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Terra: Retomo el tema de los personajes. Dick usa mucho el loser sensible que se despierta, por lo general, al lado de una mujer que no sabe quién es, como en Palmer Eldrich y en Ubik, o con una mujer que sabe bien quién es y le rompe las bolas, como en Planetas morales o en Sueñan los androides. En general estos protagonistas tienen problemas de dinero pero al mismo tiempo poseen saberes específicos en los que son buenos o muy buenos o incluso excelentes. Joe Chip, un romántico atolondrado, un blando, pero al mismo tiempo también un experto midiendo los poderes ajenos. Frink Frank de El hombre en el castillo, lo abandona la mujer, le echan del trabajo, pero también es un obrero probo y al final nos damos cuenta de que es un excelente artesano, casi un artista que recupera el arte contemporáneo para los Estados Unidos sacando a los japoneses de la nostalgia. Y el gran problema, casi el único problema de Rick Deckard es ancestral y ecuménico: la mujer le rompe las bolas. Luego de eso vienen los androides, el polvo nuclear, la nueva religión, la paranoia y la mar en coche, todo mucho más divertido y un desafío que se vuelve peligroso y excitante. A los héroes de Dick de alguna manera la aventura siempre los salva. Y después están los otros personajes recurrentes, los funcionarios, los hombres de negocios, los gerentes, las secretarías, burócratas en fin de una larga malla de narraciones costumbristas, donde aparece la ambición más humana. Ahí hay un dejo de realismo interesante. En los mecanismo del deseo y la ambición y la traición. Eso me gusta mucho, es la parte de la paranoia que asocio con las novelas de espías.

Rick-Deckard

Robles: Y cómo olvidar a Douglas Quail, el protagonista del cuento Podemos recordarlo todo por usted, que inspiró la película Total Recall. Acá tenemos al loser que, para compensar el aburrimiento de una vida sin aventuras, quiere implantarse la memoria falsa de una historia de espías en Marte. Pero resulta que en él pasado él fue, efectivamente, una espía en Marte, es decir que la “verdadera” ficción pareciera ser su condición de loser al comienzo del cuento. Durante unos párrafos esquizofrénicos conviven en él las dos identidades, la del espía y el loser. Hay una idea que me seduce mucho y aparece bastante seguido en Dick: la de la identidad como una narración, un relato que, como tal, puede ser alterado. Ese cuento en particular me gusta mucho porque la verdadera identidad del tipo se revela recién al final, debajo de un par de capas narrativas, y está determinada por una historia absurda de extraterrestres verdes y platos voladores. Es como un chiste. Ahí también lo imagino a Dick cagándose de risa, pero esta vez con una risa helada que me inquieta.

Terra: Ya que hablás de los cuentos, ese cuento me parece horrible. Entiendo tu lectura pero lo leo y lo releo y me parece una buena historia pero mal narrada, digamos incluso mal tratada. Obvio la película tanto en el técnico como en lo sentimental me interpela mucho. Digo, es una peli que la agarro en cable a la medianoche de miércoles y la veo hasta el final aunque al otro día tenga que madrugar. Pero la verdad es que todos los cuentos de Dick me parecen malos e ingenuos. Comparalos con los de Bradbury, por no hablar de otros autores. Ya cité ese cuento Roog, es realmente horrible. Supongo que en algún momento los leí con más atención pero no, no me interesan pero aparte creo que son ingenuos y esa forma cerrada que tienen los hace, como mucho, interesantes como piezas arqueológicas.

Dick 1987-05 - The Collected Stories V

Robles: Igual que sobre las novelas, me resulta difícil hablar sobre los cuentos de Dick como si fueran algo homogéneo. Roog, por ejemplo, es el primer cuento que le vendió a una revista. Fue en 1951, a The Magazine of Fantasy & Science Fiction, que había publicado cuentos de muchos de los autores que Dick leía: L. Sprague De Camp, Richard Matheson, Ray Bradbury, Damon Knight. El editor era Anthony Boucher, que al lado del ya por entonces mítico -y dogmático- John Campbell era un revolucionario. A mí el cuento me gusta porque trabaja, si bien de una manera todavía primitiva y bastante torpe, algunas de las obsesiones que iban a seguir estando a lo largo de todos sus libros. Pero además porque ilustra muy bien una operación en la que Dick se va a especializar durante esta primera etapa de los cuentos, en los cincuenta, entre sus veinticuatro y treinticuatro años, ponele. Yo la llamaría “etapa del infiltrado”. Son los años de aprendizaje. Dick es empleado en una disquería en Berkeley (una experiencia que aparece en la novela Dr. Bloodmoney), toma algunas clases de Filosofía en la universidad y a la noche escribe estos cuentos que manda a revistas para ganarse unos mangos. Tenía sus textos realistas ahí, apilados, sin ninguna perspectiva de publicación por el momento. Estamos en la posguerra, ya pasaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki y el optimismo tecnológico de la ciencia ficción campbelliana le debe haber resultado algo infantil, igual que su propio entusiasmo por el género que había leído desde chico y conocía muy bien. Es uno de esos momentos felices donde el estado de ánimo de un escritor coincide en algunos aspectos con un espíritu más generalizado. Entonces, con su vocación de escritor realista a cuestas, Dick se mete en el mundillo de las revistas de ciencia ficción. Pero a diferencia del 90% de los escritores -para seguir el teorema de Surgeon-, no se limita a copiar las fórmulas establecidas del género, que habían sido prescriptas por el omnipresente Campbell, sino que las elabora en su propio idioma. Roog es un cuento fallido quizás porque la antinomia realismo/ciencia ficción que plantea es irrelevante, como ya conversamos acá. Sin embargo me interesa el gesto de un escritor que ingresa en un género violentando sus principios más elementales: en Roog no hay ciencia, no hay tecnología y ni siquiera se produce algún hecho fantástico. El truco, que es una especie de truco de prestidigitador, más que de mago, es contar la historia desde el punto de vista de un perro como si fuera ciencia ficción. Los basureros, desde la mirada del perro, aparecen como extraterrestres o astronautas. Le salió bien, porque el cuento fue publicado. Claro que esto no alcanza para que sea un buen cuento, pero es sólo el primero. Vayamos a otro, que tampoco es de los mejores. El hombre dorado, publicado por la revista If en 1954. El tema del cuento son los mutantes, o mejor dicho uno en particular, el del título. Tomo a este cuento sólo como ejemplo, porque el tema es abordado por Dick en muchos otros cuentos y más tarde también en sus novelas. Hasta donde yo sé, el escritor que introduce a los mutantes en la ciencia ficción es el inglés Olaf Stapledon en la novela de 1934 Juan Raro, que Minotauro edita durante los años cincuenta en Argentina. Otras grandes novelas sobre mutantes son Más que humano de Theodore Sturgeon y El hombre demolido de Alfred Bester, las dos de 1953. Los mutantes eran uno de los temas preferidos de John Campbell, que podía ser considerado de todo menos un positivista como algunos de sus escritores más exitosos y prolíficos. El mutante representa para él un paso adelante en la evolución del ser humano. Nada que ver con los mutantes posnucleares de la película Las colinas tienen ojos de Wes Craven. La mutación no es tanto física como mental: precognición, telepatía, poderes telekinéticos. Para Campbell son seres humanos mejorados, Übermensche. ¿Cómo se concilia esto con el supuesto cientificismo del inspirador de la ciencia ficción clásica? El mutante solía ser presentado como un eslabón superior en la cadena evolutiva, algo que se podía pasar de contrabando con la teoría de la evolución de las especies de Darwin. El propio Asimov se permite dudar de la fe democrática y liberal de Campbell, aunque no profundiza en el tema. No creo que fuera un nazi, pero filosóficamente parece bastante cercano a Nietzsche, en especial en esta obsesión con los superhombres/mutantes. Busco en Wikipedia y no me extraña leer que Campbell fue una de las influencias de Jerry Siegel y Joe Schuster en la creación de Superman, con el personaje Aarn Munro de su novela The mightiest machine, una space opera publicada por entregas a comienzos de la década del 30, antes de su etapa como editor. Aunque Superman -igual que, al parecer, Aarn Munro- no es un mutante, reúne las características que según Dick debían tener los mutantes de Campbell: 1) ser buenos y 2) estar al mando de la situación. En El hombre dorado, entonces, Dick invierte la fórmula: escribe un cuento sobre un mutante sin inteligencia, que en lugar de usar sus facultades -físicas y psíquicas- para conducir a la humanidad hacia un futuro mejor, tiene la capacidad de destruirla. Para un paranoico como Dick, todo aquel que tiene algún poder sobre los otros, lo utiliza para ejercer la destrucción y el mal. Es natural entonces que le resultaran una amenaza las facultades paranormales de los mutantes. De esta manera abre el camino para toda una serie de mutantes psíquicos que utilizan sus poderes para la destrucción, con Carrie de Stephen King a la cabeza. Encuentro este tipo de operaciones en casi todos los cuentos de Dick en sus primeros diez o quince años como escritor profesional que escribe cuentos y los vende a las revistas del género. Ya hablamos también de La colonia, cuyo tema son los exploradores en planetas desconocidos. Otra obsesión campbelliana son los extraterrestres, que en la space opera tenían aspecto humanoide y en la ciencia ficción clásica, según el modelo de Stanley Weinbaum en Una odisea marciana, se mueven de acuerdo a una legalidad y tienen un organismo que no se parece en absoluto a los de los hombres. Dick escribe un montón de cuentos donde los extraterrestres aparecen como enanos verdes burdos y caricaturescos, más parecidos a los Gremlins de Joe Dante que al muy complejo Tweel, la criatura marciana que Weinbaum describe con esmero y fascinación. Es como si Dick se obstinara, durante esta etapa, en poner en tela de juicio todos y cada uno de los tópicos del género que se cristalizó durante la edad de oro de la ciencia ficción. Lo que me resulta fascinante es que lo hace desde adentro, como si quisiera descubrir qué es lo que queda en pie después de una destrucción tan precisa y meticulosa. Más allá de las imperfecciones que puedan tener estos cuentos, vistos en conjunto parecen una bomba atómica lanzada al corazón de la ciencia ficción que Dick consumió en sus años de formación, y que en aquel entonces se había transformado en un género agónico, lleno de fórmulas y escritores que se conducían como dinosaurios. Esa es la energía vital, renovadora, con que Dick ingresa en la literatura. Es un infiltrado que tira todo abajo y revela, en su escritura, lo que hay detrás de un género que se estaba anquilosando en un sistema cerrado de revistas, editores y escritores fetiche. Lo que descubre con esta actitud titánica, creo, es una racionalidad que es propia de la ciencia ficción. La forma de la ciencia ficción, una vez más, que estaba desbordada por el contenido ripioso del pulp. Después está esa famosa definición que alguna vez hizo y que me parece muy precisa: “el cuento trata sobre un crimen mientras que la novela trata sobre un criminal”. La víctima de ese crimen, en los primeros cuentos de Dick, es siempre la misma: la ciencia ficción clásica. (¿El criminal, entonces, es él?) En los años siguientes abandona el ritmo frenético de escritura y publicación de cuentos y se pasa a las novelas, donde canibaliza mucho de lo que había escrito antes. Pero hay algunos cuentos de sus últimos años que me parecen geniales, como La mente alien, La fe de nuestros padres, Quisiera llegar pronto y sobre todo La hormiga eléctrica, que para mí está a la altura de sus mejores novelas.////PACO