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Por Natalia Moret (@nataliamoret)

I
“Me fui al campo con grandes proyectos, pero sólo encontré allí hierbas y árboles”. Es un verso de Pessoa, está en un poema hermoso y bastante desolador que se llama “Tabaquería”. En ese poema, Pessoa dice que soñó más que todo lo que Napoleón hizo, y que estrechó contra un pecho hipotético más humanidades que Jesús. Que cada mañana al despertar conquista el mundo, pero cuando sale de la cama el mundo se le vuelve opaco, y ajeno unos minutos después. “¿Creer en Dios?”, dice. “No, ni en mí”.

Leí ese poema por primera vez viviendo acá en el campo. Me pareció desolador, pero ajeno. Cuando salgo de la cama muy temprano me da una mezcla de calma y de excitación encontrar hierbas y árboles y casi nada más. Todo al revés que Pessoa. Yo también vine al campo con grandes proyectos, y son más los días que siento que voy bien, que estoy bien. No hablo de proyectos literarios. Vine, un poco por azar otro poco porque lo busqué, con un proyecto que a veces me parece ambicioso y que cuando lo siento ambicioso empieza a tener mal gusto. Un proyecto de autoayuda: tener una vida más limpia, más libre, más tranquila, cerca de pocas cosas y pocas personas. Cuando vivía «en el centro» no me costaba detectar la vida social de relleno, me costaba decirle que no. Tres días de cada siete (siendo generosa) me descubría a las tres de la mañana, con mil cigarrillos encima (antesala de la peor resaca de todas), en algún lugar lleno de humo, de ruido y de gente que tal vez podía llegar a ser interesante pero que a mí no me interesaba más.

El campo hoy, para mí, es lo que en algún momento fue la ciudad: un lugar estimulante en el que me siento en casa. Hay personas a las que el campo les da tristeza, sobre todo cuando empieza a oscurecer. Deberían irse antes de que baje el sol. La tristeza es una emoción nociva, demente y muy improductiva; intento tenerla lejos. Cuando vine al campo entendí que a mí había empezado a darme tristeza la esquina de Viamonte y Azcuénaga, también de noche, cuando la cortina metálica de la parrilla de enfrente empezaba a bajar. En otro momento yo sentía que en ese ruido áspero y sucio de una esquina caótica que va quedando desierta estaba la clave de todo. Si yo era capaz de hablar de la belleza y del asco, si me curtía, iba a tener algo que decir. Sigo pensando lo mismo, pero ya no creo que tenga que estar en la ciudad para encontrarlo. Con un poco de honestidad, la belleza y el asco se encuentran en cualquier parte.

II
No hay campos de pobres. Todos los dueños de los campos son los ricos. De todas formas “ricos” y “pobres” es una distinción muy burda, hay muchos matices, no es lo mismo un dueño de 100 hectáreas en Chaco que uno de 500 en Pergamino, como tampoco un pobre de Villa 31 y un peón rural que tiene su casa y sus árboles. Pero igual. Los dueños nunca son los pobres.

Lo que sí existe en algunos campos es una especie de intimidad entre ricos y pobres, una cercanía que no es servil como la que puede haber en la ciudad. Hay dueños que trabajan en el campo con los peones, que se levantan a las cinco de la mañana para armar juntos los alambrados, para cambiar de potrero las vacas, para desmalezar. El trabajo manual tiene tanta realidad que a veces parece más real que el dinero. En mi mundo de ciudad eso no pasaba nunca.

rocky con caballo

III
Por un lado están los perros y los gatos, que son amigos entre sí (lo que no significa que no haya luchas feroces por un plato de comida) y que no son mascota de nadie. Son amables y hasta amorosos con el ser humano, pero no son “domésticos”. Si protagonizaran una ficción serían buenos personajes, interesantes, porque son perros y gatos que se buscan la vida. Tienen deseo y tienen conflicto. No saben de alimento balanceado. Pasaron frío, pasaron hambre, pero si ese es el precio que hay que pagar por no ser el perro de nadie, vale la pena. Tal vez compartan esta experiencia vital con los perros de la calle. Pero a mí los perros de la calle siempre me parecen “abandonados”, olvidados por todos, me dan tristeza. Acá en el campo es al revés, no es que ningún humano los adoptó sino que ellos no se dejarían adoptar. 

Después están los animales grandes. Vacas, que las veo poco, sobre todo cuando salgo a correr y paso al lado de los potreros. Siempre pensé que son más que nada animales estúpidos, pero una amiga me dijo hace unos días: “tienen unas pestañas hermosas”; una observación que me pareció hermosa. A los toros prefiero no pasarles muy cerca. Los caballos no se dejan montar, no son salvajes pero son renegados; es lindo igual que se acerquen a comer pasto del jardín. Hay aguiluchos, y teros, y muchísimas cotorras (muy ruidosas). Los teros son violentos y muy histéricos, y hacen eso de esconder los huevos en un lugar y gritar en otro, con lo cual es muy difícil no pisarles el nido alguna vez, sin querer. Los aguiluchos son tranquilos y seguros de sí; tienen con qué, otro porte. Hay un nido de iguanas debajo de la pileta (que está rota); supuestamente son amigables pero salen poco. Y a veces veo culebras verdes y amarillas fluorescentes. Hace dos días casi piso una cuando volvía de correr.

Tu pregunta por los animales “vivos” me hace pensar en los animales muertos. Hay muchos animales muertos en el campo. Los gatos cazan pajaritos, los galgos cazan perdices y liebres, y mi perro preferido (un border collie que se llama “Loquillo”) es muy tierno pero cuando tiene hambre mata gallinas, chanchos, pavos, gatos, mata lo que pueda. El casero lo ata a un árbol atrás de la canchita de fútbol y le pega. Ninguno de los dos tiene la culpa de lo que pasa.

IV
¿La brecha metafísica? Tengo amigas que vinieron a pasar una noche y me dijeron que estoy loca, que vuelva a la ciudad. Que el campo es una depresión, y que no tenés nada cerca, que cómo no me da miedo, que qué asco los bichos, que es un desastre que todo el tiempo esté rompiéndose todo (el campo es rústico). Después otra gente viene y se pone triste cuando atardece. Y a veces vienen algunos que la pasan muy bien pero al día siguiente ya se aburren y tienen ganas de volver a sus casas. Pero qué querés decir con “brecha metafísica”? Algo que angustia a muchos es que no saben cómo llenar las horas; algunos piensan que es porque el campo no ofrece muchas «opciones», pero otros se deprimen porque la ciudad tampoco ofrece tantas «opciones». Nadie puede darte esas «opciones», pero en la ciudad hay tanto runrún que a veces es más fácil hacer la vista gorda.////PACO

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