Batman: Caballero Blanco es una novela gráfica de 2017 editada este año en nuestro país por Ovni Press. Tanto el guion como el dibujo están a cargo de la misma persona, algo que no suele darse con frecuencia en el mundo de la historieta mainstream, donde el nombre de Sean Murphy se conoce principalmente por su trabajo como dibujante. Entre las obras destacadas de Murphy se encuentran el notable thriller cyberpunk Tokyo Ghost y Punk Rock Jesus. En Batman: Caballero Blanco, en cambio, lo que Murphy propone a través de un relato por fuera del universo canónico del “encapotado de ciudad Gótica” es profanar algunas de las figuras más totémicas en la mitología de Batman, encontrándole una vuelta de tuerca más al sello Elseworlds, en el que las historias transcurren en tiempos y lugares diferentes a los de la continuidad original de los personajes de DC. Bajo esa premisa, en el pasado se ha visto lo que podría pasar si Batman luchara contra Drácula o si Superman peleara bajo las órdenes de Joseph Stalin, y en el caso de Batman: Caballero Blanco, el asunto es qué pasaría si Batman y el Joker invirtieran los roles de héroe y villano.

No hay que ser especialista en cómics para entender de inmediato que el escenario en el que Murphy ubica a sus personajes es atípico. En Batman: Caballero Blanco el hombre murciélago ha perdido el control, por lo que el derrumbe del mítico temple que lo llevaba a ser el mejor detective del mundo ahora lo mantiene al borde del colapso. En su lugar, son los exabruptos de la impulsividad y la violencia física los que conducen a Batman a través de las oscuras noches de ciudad Gótica. Tanto es así que su alter ego, Bruce Wayne, el atormentado dandy de las finanzas y la caridad, prácticamente no tiene lugar en la trama.

Ante todo, Batman: Caballero Blanco es también una novela de acción que explora las repercusiones sociales y políticas de la violencia y su reproducción a través de las redes y los medios masivos, además del pretexto ideal para que Murphy exponga su particular estilo de dibujo con escenas de violencia orgiástica. Ésto marca el punto de partida: Batman está encerrado como un paciente psiquiátrico más en el Asilo de Arkham y es el Joker quien se acerca a visitarlo. La inversión de los roles tantas veces explorada por otros autores se repite, pero con una variante clave. Evidentemente, Batman y el Joker son las dos caras de una misma moneda, dos componentes indispensables en un sistema cuyo equilibrio oscila entre los convulsivos vaivenes de cada personaje, ¿pero qué pasaría si ese sistema se fracturara?

Si bien el cómic se ubica fuera de la continuidad del universo DC, en esencia no deja de ser una historia construida nada menos que a partir del pacto simbólico que funda la relación originaria entre Batman y el Joker. Uno cumple el rol del héroe y el otro el rol del villano, y es por eso que ambos saben que si uno de los dos muere, el otro queda condenado a la desaparición. A su manera, por lo tanto, cada uno debe sostener el pacto que los une y les da sentido existencial. Es por eso que la regla fundamental de Batman respecto a no matar a sus oponentes se cumple en la misma medida en que, por algún motivo u otro, el Joker tampoco logra cumplir sus intentos por liquidar a Batman. Y es entonces cuando Murphy convierte a la locura en el otro gran asunto de Batman: Caballero Blanco.

El talco, la carcajada y el rouge

Hay muchos villanos en ciudad Gótica, pero sólo un héroe de verdad. Y esta es la asimetría que se vuelve insoportable para el Joker cuando, atrapado por los más extenuantes celos, desata a su alrededor los más abyectos actos de violencia. La historia comienza a tomar vuelo a bordo de los frenéticos cuadros de Murphy, y basta con unas pocas páginas para darnos cuenta de que el protagonista de Batman: Caballero Blanco no es Batman sino el Joker o, en todo caso, Jack Napier, el hombre que se esconde bajo el talco, la carcajada y el rouge. La escena que funda este inesperado renacer de la identidad del Joker tiene que ver precisamente con uno de los excesos de Batman: enfrentados en un misterioso laboratorio, el justiciero de ciudad Gótica lo muele a golpes y lo ahoga con un frasco de pastillas con un desconocido fármaco experimental.

Ese es el misterioso medicamento, una especie de antipsicótico hipereficiente, que transforma de la noche a la mañana al Joker en Jack Napier, un tipo de lo más encantador entre hombres y mujeres. De hecho, es gracias a que Napier es invitado a un programa de televisión que puede reproducir el video con la cruenta escena del laboratorio en el que Batman queda expuesto como un sádico desquiciado. Pero, ¿qué llevó al Caballero de la Noche a perder los estribos de esa manera?

Para empezar, Alfred, su icónico mayordomo, está terminalmente enfermo. Y lo que a primera vista parece una apresurada maniobra argumental por parte de Murphy, resulta tener profundas implicancias biográficas para Batman. Alfred no es solamente un servil empleado doméstico sino que ha sustituido al padre de Bruce luego de su asesinato. Su muerte, por lo tanto, reactualiza el trauma fundacional en la transformación de Bruce Wayne en Batman. Y no solo eso: al perder la voz de la ley que lo orienta y lo guía como justiciero encapotado, Batman parece haber perdido la voz que le dice directamente cómo actuar. Para Murphy, la voz de la razón de Batman es literalmente la voz de Alfred en el intercomunicador. Una voz que, luego de extinguirse, deja lugar a un silencio ensordecedor, que trastorna aún más al hombre murciélago. Es esta “segunda muerte de su padre” la que enfrenta a Bruce Wayne no ya con una verdad profunda con la cual identificarse, la del hombre probo que guía a su comunidad a través del desconcierto, sino a una verdad insoportable con la que debe aprender a vivir, la de la progresiva disolución del lazo comunitario en el mundo moderno y, en última instancia, la de su intrascendencia como hombre. Batman: Caballero Blanco trata sobre ese aprendizaje.

Donald Trump en ciudad Gótica

Mientras tanto, Jack Napier se convierte en una presencia habitual en los programas periodísticos del prime time, exponiendo las peligrosas contradicciones de Batman del modo más razonable posible. El ancla de sus acusaciones es un resonante caso de corrupción estatal: ¿quién autorizó un presupuesto de tres mil millones de dólares anuales para financiar el Fondo de Devastación de Batman? Destinado a cubrir los gastos derivados de las permanentes intervenciones del Caballero Oscuro en ciudad Gótica mientras arrasa calles, puentes y edificios en medio de las persecuciones con su batimóvil, este presupuesto secreto se transforma en el centro de un debate alrededor de la intervención estatal en la regulación de las actividades de los superhéroes (lo cual remite a la trama de Civil War, el mítico cómic de la editorial Marvel).

En un gesto de populismo propio de Donald Trump, Napier apunta contra las élites de la ciudad al señalar ante las cámaras que el Fondo de Devastación de Batman se dirige exclusivamente a proteger a los sectores más ricos de ciudad Gótica, motivo por el cual ha apostado a convertirse en el nuevo protector y proveedor de la marginada localidad de Backport, su trampolín político para sostener la batalla mediática contra el hombre murciélago. Con los medios cada vez más en su contra, Batman pierde aceptación de parte de la ciudadanía gotamita, ahora dispuesta a condenarlo pero no a perder una figura de héroe protector. En este punto, los roles de Batman y Napier se invierten por completo.

Batitriángulo homoerótico

Pero la solución es precaria en el mejor de los casos, y pronto empieza a mostrar sus fracturas. La estabilidad psíquica del Joker, es decir, la estable inestabilidad que caracteriza a su identidad y su locura, depende de ser el villano más importante de ciudad Gótica, aquel que cautiva la atención de Batman mejor que ningún otro. De esta manera, al clásico escenario de la relación homoerótica entre Batman y Robin, Murphy le opone una más real: la de Batman y el Joker. Es este el vínculo que responde a aquella pregunta que, según Alain Badiou, funda cualquier relación amorosa: ¿cómo es el mundo cuando se lo experimenta desde el dos y no desde el uno? ¿Cómo es el mundo examinado, puesto en práctica y vivido a partir de la diferencia y no de la identidad? Al convertirse en Jack Napier, lo que el Joker intenta es salvar la relación con su archinémesis, para de esa manera salvar a ambos. Cuando todos los demás intentos de seducción han fallado, el Joker ensaya la última estrategia posmoderna: deshacerse de su identidad y confeccionarse una nueva.

El triángulo se completa con la presencia de Harley Quinn. La amante, la psiquiatra y la compañera en armas del Joker aparece como la tercera en discordia, pero por partida doble. En primer lugar, porque en esta historia hay dos Harley Quinn, la original y una impostora, y ambas pelean entre sí por el amor de Napier/Joker. Lo que ninguna de las dos Harley está dispuesta a aceptar es que la verdadera pelea por el amor del Joker es con Batman, y que esa es una batalla que está perdida de antemano. Sin su brújula moral y acusado de corrupción mediante una fake new digna del periodismo más carroñero, el Caballero de la Noche queda en jaque. Y no es otro que Jack Napier, el Joker devenido ahora en “Caballero Blanco de ciudad Gótica”, quien lo arrincona contra el borde del precipicio.

Encerrado en sí mismo, Batman se vuelve una sombra frágil a la que sólo le queda margen para atestiguar su propio colapso y observar impotente cómo sus compañeros Nightwing, Batgirl y James Gordon se alejan de él para encolumnarse detrás de su peor enemigo, erigido como el verdadero paladín cívico en la lucha contra el crimen y la corrupción. Es cierto que los detractores de Batman: Caballero Blanco tienden a señalar la abundancia de plotholes, cabos sueltos que no terminan de cerrar y que Murphy resuelve de manera un tanto tosca, como cuando el Joker arma un ejército hipnotizando a todos los villanos clásicos de la ciudad para convertirlos en autómatas a su servicio. Pero lo que estas críticas no logran ver con claridad es que Murphy no sólo es mucho mejor dibujante que guionista, sino que además piensa como dibujante antes que como guionista.

Así, por ejemplo, lo que a primera vista parece una resolución simplista al problema de la transformación del Joker en el Caballero Blanco, se entiende mejor mirando el cómic antes que leyéndolo. Por otro lado, si el Joker y Batman son las dos figuras primordiales en la cosmogonía de ciudad Gótica, ¿acaso la estabilidad del primero se debe realmente a los efectos de este desconocido medicamento que ingiere por la fuerza? Ahí donde se señala un plothole de inverosimilitud, incluso para las reglas del universo comiquero, ¿no se desnuda en realidad la idea central que tiene a estos dos personajes como protagonistas? No, el Joker no actúa para cambiar algo, sino para evitar que ese algo ocurra y nada cambie verdaderamente. La esencia de este conflicto queda develada en el séptimo tomo de la historieta, en una escena en la que Batman y Napier viajan juntos en el batimóvil. La conversación que tiene lugar en ese espacio íntimo expone el pacto que sostienen entre ambos y, cuando la cosa empieza a volverse demasiado normal, el rostro de Napier se transforma con una sonrisa terrorífica: su mirada recupera el brillo de la locura y el Joker vuelve a ocupar el lugar que había perdido.

Ascenso y caída del Caballero Blanco

El círculo se cierra cuando la misma trama de corrupción que denuncia Napier se vuelve en su contra. Batman resurge como la única esperanza moral de ciudad Gótica y Napier vuelve al Asilo de Arkham, otra vez bajo su identidad de Joker. Estos eventos, sin embargo, dejan profundas marcas en Batman, que hacia el final de la historia revela su identidad como Bruce Wayne, como si la súbita inversión de roles le hubiera permitido entender que no puede seguir disfrazándose de murciélago ni destruyendo todo a su paso. Al fin y al cabo, esta breve inversión de roles en la que el Joker es el cuerdo y Batman el loco, catalizada además por la muerte de Alfred, deja al hombre murciélago a solas con todos sus conflictos. Y para poder salvarse, decide renunciar a su identidad secreta.

Es esta determinación la que, de mantenerse más allá de un Elseworld, realmente marcaría un quiebre con el statu quo en el universo de Batman. Despojar al hombre murciélago de su secreto es lo mismo que disolver su identidad, y por eso es más fácil imaginar a Batman peleando contra los infrahumanos de ciudad Gótica con Jack Napier de aliado que imaginar al Joker enfrentado a un Batman que ya no usa máscara y ocupa un cargo en la gestión pública. En Batman: Caballero Blanco Murphy nos enfrenta con ambos escenarios: juega con sus posibles variaciones y lleva a los personajes al límite de sus posibilidades, sacándole el máximo provecho a la premisa de un universo paralelo que, no sería de extrañar, incida durante los próximos años sobre la trayectoria del mainstream del célebre justiciero de ciudad Gótica.////PACO