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La victoria de Mauricio Macri por el 51,41% de los votos en el ballotage contra 48,59% de su contrincante Daniel Scioli es más una derrota del kirchnerismo que un voto de apoyo a Cambiemos. El resultado, propio del país que vimos las últimas semanas de campaña, donde la población se sumó al proselitismo, y desde las redes sociales, las conversaciones en la calle, los cafés, los mensajes en la radio, todos quisieron dar su opinión. Pocas veces se recordará una participación parecida, una elección superbowl que fue el digno final de un ciclo de doce años que se caracterizó por la participación política de la sociedad civil. Aquella idea nestorista de politizar a la clase media se hizo realidad. Los que antes apoyaron mayoritariamente a la saliente Cristina Fernández de Kirchner, hoy encumbraron a Mauricio Macri. Queda claro en el medio ambiente la urgencia de los votantes por desplazar a los que están y recambiarlos por caras nuevas, menos gastadas, tamizadas por el barniz innegable que otorga la victoria.

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Es cierto que, de algún modo, se abre una nueva Argentina. Ya nadie recuerda la última vez que existió un gobierno democrático bajo el liderazgo del PJ o la UCR, ni mucho menos casos donde la presidencia esté en manos de un partido vecinalista que, en el mismo proceso electoral, se quedara con la provincia de Buenos Aires y la Presidencia de la Nación. Un crecimiento que sin dudas lo excede y para el que precisó toda la ayuda que pudo darle la UCR, esa vieja bicicleta del siglo XX que, inesperadamente, todavía funciona. De todos modos, el fenómeno del PRO es más complejo que una simple elección y sin dudas se hablará por muchos años de la experiencia que se plasmó anoche.

Pero a pesar de estos signos de refundación –promulgada continuamente por cada nuevo gobierno que vimos llegar-, no significa que el fenómeno haya nacido ayer. El PRO se originó en el caldo de cultivo del que se vayan todos de la crisis de 2001, creció fogoneado por un kirchnerismo que desde el principio lo convirtió en su principal rival, tuvo varios intentos fallidos fuera de CABA y finalmente fue elegido por los votantes argentinos como la alternativa opuesta a un gobierno que ya muestra serios signos de decadencia. Contado así parece algo “natural”, y tal vez lo sea en una democracia que madura muy rápido y busca acomodarse. Que el ciclo kirchnerista no haya terminado con un “baño de sangre” es un signo importante para la democracia modelo Cono Sur, donde todo siempre parece a un dedo de irse a la mierda. Eso es algo a rescatar, sobre todo, porque se va un gobierno que supo ejercer el poder con intensidad, lo que muchas veces fue entendido como autoritarismo, y llega otro gobierno nacido de la participación política cuando precisamente la estabilidad kirchnerista le permitió crecer y desarrollarse.

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Lo que sin dudas cambiará es el medio-ambiente político. El kirchnerismo se mostrará en retirada, se replegará transformándose en oposición. La Cámpora comenzará a ser un recuerdo, el mismo en el que se transformó La Coordinadora radical luego de la presidencia de Alfonsin. ¿Se acuerdan, amigos, cómo era ser oposición? Cuando se es opositor el libreto no te lo baja nadie. Hay que cocinar más y comer menos comida recalentada. Los periodistas y analistas que brillaron hasta ahora en el kirchnerismo deberán buscar un nuevo lugar, convertirse en voceros de otra cosa. ¿Esa cosa existe? Y sobre todo ¿Esa cosa renta? La oposición no es ni de cerca tan rentable como el oficialismo. No habrá lluvia de prebendas para los propios, ni financiación a “proyectos de comunicación” que sólo tienen como punto positivo la obediencia debida al líder. Habrá muchos que desaparezcan del mapa, y que si alguna vez se mostraron como agentes del cambio por postear en Facebook o Twitter, ahora escribirán sobre milanesas o gatitos o artistas de variedades televisivas. Sí, se alzarán otros. Diferentes. Menos retóricos, tal vez. Con no muchas herramientas. Menos posteos interminables con gráficos de barras en Paint y más frases de autoayuda. Este neo-peronismo de derecha tamizado por el new age que hoy representa el PRO sin dudas no irá más allá de los flyers que ya vimos en las redes sociales desde que empezó toda esta historia. Por los 200 “intelectuales” que firmaron la carta de apoyo al gobierno entrante, vemos pocos escritores serios y muy pocos pensadores de peso. A juzgar por sus escritos proselitistas durante la campaña en cuentas de Twitter y Facebook, tampoco parecen tan diferentes de los kirchneristas que supieron irritar a muchos.

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A Daniel Scioli no le alcanzó, por más que haya intentado de formas confusas y contradictorias, convertirse en el cambio con continuidad o la continuidad con cambio. Atrás quedaron las razones de la derrota, que serán repetidas en interminables reuniones de autoayuda en esta semana los corpúsculos del kirchnerismo. Ya es casi mitología aquel 55% de imagen positiva que, decían, tenía la Presidenta, quien intervino en la campaña hasta el último minuto, aunque con escasa efectividad. Fue tal la torpeza del entorno presidencial para manejar la elección que muchos le atribuyeron a Cristina un deseo de derrota de su propia fuerza, algo poco creíble pero verosímil. Tratar con desdén problemas graves como la inflación –supeditando la economía  los avatares de la política-, evitar la interna en las PASO para que Scioli no se pueda despegar del dedo presidencial, imponer un vice que fue el responsable de numerosas derrotas provinciales en los últimos años, colocar nombres que generaron rechazo fuera del kirchnerismo en las listas –impidiendo la adhesión de votantes extrarradio-, hacer la plancha durante la campaña y luego una explosión de histeria después de las generales, es la columna vertebral de una lista de errores que, tal vez, se deban a una razón simple: nadie sabe bien por qué CFK ganó con mayoría plena en 2007 y 2011. Es decir: si nadie conoce las fortalezas, es imposible reproducirlas y trasladarlas. Pero sobre todo, nadie quiere admitir una verdad que en la oposición siempre estuvo clara: el último gobierno de CFK fue pobre, un producto de la inercia, un cerramiento entre propios que veló la cercanía que el kirchnerismo mismo había planteado con intendentes y gobernadores allá en los inicios, cuando la misma fuerza se abría en la transversalidad y la comunicación directa en el territorio. Obsesionados con el uso de los medios, las cadenas nacionales se convirtieron en la única vía de comunicación entre la presidenta y sus votantes, dejando de lado a las capas políticas intermedias y, por lo tanto, ninguneándolas. Ahí donde Cristina era una estrella de TV, diputados, gobernadores, intendentes y concejales eran aplaudidores, claques de un espectáculo para cada vez menos. Así, ese 54% de 2011 apenas trasladó un 37% en las generales de 2015 a un candidato que ni siquiera convencía a los propios.

En ese contexto, Scioli quiso superar los obstáculos internos y externos, pero acorralado por las circunstancias y una asombrosa carencia de personalidad. ¿Quién es, en definitiva, Daniel Scioli? ¿Qué piensa realmente? ¿Cómo se define, cómo lo definen los demás? ¿Cuál es su imagen? En un tiempo donde todo el ámbito político utiliza los medios de comunicación para llegar a la gente, Scioli no dio definiciones ni televisivas, ni periodísticas, ni siquiera a nivel personal. Nadie sabía qué pensaba aquel que quería ser el presidente de los Argentinos. Ni siquiera en el debate sonaba creíble, cuando se presentaba como “un trabajador del pueblo”, siendo que cada Argentino lo vio, en directo o en diferido, venir de cuna de oro y gozar de una vida disipada aún cuando aspiraba a ser un dirigente del partido más popular del país. Es difícil convencer a alguien de ser una alternativa sólida cuando ese mismo se muestra temeroso, dudando, o atacado por la histeria y el enojo, como se muestra el Frente Para la Victoria hace demasiado tiempo. Ya lo dijo el recordado Norberto “Pappo” Napolitano: “es muy difícil manejarse en un gallinero, las gallinas se espantan por nada”.

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Mauricio Macri, a su vez, supo encarnar la palabra “cambio” que tomó como bandera. Siempre estuvo del otro lado, ya sea por motus propio o porque los mismos kirchneristas insistieron en colocarlo ahí. Alguna vez Macri coqueteó con el peronismo, y hasta incluyó alguna parte del PJ en su alianza, pero eso no alcanzó para que los peronistas se convenzan de apoyarlo, creando a un Sergio Massa como alternativa liberal que compitió con él. El sistema de ballotage fue cómodo para un Macri que siempre se presentó como el polo opuesto al gobierno, como la verdadera alternativa. Eso deja atrás no sólo a Massa, sino a la galería de personajes de la política que aspiraron a suceder al kirchnerismo, desde Sergio Massa a Hermes Binner que en la elección anterior salió segundo, desde Lilita Carrió hasta Rodríguez Saá. A Macri le fue útil la polarización que se presentó hasta en el discurso de su contrincante en el minuto uno cuando habló de “dos modelos de país”. En este ballotage todos jugaron para Macri aunque hayan hecho campaña por el otro candidato.

Ahora le toca una tarea difícil: cumplir sus propias promesas. En sus discursos habló de una Argentina próspera, sin ajuste, sin inflación, que crece, que tiene inversiones extranjeras, que ingresa al siglo XXI, prometió desde el plan de infraestructura más ambicioso hasta médicos robots en los hospitales públicos. Casi como un alucinado, no dejó de prometer. Prometió ampliar derechos obtenidos estos años, agregar otros, quitar obligaciones impositivas, normalizar el INDEC, recuperar las reservas del Banco Central, abrir el cepo al dólar, fortalecer la institucionalidad. Todo aquello que alguna vez hizo el kirchnerismo él lo haría mejor. Todo lo que no hizo, ahora se hará. Un discurso muy atractivo para creer aunque inverosímil. Una fuerza que precisa conseguir en 13 días hábiles decenas de miles de funcionarios nuevos sólo para administrar lo que ya existe es imposible que cumpla tantas promesas de campaña. ¿Cómo lo va a hacer? Nadie lo sabe. Nadie sabe quién será su ministro de economía y, lo más importante, por cuánto tiempo ocupará ese cargo. Las contradicciones y omisiones de su campaña son demasiadas para que no haya sorpresas. Sin embargo, Macri tiene la carta blanca que le da el concepto del “cambio”. Es cierto que hubo “cambio”, pero ese cambio ya se hizo anoche, cuando ganó las elecciones. ¿Cambiará algo en el futuro? Nadie lo sabe realmente, ni siquiera los propios pueden contestar esa pregunta. Sólo están claras algunas cosas: el PRO tiene bajo su control la presidencia, CABA y la provincia de Buenos Aires, tiene a medio país aliado suyo, todas las provincias centrales y productivas listas para escuchar y esperanzadas con sus medidas. Ya no tendrán la excusa que esgrimieron con pasión: que el kirchnerismo les negaba tal o cual cosa. El niño ha crecido y se puso los pantalones largos. ¿Podrá con ellos, o el pueblo argentino -otra vez- verá cómo improvisa toda clase de cintos y tiradores para que no se le caigan?

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Estas elecciones, a diferencia de otras que vimos hace poco, traen cambios verdaderos. Una Argentina mutante nace de este puzzle que se generó a partir de un sistema electoral cada vez más complejo. Provincias gobernadas por una variad gama de colores políticos, lejos del monocromo que alguna vez supimos ver. Diferentes estamentos de gobierno con signos políticos cambiantes que se transforman en alianzas de ocasión para objetivos específicos, y que pueden cambiar según la ley que se trate, la obra que se intente concretar, la medida que se intente aplicar. Si se concreta algún tipo de reforma política que no permite a los intendentes y gobernadores más de una reelección, esta mutación se promete profundizarse y veremos, entonces, en este siglo XXI que recién empieza, una Argentina compleja y rica en propuestas, intenciones, intereses y pujas que, si suceden en un contexto relativamente pacífico, no harán más que enriquecer el debate político. Mientras, unos lloran, otros festejan, y otros miran con asombro, suspicacia y tal vez un poco de ingenua esperanza secreta esto que se viene y que empieza hoy. Por más que muchos crean lo contrario, el futuro no está escrito en las boletas de votación. Así que, parafraseando al Doc Brown, queda en nosotros construirnos uno bueno////////PACO