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Terra: Creo que las dos misiones de un narrador, novelista o cuentista, son, primero, luchar contra la entropía, trabajar para hallar un sentido, y, segundo, abrir un espacio de encuentro, generar un lugar donde puedas evitar o morigerar el equívoco, donde aprendas a simbolizar bien para bajar tu nivel de agresividad, donde te ayuden a tolerar al idiota y a escarmentar al malo. Bien visto son movimientos complementarios, casi el mismo movimiento, aunque hay narradores muy pesimistas que logran lo segundo pero mezclado con la destrucción de todo. Son infantiles pero enfáticos, muy románticos. Podemos pensar en Celine, en Barón Biza, por poner dos ejemplos, en esos personajes de corte, digamos nietzscheano. Hay otros novelistas que dicen luchar por sus comunidades pero no logran hacer lo segundo, no logran esa empatía necesaria del lector, no lo acompañan, lo aburren, lo destratan. Y desde luego hay novelistas muy buenos que no les interesa nada de esto,por lo general están más inclinados a lo segundo, y yo puedo ver su calidad pero siempre siento que les falta algo. Dick no solo cumple estos dos movimientos, va más allá y los tematiza, los hace el centro de su obra. Dick se preocupa por su comunidad, la comunidad humana, la pone a prueba, le muestra sus límites, le muestra que puede deshumanizarse y suicidarse, y también aporta el concepto de caritas, que no es de su invención, ni mucho menos, pero que él introduce como la esencia de humano contra lo no humano y me parece que todavía tiene su razón de ser entre nosotros. Esto que digo de alertar sobre peligros que pueden atacar a la comunidad y al mismo tiempo seducir al lector dándole un lugar para cultivar su yo puede parecer banal o demodé pero está en la esencia de Ubik y de El hombre en el castillo y en Sueñan los androides, que son mis novelas preferidas de Dick, las que releo cada tanto. Y a El hombre en el castillo la plagié descaradamente para escribir El vampiro argentino, quizás la novela que más trabajo me costó y en la que puse todo lo que sabía y toda mi concentración y que casi nadie leyó.
Robles: Me fui a vivir solo a los veinte años, sin un proyecto muy claro ni realista de supervivencia. Alquilé un monoambiente sobre avenida Corrientes, casi esquina Paraná. Venía de Villa Ballester y vivir ahí era una revancha después de tantos años de colectivo y tren para llegar a la ciudad. Pero sobre todo era una forma de escapar de la mentalidad de conurbano, de la comunidad alemana, de los amigos del colegio que ya no quería seguir viendo. Yo era adulto y había dado una vuelta de página. De ahora en más las cosas iban a ser de otra manera, como en un libro de aventuras. Lo pensaba en esos términos que ahora me suenan pretenciosos e ingenuos. Iba a fiestas de estudiantes de teatro, mis amigos venían a hacer la previa de las salidas al monoambiente, me emborrachaba seguido y sin culpa. Pero agarré la avenida Corrientes en un proceso de entropía que hasta entonces me había parecido imposible. Terminaban los noventa, De La Rúa ya trastabillaba, a la noche salía el lumpenaje a cartonear o a fisurar en el cordón de la vereda. Recuerdo a la avenida sucia, mal iluminada. Las marquesinas que yo había visto desde lejos, con ingenuidad de chico de provincia, estaban apagadas o no estaban. En el edificio vivían putas, tipos con olor a bife, viejas chotas y madres solteras. En planta baja había un local que fabricaba chocolates de medio pelo y los vendía en cajas pretenciosas, como si fueran objetos de lujo. Todos los meses le pedía plata a mi vieja para subsistir. Dejé la facultad. Trabajaba en un call center. Mi aventura había fracasado y no tenía adonde volver, muchos se iban del país, todo se derrumbaba. Un sábado a la tarde encontré un billete de cincuenta pesos en el bolsillo de un pantalón que no me ponía desde la mudanza. Decidí que no los iba a usar para comer, que era el destino de casi todo el efectivo que llegaba a mis manos, sino para comprar libros por Corrientes. No lo había hecho desde que vivía en Villa Ballester. Tampoco había estado leyendo mucho en los últimos tiempos. Me compré los dos tomos de La historia de la locura en la época clásica, de Michel Foucault, y Ubik de Philip K. Dick en la vieja edición de Hyspamérica, en una librería de usados y saldos que liquidaba el stock por cierre inminente. Nunca leí el de Foucault, pero al de Dick lo terminé esa misma noche. Creo que Ubik, igual que el aerosol del título, es un libro que revierte la entropía. Es una creencia mística, por supuesto. No está fundada en ningún hecho, sólo en el recuerdo de esa noche en el monoambiente que tuve que dejar poco tiempo después.
Terra: Me parece una lectura demasiado pesimista. Aunque acuso recibo sobre la visión del cartoneo, la angustia y la previa del 2001 porque la recuerdo muy bien y la describís con precisión. Y el final de Ubik también es demasiado pesimista. Todos nos descomponemos, todo el tiempo. Todos nos morimos a un día por vez. Las células de nuestro cuerpo se mueren y se degradan, la tierra se agota, el aire se contamina, la fuerza se nivela, las naciones se hacen viejas y desaparecen. La muerte está en todo y es la última gran garantía. Algún día el sol también se va a apagar y nos quedaremos a oscuras en el frío. Si juntás todos los colores de la plastilina y los mezcla lo que queda es una gran masa de color marrón grisáceo. Sí, todo tiende al residuo, a lo excrementicio, a la estabilidad de lo inútil, lo yermo y lo infértil. Y como somos muy conscientes de eso hay que rescatar los momentos de clarificación, de fuerza, de alianza. La clave de tu relato es la esperanza inicial pero sobre todo el momento de lectura. Es la mejor respuesta a por qué leemos y por qué escribimos. La respuesta es porque estamos solos, aislados y necesitamos saber que existe algo más. Y cuando leemos lo comprobamos. Existe algo más, existen otros que se nos parecen. Recién fui a la biblioteca a ver mis libros de Dick y encontré una traducción al portugués, Os três estigmas de Palmer Eldritch, una edición de 1985, con una tapa horrible que no puedo ni empezar a describir. La contratapa comienza con una frase: “O inferno é un futuro no espaço.” Lo compré en un viaje a Rio de Janeiro que hice en el 2000, justo al borde de la devaluación. Brasil había devaluado y los libros usados estaban muy baratos. ¿Por qué compré ese Palmer Eldritch? No sé. Lo vi y lo compré. No hay nada que lo justifique. Ya tenía una edición en español en casa, y esta edición no es nada especial. Y jamás la leí. De hecho, estuve intentando ahora y la verdad es que es bastante dificil leer a Dick en portugués. No porque sea dificil la lengua. Dick es claro en cualquier idioma si lo conocés incluso de manera rudimentaria y yo leo sin problemas en portugués. Pero hay algo que no pega. Pero lo compré y ahí está el libro y lo estoy leyendo y ahí están las descripciones de esos paisajes recalentados por el sol, de ese espacio público que no se puede transitar durante el mediodía, y me acuerdo de ese viaje a Brasil y de tantos otros. Al final entiendo que eso en un autor es muy valorable, ese espacio de encuentro que genera. Dick en Rio de janeiro. ¿Qué tal? Ahora me acuerdo que después de comprar el libro viajé en balsa a Niteroi, del otro lado de la Bahía de Guanabara, para conocer el museo de arte contemporáneo que diseñó Niemeyer y ahí encontré algo que podía relacionarse con la ciencia ficción a la vez sofisticada y excéntrica de las novelas de Dick. Habría que ver qué leen los húngaros, los rusos, los rumanos, los japoneses y los chinos en él, qué paisajes y qué edificios de esos países puede contenerlo o potenciarlo. Aunque no hay que irse tan lejos, seguro que también hay ediciones peruanas y colombianas. Dicho esto vuelvo al pesimismo. Creo que es facilista. El pesimista siempre gana porque como dijimos la muerte es una garantía irreversible. Creo que el verdadero desafío es encontrar los momentos de encuentro. Cuando Sartre dice que el infierno son los otros, enseguida lo entendemos y sonreímos. Quién no sintió alguna vez que la neurosis ajena como la radio del vecino venía a condicionar nuestra paz interior… Pero en el fondo de la frase brilla con mucha claridad la jugada fácil del pesimismo. Creo que el final de Ubik a Dick le quedó un poco más pesimista de lo que en realidad era y podemos leer en su obra y eso se debe a que el pesimismo, en un punto, nos ayuda a narrar, nos resuelve problemas de orden formal. Es el final, la lucidez de un final, la revelación cotidiana de la entropía, diríamos, pero también tiene ese facilismo al que se le ven las costuras. El pesimismo como recurso no me conmueve.
Robles: Es verdad que el final de Ubik es pesimista, pero yo no lo puedo creer del todo. Esa última vuelta de tuerca, en la que Joe Chip encuentra la moneda con su cara, rompe la lógica del relato que durante toda la novela se mantiene bastante coherente para los parámetros de Dick. Esa idea de coherencia o de consistencia lógica como algo propio de la ciencia ficción clásica. Al principio o al final del cuento o novela, el narrador enuncia, sugiere o revela una o varias hipótesis científicas, más bien pseudo científicas, que explican el mundo en que se desarrolla el relato. Por ejemplo, en Ubik: “en la semivida las cosas tienden a su disolución”, o “es posible que una persona viva se manifieste en la semivida de otros”. Es lo que viene al final de un relato escrito con mucha conciencia de su ritmo narrativo y sus cambios de velocidad. En pocos escritores encuentro tan evidente un método de escritura que consiste en, básicamente, tirar hacia adelante y ver qué pasa. Me siento identificado con esa manera de escribir. Como para cualquier escritor místico, para Dick la escritura es una fuerza que lo impulsa hacia adelante, en busca de algún descubrimiento que ilumine y cambie el rumbo de la trama. Ese vértigo lo lleva a dejar cabos sueltos por todas partes, e incluso a publicar novelas que un lector no iniciado en Dick puede llegar a considerar fallidas. Puse “místico” pero también podría haber puesto “melancólico”, que es su otro gran motor narrativo, porque cualquiera sabe -o al menos Dick sabía- que la única manera de escapar de la entropía es hacerlo rápido y hacia adelante. La máquina del tiempo funciona en una sola dirección. Entonces Dick mete un giro detrás de otro y en Ubik la maravilla es que todos funcionan bien, excepto el último. Ese pesimismo final al que aludís me resulta un poco disonante, o mal puesto, como si Dick no hubiera podido evitar pasarse de rosca, o como si hubiera querido escapar al cierre narrativo perfecto que le ofrecía el anteúltimo párrafo del libro. Ese tipo de “desprolijidad” era lo que más valoraba Lem en Dick (Lem es una especie de caníbal, se quiso comer crudos a todos los escritores anglosajones de ciencia ficción excepto a Dick… al menos en una novela lo consiguió, después lo volvió a intentar pero ya no le salió tan bien). ¿Qué le pasó a Dick en Ubik? Yo creo que tuvo su primer encuentro con Dios. Lo encontró en un giro de la trama, después de tanto escribir y escapar hacia adelante. Hay dos grandes búsquedas en la obra de Dick: el Bien y el Mal. Al Mal lo encuentra primero. Aparece bastante nítido en Los tres estigmas de Palmer Eldritch y es escalofriante. Palmer Eldritch es un comerciante intergaláctico que viaja al sistema solar de Próxima y vuelve años después transformado en el demonio. Empieza a distribuir una droga, la Chew-Z, cuya propiedad consiste en alterar para siempre las percepciones de sus consumidores. Parafraseandote, Palmer Eldritch representa el fin de la Modernidad, la muerte del sujeto crítico: con la facilidad de un villano del pulp, y casi con sus mismos gestos y recursos caricaturescos, se transforma en una especie de titiritero que manipula las conciencias de los otros personajes del libro. A diferencia de Ubik esta es una novela ripiosa, con una primera mitad compleja y sin rumbo aparente, que encuentra su cauce cuando empieza a actuar Palmer Eldritch. En Ubik ese Mal está personificado por Jory, el chico travieso en semivida que acelera la entropía. Y después está la gran novela metafísica de Dick, que es Valis. Las dos novelas donde Dick encuentra a Dios lo llevan en el título. No es para menos. Un Dios mudo, impersonal, que a mí me resulta inquietante. Ubik es un aerosol. Valis es Sistema de Vasta Inteligencia Viva (Sivainvi, en español), un satélite espía de origen extraterrestre que le transmite al protagonista información sobre la verdadera naturaleza del universo. Lo hace a través de un rayo láser de color rosado. Son agentes benévolos que buscan detener la entropía, en un caso, y revelar la verdad detrás de las apariencias, en el otro. El Bien y el Mal, que en un realista como Dostoievski tienen una dimensión moral, en Dick adquieren una naturaleza metafísica. En algún lugar, creo que en Wikipedia, leí que caracterizaban a Dick como un escritor posmoderno y en realidad es exactamente lo contrario. Casi un gnóstico, definitivamente un premoderno, pasado por el tamiz de la ciencia ficción. La paradoja es que eso lo vuelva tan actual, tan revulsivo y vigente. Por esta razón mis novelas preferidas de él son Ubik, Valis y Los tres estigmas de Palmer Eldritch, las que encaran estos temas de manera más arriesgada y frontal./////PACO