A mediados de 2010, mientras me encontraba realizando el trabajo de archivo para mi tesis de Licenciatura, mi director, el Dr. MR, me comentó por primera vez acerca de la existencia de un libro llamado Fuerzas Armadas: ética y represión. Si bien mi investigación se ocupaba de los cruces entre la legislación de defensa argentina de los años sesenta y el pensamiento contrainsurgente del Ejército, existía otro cruce que me interesa explorar en paralelo: el del catolicismo con la contrainsurgencia.

Luego de releer la bibliografía sobre la historia de la derecha católica argentina en la segunda mitad del siglo XX, noté que el texto de Castro Castillo no era mencionado prácticamente por ninguno de los autores. Solamente el periodista Horacio Verbitsky le había dedicado algunas páginas en el cuarto tomo de su historia política de la Iglesia Católica argentina, titulado: La mano izquierda de Dios: la última dictadura (1976-1983).

Fuerzas Armadas: ética y represión había sido escrito por un misterioso autor llamado Marcial Castro Castillo, tal era su seudónimo, y se había publicado en Argentina por la editorial Nuevo Orden en 1979. Ni mi director de tesis ni yo teníamos muchas más referencias. Así que un día empecé el camino para dar con ella. MR solamente recordaba que el libro era una especie de tratado teológico centrado en la argumentación en favor de la represión militar y el exterminio en clave antisubversiva. En diversas charlas con MR, sumada a indicios, lecturas y conversaciones, entre otras fuentes, había llegado a una firme convicción: la masacre perpetrada por las Fuerzas Armadas en los setenta se vinculaba al nivel de sus fundamentos ideológicos con una interpretación particular del catolicismo. Hoy sabemos mucho mejor que la represión y el exterminio iniciados en 1975-1976 contaron con una “acumulación originaria” de adoctrinamiento para la guerra interna en lo militar y católico en lo moral-espiritual.

Suspendí algún tiempo la búsqueda por estar con otras urgencias: terminé la Licenciatura en 2012, saqué una beca y al año siguiente me encontraba cursando el primer año del Doctorado en Historia. Mis averiguaciones sobre el libro de Castro Castillo me llevaron a dar con una librería y editorial llamada SA en Bella Vista, San Miguel, al noroeste de la Provincia de Buenos Aires. La misma se especializaba en libros y revistas de extrema derecha católica, clásicos del pensamiento contrarrevolucionario y textos militares sobre temáticas antisubversivas. Un jueves de finales de diciembre, tomé el Tren San Martín y llegué a la zona, un histórico bastión de la Argentina católica y militar. La cercanía con la inmensa guarnición de Campo de Mayo, sumada a la presencia de un núcleo duro de piadosos feligreses, muchos de ellos miembros de la corporación castrense, hacen de Bella Vista un lugar ideal para afincar un emprendimiento editorial como el mencionado.

Caminé a través de una parte del barrio caracterizada por la presencia de enormes chalets rodeados de extensos jardines en la región más acaudalada. Por las calles tranquilas y pobladas de muchos árboles altos y frondosos llegué a una casa en donde había un local y en la puerta un cartel: “Librería y Editorial SA”. Toqué timbre, se abrió la puerta y me recibió MG, dueño de la librería y militante de diversas organizaciones de extrema derecha católicas. Ya lo había dateado. Tanto él como su hermano JG y sus camaradas estuvieron involucrados en diversos conflictos y trifulcas. Por ejemplo: la destrucción de obras de arte de León Ferrari expuestas en el Centro Cultural Recoleta en 2004, peleas con militantes de H.I.J.O.S. y otras. También oficiaron varias veces de guardias del represor Miguel Etchecolatz en los juicios de lesa humanidad en los que estaba en el banquillo de los acusados, y luego sería condenado.

Apenas mis ojos recorrieron los estantes de madera en donde se amontonaba una gran cantidad de libros y revistas pude ver muchos clásicos del pensamiento contrarrevolucionario europeo y argentino: Maurras, Trinquier, Primo de Rivera, Meinvielle, Castellani, Genta, Lugones y muchos otros. MG me hizo el “test ideológico”, ya que no le venden sus libros a cualquiera y estaba algo inseguro de mi compromiso: le erré a todo. En un momento de la conversación le hice un guiño a la última dictadura militar y reboté mal: según él eran “liberales” que se alejaron de las enseñanzas de El Señor. Le hice luego un guiño fascista tradicional, al estilo italiano: también reboté porque Mussolini no había sido lo suficientemente católico (?). Busqué una última carta, la prueba final: un guiño nazi, y fue el peor ya que era un “movimiento pagano y anticristiano”, según sus palabras. Claro! ¿Cómo no lo adiviné? Su modelo de sociedad y Estado era la dictadura de Franco en España.

Pasado el test, que aprobé por ser para él un camarada equivocado pero un camarada al fin, le pregunté por el libro: Fuerzas Armadas: ética y represión. MG se animó mucho, me dijo que por supuesto que lo conocía y le parecía la mejor obra escrita sobre el problema de la contrainsurgencia porque incorporaba el enfoque católico. No lo tenía –me comentó– pero estaba con ganas de reeditarlo debido a que conocía a su autor: se trataba de un hombre mayor que vivía en la Provincia de Córdoba y que en su juventud había sido discípulo de Jordán Bruno Genta, el teórico local de la contrarrevolución católica. El autor había sido profesor de diferentes institutos militares del Ejército y de la Fuerza Aérea, me contó MG. También me confirmó que la obra había sido leída con mucha atención por los militares durante el autodenominado “Proceso de Reorganización Nacional” (1976-1983), especialmente por la oficialidad del Ejército. Quedamos en seguir profundizando en el tema a futuro: me interesaba particularmente poder contactarme con el autor o con quienes dentro de las Fuerzas Armadas lo hubiesen leído. Sin embargo, había un problema: yo seguía sin conseguir el libro y ya me estaba cansando.

MG me dijo que Fuerzas Armadas: ética y represión había sido retirado de todas las bibliotecas militares de la Ciudad de Buenos Aires y alrededores, excepto una: me dijo cuál y tomé nota de la información. Me sentí un idiota: conocía esa biblioteca desde 2009 y nunca se me ocurrió empezar por ahí. Me dijo que para pedir ese libro lo nombrara a él. Para ese momento de la conversación, ya había pasado un tiempo largo, era tarde y la misa de las 19 hs en una iglesia cercana (del palo) a la que él tenía que ir se acercaba. Junté todos los libros que me interesaron ese día, pagué, agradecí el dato de la locación del autor del libro que buscaba, me despedí y me fui.

Al día siguiente, fui a la biblioteca indicada por MG. Ubicada en un bello edificio aristocrático de estilo Beaux Arts francés en el barrio de Retiro, en la Capital Federal, la misma es como un túnel del tiempo al pasado. Estamos en diciembre de 2013 y el receso de verano de las instituciones educativas universitarias, así como de los archivos y bibliotecas, se acerca. Cruzando el parque interno, donde hay una gran placa recordatoria de un grupo de militares «caídos en la guerra contra la subversión”, se llega a la biblioteca, que está en un club social de oficiales creado a fines del siglo XIX. Ahí uno puede encontrar una de las mejores colecciones de publicaciones militares, reglamentos y libros raros como el que buscaba. Tal vez, por pertenecer a una institución relativamente autónoma del Ejército, la biblioteca posee al día de hoy, y en el tiempo que la consulté, materiales que en otros lugares similares ya fueron destruidos o retirados, una costumbre muy común, lamentablemente.

Era mi retorno al lugar desde el 2011, si no recuerdo mal. En ese momento, estaba escribiendo mi tesis de Licenciatura en Historia; ahora me encontraba haciendo el trabajo de archivo para el Doctorado. Me recibieron las bibliotecarias, tan amables como siempre. Me preguntaron cómo estaba, qué había sido de mí desde la última vez que estuve ahí y me prepararon un café. No exagero si digo que me tratan mejor en los archivos y bibliotecas militares que en varios de sus equivalentes de… mejor me callo. Era la tarde temprano, recién pasado el mediodía.

Pregunté por el director de la biblioteca, el coronel (retirado) CO, a quien conocí en 2009 en mi primera visita. Era un tipo grande, de edad y altura, especialista en terrorismo y contraterrorismo, con quien tuve largas charlas sobre contrainsurgencia y la “guerra contra la subversión”, como decía. Las caras de las bibliotecarias se transformaron: luego de un silencio sepulcral una me dijo: “está con prisión domiciliaria”. Me sorprendí, aunque por mis charlas previas con él ya lo intuía. Luego lo supe mejor: el coronel había tenido un rol destacado los setenta en San Luis como oficial de inteligencia y estaba acusado por delitos de lesa humanidad. Hoy cumple su condena a 20 años de prisión por los graves crímenes que cometió. Otro día hablaré de mis charlas con él: fue una de las personas que me orientó sobre qué hacer para mi Doctorado, aunque sin saberlo. Sigamos: pasado el momento incómodo, pregunté por Fuerzas Armadas: ética y represión [¡qué buen momento!] y de los nervios ni lo nombré a MG. No hizo falta. Me lo trajeron.

Finalmente, tenía el libro frente a mí. Agradecí, me lo fotocopiaron al instante, me despedí y me fui. Llegué a casa y lo leí en una noche, amaneciendo con los rayos de sol de diciembre. Es una obra tan aterradora como atrapante. Fuerzas Armadas: ética y represión fue publicado por la editorial Nuevo Orden en la segunda mitad de 1979. Según su autor, la temporalidad de su escritura comenzaba en los años finales de los 60 y se extendía durante la primera mitad de los setenta, terminando su redacción en abril de 1976. El libro surgió de las “necesidades de dirección espiritual en el ámbito militar y estrecha amistad con muchos combatientes [que] movieron mis preocupaciones hacia los problemas morales de la Guerra Moderna”. Una obra para los guerreros cruzados de la contrainsurgencia. El texto de Castro Castillo formaba parte de un grupo de libros asociados al catolicismo “intransigente”, como lo llaman los especialistas. Entre sus características principales, podemos nombrar su elevado grado de politización, elitismo y antisemitismo, además de un furioso anticomunismo, antiliberalismo y un rechazo total a la Modernidad y su legado. En resumen, se trataba de una negación absoluta a aceptar el proceso de secularización y laicización de la sociedad occidental, acelerado desde la segunda mitad del siglo XIX.

El catolicismo había realizado su exitosa labor de penetración en el Ejército durante los años treinta y principios de los cuarenta, logrando sellar una sólida alianza entre la cruz y la espada. Con posterioridad al derrocamiento de Juan D. Perón en 1955, el catolicismo intransigente actualizó los fundamentos ideológicos cristianos de las Fuerzas Armadas a los términos de la Guerra Fría. Un conjunto de actores eclesiásticos y civiles vinculados a esa rama extrema del catolicismo, a través de cursos de formación, charlas, sermones y un sin fin de lecturas, tuvieron un rol central para adoctrinar a los militares en la contrainsurgencia, el antiperonismo y la cruzada católica. ¿Cuál es el contenido principal del libro? “La guerra subversiva y revolucionaria es simplemente el intento de desordenar esa jerarquía de bienes que es esencia de la Civilización y causa de la paz (…) todo ello para deshumanizarnos, bestializarnos y sustraernos al Reino de Cristo”, decía Marcial Castro Castillo. “La guerra antisubversiva es justa en defensa del orden natural y la soberanía nacional, gravísimamente amenazados de inminente y total destrucción (…), causa más q suficiente para una guerra total en procura de la Paz de Cristo en la Patria”, agregaba.

A su vez, se indicaba que no valía todo en la “guerra antisubversiva: “La ejecución secreta, subrepticia, clandestina e irresponsable, deja intacto el delito, no lo sanciona, y además convierte en víctima al reo y en asesino a su ejecutor”. Se recomendaba declarar estado de guerra, juicio, pena de muerte y ejecución pública. Igualmente, y al final de la cuenta, sí valía todo: “¿quién le ha dicho a usted que esté mal, que sea un crimen usar medios violentos ‘no tradicionales’ en las FF.AA?”. El fundamento teológico lo daba Francisco de Vitoria, el teólogo español del siglo XVI: cuando la guerra que se libraba era justa, estaba permitido hacer “todo lo que sea necesario para la defensa del bien público”.

No obstante, el problema de los crímenes en el marco de la represión y el exterminio era un verdadero problema ético, y nadie estaba exento de los dilemas de la “guerra contra la subversión”: “Cuando los confesores o los simples consejeros escuchamos relatos de oficiales combatientes que nos plantean conflictos de conciencia y nos preguntan angustiados ‘¿Hice mal o bien? ¿Cometí un crimen al matar o al torturar?”, ¿qué decir? ¿Qué debía decir un cristiano? Castro Castillo recordaba que los dos grandes teólogos españoles Francisco de Vitoria y Francisco Suárez justificaban todos los medios necesarios para defender el Cristianismo y el bien común. Incluso Santo Tomás de Aquino parecía dejar abierta la puerta para una posible interpretación en ese sentido. Para fundamentar esta posición recurría a una cita de la Suma Teológica y afirmaba que:

“… en cuanto a si siempre es malo matar a un hombre por su dignidad humana fundada en la naturaleza racional, [Santo Tomás] dice: ‘El hombre, al pecar, se separa del orden de la razón, y por ellos decae en su dignidad humana, que estriba en ser el hombre naturalmente libre y existente por sí mismo; y húndese, en cierta forma, en la esclavitud de las bestias (..). Por consiguiente, aunque matar al hombre que conserva su dignidad sea en sí malo, sin embargo, matar al hombre pecador puede ser bueno, como matar una bestia, pues peor es el hombre malo que una bestia, y causa más daño, en frase de Aristóteles’”.

El militar que torturara debía preguntarse antes lo siguiente: “¿Es tan grave la amenaza al bien común? ¿No puedo proteger al bien común de otra manera lícita? ¿Es realmente imprescindible que haga esto?”. Al parecer, la respuesta fue sí en la mayoría de los casos… Bueno, ya había leído demasiado: era tiempo de seguir mi investigación. Sabiendo que el autor estaba vivo, tuve la graciosa idea de tratar de contactarlo y entrevistarlo. Para eso, tendría que volver a la librería de Bella Vista y pedir su mail. Es diciembre de 2013, el año terminaba y ya no había tiempo para seguir el caso. Decidí dedicarme a otras cosas y volver en unos meses. Mientras tanto, seguí yendo a la librería a comprar textos de Meinvielle, Genta, Trinquier y CDs con canciones de la Falange. Ya era 2014.

El primer cuatrimestre de ese año pasó y llegaba el momento de los trabajos finales. En una materia, llamada Problemas de Historia Cultural, comenté mi interés en el libro y la profesora me propuso hacer mi trabajo final sobre eso. Y así volvió mi necesidad de contactar al autor. Un día de junio, le pedí a MG que me pasara el correo electrónico de Castro Castillo, que podría darme algunas claves y tal vez contarme algún secreto. Para ese tiempo, ya tenía bastante confianza, así que me pasó la información sin mucha historia. Con la información del autor, ya no había más excusas: le escribí este correo [sí, en esa época escribía TODO CON MAYÚSCULAS. Además, metí un doble condicional horrible. En fin, ya corregí ambas cosas]. “Quién me mandó a que me guste estudiar la represión y la contrainsurgencia?”, pensé.

A la medianoche, mi camino iniciado en 2010 se cruzó con lo que estaba buscando: Marcial Castro Castillo en persona, no acepten imitaciones. Pero, ¿cómo avanzar con mi investigación y al mismo tiempo cumplir con el autor, que quería ver lo que fuera escribiendo? Era un laberinto.

La verdad que no tenía idea de cómo responder a la pregunta, así q me entregué a la mentira, a ver hasta dónde llegaba. Pero, mientras tanto, tendríamos algunas diferencias en nuestras apreciaciones sobre la influencia y actualidad de la doctrina de guerra contrainsurgente francesa en Medio Oriente, y sobre la Ciudad de Buenos Aires.

Intenté congraciarme con Marcial tirándole tierra a la ciudad donde vivo y retomé el punto de la contrainsurgencia francesa y Medio Oriente. Su respuesta muestra al antiimperialista menos pensado, y un gran conocedor del tema. Mi tiempo para estos jueguitos se agotaba, sin embargo.

A medida que avanzaba con mi trabajo final para la materia del Doctorado, me daba cuenta que era imposible de compartir con Marcial. Así que dejé de escribirle, presenté el trabajo y aprobé. Luego, en 2014, lo publiqué en una revista académica de La Plata, lleno de nombres, apellidos y lugares: “Contrainsurgencia y catolicismo intransigente: la sacralización de la ‘guerra contra la subversión’ en la obra de Marcial Castro Castillo [1969-1976]”, se tituló.

Mi búsqueda había terminado: encontré el libro, di con el autor, conocí en el medio a mucha gente y lugares extraños, aprobé una materia del doctorado y publiqué un artículo. Podría decirse que el esfuerzo y la obsesión valieron la pena. Nunca me importó mucho que Marcial y sus amigos de la librería supieran quién era yo realmente o que lo averiguaran. Tampoco que tomaran algún tipo de represalia. Nunca me creí tan importante, ni mucho menos mi trabajo con el libro: ¿a quién más le interesaba esa obra salvo a mí? Un año después de la publicación de mi artículo, 2015, cuando estaba en cualquier otra cosa, recibí un mail de Marcial: “Lo leí”. De esta manera, el círculo se cerraba: el autor de Fuerzas Armadas: ética y represión, había leído mi trabajo. Me sentí muy raro:

Era evidente que mi trabajo (que lo nombraba, revelando su identidad y la de sus amigos de Bella Vista) no le había gustado. El archivo que me mandó contenía una crítica y una encíclica del Papa Francisco (?). Nunca le respondí. Sin embargo, una tarde de 2016 recibí una llamada al celular: la perdí porque estaba dando clases en el colegio. “Número Privado”. A las 14, mientras estaba solo en la sala de profesores, el teléfono volvió a sonar: “Número Privado”. Atendí, esperando alguna oferta del banco o alguna empresa de telefonía móvil. Pero del otro lado habló un hombre mayor: “Hola, profesor Pontoriero”. Era Marcial, y así se presentó. Le pregunté qué quería en forma seca, a tono con mi estado, entre la sorpresa y la petrificación. Me dijo que mi artículo le había parecido un desastre [¡qué forro!], que los traidores y mentirosos terminan mal siempre y que yo no iba a ser la excepción. Lo mandé a la mierda y corté. Nunca más volvió a contactarme.

Hay algo que desconozco: de dónde sacó mi número de teléfono, que no tenía nadie cercano a él. Jamás lo dejé en la librería, por ejemplo. Pero no sé: capaz que está en algún lugar, y no hay que pensar en un plan muy maquiavélico. Tal vez, Google le ahorró el trabajo a alguien. La historia de la contrainsurgencia, la represión y el terrorismo de Estado está llena de estas anécdotas entre sus investigadores. Quien no se lo banque, que se dedique a estudiar otros temas, donde al menos las fuentes no estén vivas y lo llamen a uno por teléfono para amenazarlo/////////////PACO