El periodismo ciudadano probablemente es el mito digital más importante de los últimos 20 años. La idea de una sociedad civil involucrada de forma plena en la cosa pública es un bluff mediático que, día a día, se desvanece como un gerundio. ¿Por qué? Porque como suele ocurrir con los optimistas de la tecnología, se olvidaron de programar la «maldad». Lo más llamativo de este escenario es que el periodismo pareciera no acusar recibo. Los comments no sólo están lejos de representar el «sueño» de bajar costos de producción, sino que además provocaron una problema inesperado: rompieron con la credibilidad. ¿Pero de quién es la culpa, del comentarista o del que le da de comer?

A lo largo de 15 años pensé al comment digital como algo revolucionario, un feedback con los periodistas, que podía ir desde un acercamiento cordial hasta una complementariedad periodística. Imaginé un work in progress con los lectores, que pudieran visualizar la construcción de un artículo, similar a lo que ocurre en Wikipedia. En mi tesina de grado («La construcción técnica del medio ambiente comment en los portales digitales de noticias», perdón el márketing myself), escrita en 2008, planteé cómo los comentarios en los sitios periodísticos están asociados al medio ambiente, a la construcción de valores naturales, sociales y culturales que influye en la vida de las personas. El crecimiento exponencial -primero de Facebook y después de Twitter- desde 2008 hasta hoy, confirmaron la influencia del comentario digital en la opinión pública. Ya no se trata de la verdad, sino del «universo comment» y la sociedad del espectáculo, un espacio donde la autoridad periodística comienza a desaparecer. El periodismo deja ser la esencia donde se producen los distintos tipos de relaciones con la verdad, dejándole paso a las plataformas de redes sociales: «Una iglesia invisible de individuos dispersos, cada uno de los cuales escucha a su manera en lo inconmensurable y espera las palabras en las que rehace oír aquello que será dado para decir por el habla al hablante»*

La complicidad periodística involuntaria

Sin ser del todo conscientes, como una Doña Rosa que acepta ciegamente las Condiciones de Uso de una aplicación, las empresas periodísticas se convirtieron en cómplices de la destrucción de su prestigio. Al agregar todos sus contenidos a plataformas como Facebook o Twitter, el periodismo entró -por voluntad propia- en un pozo, del cual le ofrecen salir de una sola manera: cavando. Ante el afán del «clic» exigido por anunciantes que amenazan con irse a pautar a plataformas de redes sociales, las empresas periodísticas cedieron sus contenidos, su prestigio y su comunidad a nerds de Palo Alto, que poco les interesa el valor del periodismo. Como las métricas dicen que las redes sociales traccionan visitas, entonces nos tiramos del balcón.

La experiencia comment fuera de control atenta contra el esfuerzo periodístico, todos sabemos que destruir es más fácil que construir. En 2016 el Columbia Journalism Review publicó un artículo que cuenta cómo el trabajo de foros iniciados a finales de los 90s tuvieron en un principio resultados positivos con testimonios personales valiosos y discusiones argumentadas que podían ser 100% rescatadas para publicaciones subsiguientes. Esto no implicaba que no hubiera trolls («aunque aún no se los llamaba así»), sin embargo, existía una manera de tratarlos, entender su psicología y, en última instancia, quitarles relevancia, cuidar a los comentaristas que valieran la pena. Pero de repente ese interés pasó de moda. Los comentarios dejaron de interesar; al carecer de imaginación monetaria, las empresas periodísticas dejaron de interesarse en el tema. Con la llegada de las redes sociales, los comentaristas de los sitios de noticias fueron abandonados en la incoherencia de un terreno baldío del horror, ahora las redes sociales se ocupan de la ágora pública digital y los medios, aliviados de no tener que responsabilizarse de la estupidez ajena, volcaron sus marcas periodísticas en Facebook y Twitter sin pensar siquiera un segundo las consecuencias de esa decisión.

El armado de una comunidad

De manera insólita, empresas periodísticas argentinas le firmaron un cheque en blanco a Facebook y a Twitter. ¿A cambio de qué? ¿Clics? Cuando se entrega contenido periodístico, costos de producción, usuarios, prestigio e historia, la devolución de «clics» parece un negocio hecho por una persona intelectualmente limitada (por no decir un bobo). El futuro del periodismo está disociado de Silicon Valley. Las empresas de medios tendrán que invertir en la construcción de comunidades propias, donde el medio ambiente sea 100% periodístico, lejos del chisme o el rumor. Para que ese divorcio ocurra, es fundamental que el periodismo le baje el precio a lugares como Facebook o Twitter, ignorarlos como distribuidores de información. En la tarea de construir comunidad, las empresas periodísticas tienen que hacerse responsable de los comments actuales de sus sitios de noticias (invirtiendo dinero en moderadores), no halagar la bestialidad, que el medio ambiente comment no sea una arena romana de la diatriba. Si lo hacen, su destino no es otro que convertirse en parte de la propia arena del espectáculo de la crueldad y la ignorancia/////PACO


*Sloterdijk, Peter. Reglas para el parque humano. “Posthumanismo, posthumano”. Madrid, Ediciones Siruela, 2006, página 15.