¿Hasta qué punto los excesos pueden llevar a que un talento brillante se autodestruya? El Jockey, dirigida por Luis Ortega, ha llamado la atención por su estética impactante y la historia un tanto oscura de su protagonista, Remo Manfredini, interpretado por Nahuel Pérez Biscayart. La película nos lleva al fascinante (y a veces caótico) mundo de las carreras de caballos en Argentina, donde seguimos el ascenso y la caída de Remo, un jockey talentoso que, a pesar de sus habilidades, se ve atrapado en un estilo de vida lleno de excesos. Su pareja, Abril (a cargo de Úrsula Corberó), está embarazada, también es jockey y juntos trabajan para un mafioso llamado Sirena, interpretado por Daniel Giménez Cacho. Todo se complica cuando Remo tiene un accidente durante una carrera, lo que lo lleva a una búsqueda de identidad y redención mientras deambula por las calles de Buenos Aires, en un ambiente repleto de riesgo y misterio.
La crítica ha comparado la película con el estilo de directores como David Lynch, Aki Kaurismäki y Pedro Almodóvar. Sin dudas, la forma en que Ortega narra el descenso emocional de Remo se siente muy a lo Lynch, en un entorno caótico y surrealista, algo que ya habíamos visto en su trabajo anterior en El Ángel (2018). Sin embargo, hay quienes piensan que, más que rendir homenaje, Ortega se está inspirando demasiado en estos directores. Usar esos recursos estilísticos, por lo tanto, resulta más un intento de no parecer un simple arribista al nicho del prestigio audiovisual que una verdadera apreciación artística. Por otro lado, la narrativa de El Jockey intenta entrelazar historias y dimensiones, pero a menudo esto también se siente como un intento fallido de replicar el multiverso del cine de Marvel. De ahí las críticas sobre la falta de originalidad, comprensibles a partir de la habitual imitación superficial que Fabián Casas, ahora como uno de los guionistas de la película, suele utilizar para evitar crear algo auténtico. Pero hablemos de la estética colorida y provocadora almodovariana: parece estar ahí sin mucha razón, sin la profundidad emocional que caracteriza a Almodóvar. El hecho de que Remo camine por las paredes como Spiderman y se vista de mujer como un personaje genérico de Almodóvar, por ejemplo, parecen más de esas referencias que mezclan lo más trivial del cine comercial con la corrección política contemporánea. La fórmula es evidente: style fluid + gender fluid.
Un tema en las obras de Luis Ortega es el padre ausente o disfuncional. En El Jockey y El Ángel, muchos personajes carecen de un referente paterno. Y esto no solo refleja un vacío personal, sino que también parece aludir al desprecio popular hacia su propio padre, Ramón “Palito” Ortega, quien colaboró con la última dictadura militar en Argentina. Al evitar o distorsionar la figura paterna en sus películas, ¿Ortega no proyecta su propio conflicto con su padre, creando personajes que sufren y se desmoronan sin un soporte familiar o moral? En El Jockey vemos a Remo como alguien impulsivo y errante, que lucha con una profunda soledad que lo lleva a la autodestrucción. Si Ortega utiliza esta ausencia como un espejo de sus propios sentimientos, ofreciéndonos un retrato sombrío de quienes, como él, crecieron sin figuras de autoridad respetables, es discutible. Lo cierto es que a la hora de construir una estética cinematográfica, como espectadores descubrimos algo huérfano y dependiente de cualquier salvavidas externo en la apuesta.
Esta es una de las razones de que la recepción de El Jockey haya sido un poco mixta. Algunos han elogiado su estilo visual y la actuación de Pérez Biscayart, pero han mostrado reservas sobre la coherencia de la narrativa. FilmAffinity la describe como una película que “se queda en la memoria del espectador”, señalando que, aunque a veces la narrativa es confusa, su estética la mantiene interesante. En este aspecto, Ortega ha logrado ensamblar un estilo que recuerda también a cineastas como Wes Anderson, usando encuadres simétricos y colores vibrantes que compensan la confusión de la trama y la falta de desarrollo de personajes. Los críticos internacionales también han dado su opinión. The Hollywood Reporter la elogió como “exuberante y llena de misterio juguetón”, mientras que Variety la calificó de “voluble pero divertida”, destacando la presencia intrigante de su protagonista. La actuación de Nahuel Pérez Biscayart ha sido un punto fuerte, capturando la complejidad de Remo con un equilibrio entre drama y momentos de comedia física.
Sin embargo, no todo es color de rosa. Algunos críticos, como Deadline y The Guardian, han señalado que, aunque la película tiene un gran estilo, le falta una narrativa sólida. Deadline menciona que “tiene garbo y estilo, pero necesitaba una historia más sustanciosa”. Por su parte, The Guardian la describe como “demasiado parca y cohibida, una serie de gestos más que un todo orgánico”. Estas opiniones indican que, para algunos, el enfoque visual de Ortega no logra compensar una estructura narrativa fragmentada. ¿No es irónico que alguien que elude la figura del padre se encuentre a sí mismo y a sus personajes entre lo “anónimo” y lo “inorgánico”? A pesar de las críticas, El Jockey ha sido seleccionada para representar a Argentina en los premios Óscar y Goya. Sin dudas, esto demuestra que Ortega sabe moverse en los circuitos comerciales que premian a las visiones exóticas de América del Sur. Y, en este sentido, la negación de su figura paterna no parece ser un impedimento para entregarse a los poderes culturales actuales, que en muchos sentidos son los mismos de ayer.
Ortega ha declarado que, para él, el aspecto visual es tan importante como la narrativa. Pero lo curioso es que en El Jockey lo visual, lo comercial y lo ideológico terminan por formar un monumento de subordinación al oscuro padre que parece negar. Aún así, a pesar de las críticas sobre su narrativa fragmentada y el robo alevoso de ideas y estéticas, yo diría que la película El Jockey representa un paso significativo en la carrera de Ortega, consolidándose como un director que, aunque sigue en busca de su propia voz, está dispuesto a explorar la complejidad de la experiencia humana. La película nos invita a cuestionar qué significa encontrar la redención en un entorno que, incluso como el del propio Luis Ortega, parece diseñado para la autodestrucción//////PACO