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Aprovechando sus dos metros de altura y su ritmo enérgico para girar bajo el agua, fue con el estilo libre como Amaury Leveaux, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de 2012 en Londres y en el Campeonato Mundial de Natación de 2013 en Barcelona, disputó un lugar en la historia mundial del deporte. Retirado de la competición profesional, sin embargo, Leveaux no estaba interesado en exhibir su palmarés sino en escribir una autobiografía (algo original en el ámbito de la natación masculina) para relatar su ascenso y criticar la corrupción detrás del deporte (algo inédito en el ámbito de la natación masculina). Después de todo, el atleta no sólo se había cansado de nadar, sino también de los relatos románticos: “No hace falta engañarse: el pequeño mundo de la natación no es color de rosa. Lamentablemente, no hay nadie que lo diga. En lo que a mí respecta, tenía ganas de hablar, aunque más no fuera para contar el reverso del decorado”.

Pero entonces, ¿cuál es el problema que se le presenta a alguien que nada, a razón de cinco mil kilómetros por año, unos setenta mil durante toda su carrera profesional? Si para Leveaux la natación se reduce a una serie de reiteraciones (“estirar el brazo izquierdo, empujar el agua, hacer fuerza con las piernas, hacer lo mismo con el otro brazo y volver a empezar”), el asunto esencial de Sexe, drogue et natation: un nageur brise l’omerta no es otro que el de los modos en los que repetimos y las angustias que nos asedian cuando no logramos introducir, en una serie determinada de repeticiones, por lo menos una diferencia. 

Hacia 1990, fueron los remanidos conflictos familiares los que llevaron a Leveaux a encontrar su vocación. Su padre no veía con buenos ojos a las mujeres independientes, y cuando su madre se negó en redondo a relegar su trabajo para satisfacer una idea tradicional de matrimonio, el desenlace se volvió inminente. “Una mañana, mamá se levantó con un portazo. En la mesa de la cocina, encontró una nota donde papá le avisaba que no podía más con la relación”. Con la economía doméstica cuesta arriba y la necesidad de trabajar más tiempo, la madre buscó ocupaciones para sus hijos, y el cuádruple medallista olímpico de la ciudad de Delle llegó hasta las colonias de verano.

Sus condiciones llamaron la atención de distintos entrenadores, de modo que no pasó mucho tiempo hasta que conoció a Vincent Léchine, el primero con el que mantuvo una relación formal. Fue Léchine el que lo ayudó a “darle importancia a los detalles, a todas las pequeñas cosas capaces de hacer la diferencia”. Emplazado en un carril de agua, el nadador es un solitario que sueña con avanzar más rápido que los que lo circundan y registrar con su cuerpo una diferencia que ningún otro cuerpo registró todavía. Carente de carácter lúdico y despojada de belleza artística, la natación es un deporte donde lo vital es repetir hasta llegar a ese instante superador. Por eso mismo, lo que todo nadador que aspire a franquear el olvido necesita descubrir es cómo lograr una repetición que habilite la novedad. “En natación, la victoria se define en centésimas de segundos. Pueden parecer irrisorios, pero es esa mínima diferencia la que distingue al ganador del perdedor, al que será recordado del que será olvidado”. En otras palabras, si bien la repetición es del orden de lo múltiple, lo que cuenta para que sea verdadera es que se vuelva única al distinguirse de la precedente.

Para Leveaux empezaba, entonces, la extensa y demandante rutina que lo prepararía para repetir por fin de verdad bajo las condiciones de resistencia que el agua le ofrece a cualquiera que pretenda domesticarla. Entre “los mismos gestos repetidos cientos y miles de veces, las brazadas sin parar, el sentimiento de pasar la vida empujando el agua día tras día”, el deportista experimentó, en el campeonato de Fukuoka de 2001, por primera vez la vocación de convertirse en campeón. Atravesó la etapa de las competiciones nacionales, europeas y mundiales; en 2004 consiguió su primer bronce en Madrid, en 2005 ganó el campeonato de Francia, en 2006 obtuvo una medalla de plata en Budapest y, cuando conquistó en 2007 el bronce en el campeonato mundial de Melbourne, imaginó la corona más eminente: los Juegos Olímpicos de Pekín de 2008. Así, Leveaux acentuó el recorrido de una obsesión radical que no empieza para el lector a clarificarse sino cuando lee atentamente el texto de sus ideas obsesivas: “Cuando nadaba, no pensaba en nada”. ¿Y no aprendemos en Sexe, drogue et natation que para repetir también hay que olvidar? La memoria plena se consume recordando, y quien se sume en el recuerdo cree alcanzar el fin sin haber comenzado todavía. Es por eso que, en plena carrera para llegar a la competencia más importante de su vida, Leveaux se olvidó de contar los metros y frenó en la mitad de la competición.

Ya en Pekín, resolvió buena parte de su carrera en menos de 22 segundos. Por una diferencia mínima e irrisoria, por uno de esos detalles de los que le había hablado Léchine unos años antes, uno de esos que generan un atraso minúsculo de 15 centésimas, Leveaux perdió el oro frente al brasilero César Cielo. La frustración fue superlativa (“al día siguiente de Pekín, perdí la cabeza”), y las consecuentes tribulaciones no tardaron en llevarlo a una vida más laxa, alejada de las rigurosas regulaciones a las que se había sometido hasta ese momento. En este sentido, cuando el mesomórfico medallista olímpico empezó a firmar contratos jugosos, rodearse con el jet set parisino, pasear en Ferrari con hijos de ricos a los que ni siquiera conocía pero con los que se regodeaba vistiendo bufandas Dior, no descartó incluir en el novedoso repertorio hedonista el sabor agridulce de la cocaína. Al fin y al cabo, “tenía una disponibilidad de espíritu y un cuerpo propicio para este género de experiencias”.

Pese a que “la vida en los carriles de la pileta no es tan recta como parece”, Leveaux tenía que encontrar un modo de continuarla. Fue así como logró, con una de las peores dietas imaginables para un atleta (“hacía las comidas fuertes en McDonalds y tomaba cocaína en las tetas de las periodistas”), la repetición que tanto había imaginado, es decir, aquella con la que rompió un récord mundial que, todavía hoy, permanece incólume: 44.94 segundos en 100 metros libres de pileta corta en el campeonato europeo de Rijeka. Sus desempeños fueron notables los años siguientes, pero para el 2013 su energía estaba mermada. “Felizmente, hay una pared al final de la pileta. Si no, habría sido capaz de nadar sin parar, y no sé dónde estaría hoy en día”. Leveaux escribió entonces Sexe, drogue et natation, decidido a abrirse a “las sorpresas de la vida” y a “no ser uno de esos que anuncian su retiro y vuelven para hacer un papel deplorable”. 

Cuatro años más tarde, los Juegos Olímpicos de Tokyo lo desdijeron. Anunció su vuelta a la natación, aunque su desempeño fue tan malo que ni siquiera llegó a clasificarse. ¿Un gesto contradictorio o el único que aprendió en su vida? Sobre el problema de la repetición, su significado y si una cosa pierde o gana con repetirse, el texto de Leveaux nos dice que hay en la repetición algo del orden de la creación capaz de excederla, que existe un modo de repetir sabiendo hacerlo como para que se pueda encontrar algo verdadero y que, por eso mismo, como afirmara Kierkegaard, “la repetición es para nosotros la única y verdadera libertad”////PACO

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