Por Javier Alcácer
Desde los barrios marginales de Baltimore hasta la zona residencial del norte de New Jersey, pasando por la Atlantic City de los años de la Ley Seca pero también por una tierra de fantasy medieval, las series de televisión están plagadas de personajes siniestros obsesionados por el poder. Es posible que Tony Soprano haya sido el primero de estos antihéroes con el que pudimos empatizar gracias al formato propio de las series: a través de una temporada uno pasaba tiempo suficiente con el personaje y era testigo de las aristas de su vida. Como resultado, era imposible no sentir cierta relación con su pathos a pesar de ser un criminal y un asesino. Algo similar pasa con Stringer Bell (The Wire), Nucky Thompson (Boardwalk Empire) y casi todos los personajes de Game of Thrones. Aun así, todos ellos parecen ser apenas unos entusiastas en la persecución obsesiva del poder. Con House of Cards (Casa de Naipes) hace su ingreso al panteón de personajes despreciables pero irresistibles el congresista Francis Underwood, representante del norte de Carolina del Sur y líder demócrata en la legislatura, interpretado por Kevin Spacey, quien además hace las veces de productor.
En los primeros minutos de la serie, Frank asesina con sus manos a un perro golpeado por un auto. Antes de hacerlo mira a cámara y reflexiona sobre los tipos de dolor. El que padece el animal es, a su juicio, innecesario. Por lo tanto, lo mejor es terminar su sufrimiento. A lo largo de los trece episodios de House of Cards, remake de la miniserie homónima de la BBC de 1990, el recurso se mantendrá y Frank Underwood compartirá con el espectador sus opiniones sobre lo que acaba de pasar, revelará el pasado de algunos de los personajes, contará anécdotas y ofrecerá metáforas sobre lo que está viviendo (algunas algo forzadas, hay que admitirlo). Frank será el guía de una Washington que David Fincher, productor y director de los primeros dos episodios, retrata como un lugar glacial y salvaje. Underwood tiene un plan para vengarse de la gestión demócrata que acaba de llegar a la presidencia, en parte gracias a su colaboración, y le negó la Secretaría de Estado que le habían prometido. Lo genial de la serie es ver a Frank moverse entre legisladores, funcionarios, lobbistas y sindicalistas, seguir paso a paso su método inductivo para conducir a los demás a hacer precisamente lo que él quiere, pero acompañándolos de una manera sutil, haciendo que ellos mismos concluyan que recurrir a él o seguir ese consejo que deslizó al pasar es la mejor y la única manera de resolver el conflicto que tienen ante sí mismos. No es un detalle menor que Spacey haya pasado los últimos años interpretando a Ricardo III.
Todos son peones en el gran tablero en la partida de ajedrez de Frank Underwood y el que se cruce en su camino será destruido. “Quiero tu total y completa lealtad”, le pide a Peter Russo (Corey Stoll) después de salvarlo de haber sido detenido manejando borracho. Russo, un adicto en recuperación, el único personaje que parece tener sangre caliente de toda la serie, será una de las principales fichas en la revancha de Frank y en la búsqueda por reunir aún más poder del que se le ofreció en primer lugar y se le quitó. En el camino se topará con Zoe Barnes (Kate Mara), una periodista igual de ambiciosa y amoral que él a la que utilizará para revelar información cuando sea necesario. El equipo Underwood está compuesto también por su fiel asistente Doug Stamper (Michael Kelly) y su mujer, Claire (Robin Wright), quien lidera una ONG ambientalista a las órdenes de su marido. Escrita por Beau Willimon, guionista de Secretos de Estado (de George Clooney), la serie cuenta con un nivel de investigación y detalle en la reconstrucción que sorprendió a los trabajadores del Capitolio.
Pero la gran novedad de House of Cards excede a su contenido y está en la forma en la que se presenta. El proyecto le fue ofrecido a HBO y otros canales, pero el que hizo la mejor oferta fue Netflix, el gigante del streaming de shows y películas, que puso cien millones de dólares para quedarse con la serie y asegurar la realización de dos temporadas. En febrero, Netflix estrenó toda la primera temporada: ya no hace falta sentarse al televisor en un día y hora determinada ni acordarse de grabar cada episodio estreno, uno decide de qué manera administrará los capítulos, que funcionan como una película de 13 horas. Queda por verse qué pasará con este nuevo formato. Netflix dio el primer paso, pero webs como Amazon, Hulu y Google también están desarrollando sus propias series para competirle a la TV. Habrá que ver si sus proyectos logran dar con personajes tan fascinantes como Frank Underwood.