«La tinta es mi sangre. Dibujo por mi propio bien y para mi placer. Soy una residente a largo plazo en Europa, divido mi tiempo entre la cocina y mi estudio”.
 Con esas pocas palabras se presenta al mundo Apollonia Saintclair, una enigmática ilustradora, especializada en el arte erótico, que decidió preservar los datos básicos y necesarios, según las exigencias biográficas, para que los grandes protagonistas sean sus trabajos. “Estoy convencida de que mis dibujos son más importantes que yo. Si llegan al público, es debido a las emociones que llevan y no por cualquier información sobre el autor”, explica y agrega que “el sexo en mi trabajo tiende a atraer admiradores que a menudo me confunden con mis diseños”.

Apollonia Saintclair (L’escale à Monastirion - Stopover in Monastirion)

Lejos de tomarse esto como un no hacerse cargo, hay una pequeña línea de reafirmación de su identidad.

Lejos de tomarse esto como un no hacerse cargo, hay una pequeña línea de reafirmación de su identidad. En ese misterio que impone, hay un goce latiendo, hay otra fantasía, sobrevolando las fantasías ilustradas, que responde a la ambición de control, algo que suena al famoso y encantador “putita pero no tuya” o “putita pero hasta acá”. Partiendo de esa marcada territorial, el cerebro detrás de Apollonia no le escatima nada a su alter ego que, de manera desafiante, lo traduce y configura un identikit sin matiz de la artista. Incluso pudiendo haber una fantasía de ser otro, no existe una despersonalización, por el contrario, hay una reafirmación de su “Yo soy” que entiende bien las reglas del juego.

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También son tiempos en los que la búsqueda de la igualdad y las ambiciones se volvieron cazadoras de las propias identificaciones.

En estos tiempos en los que es moneda corriente leer que todos son “el otro”, y que por lo general ese “otro” nace de una situación extrema, conformando así una figura de víctima, acá no hay lugar a eso, no hay un esconderse ni una suplencia, hay una elección. También son tiempos en los que la búsqueda de la igualdad, de una manera muy necia, y las ambiciones, con muy malas interpretaciones, del empoderamiento y de la unidad, se volvieron cazadoras de las propias identificaciones agraciadas que la naturaleza nos brinda a hombres y mujeres, entonces, darse a conocer desde la vivencia de la sexualidad resulta genuino y magnético.

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El “Yo soy Tal (víctima de algo)” no tiene un contenido real ni se sostiene en una acción vital, roza, aun más, el vaciamiento, de lo ya de por sí vacío, que es el sentido social de lo caritativo y, más aun, en la era de las redes sociales. ¿Por qué no puedo empatizar desde mí? ¿No es mejor, y hasta urgente, acaso, estar Yo presente y no a través del simbolismo? Pasa lo mismo en la masividad uniforme que traería el efecto de ese ser “el otro” y potenciar así la igualdad, porque lo que se disuelve, en esa utopía, no es el género opuesto ni los estigmas culturales ni las diferencias sociales, entre otras cuestiones y visiones opresivas, lo que se disuelve en esa unidad es el placer.

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Parecen no haber entendido ese verso crudo de Bukowski rezando “la paz permanente de la vida, es la paz permanente de la muerte”.

Parecen no haber entendido ese verso crudo de Bukowski rezando “la paz permanente de la vida, es la paz permanente de la muerte”. Siguiendo ese espíritu, atrás del nombre ficticio y el misterio biográfico de la ilustradora, hay una mente vocera de zonas erógenas que busca hacer la diferencia y sostener la belleza en eso, desarmonizando lo que entendemos como normal.

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Saintclair juega a contrastar los límites de lo perverso y lo suave, de lo fantástico y de lo real, en definitiva, de lo que el cuerpo pide y que ella atiende. En su gran mayoría, esos cuerpos pedigüeños, son femeninos y, por lo general, actúan solitariamente pero alimentando su libido con el espacio que los rodea. Pero hay más, mucho más, también nos ofrece mujeres con animales, con la naturaleza, con otras mujeres y con hombres.

Si bien ella cree que la mujer, a lo largo de la historia del arte, ocupó un lugar muy dual, rebotando siempre en posturas que exigen piedad o siendo ubicadas en un lugar de putas y/o menospreciadas, la artista explica su preferencia por dibujar mujeres a partir de que “las fantasías femeninas son eminentemente complejas y, por lo tanto, eminentemente interesantes de representar”. Por eso, el gran protagonista de su obra, más allá de los géneros y especies, es el placer en sí mismo y su erosión urbana, visibilizándolo, marcando su ritmo, volviéndose un hábito más.
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¿Será que las igualdades vienen de la mano del goce y la diferenciación indispensable emerge del deseo?

¿Será que las igualdades vienen de la mano del goce y la diferenciación indispensable emerge del deseo? En ese primer panorama, lo que se ve flameando alto en el horizonte de su obra, es la bandera de la autoexploración, de la concreción y el disfrute, irrumpiendo todo tipo de escenario, rompiendo paisajes y situaciones cotidianas. Lo íntimo no necesariamente aplica a lo privado, y eso legitima la actividad sexual como un hábito más de rutina, como quien va a comprar unos puchos y vuelve, pero en el medio, se regaló un orgasmo, para nada apurado, consciente y en plenitud, y estuvo todo bien. Así de espontáneo lo plantean sus dibujos.

Desde un trazo firme, con una estética simple, por lo general sin colores y con una técnica que cabalga el espíritu del cómic, que coquetea con lo pulp y roza la pornografía, las criaturas de Apollonia salen agraciadas a la ciudad sabiendo que en su pulsión está el destino y que todo lo que encuentren en su camino, es un “ticket to ride” a nuevos deleites. Con Moebius y Milo Manara como principales faros, dos de los más grandes ilustradores que han sabido marcar historia en el género erótico y a quienes declara como “Leonardo y Caravaggio en los cómics”, sus dibujos también denotan grandes influencias literarias, estimuladas por Anaïs Nin, Henry Miller, Marqués de Sade y Apollinaire (cualquier sonido similar a su nombre artístico, no es pura coincidencia).

“El sexo está en la mente de todos. El mundo se divide en dos categorías: los que tienen una relación profunda, sana, alegre, variada y relajada con la sexualidad. Y los que tienen una relación patológica con ella. Ambas categorías son interesantes y por supuesto su recepción del arte erótico es muy diferente. Personalmente, la trivialización me parece tan insoportable como el puritanismo.”

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¿Sus dibujos son ella? ¿Son sus fantasías? ¿Son sus experiencias? ¿O es lo que ella imagina cuando mira a las personas a su alrededor?

¿Sus dibujos son ella? ¿Son sus fantasías? ¿Son sus experiencias? ¿O es lo que ella imagina cuando mira a las personas a su alrededor? ¿Quién no imagina historias de los otros mientras viaja en el colectivo, el subte o espera? ¿En qué piensan esta especie de ninfas modernas, con qué se estimulan o sólo les alcanza con la idea de trasladar lo privado a lo público desde la intimidad? Las respuestas probablemente sean mutables, lo que queda claro es que hay algo mucho más trascendental que un mensaje básico de libertades y slogans de época.

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En Las partículas elementales, Michel Houellebecq, hace que Djerzinski, el protagonista, se pregunte respecto a una colega “¿Se masturbaba escuchando a Brahms?”. Recuerdo que al leer esa línea me detuve y disfruté. Primero por la imagen, tan visual y sonora, incluyendo los jadeos imaginarios, y luego por el aprecio de sentir esa identificación con el personaje, esa sintonía balsámica en donde nuestros pensamientos oscuros egresan y se emancipan de los temores ajustados a las miradas inquisidoras y culturales, encabezadas por las propias. ¿Quién no se cree un monstruo? ¿Cuánto mejor se siente saberse no el único monstruo? En ese placer queda demostrado que no somos distintos, lo que sí nos hace diferentes es el deseo que moviliza ese placer.

Djerzinski se hace esa pregunta en un estacionamiento, con su colega adentro del auto pero sin hacerlo arrancar. Pasa cinco minutos haciéndose otras preguntas sobre ella. Repasando diversos dibujos de Saintclair, vuelvo siempre a esa secuencia porque lo que no podemos evitar, al recorrer sus trabajos, es repensar cómo miramos y qué hacemos con lo que todo el tiempo consumimos. Desde ese mezclar y volver a dar, el repensar que nos queda sobre la mesa, con la propuesta de estas viñetas, es el voyeurismo en la actualidad con sus miles de posibilidades.

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Apollonia apuesta a la reciprocidad de miradas entre el espectador y sus personajes en acción, desde la más desmesurada hasta la más agazapada.

Apollonia apuesta a la reciprocidad de miradas entre el espectador y sus personajes en acción, desde la más desmesurada hasta la más agazapada, en la mayoría hay foco visual, hay una dedicación explícita al que está de frente al dibujo, palpitando un más que logrado feedback. “El placer es cosa de costumbre”, nos sugiere Houellebecq también en Las partículas…  ¿Qué tan incorporado lo tenemos? ¿Qué tan sin culpa lo vivimos? ¿Qué tanto nos entregamos? ¿Cuánto miedo le tenemos? Es en sentido a esas preguntas que las ilustraciones de Apollonia Saintclair toman la fuerza de una patriada erógena, sin pretensiones más allá de lo que estamos viendo y dando por sentado que es tan potente lo visto, y necesario, que definitivamente podemos convivir con la pregunta de “quién es esa chica” mientras nos hacemos tantas otras//////////PACO