El año pasado pude acceder a fotografiar algunos ejemplares de la revista Billiken publicados en el 1937.
Según Wikipedia, el primer número apareció en noviembre de 1919. Hacia 1937, todavía la dirigía el legendario Constancio Vigil, fundador de la editorial Atlántida. Wikipedia apunta que “A partir de 1930 y durante más de 30 años las ilustraciones de la tapa de la revista estuvieron a cargo de Lino Palacio y se hicieron famosas por su humorismo y ternura”. Las tapas de esas ediciones del 37 presentan, sin embargo, diferentes tipos de motivos, personajes y situaciones producto del trabajo de varios artistas. Entre las ilustraciones más previsibles hay bebés, niños, juguetes y animales humanizados. Después de pasarme un rato fotografiando empecé a reconocer el trazo y las preferencias de cada artista. Una tapa típica presenta, por ejemplo, a un conejo usando un vestido naranja y leyendo un libro para niños. No deja de ser interesante este bucle en el sentido, el personaje que lee.
Otra ilustración, más interesante, lleva el epígrafe “Drama en el fondo del mar” y recuerda a los viejos maestros de la ciencia ficción. En ella se ven tres peces usando ropa de la época y sorprendidos o asustados por la llegada de un submarino. A diferencia de la tapa del conejo lector, aquí los colores son más fuertes y vívidos, y la puesta en escena más tensa y llamativa.
Hay muchísimas tapas así, que van de la ingenuidad a la narración, del costumbrismo a la adaptación de La Fontaine y Esopo con situaciones domésticas o humorísticas. Pero después de revisar un poco el conjunto empecé a percibir que algunas ilustraciones podían ser leídas como “políticamente incorrectas”. Por ejemplo, encontré dos con personajes negros. En la primera, firmada por Lino Palacio, una negrita se empolva con harina, entendemos, deseando cambiar el color de su piel. En la otra, la calva de un negrito es fregada por un robusto lustrabotas. El epígrafe dice “¡Lo que yo quería era lustrarme los zapatos!”. La cara del negrito es de sorpresa y resignación. Ninguna de estas dos tapas podría circular hoy sin despertar quejas.
En otra serie, bien diferenciable, los protagonistas son niños retratados de una forma más realista. En 1937, la idea de infancia era diferente a la que tenemos hoy y , por lo tanto, la forma de retratar a los niños también. Sus rasgos son siempre ligeramente femeninos, muchas veces andróginos.
Forzando un poco la mirada, algunas tapas con niños pueden llegar a despertar dudas. En una de las primera del año, uno de estos niños-bebés-andróginos sostiene una vela enorme correspondiendo al año que comienza mientras la del año que pasó se extingue. ¿Una imagen fálica? La cara del niño parece maquillada. Su boca es excesivamente colorada y sus ojos parecen delineados.
En un número navideño, dos niños decoran un árbol. Lo que mejor se ve, arriba a la derecha, casi en proporción áurea, es el culo de unos de estos niños, que se tambalea subido a una escalera. La perspectiva es rara. Las caras apenas se ven. La imagen tiene movimiento y es probable que el artista buscara ese efecto. Pero nada de todo esto relativiza ese culito infantil en primer plano.
La última tapa que quiero reproducir es la más perturbadora de todas. En ella vemos, sobre la derecha, a dos niños que parecen hermanos. El más grande es varón y usa gorra y tiene un rústico monopatín; la más pequeña es una nena de vestidito que sostiene una muñeca de trapo. Sobre la izquierda, hay otro varón de remera roja, erguido y altivo, a punto de comer o chupar un caramelo. La escena transcurre en un parque. En el epígrafe se lee: “El egoísta”. Los rasgos afeminados del “egoista” son sugerentes, pero su aire desafiante y sensual recuerda demasiado a los gestos de una felación. La forma del caramelo que sostiene en la mano es demasiado fálica y recuerda en su brillo y color a un preservativo o un consolador. ¿Se trata de una casualidad? ¿Hasta que punto importa que se trate de una casualidad? Sobre el fondo, una enigmática escultura de un hombre recostado que fuma y usa galera observa la escena a la distancia. No se trata de una posición usual para un monumento de plaza argentina. ¿Quién es ese cuarto personaje que observa, relajado?
No sé qué conclusiones pueden sacarse de este recorrido. Pero la ambigüedad me parece hermosa y magnética. ¿Oculta en la ingenuidad se esconde la perversión? La idea de que un pedófilo dibujara y coloreara las tapas de Billiken y se masturbara al hacerlo propone una sordidez que me gusta porque demuestra que no hay seguridad en los productos masivos o mainstream. Lo sabemos: el arte tiene la facultad de canalizar esos deseos ocultos, que a veces surgen de forma completamente inconsciente. Lo que me lleva a la siguiente idea. ¿Un par de coincidencias o reflejos epocales pueden ser leídos como amenazantes e inadmisible? Hoy estas tapas harían sonar las más ruidosas chicharras rojas del progresismo.///PACO