Prince y David Bowie muriéndose en la misma mitad de un mismo año se parece mucho a ese Game of Thrones inicial, el que nos sorprendía sacando de escena a los protagonistas del bien, sin respiro, sin piedad y con grandes dosis de realidad. Las grandes similitudes entre ambos son notorias y, a su vez, por pura estrella, las grandes diferencias también. Como si respondieran a un contraste natural, sus figuras funcionan perfectas como un yin yang y resulta más que interesante el entramado de sus perfiles. Me dirán que primero llegó Bowie y sí, claro, es indiscutible, pero si bien Prince se forma a partir de él, con el hambre de ser su versión negra, no hay dudas de que sin Bowie también existiría Prince, y no porque ya antes haya llegado James Brown y ya había un Michael Jackson asomando, sino porque se lo hubiese pedido su espíritu, como dijo en una entrevista noventosa a la BBC -en la que pidió no mostrar su cara y no hablar con la periodista- respecto a porqué se cambiaba el nombre por un símbolo. La gemelitud Bowie/Prince tal vez sea el único caso musical en el que no importa quién llegó primero, siendo nuestra medida del tiempo algo circunstancial, una medida que se rompe en la visión alta gama de ambos, acercándonos a una nueva era que en ellos es siempre natural. Con raíces claras y concentrados en el más allá de lo palpable, se convirtieron en una máquina de generar efectos que, cada vez que comenzaban a ser comprendidos por el público, necesitaban redireccionar para poder mantener la sensualidad del misterio y garantizar la perdurabilidad del romance. Así, Bowie y Prince fueron únicos siendo miles y evitando lo ordinario como única constante. También dirán que el verdadero maestro de Prince era Hendrix. Y sí, lo era, y supo hasta donde absorberlo y cómo tomar distancia. Mientras la crudeza de las guitarras, la psicodelia y la estela más rockera en su estilo marcan la presencia de Jimi en su obra, hay una notable y para nada menor distancia en cómo cada uno materializó y vivió su deseo creativo.
También dirán que el verdadero maestro de Prince era Hendrix. Y sí, lo era, y supo hasta donde absorberlo y cómo tomar distancia.
Hendrix, haciendo música, le hacía el amor a su guitarra, Prince se lo hacía a él mismo. Los solos violeros de ambos son puro trance, hermosos e irrepetibles, pero Hendrix los compartía a modo ritual colectivo, de elevación y anhelo de salvación. En cambio, Prince, estaba lejos de compartirlos, los mostraba, se lucía siendo él un Dios salvador, por eso podía cortarlos en el mejor momento para darle paso a una streap dance tan explosivo como lo que venía haciendo con la viola, y retomar la voz y guitarra cuando lo quisiera. Prince y Bowie tenían en claro que querían conquistar el mundo y para eso hay que matar al adolescente interior, a esa representación emocional que es sensible frente al músico reventado que temió cuando vio que sus deseos se podían realizar y que, al concretarlos, temió doblemente del lado oscuro con el que hay que convivir cuando uno reconoce lo que desea. Aun a pesar de ellos mismos, de sus espíritus excesivos, Prince y Bowie sobrevivieron llevando el hedonismo a extremos impensados pero siempre subordinados al hambre de conquista. No es casualidad que no pertenezcan al club de los 27.
¿Y dónde entran James Brown y Michael Jackson en esta historia? Entran por todos lados si hablamos de funk, soul y pop, también si hablamos de fama y de perseguir sus deseos capitalistas.
¿Y dónde entran James Brown y Michael Jackson en esta historia? Entran por todos lados si hablamos de funk, soul y pop, también si hablamos de fama y de perseguir sus deseos capitalistas, de reconocimiento y reivindicación clasista. Y es desde esa pata de clase que también surgen las diferencias más profundas y que terminaron de conformar el estrellato de Prince. Brown y Jackson eligieron ser populares y hablarle a su público directo al corazón. El primero habló al corazón de los negros, intentando despertarlos en la lucha por sus derechos, y el segundo intentó hablarle al corazón de la humanidad, generando conciencia humanitaria y ambiental. En ellos también había un sueño colectivo que los motivaba y que en su arte se leía claro, además de tener un discurso sostenido y abierto sobre esos temas. No podemos no decir que tuvieron sus contradicciones y deslices, algunos comprobados y otros mitificados, pero más allá de la cita, al menos en esta oportunidad, no vienen al caso para desarrollar.
A Prince no le interesaba hablar al corazón de nadie ni despertar otra conciencia que no sea la corporal.
En cambio de Prince, que supo pedirle a WEA que no lo promocionen como un músico negro, podemos citar como deslices sus acciones comunitarias, las bien vistas, que cada tanto las tenía y su presencia le daba un valor mayor por ser la figurita difícil de sensibilizar. Pero definitivamente a Prince no le interesaba hablar al corazón de nadie ni despertar otra conciencia que no sea la corporal. Podemos decir que habló desde sus zonas erógenas a las ajenas, predicó el placer y se plantó como amo y señor de los lujos y la lujuria, siendo el que abrió la puerta para que todos juguemos a ser un poco esa especie de humano de la realeza y, mejor aún, sin protocolo ni obligaciones, con la única ley validada en lo que el cuerpo sintiera. Había un enorme público esperando por eso mismo, por una libertad no hippie, si no instintiva y fetichista, carnal. Para terminar de romper todo lazo con lo popular, le sumó otro condimento más: la ambigüedad. Así, si a Prince le pedís compromiso con una causa y que te la milite, te sale con un himno como Controversy. Y ya con toda la sexualidad puesta al asador, ajustó aun más su pretensiones, codificando su lírica y construyendo su “genio y figura” colmándolo de símbolos. Definitivamente no había espacio para todos, para el plan familiar de funk, pop y soul estaban Brown y Michael.
Todo lo que diferencia a Prince de Hendrix, James Brown y Jackson, es exactamente lo que toma e intensifica de Bowie.
Todo lo que diferencia a Prince de Hendrix, James Brown y Jackson, es exactamente lo que toma e intensifica de Bowie. También el nivel literario, visual y fílmico que tiene su obra, fílmico al margen de sus experimentaciones actorales, hobby que también compartieron. Lo que sí no tuvo fue la misma brillantez a la hora de mantener la rentabilidad de su éxito y las relaciones musicales. Fueron varias las peleas que padeció con discográficas, y vale decir que -a pesar de la mala fama de su carácter- es muy difícil no bancarlo en ésta, y terminó sacando discos en solitario, siendo precursor en lanzamientos, por ejemplo, con diarios o cadenas de supermercados. Peleado con los canales convencionales de promoción, no se dejó seducir por las bendiciones de internet y boicoteó todo tipo de distribución y difusión de su material, acá en complicidad con las discográficas y Youtube, pagándole millones a empresas para que no se les escapara nada. Debe ser el único artista, además, sin página web. Desde hace años venía negándose a ceder canciones para series, películas o publicidades, y cada vez era más difícil encontrarlo escribiendo para otros artistas o dándoles lugar a que usen sus temas. Hubo excepciones, claro, pero cada vez fue achicando más su círculo y su sociabilización. Compartir un escenario con Prince fue siempre una bomba de tiempo, nunca se sabía que podía llegar a hacer o a exigir. Si bien nunca fue de hacerlo con cualquiera, pocas veces se mostró empático con sus colegas pero eso sí, nunca dejó de devorarse la escena a puro sonido y ritmo animal. Estos días de homenaje lo que más se vio circular son este tipo de participaciones extraordinarias, siendo de las más celebradas la del homenaje a Harrison con su solo violero en While My guitar Gently Weeps y el gastadísimo video en el que comparte escenario con James Brown, que lo llama insistentemente y lo tiene que atajar para que lo salude, y Michael Jackson. Como una contradicción más que interesante, la despedida por internet fue unánime y no se hizo esperar, pero las primeras horas fueron “duras” para quienes buscaban compartir material, escaseando sus videos oficiales (algunos visibles pero sin sonido), los vivos en buena calidad y, obviamente, las grabaciones de estudio. La veda se fue ablandando con el correr de las horas. Ser su propia deidad lo llevó por caminos bastante más solitarios que los elegidos por El Duque Blanco, en quién fueron más poderosos los deseos de intercambio cultural, de sofisticación del arte y de constante innovación que el de ser único, quizás porque ya sabía que lo era. Prince solo dejó de ser su Dios cuando se metió de lleno en la religión. Y el camino de cada uno hacia el final, también habla mucho de esto mismo.
Los últimos años de Prince pasaron de extravagantes a extraños, no musicalmente porque su fuego sagrado seguía intacto, una vez más, a pesar de él mismo, pero sí por su persona.
Bowie hacía un año se venía preparando y dejó en su último disco, Blackstar, una especie de herencia para todo su público. Sabiendo que se irán sumando generaciones a su obra, no soltó su misión en ningún momento, se encargó hasta de dejarnos videos en los que se muestra enfrentando el final con respeto a lo que se viene, con una plenitud que no llega a asombrar sabiendo quién era él. Los últimos años de Prince pasaron de extravagantes a extraños, no musicalmente porque su fuego sagrado seguía intacto, una vez más, a pesar de él mismo, pero sí por su persona: se convirtió en Testigo de Jehová, participó activamente en grupos bíblicos y por la religión tuvo que dejar de cantar gran parte de su repertorio por los contenidos sexuales aunque, con el diario del lunes, podemos decir que la peor influencia de estas decisiones volátiles fue la no operación para resolver su problema en la cadera porque su fe no se lo permitía. La noticia de la muerte de Prince nos agarró a todos por sorpresa, a pesar de haber sido noticia una internación de urgencia que tuvo días previos por una fuerte gripe. La prensa amarilla habla de depresión por problemas económicos y de la adicción a calmantes por los dolores físicos. El capítulo final no parece el anhelado, pero no existen los finales perfectos, existen los finales y son irremediablemente incómodos.
El capítulo final no parece el anhelado, pero no existen los finales perfectos, existen los finales y son irremediablemente incómodos.
Sobre Bowie acá mismo conté que llegué de la mano del Rey Jareth. A Prince llegué, probablemente como muchos de mi generación, de la mano de IKV allá por el ‘93/94. Todavía me cuesta creer que en For you, con sus jóvenes 20 años, se haya hecho cargo de todos los instrumentos, grabándolo prácticamente en soledad. Tenía solamente 22 años cuando sacó el quilombero Dirty Mind, la piedra filosofal de su obra. Lovesexy fue mi primer cassette de él, y al día de hoy sigue siendo de mis favoritos porque sigo descubriéndole detalles. De los años 2000, Musicology es el indispensable, siendo una enciclopedia de sus sonidos y deseos. El año pasado sorprendió con Hit n Run Phase One / Two, un trabajo largo y meticuloso, grabado analógicamente para preservar la crudeza musical, en el que realmente se lucen a nuevos niveles sus habilidades vocales, y se filtra, entre las letras, ciertos aires de liberación, retomando el camino más oscuro y sensual que lo caracterizó siempre. En esa nota de Bowie digo que él vive en mis relaciones, en mis cosas y en mi cotidiano, lo mismo va para Prince. Son de ese equipo chico, y del que quedan cada vez menos, que vienen con una, que te obligan, a fuerza de lo que hicieron y hacen, a no dejarlos nunca. Y eso que todos en algún momento tenemos que decidir matar a nuestros “ídolos”, siendo esa la diferencia entre “ídolos” y maestros: lo necesariamente descartables que son los primeros y lo desesperadamente trascendentales que son los segundos. Yo maté a mi Kurt Cobain interior varios años después que él se haya disparado, y tal vez ese es el momento en el que recuerdo haber dejado de ser adolescente, pero en cambio no habrá un 2016 que mate a Prince y a Bowie. Por el contrario, lo que empiezo “a matar” es esa adultez temprana que da paso a una nueva instancia de adultez, en la que las primeras líneas cambian y la revisión de todo lo que aporta a nuestra identidad se vuelve presente con una valoración absolutamente consciente del tiempo y del espacio. Y entendiendo eso, ya no alcanza con festejar la contemporaneidad con ellos cuando en realidad lo que estamos agradeciendo es, ni más ni menos, que sean el soundtrack de nuestras vidas, incluso, después de sus propias vidas//////PACO