Las mujeres no se visten para los hombres; se visten para ellas mismas y para las demás. Si las chicas se vistieran para los chicos, andarían desnudas todo el tiempo.
Betsey Johnson

«Vestite para el trabajo que querés, no para el que tenés», «como te ven, te tratan» y «no existen mujeres feas sino mujeres vagas» son algunas de las frases célebres del mundo de la moda que –habiendo sido pronunciadas décadas atrás– tienen una vigencia arrolladora. Así como cada cultura tiene sus costumbres gastronómicas y musicales, en lo que respecta a la moda también hay un estilo de consumo. Si las parisinas pueden conseguir ese je ne sais quoi con poco dinero, porque saben muy bien qué comprar y en dónde, las argentinas se caracterizan por consumir moda descartable pero «el último grito». Cuando un hombre me dijo una vez que la marca Ver hacía ropa para secretarias de dentistas, inmediatamente sentí que su estrategia de marketing estaba fallando. Hay un segmento importante de mujeres que no están siendo interpeladas por la moda local. Dando una vuelta a la manzana por cualquier ciudad de Buenos Aires se puede detectar que el problema de las argentinas y la moda es que no se visten de acuerdo a su silueta, que son demasiado adictas al modal y que las calzas de lycra van a ser una prenda difícil de desterrar. El “camel toe” es un concepto que nació con el lanzamiento masivo de las calzas deportivas a la vida urbana y hasta la bella Jennifer Lawrence fue víctima de sus encantos. Recordarán The weather man, donde Nicolas Cage encarna a un padre preocupado porque su hija preadolescente usa la ropa tan apretada que en el colegio la llaman “camel toe”, y se obsesiona con comprarle polleras. Nadie quiere poner en evidencia de manera tan cruda un nivel de intimidad semejante, entonces: ¿qué hacen las marcas locales para atrapar a ese segmento –cómo decirlo– desconcertado?

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Caracterizadas de acuerdo a un poder adquisitivo que va desde “ama de casa que le pide dinero al marido” hasta “profesional soltera independiente de Palermo”, las firmas locales ofrecen poca variedad a costos altísimos. María Cher y Jazmín Chebar, que copian sus diseños de marcas internacionales como Céline, Isabel Marant y Stella McCartney –y pueden cobrar hasta $700 una remera básica de algodón–, están por fuera del alcance de la mayoría de las mujeres con intereses fashionistas. Ver y Yagmour, por su parte, con precios más accesibles y caras representativas de la marca “más humanas”, como Pampita, y slogans como “vestimos mujeres apasionadas”, se dirigen a una audiencia femenina menos pretenciosa y con una silueta más “real”. El largo de los pantalones de una marca es uno de los elementos que establece el público al que se dirige desde el momento en que determina un tipo de silueta. Los pantalones de Yagmour y Ver, por ejemplo, suelen ser de tiro medio y pierna corta; se suman a remeras básicas en colores pasteles, sweaters calados, camisas blancas y chalinas. En cambio, las prendas de María Cher, Jazmín Chebar o Paula Cahen D´anvers acompañan a las siluetas estilizadas: jumpsuits o “monos” (sólo aptos para altas y flacas); pantalones de tiro alto –al mejor estilo Patricia Sarán pero de manera sentadora– y remeras cortas y de estampa rockera conforman la zanahoria irresistible de las adictas al shopping.

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Algunas prendas que para el ojo no entrenado en el mundo fashionista pueden resultar ridículas o poco sentadoras tienen que acaparar las vidrieras de marcas como Complot, Muaa o 47 Street para convertirse en lo más deseado por las adolescentes y las veinteañeras. La estética de los noventa, al mejor estilo Clave de Sol, y las prendas hiphoperas se convirtieron en los últimos años en los básicos de las teens: la famosa “biker jacket”, pantalones anchos con tops que dejan el ombligo al aire, medias de futbolista, mochilas y riñoneras –para horror de las amantes del chic & classic– componen el guardarropa básico de las sub-20. Consumir moda no es para cualquiera: hay que tener un poder adquisitivo considerable para poder renovar el guardarropa con las tendencias de la temporada. Este mes las revistas argentinas más reconocidas lanzaron a la venta sus especiales con todo lo que se va a usar este verano. Las “biblias” del estilo proponen crop tops, kimonos, stilettos de altura vertiginosa y labios flúo, tendencias no demasiado aptas para secretarias de dentistas. Las fashion bloggers locales, mientras tanto, se postulan como embajadoras del estilo y te cuentan en posts de prosa horrenda –acompañados por ocho o nueve fotos iguales del look del día– “lo que se viene”. Veinteañeras aburridas que resumen en fotos los peores crímenes fashionistas: metro cincuenta de altura con polleras largas, sombreros panamá con el Cabildo de fondo, plataformas como ladrillos de Easy y maquillaje que destaca los peores defectos. Porque lo importante es “estar a la moda” aunque el resultado final tenga un tono payasesco.

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A las que tenemos más de 30 y nos negamos a lookearnos como Lil Wayne, según propone Complot, o como Cris Morena en Jugate Conmigo, de acuerdo a las tendencias de 47 Street, ¿quién nos interpela? A las que no estamos dispuestas a claudicar ante la idea de vestirnos como secretarias de dentistas, aunque nos quieran hacer creer que podemos parecernos a Pampita, ¿quién nos viste? A las que preferimos salir a la calle con calzas y modal antes que aceptar la idea de que una “mujer apasionada” se viste con la ropa de la marca Ver, ¿quién nos transforma en Cenicienta? La respuesta es obvia: Zara. Que no es argentina pero nos conoce mejor que nadie. Prendas de buena calidad a precios accesibles, básicos que trascienden lo que se usa en cada temporada pero que no dejan de ser modernos, precisamente por básicos. Zara es ropa aspiracional, que condensa a la perfección la idea de “vestite para el trabajo que querés”. Preguntale a tu mejor amiga dónde comprar un lindo vestido para un casamiento. Si no te dice que vayas a Zara, no te quiere//////PACO