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Chuck, hacé lo que quieras

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Por Gabriel Sugar Bonetto

Todos sabían que Chuck Berry tiene 86 años. Lo sabían sus hijos, su banda, el público y los organizadores. Todos sabían que alguien con esa edad difícilmente pueda dar un show de una hora con dignidad. Todos buscaban en el recital una forma de evocación del pasado sin pensar en el show propiamente dicho, sin pensar en un tipo que estuvo todo el show al borde de caerse en el escenario.

Chuck Berry se presentó en un Luna Park repleto solo para demostrar que es un museo viviente en la historia de un rock n´roll que lo tiene como uno de sus hacedores. No le importó entonces, a su familia llevarlo a girar y desgastarlo hasta el grotesco y la pena. No importó que Chuck Berry olvidara las letras, que pifie con la guitarra y que toque acordes de otras canciones. El show solo trató de exhibir una pieza indispensable de la historia del rock, aun a riesgo que la estrella homenajeada se parezca a una estatua de cera.

La lista de temas fue difícil de identificar. Supongamos que Roll over Beethoven fuera la primera canción y que sus acordes característicos aparecían por un lado y el resto de la banda tocaba otra cosa totalmente distinta. A Chuck tampoco lo cuidaron desde lo estrictamente musical, dejaron que el volumen de su guitarra quedara descubierto, entonces los yerros y olvidos fueron demasiados obvios La batería apenas se escuchaba y la guitarra que comandaba su hijo Chuck jr no lo ayudaba en absoluto. Una banda que acompaña a un señor de ochenta y seis años tendría que saber tocar hasta dormido.

El tema que aún hoy sigue sonando en las repeticiones de Los Simpson School Days pareció levantar un comienzo un tanto errático. Sweet little sixteen mantuvo la intensidad y un clásico blusero Key to the Highway mostró lo mejor de la noche. Para ese tema apareció Ingrid Berry con su look Tina Turner para cantar a dúo con su padre, quien solo insistía en tocar los acordes iniciales de Johhny B. Goode a cada momento. Pero Johnny B. Goode no aparecía. A Chuck jr se lo notaba contrariado y le soplaba al oído el tema que tenía que cantar. Su padre sonreía, aceptaba el olvido de sus propias canciones y pedía disculpas al público.

El resto del show fue confuso. Parte del público intentaba arengar a los demás con el clásico “el que no grita Chuck Berry para que carajo vino”. Una voz aprovechó un silencio y gritó: Chuck, hacé lo que quieras. Chuck le estaba haciendo caso. Hizo y deshizo a su antojo, quizás más por caprichos de la edad que por espíritu rocker. Las chicas bailando en el escenario no podían faltar. Por eso Chuck y su hija invitaron a cuatro o cinco jóvenes para hacer unos pases de baile. El gesto se les fue de las manos. Una veintena de fanáticos quería estar cerca de su ídolo y subió a escena. A Chuck se lo veía débil y no era conveniente el contacto con el público. La amabilidad propia de la seguridad se encargó de sacárselos de encima.

Los pifies y los olvidos seguían siendo moneda corriente. Todos sabían que el show estaba por terminar. Solo faltaba el Johnny B. Goode que amagó toda la noche. Llegó en una versión confusa. Aún así el público salió del letargo en el que estaba. De pronto todo el Luna Park fue un gran coro. De pronto la emoción le empató a un show desventurado repleto de infortunios. De pronto la resignación se transformó en una muy pequeña sonrisa que parecía decir: vimos en vida a la persona que inventó el rock n´ roll.///PACO