Belgrado está lleno de tipos con pinta de tenistas.

Jean, gorrita, pelo un poco largo, barba de tres días. Caminan con desgano, como si supieran que son así de lindos. Porque en Belgrado está lleno de lindos. Las chicos lo saben y las chicas no lo ocultan.

Con la ciudad, en cambio, pasa algo extraño: la embellecen pero no pueden escaparse del todo de la fealdad y las ruinas que les dejó el pasado. Belgrado tiene zonas de bares y zonas de parques. No hay un punto medio en la arquitectura: bares, parques. No hay barrios tan evidentes como sí hay en Bucarest o en Estambul. Acá todo parece el centro y lo que no es el centro es el verde y la costanera. Y como ellos saben que esos son sus puntos fuertes, como saben que los turistas vamos a ir a esos dos extremos, se esfuerzan. Los bares son cool o curten onda Pinterest de acuerdo al público al que apunten. Los parques son enormes y lo suficientemente descuidados como para que uno se sienta en el medio de la naturaleza más salvaje pero a cinco minutos de una avenida.

La costanera tiene unas baldosas blancas y gastadas, una bicisenda perfecta, barcos convertidos en bares, un gimnasio muy similar a nuestra Biblioteca Nacional, una pareja de brasileños besándose en un banco, un viejo con un perro que los mira con desprecio. Desde la ciudadela que está bordeando el río se ve una isla que intriga, de esas a las que uno correría cada fin de semana largo, un museo de arte contemporáneo, la Casa de Serbia (antes el centro gubernamental de la ex Yugoslavia), un parque de diversiones. La ciudadela es el lugar más bello de Belgrado. Cientos de metros de ruinas de un fuerte, iglesias abandonadas y con pasto crecido adentro, unos pibes practicando palestra, dos policías hablando con un grupo de adolescentes, la mejor vista en altura del río y la ciudad, carteles sobre algunos muros advirtiendo “Caminando por aquí usted arriesga su vida”, adultos practicando esgrima, callejuelas de adoquines en subida y bajada, una colección de cañones y una galería de arte presentando unos retratos en lápiz con el artista ahí parado entre sus obras, un veinteañero ruludo y canchero que se siente en la cima del mundo. Todos los caminos conducen a la ciudadela: desde la línea de tren número 2 que da una vuelta circular a la ciudad y arranca y termina en el parque, hasta cualquier calle del centro: uno siente que camine para el lado donde camine siempre terminará chocándose con el fuerte y tanto es así que a las siete de la tarde el lugar se llena de oficinistas paseándose a sí mismos o a sus perros y se quedan ahí, caminando, viendo cómo el sol, convertido en una bola naranja después de un día lluvioso, se esconde en el horizonte.

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En el resto de la ciudad, los bares y el centro, trabajan mucho buscando una belleza contemporánea, a la moda. El departamento donde paramos tiene una decoración perfecta: muebles americanos y detalles kitsch, bordados de perritos, un almanaque con fotos del mariscal Tito, un cuadro vacío. Nuestro host, Mario, bautizó al departamento como “Yugochic”. Queda en algo muy parecido a Palermo. En una esquina hay un puesto de comida china que entrega los salteados en cajitas de cartón. Un poco más allá hay un bar cuyo dueño es un Alan Faena impecable, que se sienta en los sillones que puso en la vereda -con almohadones verdes y azules (un patrón de colores que se repite en la vestimenta de los mozos)- con su perro: un doberman negro, perfecto y lustrado. Ahí terminaremos viendo el segundo tiempo del partido de Uruguay contra Inglaterra y nos contendremos de gritar el gol latinoamericano porque el de los ingleses se festejó con demasiado fervor.

Cerca del departamento visitaremos la Bohemian Quarter (dos o tres cuadras empedradas con falsas fachadas pintadas y con una feria de artesanías), la iglesia Nevski y con eso cubriremos la mitad de atracciones turísticas que tiene Belgrado. Por suerte, porque las atracciones turísticas son cada vez más aburridas y repetitivas, si entro una vez más a una iglesia van a terminar confundiéndome con la que canta y lee en la misa.

En el centro también hay decenas de puestos de helados con chicas ofreciendo algo que no tienen ganas de vender, puestos de pochoclos mantecosos, de choclos quemados, casetas verdes con souvenires, unas viejas vendiendo manteles y un sesentón rockero tocando la guitarra. Todo el arco de oferta para el turista está cubierto en la peatonal que arranca en la Republic Square y termina, claro, en la citadela. Barcitos irlandeses con cerveza tirada, sillitas de colores, un pibe pasando música electrónica en una esquina cualquiera, botas con plantas adentro como decoración, descoloridos televisores veinte pulgadas transmitiendo algún partido del mundial. Una belleza estudiada y planificada, una oferta para la gente linda. Pero Belgrado todavía no puede liberarse de la destrucción. Hay algo que se les va de las manos, cierto clima de abandono, de algo que se quiere olvidar pero que siempre termina por aparecer. Cerca del puente Ada hay un terreno baldío. Le saco algunas fotos y enseguida veo que en la entrada hay un cartel y que adentro hay gente.

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El cartel explica que ese lugar está siendo recuperado por un grupo de jóvenes, que lo están convirtiendo en un jardín-huerta urbana. Entramos, olemos albahaca pero eso es lo único comestible, parece que lo de la huerta está funcionando a medias. Un chico reparte pochoclos y nos explica que hoy es “movie night”. Cuando le preguntamos qué pasan –la noche está linda para ver una película al aire libre- nos señala al chico de la computadora y dice “his serbian movies”. Nos quedamos para los tres primeros cortos: videoclips frenéticos, collages, animaciones caseras, ruiditos poco identificables. Es duro pero los dos lo pensamos casi al mismo tiempo: esto atrasa. Detrás del baldío convertido en jardín que podría estar en medio de Berlín, el evento cultural que lo rodea lo hace retroceder varios casilleros. Unas cuadras después de las películas del serbio, otro centro cultural. Están pasando alguna biografía del Dalai Lama de los noventa.

Porque en Belgrado a lo pintoresco siempre terminan imponiéndose las fachadas destruidas, los edificios que parecen haber sido bombardeados, las construcciones abandonadas. El contraste entre las mesitas de colores y los jugos frutales y las paredes grises, descascaradas y olvidadas hacen que uno sienta que puede respirar y sentirse asfixiado en un mismo minuto, que las dos cosas son puestas en escenas preparadas para todos los que pasamos por ahí. Y uno siempre termina preguntándose: ¿cuál es la realidad de Belgrado?

A lo lejos, el Museo de arte contemporáneo, la Casa de Serbia y el parque de diversiones se veían imponentes, hermosos y divertidos. Pero el museo estaba cerrado por refacciones, olvidado entre pastizales que nadie ha cortado en mucho tiempo y obreros que nos miran como diciendo “¿Tan difícil es entender que el museo está cerrado?”. La Casa de Serbia es un rectángulo con rectangulitos ventana. De lejos yo había dicho “Parece una miniatura del Parlamento Rumano” pero una vez al lado parecía una maqueta como las que hacíamos de chicos, con cajitas de remedios vacías. Incluso el parque de diversiones, que universalmente es un lugar ruidoso y colorido, estaba desteñido por una lluvia que amenazaba y un montón de adolescentes que preferían estar haciendo cualquier cosa menos vendiendo tickets de juegos. Al costado de la ciudadela, desde donde la ciudad se ve más perfecta que desde cualquier punto, están el zoológico –oloroso, triste y desgastado, como cualquier otro- y un edificio de una manzana que por lo que entendí alguna vez fue un museo. En la vereda de ese exmuseo, un señor de cuarenta caminaba ensimismado haciendo listas eternas de alguna cosa que tenía en la cabeza. Todo lo lindo en Belgrado está seguido por lo más feo. Y es ahí, en ese juego entre la voluntad que le ponen a embellecer las cosas y la destrucción que no pueden esquivar, la ciudad termina ganando. Caminar por Belgrado es caminar sobre la belleza y la fealdad al mismo tiempo, es ver un bar con paraguas en vez de sombrillas a media cuadra de la puerta de una casa prefabricada al lado de dos chicas que parecen modelos al lado de un loco hablando solo//////PACO

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