En una de mis últimas clases quise buscar complicidad barata con los alumnos y ejemplifiqué un tema con el inminente estreno de Before midnight. Pero no funcionó: hablé de *amor*, *proyectos*, *casa*, *familia* pero la mayoría no ubicaba al director ni había visto las anteriores de la saga. Por el contrario, en casi todos los momentos de las últimas semanas que compartí café, cerveza o mate la película sobrevoló las conversaciones como un trending topic al que, más tarde que temprano, había que referirse. No puede dudarse, entonces, que la película es un artefacto de consumo generacional: por fuera de ciertos sutiles parámetros epocales pierde su eficacia.

Ayer leí en el genial blog de la genial @angulita su mirada sobre la película junto a los comentarios de las lectoras. Y coincidían con la estadística –torpe– que me provee mi memoria: casi todas las mujeres con las que hablé sobre la película, la alaban. Las ha “conmovido”, “interpelado”, “identificado”. En honor a la verdad: por supuesto que yo también me sentí personalmente identificada con algunos pasajes de los comentarios de la protagonista Celine (Julie Delpy); incluso lloré y reí. Sin embargo, creo que lo que la película produce es, antes que nada, tristeza. Porque expone los límites dolorosos de una época.

Wikipedia define al post-feminismo como una reacción contra las contradicciones y las ausencias del feminismo. No está mal, para empezar: el post-feminismo es una preciosa y caótica jaula de gatos donde se intentan procesar los costos ocultos de la revolución femenina. En ese sentido creo que Delpy es, en el peor sentido del término, feminista. Básicamente, creo que Delpy es una histérica. Una conservadora.

No es ninguna novedad que todas las historias se construyen en torno a las variaciones posibles entre dos móviles: pasión y razón. El problema de Celine, como el de todas las histéricas, es que lo quiere todo: quiere que el marido la respete como a una buena ciudadana, y a la vez, quiere que la corteje como a una buena sierva de la Edad Media. Celine no quiere ceder en nada ni pagar costo alguno. Todas sus reflexiones se agotan en su propio deseo que se vuelve para ella el fin último de lo pensable. ¿Es justo que una mujer como Celine plantee el esquema fifty-fifty sólo en los términos que a ella le conviene? ¿Por qué para los especímenes masculinos sería justo aceptar ese trato? Las mujeres como Celine quieren la ficción de la igualdad sólo en los términos que sus propios reglamentos crean. Y cuanta más igualdad buscan ficcionalizar, sólo logran radicalizar las diferencias.

Los libros enmarcados dentro del post-feminismo son, en el mejor sentido del término, libros de autoayuda. Libros que vienen a plantear problemas. Uno de los grandes issues que los atraviesan es el reconocimiento del feminismo como un movimiento que no busca consolidar la plenitud femenina en el mundo. El feminismo sólo viene a sellar un trueque: cambiar las reglas de la caballerosidad por el contractualismo de los ciudadanos. Hoy, entonces, todos los acuerdos son válidos. Pero el problema de la insatisfacción de Celine es quiere negociar con una mano y firmar el acuerdo con la otra. Las mujeres como Celine no aceptan que el feminismo nos deja un poco solas, un poco huérfanas, un poco feas, un poco inseguras. Y sobre todo: gordas.

Las mujeres como Celine quieren casarse con una estrella de rock y años después enojarse si no saca la basura. Quereme, protegeme, conteneme, asegurame, estabilizame, dame, sosteneme, aportame, aconsejame. Y sacame la basura.

Celine está atrapada en la misma fantasía masculina que la más bonita Carrie de Sex and the city: quieren fundar la ficción de que para ser buenas ciudadanas tienen que des-domesticar sus hogares. En otras palabras: creen que cuanto menos cocinen, más feministas se redimen. O peor: asumen que sus extraordinarias personalidades deben lucirse en la vía pública pero no discuten que siempre sean mujeres las que se ocupen de sus hijos. Las Celine del mundo, ¿buscarían acaso un niñero? ¿O un colegio regenteado por varones? ¿Hasta dónde y cómo son capaces de discutir las bases de la vida doméstica?

Nada de todo esto sería tan terrible si, al menos, después de todo ese diálogo vicioso –middle class, del más rancio humanismo– en el último bastión, en el irreductible espacio de las sábanas, Celine pudiera ceder a lo real. Pero no pasa: la película se construye en torno a la imposibilidad. Ella y él van a un telo pero no cogen. Y eso sí que es el hipérbaton de la tristeza: para Linklater el sexo en las parejas no construye una imagen visual digna de narrar. Ni en Before midnight ni en Before sunset hay escenas de sexo. Coger sólo es una posibilidad para los jóvenes de Before sunrise. Y no creo que haya nada defendible en una película *sobre el amor* si no hay algún tipo de penetración. Sólo ceder, donde nada más vale la pena, se parece al amor ////PACO