Una parte importante de  la tele argentina se construye en torno a personajes bizarros que, con la presión de una fama que saben de quince minutos, van a recorrer diversos magazines haciendo su gracia. Algunos se prestan al juego e incluso ganan dinero, pero otros son estafados y explotados en sus ilusiones y debilidades sociales o psicológicas. Alfredo, más conocido como “Heaven Music”, es un caso testigo de este segundo grupo. Está en la peatonal Lavalle, junto a la pared de un shopping. Gorrito verde y rojo con motivos otoñales del que más tarde va a excusarse, como quien recibe a un invitado vestido con ropa de entrecasa. En la esquina opuesta una pareja de músicos capta la atención de unas quince personas. Tienen con qué. El muchacho, sentado en el piso sobre una manta de color marrón, toca con una guitarra electroacústica un ritmo de villancicos. La chica, que no pasa de los veinticinco años, inunda la calle con una voz de soprano hermosa que retumba contra las paredes y el asfalto del microcentro -con una acústica excelente en las horas de menos tránsito pedestre- en un radio de dos cuadras. Regresamos a la primera esquina. “Heaven Music” mueve la mano derecha como si fuese una batuta de orquesta. No sabemos si lo hace por amor a la música o para dar énfasis a su reclamo. Sostiene una carpeta con imágenes de sus distintas presentaciones en programas como Bendita TV, y sostiene un cartel que marca en letras mayúsculas sombreadas: “Usan mi imagen en la televisión, no tengo trabajo”.

La antifama de «Heaven Music» empezó en 2009, en pleno apogeo de YouTube, la plataforma donde se pueden encontrar sus actuaciones sintetizadas en recortes de programas de refritos.

Entrevistarlo no es sencillo y puede hasta resultar incómodo. Para conseguir su nombre es necesario pasar por Google, donde nos enteraremos que se llama Alfredo, fue cartonero (hecho en el que los medios del momento ponían el acento) y viene de Ushuaia. Sus respuestas son erráticas y a veces contradictorias. Durante la entrevista la gente que pasa nos observa con una sonrisa cómplice. O descreída. Como quien dice “¿qué estás haciendo?”, o “dale, ¿en serio?” La antifama de «Heaven Music» empezó en 2009, en pleno apogeo de YouTube, la plataforma donde se pueden encontrar sus actuaciones sintetizadas en recortes de programas de refritos. «Heaven Music» dice haber sufrido mucho. Haber sido engañado por sus padres, tener una infancia difícil y haber sido criado por extranjeros (aunque siempre que se le pregunta de qué país provenía la gente que lo crió responde con evasivas) y también dice haber encontrado a Dios, lo cual suele ser el consuelo de los que sufrieron más allá de un punto de no retorno. “De niño a mí me mintieron, entonces yo no tengo que confiar en nadie”, dice Alfredo, y agrega una idea que va a repetir durante toda la entrevista: “Si a vos te mienten vos crecés con ira”. El reclamo de Alfredo es sencillo: “Yo soy pintor, ¿y cómo me van a dar trabajo a mí? Vos sos arquitecto y me decís “no, no te doy porque vos venís de otros lugares”. Nunca me quisieron dar trabajo a mí por culpa de eso. Porque no tengo una seriedad. Ellos hicieron algo malo conmigo. Beto Casella hizo lo peor, no sé cómo puede dormir tranquilo haciendo daño a un pobre”. A pesar de vivir la epopeya del bufón, Alfredo todavía se presenta en TV en cada ocasión que tenga. Lucha por su sueño. Vive la fantasía de esas ficciones de los años 60’ en las que Palito Ortega llegaba del interior y luchaba para triunfar con su música en la gran capital. “Si Beto Casella me puede pagar el daño hecho desde 2009 hasta ahora sería bueno. ¿Para qué? Para yo seguir mi carrera musical”.

Un medio de comunicación masivo es un agente normalizador. Delimita lo aceptado, señala lo que no encaja y reproduce el bullying a gran escala.

Un medio de comunicación masivo es un agente normalizador. Delimita lo aceptado, señala lo que no encaja y reproduce el bullying a gran escala. También se asegura de que esos caídos en desgracia permanezcan donde están. La fama no perdona el cambio, porque perderían algo de lo que lo define a sus personajes. Y el mundo del espectáculo necesita sacrificar personas para transformarlos en personajes. Sacrificios sutiles, aprobados más o menos por todos. Quizá por eso que «Heaven» ataca particularmente a Bendita TV y parece dejar de lado a Anabella Ascar, una de las responsables de introducir en este circuito a Alfredo y otros personajes que corrieron peor suerte, como Zulma Lobato. En un programa como Showmatch, por otro lado, se puede jugar con la idea de que Candelaria Tinelli es fan del cantante y que pidió su aparición en el programa, aunque no haya siquiera aparecido en el estudio el día del show. “Mi hija, ¿la conoce?”, preguntará Marcelo Tinelli a un eternamente entusiasmado Alfredo, “la de los tatuajes, ella es muy fan de usted, ¿la llegó a conocer?” La respuesta, por supuesto, es un breve y obnubilado “no”. A los pocos días un medio online titulará “¡Cande Tinelli lo hizo!”. Aún en nuestros días aparecer en televisión a toda costa se considera un logro, un signo de status. Hay dos grandes tipos de bufones mediáticos para este freak show. El bufón a consciencia, como Victoria Xipolitakis o Ricardo Fort, o el bufón que es construido como tal, como en el caso de Juancito, ese chico claramente vestido por su abuela que tenía la dicción de una publicidad de revista Anteojito y que tuvo la mala suerte de ser reflotado por Twitter y convertido en meme. En todo caso, es mucho más fácil reírse de una persona que no maneja nuestros códigos. La ruptura de esos códigos es una de las dimensiones del humor, pero la creación del personaje implica romper con la persona que está por debajo.

Todavía no logra que le paguen por oficiar como un entre tantos chivos expiatorios en una cultura con terror al fracaso.

“Entonces esto es lo que yo quiero”, reclama Alfredo: “Que no me pasen más en su canal, en su programa y que haya un acuerdo de dinero por el daño que me hicieron en esos seis años”. ¿Nunca te pagaron? No, «Heaven Music» dice que jamás le pagaron por ninguna de sus apariciones. Señala que incluso lo llevaron a un programa con la promesa de grabar un disco y que luego la producción le notificó que no había presupuesto para eso. La ingenuidad y las pretensiones de fama son pasto para las fieras. Las productoras y el público continúan usando al bufón, acercándose al borde del abuso pero sin tocarlo. Porque esa tensión entre la ingenuidad y el cristalino mundo del éxito es la que genera el morbo. Que produce espectáculo. Que produce dinero. No es descabellado pensar que «Heaven Music» tenga dentro de poco su contacto discográfico, aunque el momento ideal hubiese sido aquella época dorada, el 2009, cuando la industria de lo bizarro sacaba al mercado libros y discos a rolete. Alfredo tiene un buen registro vocal, aunque canta siempre en el mismo tono. Quizá antes que nada necesite empleo, contención psicológica y clases de canto. Todavía no logra que le paguen por oficiar como un entre tantos chivos expiatorios en una cultura con terror al fracaso/////PACO