“La televisión penetraba en la vida de la gente de un modo tan natural como el oxígeno, y a nadie se le ocurría impedirle el paso, del mismo modo que a nadie se le ocurría impedir al aire el paso a los pulmones”[1]. De esta manera Tom Wolfe describe cómo la “tele” (distancia) “visio” (visión) se presenta como medio ambiente. Aquí, el escritor nacido en Richmond, Virgina, no está preocupado por la manipulación de la realidad, sino que está pensando a la realidad misma. Cuando el autor de La hoguera de las vanidades (publicada inicialmente por entregas para la Rolling Stone) escribe que la presencia semanal de Mary Cary Brekenbereh –conductora del ficticio noticiero televisivo Día y Noche- “era tan inevitable como el buen o el mal tiempo”, está diciéndonos que la Aguja Hipodérmica[2] está muerta. Sin embargo, que el concepto de dominación ejercido por la industria cultural (desarrollado por Adorno & Horkheimer[3]) haya quedado viejo, no significa que hoy los mass-media sean un espacio lleno de feedback.

Wolfe no está especialmente interesado en la manipulación cotidiana de la información que pueden hacer los medios de comunicación, sino que se pregunta porqué una blonda conductora de televisión, semana a semana, ingresa a la mitad de los hogares de Estados Unidos como si fuera parte del aire. En Emboscada en Fort Bragg, el periodista muestra al universo televisivo como una escena más del teatro del mundo, como “una orden que se imprime en los nervios”[4], que no se cuestiona, que simplemente es aceptada. La falta de ética de un noticiero, que se autoproclama como justiciero social del pueblo americano a través de una cámara oculta totalmente manipulada, no es la cuestión esencial de la novela. El interés principal del autor no está en mostrar cómo la producción de un programa realiza cualquier tipo de artilugios para acusar sin pruebas a tres soldados sureños sospechados de asesinar a Randy Valentin, sino que su intención es pensar de qué manera una persona con un micrófono se erigió como el sistema jurídico estadounidense.

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El relato es el siguiente: Irv Durtscher, productor del noticiero semanal Día y Noche, encabeza la investigación del “pobre e indefenso soldado homosexual” Randy Valentin, violentamente asesinado en la base militar de Fort Bragg, ubicada en la ciudad de Fayetteville, Carolina del Norte. Junto a la actriz devenida en conductora periodística, Mary Cary Brekenbereh, y un equipo técnico encargado de instalar una serie de cámaras y micrófonos ocultos en un cabaret del Boulevard Bragg, la producción del programa intenta obtener la confesión de tres soldados: Lowes, Ziggefoos y Florys, sospechados de asesinar a Valentin por el solo hecho de ser gay. Sin embargo, pese a aparecer como los responsables del crimen, la confidencia mediática de los Rangers no llega. Ante ello, Día y Noche, que no se conforma con volver a Nueva York con las manos vacías, avanza rápidamente con el juzgamiento de los soldados. Allí Wolfe muestra tenebrosamente cómo los medios se erigen como la verdadera realidad.

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“Varias jurisdicciones legales, la jurisdicción federal, estatal, local y militar, han comunicado ya a Día y Noche que, con la emisión del programa que acaban ustedes de ver, hemos violado las leyes relativas a las interceptación de conversaciones privadas (…) Quizá sea así… Quizá sea cierto (…) Sin embargo, sean cuales fueren los tecnicismos legales de la cuestión, sabemos perfectamente, y creemos que la mayoría de los ciudadanos de nuestro país sabe perfectamente, que hemos respetado una ley mucho más elevada y mucho más importante, la tradición que valora, por encima de todo, la Imparcialidad… y la Justicia, al margen de lo que los legisladores y fiscales, unos cargos pasajeros, puedan decir…”. Así Mary Cary Brekenbereh erige a un noticiero de televisión como la verdad, como el juez que decide quién es bueno y quién es malo. Ya no se trata de controlar la técnica de los medios de comunicación para influir en la sociedad, sino de tener que aceptar a la industria cultural como algo natural, como el aire que respiramos.///PACO

[1] Emboscada en Fort Bragg. Tom Wolfe. 1996. Ediciones B. Barcelona 1997.
[2] Técnicas de propaganda en la Guerra Mundial. Harold Lasswell. 1927.
[3] Dialéctica del Iluminismo. Theodor Adorno y Max Horkheimer. 1944. Editorial Sudamericana. México 1997.
[4] El poder psiquiátrico. Michel Foucault. 1973. Ed. Fondo de Cultura Económica. Buenos Aires 2005.