dice que un disco es bueno, lo comparo con Sgt. Pepper Lonely Heart´s Club Band. Si alguien dice que tal cantante es bueno, lo comparo con Paul McCartney. Si realmente es bueno, debería poder resistir esa clase de comparaciones. Con esto en cuenta, no sé qué es más inmediatamente obsoleto que un crítico de rock (sí, sé: una crítica de rock). El consenso siempre es sospechoso, pero el que hay sobre el valor de Los Beatles parece inmutable a lo largo del tiempo. John Lennon lo dijo: Los Beatles son más populares que Jesucristo.
El consenso siempre es sospechoso, pero el que hay sobre Los Beatles parece inmutable. John Lennon lo dijo: más populares que Jesucristo.
Un polaco exótico que tendría unos cincuenta años cuando lo conocí dijo que después de cierto tiempo escuchando música había dos cosas que valían la pena: Mozart y Los Beatles. ¿Se podría disentir? Mi padre ha tocado con músicos durante muchos años y me ha contado sobre algunos que decían que Los Beatles no eran tan buenos. ¿Qué otra respuesta para eso que la conmiseración? Es inevitable que vuelva a mi padre porque al otro lado del líquido, en el lado luminoso de la vida, estaba él con sus guitarras tocando canciones de Los Beatles. Tocaba con otros amigos o colegas: guitarra rítmica, bajo, batería, armónica y voces. Vi los distintos livings de mis casas de la infancia convertirse en pequeños estudios. Un estilo Abbey Road amateur que se materializaba, en general, los sábados a la tarde hasta la noche. No hay tantas grabaciones de esas sesiones. This boy la hacían muy bien —no sé quiénes la hacían, pero sé que al menos una de las voces y un bajista de esas sesiones están muertos—, sé que mi padre podía tocar Blackbird con los ojos cerrados y sé que en el repertorio estándar —que después mudaron a salas de ensayo— había más canciones de la primera época de Los Beatles, las más simples y pegadizas, que de la última. Y eso no tenía que ver con las destrezas técnicas para la ejecución, era cuestión de gusto.
Cuando la música no se tocaba, se escuchaba. Discos, cassettes, compacts, DVD, mp3 y todos los soportes que siguieron. Desde que tengo memoria, son las formas a través de las cuales he escuchado música de Los Beatles. (Los sábados y domingos por la mañana mi padre ponía algún disco de treinta y tres revoluciones y fumaba su pipa, nunca en un volumen en el que se pudiera ser indiferente al sonido). La sentimentalización: casi todas las canciones tratan sobre conflictos de amor. Ha habido mucha violencia, pero también mucho amor. No sé nada sobre Juan Alberto Badía excepto que era fanático de Los Beatles —algo que matiza mi rechazo automático a cualquiera— y que entrevistó a McCartney cuando vino por primera vez a Buenos Aires y que escribió una novela sobre John Lennon y que en Pinamar pasaba canciones de Los Beatles (gané varios de los concursos telefónicos que hacía en Estudio Playa porque, por supuesto, conocía todas las respuestas o me las soplaba mi padre). Suficiente para desear que esté en un mejor lugar. Guillermo Andino: también es fanático de Los Beatles y es lo único por lo cual identifico su existencia. César Mascetti: sé que viajó a Brasil con un camarógrafo para entrevistar a George Harrison y lo logró. Lo respeto por eso: no lo conozco, ni siquiera sé si está vivo, pero lo respeto por eso. La sentimentalización es inevitable. Una lista así sería probablemente infinita. Con los músicos se vuelve más detallada. Charly García: sacó la frase Say no more de una película de Los Beatles. The Ramones se llaman así porque McCartney usaba Ramón como pseudónimo. Mi recuerdo del primer concierto de McCartney en Buenos Aires, al que fue mi padre, es haber escuchado los fuegos artificiales de Live and let die desde mi casa. Mi recuerdo de la segunda vez que McCartney vino a Buenos Aires es mejor. Pude ver la casa donde paró, pude verlo en persona salir de esa casa en una camioneta BMW, con su esposa, y pude saludarlo —a dos metros de distancia: levanté la mano en estado de conmoción y alguien sacó una foto— y también fui a River con mi padre y mi hermano. Nada mal. La única vez que el periodismo me sirvió para algo más que para conocer las fosas sépticas del mal gusto y la estupidez. (Ese sencillo evento, que me hayan pagado por tener uno de los mejores recuerdos de mi vida, justifica la existencia de “la mortaja del escritor”, como alguien definió al periodismo).
III
Densidad: uno llega a ponerse denso y monotemático cuando sabe lo que le gusta. Es un absolutismo interesante porque economiza cualquier especulación. No hace falta pensar demasiado en lo que respecta a Los Beatles. La perfección es como una esfera, no se puede impugnar. ¿Cuál sería el pliegue de lo absoluto? Tengo un amigo, Sebastián Napolitano, maestro concertista de piano. Lo conocí en la secundaria. A veces, después de las clases de gimnasia, lo dejaban ir a tocar uno de los pianos del colegio (la vez que uno de los carceleros lo encontró tocando, a pesar de toda su brutalidad, simplemente dijo que se apurara y que nos fuéramos de ahí). Como sea, él tocaba polonesas de Chopin y yo le pedía que tocara alguna de Los Beatles. Con cierta piedad, me concedía pasajes de Eleanor Rigby y Martha my dear. Su frase recurrente: son muy fáciles. Todavía cuando nos encontramos para comer con unos refugiados chinos le insisto con que toque alguna de Los Beatles. Y es un restaurante y, por supuesto, no hay ningún piano ni remotamente cerca, pero uno es fanático y debe predicar. La última vez le dije que tocara alguna de Billy Joel —a veces concedo variaciones— o que, al menos, incursionara en algo más pop. Dijo que pedirle que tocara algo más pop era como si él me pidiera que escribiera una crónica policial. Lo dijo de una manera despectiva que, por supuesto, valía una risa.
Charly García sacó la frase Say no more de una película de Los Beatles. The Ramones se llaman así porque McCartney usaba Ramón como pseudónimo.
Monotemático. No tengo líquido amniótico al que acercar un iPod con música de Los Beatles, así que predico en el aire y para los incautos o prevenidos. Difundo el legado donde puedo. Prácticamente no hay persona que no sepa de mi fijación porque es transparente. No sé qué pasa con los Rolling Stones —del que mi padre ha dicho que el baterista está muerto pero no lo sabe—, pero hay noticias sobre Los Beatles al menos un par de veces todas las semanas. Google it. Sin embargo, nada de esto me convierte en el más fanático. Hace poco, en una fiesta, alguien me señaló a una chica. La presentación tuvo estas exactas palabras: “Esa chica tocó con Paul McCartney”. Era una gordita pálida y con el aspecto virginal y circunspecto de una secretaria de oficina de los años cincuenta. Al lado, mientras tanto, otras personas hablaban. Incluso por momentos me hablaban. Me levanté y fui hasta donde estaba. Bueno, ella no había tocado con Paul: había sido el novio. Ella lo había filmado mientras lo dejaban subirse al escenario y darle a Paul un charango. Fue durante la prueba de sonido del último recital en Buenos Aires. Claro que era motivo de admiración. La chica contó que había viajado también a Montevideo a verlo el año siguiente. Y que había viajado a Nueva York a verlo una vez. Y sabía el nombre del instrumentista de Paul —para mí era apenas el tipo que le lleva el bajo a Paul— y conocía el nombre de la mujer que selecciona a los que van a subir al escenario durante la prueba de sonido. Ese mismo sábado, más temprano, la chica que (no) había tocado con Paul había ido a ver al cine ShowRock, que es un concierto de Wings que remasterizaron y pasaron en el cine hace un tiempo.
—Rockshow —corrigió—. Se llama Rockshow.
IV
Estaba un poco borracho pero me defendí. Nadie iba a tronchar mi herencia cultural tan fácil. Dije que había visto a Paul de cerca en su casa y que lo había saludado (ella me preguntó si lo había visto pasear en bicicleta: bueno, no, no lo vi haciendo eso). No iba a contarle sobre mi foto en la puerta del Dakota Building, pero le conté sobre mi padre. Mi padre había viajado a Liverpool y había estado en el Museo Beatle, había visitado la casa donde se había criado John Lennon y la casa donde se había criado Paul McCartney —aparece en la tapa de Memory Almost Full— y también se había sacado una foto en la puerta de la casa de Ringo, aunque esa estaba bastante abandonada porque es el único de Los Beatles que no invierte en Liverpool. Hubo un silencio que aproveché para avanzar y no poner en ninguna duda que lo que fuera que hubiera hecho mi padre, de alguna manera, era como si lo hubiera hecho yo.
YouTube sabe reconfortarme y tengo más de quinientas horas mentales de música de Los Beatles sonando en mi mente cuando hace falta enfrentar el silencio.
Dije que mi padre también había estado en Strawberry Fields y en The Cavern y que había ido a Abbey Road y que no solo se había sacado la foto cruzando la calle sino que se había metido adentro de Abbey Road, hasta que algún técnico le dijo amablemente que saliera por donde había entrado. Tiene una foto de eso: sonriente con los dedos de la mano derecha en V bajando la escalera (Rodolfo Vázquez, el dueño del único Museo Beatle en Latinoamérica, nos contó una vez que él también había ido a Abbey Road y había entrado al estudio con el piano donde McCartney tocó Let it be y que alguien de su grupo empezó a tocarla y todos se emocionaron hasta llorar). En cuanto a la música, me gustan algunas otras cosas pero no tantas. No están demasiado lejos de Los Beatles, pero supongo que en lo musical es complicado estar lejos de esa fuerza. Tampoco tengo un beatle preferido ni una canción preferida. Sí creo que el capítulo de Los Simpsons donde cuentan la historia de Los Beatles está bastante bien en términos historiográficos. Y tiene la voz de Harrison diciendo eso ya se ha hecho, algo que suena más como una poética entera que como una línea cómica. Por lo demás, tengo una corbata, varias remeras, tuve algún llavero y me animo a decir que el sitio de McCartney es uno de los mejor desarrollados en toda la web. YouTube sabe reconfortarme y tengo más de quinientas horas mentales de música de Los Beatles sonando en mi mente cuando hace falta enfrentar el silencio. Para terminar: todo el tiempo me recomiendan que escuche cosas nuevas. En general les doy una oportunidad y en general me parecen una basura. En unos años voy a empezar a escuchar a Beethoven, sobre el que Harrison cantaba una gran canción de rock, pero no todavía//////PACO