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Terra: Marcas directas de Dick pueden verse en Help a él de Fogwill. ¿Pensás que Borges realmente lo influenció? Trabajemos un poco las influencias de Dick. Creo que es un ejercicio que vale el esfuerzo.
Robles: Hay uno medio desconocido que no es interesante por sí mismo, sino por cómo lo reelabora Dick. A.E. Van Vogt, un escritor de space operas y de novelas y cuentos bastante clásicos de ciencia ficción. El tipo tenía una regla que era: meter una vuelta de tuerca cada 400 palabras para mantener en vilo al lector. Yo me fumé una novela entera y es así, aunque bastante básico. Dick dice que lo seguía como a un maestro (podemos buscar el texto donde lo dice, creo que está en algún tomo de los Cuentos Completos). Sólo que en lugar de meter una vuelta de tuerca tirada de los pelos, Dick cambia toda la realidad. Habría que hacer la cuenta, pero creo que en Ubik debe ser cada 400 palabras más o menos, como decía Van Vogt.
Terra: ¿Sería como un mecanismo para no fallar en el mercado? Supongo que sí pero ¿hasta qué punto se pueden separar mercado y lectura? Y esto es algo que se engancha con los del otro día, separar mercado y literatura me parece un error epistemológico y casi una falta de respeto. Pasa algo parecido al contrafáctico de Roberto Arlt. “Ay, si no hubiera sido tan bruto, si hubiera estudiado…” No sé, no sirve. Hay algo de consuelo, quizás, de autoexcusa. Como veo a Dick como un tardopredicador cristiano, el mercado y su presión me resultan algo inevitable y nuclear. El predicador es lo contrario del autista, de la torre de cristal. El predicador sale a predicar la mercado, a la feria, va hacia la masa, habla en la esquina, puede hacer como Pablo un poco de magia, o incluso cantar una canción que no es sacra para convocar la atención de los viandantes. Como anglicano de california, Dick conocía muy bien estas presiones, esos desafíos. Yo lo veo como un tipo austero y no creo que haya “escrito para comer”, aunque por supuesto escribir era su trabajo. Pero él Iba hacia ahí. Era una elección. Dick iba hacia la feria de las vanidades a decir su verdad que justamente tenía que ver con llevar conciencia sobre algunos procedimientos que opacaban la caridad. Si uno piensa que la iglesia episcopal de los Estados Unidos fue fundada en 1789 como consecuencia de la proclamación de la independencia, Dick es un predicador nuevo, un predicador moderno, que nace con las revoluciones burguesas y la era de las máquinas. Wikipedia dice que el nombre legal del cuerpo corporativo de la iglesia es la “Sociedad Misionera Nacional y Extranjera de la Iglesia Episcopal Protestante de los Estados Unidos de América.” ¿Podemos leer la idea de “misionar” en Dick? Yo creo que sí. Y no me parece un detalle menor que el Libro de Oración Común de la Iglesia Episcopal fuera actualizado por última vez en 1979. Supongo que con el tiempo el predicador, lentamente, se va convirtiendo en profeta. Otro tema importante en Dick que va de la mano con su misticismo: su liberalismo político, propio de la guerra fría pero que quizás la excede. En La Fe de nuestros padres, por ejemplo, el gobierno centralizado y totalitario aparece dominado por un dios muy lovecraftiano. El cuento es una especie de Lovecraft más lucha contra el comunismo.
Robles: Creo que la psicosis en Dick era una consecuencia lógica de las ficciones que escribió. Tenía que volverse loco, mesiánico, predicador, de la misma manera en que San Anselmo concluyó la existencia de Dios: una idea tan grande excluye la posibilidad de haber sido creada por su propia mente. En otras palabras: si después de doscientos cuentos y cuarenta novelas que hablan sobre el carácter ficcional de la realidad no creés que existe una verdad que se mantiene firme más allá de las apariencias, ¿cómo podés seguir escribiendo? Aunque esa verdad sea que el Imperio Romano no cayó. Pero el germen de esto ya venía de antes. Insisto sobre este punto porque me parece fascinante. Hay un ejemplo muy ilustrativo de cómo Dick trabaja con la ciencia ficción. Está en el cuento La colonia, uno de los primeros que publicó, a mediados de la década de 1950. El cuento tiene una estructura argumental que ya era clásica en la edad de oro de la ciencia ficción:
– Un grupo de exploradores llega a un planeta cuyas características se desconocen, o se conocen muy poco.
– Al llegar se encuentran con un fenómeno extraño que no saben cómo explicar. A lo largo del relato se arriesgan diferentes hipótesis explicativas.
– En el final de los relatos queda en evidencia la racionalidad de esos «seres» que habitan el planeta desconocido. Y los protagonistas son víctimas de esa revelación.
O sea, igual que en el policial, el procedimiento es científico, inductivo: aparecen una serie de criaturas o sucesos que no tienen una racionalidad aparente y que la van encontrando a lo largo del relato. Otros ejemplos de este esquema argumental son La tercera expedición de Ray Bradbury, Los cáiganse muertos de Clifford Simak, Equipo de recolección de Robert Silverberg. Hay miles. Incluso Lem lo reversiona en Solaris, otra obra que subvierte algunos tópicos de la ciencia ficción, de una manera más sutil y lírica que Dick, pero también más limitada, quizás porque en el fondo Lem desprecia la tradición de la que Dick forma parte. ¿Qué introduce Dick dentro de este esquema clásico y mil veces explorado? Los extraterrestres, en ese cuento temprano, muy lejos todavía de su época de predicador, no son criaturas con una estrategia de defensa o una biología particulares que el escritor se ocupa de narrar como si él mismo fuera un explorador desconcertado, sino que son objetos que se duplican y generan el caos dentro del grupo de astronautas y colonizadores. Los personajes dudan de sus propias percepciones, pero no de la manera ingenua en que lo hacen los personajes de Bradbury en La tercera expedición, donde “eligen” creer que las visiones de sus parientes muertos pertenecen a algún orden de lo real, sino en un sentido que los conduce a una fundada -y por eso, todavía más inquietante- paranoia. La racionalidad, como muchas veces en Dick, lleva a un callejón sin salida. Es como una trampa china para los dedos: cada movimiento que hacés para escaparte te atrapa un poco más.
Terra: Bien, esa operación de lectura y reescritura me parece clara y al mismo tiempo inteligente, poderosa. Vuelvo con la misma pregunta: ¿leía Dick a Borges en las calurosas noches de verano de la Costa Oeste? William Gibson dice que leyó Tlön, Uqbar, Orbis Tertius en una antología de ciencia ficción latinoamericana. Me imagino que para un escritor estadounidense leer ciencia ficción latinoamericana debe ser por lo menos una experiencia exótica. No necesariamente kitsch pero si encima pensamos que lo hizo quizás en la década del 60 o del 70… También es posible que lo haya leído y no le significó gran cosa. Estuve buscando a ver si hay alguna referencia. No encontré nada. Quizás exista. Pero si bien sus literaturas tienen mucha afinidad, Dick era un hombre joven de San Francisco que escuchaba rock, un barbudo, un místico que manejaba solo y drogado por las autopistas de California, y Borges, un viejo, siempre viejo, más allá de la edad, que caminaba recordando a Chesterton por los arrabales de Buenos Aires. Padecían y disfrutaban formas diferentes de melancolía. Recuerdo acá parte de la lista que hicimos de “precursores.” Hay algunos que no sabría ni por dónde empezar: Karel Capek, Mary Shelley, Gustav Meyrink, Parménides, Erich Maria Remarque. No sé si te gustaría retomar alguno de estos nombres.
Robles: Yo también los veo muy diferentes, a pesar de las obras afines. La melancolía de Borges me parece más suave y contenida que la de Dick, que es más amarga y arrasa con todo. A Karel Capek, Mary Shelley y Gustav Meyrink los mencionamos como precursores del tema del robot, que es en realidad un tópico de la ciencia ficción que Philip Dick reelabora a su manera. Podríamos sumar también a Isaac Asimov, que es quizás el escritor que más trabajó el tema desde la época dorada del género. En la contratapa del libro de Luciano Alonso sobre Dick vos tirás una definición que me gusta mucho: “Así como Harold Bloom le atribuye a Shakespeare la formulación de lo que consideramos humano en Occidente, podríamos decir que Dick es el Shakespeare de lo no humano” (cito de memoria, estaba mejor escrito pero el sentido era ese). En un artículo que nunca voy a escribir, me gustaría trazar una evolución de lo no humano de Shelley a Dick. El artículo se llamaría: “el sentido de lo no humano”. Karel Capek, el inventor del término “robot”, y Meyrink con El golem son instancias menores dentro de ese recorrido. Frankenstein podría ser considerada, en muchos sentidos, como la primera novela de ciencia ficción. Muchos elementos ya están ahí: el científico medio chiflado, la ciencia como herramienta prometeica, la rebelión de la criatura hacia su creador. Muy bíblico todo. ¿Qué le exige la criatura a su creador? Una compañera. “Si vas a jugar a Dios, entonces hacela completa.” Lo humano para Shelley es el amor. Muchos años después, Dick habla de la caritas, la empatía, que es otra manera de decir lo mismo. ¿No? La empatía como la capacidad de ponerse en lugar de otro, que es una manera muy hermosa de caracterizar a la humanidad y al amor, pero también a la imaginación como lo esencialmente humano. Tenían que pasar todavía los más de cien años que van de Mary Shelley hasta Dick para que esos despojos orgánicos robados de cementerios se transformaran en circuitos, cintas y placas de metal. Lo único humano, al final de ese proceso, es la forma, y a medida que la criatura se deshumaniza, deviene androide, se vuelve también más fuerte su exigencia de humanidad. No podemos concebir una conciencia no humana, que es lo que de algún modo señala Lem en Solaris. Los androides de Dick en ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, por ejemplo, son psicópatas, como los asesinos seriales. ¿Y para qué mata un asesino serial? Para sentir, pero la empresa es siempre fallida, nunca es suficiente, porque esa búsqueda de la emoción, que sería lo humano -lo auténtico- en ellos mismos, los aleja para siempre de la humanidad. La exigencia de completitud, entonces, parece ser algo propio de la conciencia. Shelley es más piadosa con su criatura que Dick con sus androides, porque le deja una instancia de apelación. De hecho la propia novela lleva el nombre del creador: el doctor Frankenstein. Y la criatura va y le reclama. ¿A quién le va a reclamar algo el androide de La hormiga eléctrica? Al viento sordo de la nada. Nació con la conciencia herida, y así se queda para siempre. Cada vez que leo ese cuento me pasa lo mismo: siento empatía por ese androide. Aunque no lo sepa, el monstruo de Frankenstein tiene suerte. ¿A quién le vamos a reclamar algo nosotros mismos, humanos, incompletos? Somos, también, los androides de Dick. Al lado de este desarrollo los robots de Asimov me parecen algo insulso, infantil. En El hombre bicentenario, por ejemplo, pone a un robot que va a los tribunales para que lo declaren humano. Una boludez importante -perdón Gogui-, que sin embargo tiene sentido en la mente liberal y racionalista de un tipo como Asimov, donde todo es orden y armonía. El cuento se deja leer porque Asimov es un narrador decente y porque uno, por momentos, quisiera volver a la ingenuidad con que lo leía a los dieciséis. Creo que Dick les dedica a Asimov todos sus robots aunque hasta donde yo sé nunca lo mencionó, ni Asimov a él. A Parménides, igual que a Heráclito, lo habíamos incluído como precursor por esta idea de que los sentidos engañan y que la realidad que percibimos a través de los sentidos es falsa. Un buen ejercicio dickiano es leer el poema de Parménides sobre el ser con ojos de ciencia ficción. Casi toda la obra de Dick entra ahí, en especial las novelas místico religiosas del final, tipo Valis. Lo de Erich Maria Remarque era casi una curiosidad: las escenas de entropía que presenta Dick en algunas novelas (Tiempo de marte, por ejemplo) parecen sacadas de las trincheras de la primera guerra mundial en Sin novedad en el frente. El propio Palmer Eldritch se le presenta a Dick como la visión alucinatoria de una máscara antigás de la Primera Guerra en el cielo. Parece ser que el padre de Dick combatió en esa guerra… pero no sé si todo esto alcanza como para señalar a Remarque como un precursor. Creo que alguien, seguramente Capanna, lo menciona en alguna parte. Me da más curiosidad lo de John Le Carré, que habías puesto vos.
Terra: Sí, John Le Carré y la paranoia me parece que están en Dick, o al menos yo a partir de mis lecturas, que están lejos de ser exhaustivas, los relacionan. Cada tanto volvemos al pequeño estremecimiento del policial, ¿no? Cada tanto aparecen el “boom de la novela negra.” La novela negra me interesa, puede ser, pero el policial, ya desde el nombre me genera rechazo. Y los editores siguen ese hilo como si hubiera algo al final. Creo que Dick toma de la novela negra, todos sus protagonistas son hermosos perdedores, pero como escribe en plena guerra fría y sus tramas trabajan con la sospecha permanente me parece más útil, más productivo. La novela de espías, sin llegar a la estetización que hace Borges citando a Conrad, la novela de espías pulp, la bestsellerista, siempre me resulta más interesante y afín que el policial, berreta o de calidad. Y el tema central ahí es la paranoia. Escribí ya sobre la imposibilidad del escritor argentino de lidiar con el cuerpo surrealista policial de este país, pero la paranoia es muy afín al entramado psicológico mental. Vas a Bolivia, por ejemplo, y la paranoia no existe de esa manera. Sus estados mentales son otros, ni mejores, ni peores, pero son otros. En la Argentina, y sobre todo en la Argentina urbanizada, el gesto paranoide está generalizado y afianzado. Por eso Dick impacta, creo. Hay mucho lector de Dick en Buenos Aires, ¿no? La novela de espías me gusta mucho, la novela de la sospecha, la novela del entramado por atrás, la novela donde el contexto lo decide otro, donde hay un mecanismo que no se ve pero que se sospecha o imagina. El consejo “si querés aprender a escribir novelas, escribí una novela policial” me parece que se debería reformular en “si querés aprender a escribir novelas, escribí una de espías”, aunque también podría ser “si querés aprender a escribir novelas, lee a Dick.”////PACO