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La presencia de la serotonina, una hormona que actúa sobre la autoestima, se observa en numerosas especies, incluso en las amebas. ¿Pero de qué autoestima pueden presumir las amebas? ¿Y por qué la última novela de Michel Houellebecq se llama Serotonina (en vez de, por ejemplo, Chúpenmela un poco) y qué pretende sugerir el globo rosa de la tapa de Anagrama atravesado por un clavo sin explotar?
¿Qué culpa tiene la serotonina de que Personaje, el depresivo profesional Florent-Claude—con una cuenta de 700 000 euros en el banco—, solo fume tabaco, abuse del alcohol y quiera tirar a su novia japonesa por la ventana?
…el problema es que yo mostraba una indiferencia cada vez más grosera por su condición y la mía, una noche en que fui a buscar cervezas en la nevera de abajo, tropecé con ella en la cocina y se me escapó un «Apártate, putón», antes de escoger el pack de San Miguel y un chorizo a medias…
¿Qué culpa tiene la serotonina de que Houellebecq sea francés y, entre especialistas, un cínico de puta madre, con ambos pies en la tierra, es decir, sin imaginación de sobra?
No esperen pronto a ningún francés en Marte. No esperen a ninguno donde puedan escasear el queso y las bebidas.
Serotonina, además de la última, o más bien por eso, puede ser la mejor novela de Michel Houellebecq. La trama que camina en el presente entra en el Parque Chas cuando Florent-Claude, a medida que engorda, evoca lloronamente los amores del pasado. Habrá houellebequismos a discreción: mamadas gratuitas, gastes informados a los próceres (Freud, el fantoche austríaco – Goethe, uno de los viejos chochos más siniestros de la literatura), descripciones quirúrgicas de escenas boludas, un capítulo de pedofilia bajón (del que creo sale airoso), tocadas de culo, sesudos análisis sobre el turismo de masas y etcétera, etcétera, etcétera.
Sorprenden accesos de amor incondicional que lo dejan a uno zumbando fuera de registro. En vano espero una novela de Houellebecq, el último estilista, por lo demás, el único novelista contemporáneo legible, que se llame Porro o Peyote. En fin, no hay camembert en la Luna y en 2017, en su visita a Buenos Aires, puede cruzar un par de palabras con él, entregarle mi libro (que tiró, ni bien pudo, en el tacho más a mano), bajo las luces estroboscópicas de los patrulleros.
Un extraño de aspecto islámico se acercaba con una enorme mochila poniendo nervioso a todo el mundo, en especial a la custodia. Pero no a Michel. Fumaba un pucho y parecía considerar, como en sus poemas, una línea conservadora y razonable: Mets ta langue, un peu, sur ma bite / Avant qu’il n’y ait plus rien du tout. Poné la lengua, un poco, sobre mi poronga / Antes de que no quede nada de nada/////PACO